- El eje arriba-abajo del que habla Podemos es poco operativo, porque se repite en todas las estructuras de la sociedad, y la misma persona puede estar en posiciones divergentes en dos de ellas. Articular entre sí esos "abajos" para una confluencia constructiva en un "abajo" abstracto, con un discurso y una praxis coherentes es punto menos que imposible.
- Si Podemos se constituyó contra los "partidos de la casta" para lograr un sorpasso sobre el PSOE, en la práctica lo ha hecho sobre Izquierda Unida, con un programa muy similar (tomado en gran parte de las elaboraciones de esta formación). En cambio no sobrepasa a un PSOE que paradójicamente se fortalece, porque, aún perdiendo votos, gana influencia, al ser necesario para los pactos de gobierno.
- Si el voto a Izquierda Unida es fagocitado por Podemos, se producirá solamente la sustitución de una fuerza de izquierda por otra que ocupará su lugar con un discurso por ahora mucho menos claro.
- Si Izquierda Unida resiste, el voto de izquierda se divide y su influencia se debilita. ¿Qué se habrá ganado? Dos posibilidades se abren para Podemos: acercarse a las posiciones del PSOE, viaje a ninguna parte, o confluir con la otra formación de la izquierda.
- La experiencia, no ya desde ahora, sino desde las elecciones gallegas, es que la unidad de las fuerzas populares multiplica las adhesiones ciudadanas.
- Y ahora mismo basta comparar los importantes resultados de las candidaturas de unidad popular, en los lugares en que se ha producido una confluencia múltiple, con lo obtenido aisladamente por fuerzas divididas. Y también por Podemos.
- El mensaje simplificado, lleno de significantes vacíos, de Podemos, con aroma socialdemócrata, ya no corresponde a las realidades actuales. Incluso Izquierda Unida ha acariciado en tiempos esa ideología. Al fin y al cabo, en el mercado del voto es más importante la razón instrumental que el mensaje ético. No hay ninguna realidad última, ninguna verdad. Lo importante, lo decisivo es la imagen.
- Y Podemos no tiene un pensamiento sólido. Su ambigüedad se manifiesta en sus posiciones sobre el laicismo o la república, república que debemos entender en su sentido fuerte.
- No tiene un pensamiento social sólido con capacidad de discriminación analítica de la fragmentación y segmentación social.
- Tampoco hay en Podemos un pensamiento sólido sobre el Estado, sobre el mercado o sobre el propio capitalismo. Porque, entre otras cosas, no ha planteado nunca seriamente la necesidad de racionalizar el Estado o pensar su dimensión ética, regular los mercados o revisar los sistemas de propiedad, desmercantilizando determinados bienes o poniendo límites a su acumulabilidad o enajenabilidad.
- Ni manifiesta un pensamiento ecológico sólido porque, sencillamente, la cuestión ecológica está fuera de su discurso y su agenda. Su adhesión de última hora a la “socialdemocracia” no puede ser sino una adhesión superficial y –todo hay que decirlo- oportunista.
En resumen, los próximos meses dirán si esta formación apuesta por una auténtica confluencia popular, por ser la nueva muleta del PSOE o simplemente por aspirar a sustituirlo como la nueva "casa común de la izquierda" que en su tiempo quiso construir Felipe González.
Yo añadiría que el oportunismo no reside sólo en Podemos: la persistencia de tanto voto a formaciones declaradamente corruptas manifiesta que gran parte de la población es poco sensible a consideraciones de justicia social, y que en el fondo obedece a una ética de la razón instrumental, ajena a lo que no sean intereses clientelares.
El mensaje que El Roto transmite en esta viñeta es claro exponente de un sentido común que por ahora es demasiado común.
Rebelión
De las elecciones del 24-M pueden extraerse algunas lecciones relevantes para la izquierda.
1.- El eje izquierda-derecha está vivo, y PODEMOS ha quedado resituado
en él a la izquierda de PSOE. Es interesante constatar que por primera
vez desde la transición el PSOE tiene, no uno, sino dos grandes partidos
a su izquierda más otras fuerzas de alcance territorial menor. Luego
volveré sobre este asunto.
En cualquier caso, el intento de
sustitución del eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo no ha
tenido éxito. Como es sabido, los estrategas de PODEMOS utilizaron el
esquema vertical buscando concentrar la indignación popular en un polo
negativo (una casta corrupta, una oligarquía plutocrática) que
devolviera como imagen especular una sociedad civil o una comunidad de
ciudadanos (la gente, los de abajo) integrada como unidad popular. Era
de esperar que esto no sucedería, y no sucedió. La razón no es que el
eje vertical no exista o no sea relevante. Es fundamental, porque es el
eje clásico de la dominación. El problema es que es un eje que se
reproduce constantemente en la sociedad civil. Existe, si se quiere,
entre los selected few y la mayoría popular. Pero existe y se reproduce en el seno de esa misma mayoría popular.
Se reproduce, en efecto, entre el hombre y la mujer, porque hay todavía
machismo y patriarcalismo en nuestra sociedad, entre el natural y el
inmigrante, porque aún hay xenofobia, entre el blanco y el negro, porque
sigue habiendo racismo. Se reproduce entre el superior y el inferior
jerárquico dentro de la administración burocrática, pública o privada,
entre el cátedro y el interino, entre el patrón y su clientela, entre la
“señora de la casa” y la asistenta del hogar, entre el funcionario y el
ciudadano, entre el capital financiero y el industrial, entre el
acreedor y el deudor. Y se da, muy principalmente, entre el empresario y
el trabajador, sea el empresario pequeño, mediano o grande. La relación
capital/trabajo sigue siendo la fractura fundamental de nuestra
sociedad capitalista, pero no es una relación homogénea sino compleja y
plural.
Lo central para mi argumento es que todas esas
microrrelaciones de poder constituyen otros tantos ejes de dominación
dispersos, y a veces entrecruzados, reproducidos de forma heterogénea a
lo largo y ancho de la sociedad civil. Idealmente, la izquierda está en
la defensa de los que sufren un poder arbitrario –dominación- en cada
uno de esos ejes verticales arriba/abajo. Pero una de las dificultades
de articular un discurso de izquierdas –y eventualmente, una política de
izquierdas- es integrar todos esos ejes y conformar un discurso y una
praxis coherentes. Porque muchos individuos ocupan posiciones contradictorias
de clase y estatus. El obrero sufre la dominación (de clase) en la
empresa, pero como marido ejerce en casa una dominación (de estatus)
sobre su mujer. El empleado que ocupa un puesto de dirección intermedio
domina y es dominado dentro de la corporación en la que trabaja. El
pequeño –y el gran- empresario debe al banco su línea de crédito o su
préstamo pero espera cobrar lo que le deben sus clientes.
Por
eso –porque esos ejes de dominación se cruzan y solapan y se invierten-
no es tan fácil articularlos coherentemente en la teoría y en la praxis
de la izquierda. Mucho menos cuando sabemos que toda propuesta, toda
política pública, toda intervención, debe tener en cuenta al menos estas
dos cosas: la compatibilidad de incentivos respecto de la eficiencia (por ejemplo: la equidad fiscal tiene que buscar también el óptimo recaudatorio) y la posibilidad de efectos no intencionados
que pueden volverse contra las propias intenciones, por sensatas que
fueren (por ejemplo, el aumento del gasto público puede provocar
consecuencias indeseables y no intencionadas que, incluso, pueden acabar
reduciendo el propio gasto público). Pero ese es el reto. La solución
no es renunciar al eje horizontal izquierda/derecha en beneficio de un
gran eje vertical arriba/abajo artificialmente simplificado.
2.-
La segunda lección importante de estas municipales y autonómicas es que
el PSOE resiste. Y en la medida en que ha resistido, ha salido
fortalecido, pese a su pérdida global de votos. La estrategia de sorpasso
de PODEMOS sobre el PSOE, sencillamente, no se ha cumplido. Primero,
porque el PSOE cuenta con importantísimas reservas de votos en
Andalucía, Extremadura, Castilla la Mancha, Aragón o Asturias, pese al
diferencial de voto joven a favor de PODEMOS. Eso hace que el PSOE siga
siendo la fuerza hegemónica de la izquierda en España, conservando el
voto más moderado de centro-izquierda. Segundo, porque la fuerte
irrupción de Ciudadanos ha cortocircuitado la estrategia de
PODEMOS de pescar votos en el caladero del centro-derecha. El viaje a la
“centralidad” de PODEMOS, por el momento, ha tenido un corto recorrido.
Y al rebotar sobre esos dos muros de contención del centro –PSOE y
C’s-, PODEMOS se ha encontrado compitiendo con IU, que es la fuerza
política sobre la que se ha operado el verdadero sorpasso. Ante
esta situación cabe esperar dos cosas: a) que IU desaparezca y PODEMOS
ocupe definitivamente su lugar; y b) que PODEMOS quede represado entre
PSOE y una IU resistente. Creo que la primera opción no beneficia a la
izquierda: sería un puro fenómeno de sustitución. La opción b), por el
contrario, permite dibujar estrategias más interesantes para la
izquierda, por ejemplo, de cara a las próximas elecciones generales.
3.- PODEMOS ha obtenido un 13.8% de los votos emitidos en estas
autonómicas. Conviene recordar que el Barómetro de la Sexta de enero de
2014 daba a IU un 14.7% en intención de voto para unas eventuales
generales; el de febrero del mismo año, un 14.5% y la encuesta de
Metroscopia de la misma fecha, un 13.5%. Sin embargo, IU obtuvo el 24-M
tan sólo un 4.72% del voto municipal total. Está claro que el flujo
sanguíneo de PODEMOS consta principalmente de sangre transmutada de las
venas de IU, con una importante inyección de votantes desencantados con
el PSOE y de jóvenes votantes primerizos. Entre PODEMOS e IU, sin
embargo, no llegan al 20%. No está nada mal, desde luego (¡no hubiéramos
ni soñado algo así hace pocos años!), pero es insuficiente para liderar
un cambio a la izquierda desde el gobierno central.
Por otro
lado, estas elecciones han dejado claro que las plataformas ciudadanas
como las de Madrid o Barcelona son más fuertes que PODEMOS compitiendo
por su cuenta. Y aquí PODEMOS se enfrenta a un serio dilema: a) diluirse
en esas candidaturas ciudadanas de convergencia de la izquierda, y ser
un agente importante pero uno más junto a otras fuerzas políticas y las
distintas unidades organizativas y asociaciones; o b) intentar
hegemonizarlas. Es obvio que la principal tentación de PODEMOS en
algunos casos –no en Galicia o Barcelona, por ejemplo, donde sería
absurdo- es la opción b). Pero si se decide por esta vía habrá que ver
si el resto de grupos se deja hegemonizar, cosa que no tengo clara; y si
hay conflicto interno, cosa nada improbable, PODEMOS puede terminar
siendo una amenaza o un obstáculo para esas candidaturas de convergencia
de izquierda, que deberían ser abiertas, plurales, inclusivas y
colegiadamente dirigidas, aunque siempre contando con liderazgos fuertes
y carismáticos como los de Colau o Carmena. Esas plataformas recogen
gran parte del espíritu del 15-M, espíritu que rebasa el molde
tradicional de la organización y disciplina del partido, por lo que no
va a ser fácil para PODEMOS –ni deseable- controlarlas.
4.- De
cara a futuros gobiernos de la nación, estas elecciones dibujan un
horizonte de oportunidad en el que puede gobernar una izquierda nueva y
plural por primera vez desde la transición. Sin embargo, ese posible
bloque de gobierno es impensable sin el PSOE. Mal que les pese a muchos,
el PSOE, con sus más de 5 millones de votos, sigue siendo el eje
fundamental del centro-izquierda en este país, y el cambio político sólo
acontecerá si todos reconocen este hecho insoslayable. El modelo Syriza
no ha cuajado a este lado del mediterráneo, al menos por el momento.
Tarea de las izquierdas del PSOE es conformar potentes candidaturas de
“unidad popular” –que han funcionado bien- con la vista puesta en
opciones futuras de gobierno que tendrán que contar con el PSOE. Cuanto
más peso electoral tengan esas candidaturas, mayor será la fuerza
gravitatoria que ejercerán sobre el PSOE y más podrán tirar de él hacia
la izquierda. El PSOE no va a girar a la izquierda por sí solo (en gran
medida, ha perdido la imaginación y la creatividad necesarias para
iniciar ese movimiento); pero se le puede forzar a ello si no le queda
otro remedio. Y en sus bases hay todavía mucha militancia que apoyaría
ese giro. Por otro lado, si PODEMOS sigue empeñado en su viaje al
centro, perderá la oportunidad de ser uno de los ejes importantes –junto
a IU y otras fuerzas- de una poderosa izquierda reconstituida, tan
necesaria. Hasta noviembre de 2015, estas elecciones locales y
autonómicas brindan un excelente campo de experimentación para una
futura compartición de poder.
A mi entender, el éxito de este
posible bloque de gobierno futuro dependerá de que se cumplan, al menos,
dos condiciones. Una: que las izquierdas del PSOE vayan unidas.
Cualquier fragmentación de esas izquierdas podrá satisfacer vanidades
individuales, henchir egos incompletos o colmar necesidades narcisistas
–que de todo eso sabe mucho la izquierda radical de nuestra querida
España-, pero perjudicará el futuro cambio político. Dos: aparcar la
cuestión soberanista. A corto plazo, el PSOE no va a entrar en
ese juego, pero en su momento sí podría contemplar la posibilidad de
abrir un proceso constituyente -serio, sincero, profundo-, en el que
cabría atacar con rigor esa delicada cuestión, entre algunas otras, que
la ya vieja y gastada constitución del 78 no puede resolver. Pero antes
hay que construir dicho bloque político. Tarea nada sencilla, desde
luego.
5.- En estas elecciones del 24-M todos resultaron ser socialdemócratas; incluso Ciudadanos,
que ha manifestado su inclinación –no sé si sincera- por el modelo
danés de la flexiseguridad. Sin embargo, la campaña ha puesto en
evidencia una preocupante falta de pensamiento de esos mismos
partidos políticos. Casi todos, en efecto, han recurrido a pobres
retóricas cargadas de palabras viejas convertidas en significantes
vacíos. Con la excepción de Barcelona en comú, el recorrido
intelectual de esta campaña ha sido escaso. La socialdemocracia
atraviesa una crisis histórica sin precedentes, y apenas ninguno de los
actores políticos parece haberse dado cuenta de ello. Hay que repensar a
fondo muchas cosas, porque las condiciones que hicieron posible el
pacto social de posguerra se las ha llevado el tsunami de la
globalización: en lugar de pleno empleo y ciclo vital fordista, hay
precariado y elevadas tasas de paro estructural; en lugar de gran
concentración industrial, hay desindustrialización y deslocalización
empresarial; en lugar de una fiscalidad agresivamente progresiva, las
haciendas contemporáneas penalizan a las rentas del trabajo y exoneran o
benefician a las rentas del capital, al tiempo que el nivel de fraude
crece y crece; en lugar de un sistema financiero regulado y contenido,
asistimos a una economía hiperfinanciarizada que vive de la especulación
y engendra burbujas sin freno; en lugar de Estados autónomos y
soberanos tenemos Estados arrodillados ante una gobernanza que
sobrerrepresenta los moneyed interests de las grandes
corporaciones trasnacionales y persigue en casa a los más vulnerables
negándoles o recortándoles derechos, antaño universales.
Hay quien, como Guy Standing, se esfuerza en pensar nuevos horizontes de progreso que rompan con los presupuestos laboristas que subyacían al modelo social europeo clásico: el trabajo como labour está perdiendo centralidad y hay que trascenderlo –piensa Standing- en beneficio de modelos de sociedad donde el trabajo como work
(no remunerado, reproductivo, etc.) quede emancipado de la servidumbre
del salario, y donde se recupere la soberanía popular sobre los commons,
barridos por el capitalismo y despreciados por el viejo Estado de
bienestar [1]. Propuestas como esta son discutibles, pero sin duda
interesantes. Lo que sorprende es que no se haya oído ni una palabra
sobre ellas en boca de los líderes de los partidos –antiguos y nuevos-
que se proclaman partidarios de la socialdemocracia. En concreto,
PODEMOS simplificó extraordinariamente su mensaje, convirtió el “cambio”
en su palabra estrella pero apenas indicó cómo y en qué dirección iría
ese cambio, más preocupado en todo momento de no meter la pata, de no
pisar ningún charco, que de pensar ese cambio y dotarlo de contenido.
PODEMOS tiene dirección, liderazgo, y organización en grado variable [2]. Pero todavía no tiene un pensamiento sólido. Prueba de ello han sido
sus constantes deslizamientos, su permanente juego con los conceptos y
las ideas, sus renuncias. Y también sus guiños. No tiene un pensamiento
laico-republicano sólido, y de ahí sus gestos –a menudo obsecuentes-
hacia la Iglesia y el trono. Un pensamiento lacio-republicano sólido
pondría encima del tapete, para empezar, la revisión del concordato con
la Santa Sede, y desde luego no haría regalitos al rey en el 14 de
abril, día de la república. Tras el “decreto” de abolición de las clases
sociales en aras de un popolo unitario, PODEMOS no tiene un
pensamiento social sólido con capacidad de discriminación analítica de
la fragmentación y segmentación social. Tampoco hay en PODEMOS un
pensamiento sólido sobre el Estado, sobre el mercado o sobre el propio
capitalismo. Porque, entre otras cosas, no ha planteado nunca seriamente
la necesidad de racionalizar el Estado o pensar su dimensión ética,
regular los mercados o revisar los sistemas de propiedad,
desmercantilizando determinados bienes o poniendo límites a su
acumulabilidad o enajenabilidad. Finalmente, PODEMOS no tiene un
pensamiento ecológico sólido porque, sencillamente, la cuestión
ecológica está fuera de su discurso y su agenda. Su adhesión de última
hora a la “socialdemocracia” no puede ser sino una adhesión superficial y
–todo hay que decirlo- oportunista.
Cuando no hay pensamiento sólido, ¿qué queda realmente? Queda el marketing
político. El pensamiento político tiene ideales regulativos como la
verdad o la coherencia lógica. En cambio, un buen mercader no necesita
ni grandes reflexiones ni grandes ideas, y puede desdecirse de lo que
dijo si cree que eso ha dejado de vender. Antes al contrario, las buenas
ideas y las verdades suelen venderse mal. El pensamiento político, el
auténtico, tiene también ideales éticos con los que perfila sus aristas
críticas. El mercader político puede prescindir de sus principios –o no
tenerlos- si entiende que le enajenan clientes. La lógica del mercado es
harto sencilla: se reduce a la maximización de la utilidad privada; la
del mercado político también es sencilla: se reduce a la maximización
del número de votos. Para ello basta con saber elegir los medios más
eficaces; por eso el marketing político es un espacio sometido a la
jurisdicción de la pura y dura racionalidad instrumental. No está regido
por la voluntad de saber ni por intereses emancipatorios. Es otra
voluntad –seguramente la de poder- la que inspira y da forma a las
motivaciones últimas (y a las hipócritas autojustificaciones y
racionalizaciones que las suelen acompañar). Hubo momentos en la
historia en los que pensamiento y acción política fueron de la mano. Y
la gran teoría política surgió de esos grandes encuentros fructuosos.
Pero hace ya tiempo que la lógica mercantil de la competición electoral
ha disociado ambas cosas, la idea y la acción, y ha desplazado la
política al terreno de la post-verdad. A ello sin duda, ha ayudado el giro posmoderno
que ha permeado a gran parte de la academia contemporánea y también,
desde luego, a determinadas izquierdas “complutenses”. La principal
damnificada de este giro es justamente la verdad, que está en el centro
de la racionalidad epistémica y científica moderna, objeto central ya de
la crítica posestructuralista. Y con ella, todas las grandes dicotomías
de la metafísica occidental, cuales son las de la esencia y la
apariencia, lo auténtico y lo inauténtico, lo latente y lo manifiesto, o
también la dicotomía entre significante y significado. Frente a este
modelo de profundidad, el giro posmoderno propone otro de
superficialidad intertextual, sin centros ni sujeto, relativista,
fragmentario, ecléctico, sin temporalidad ni memoria, de significantes
vacíos; y de frivolidad: es la cultura del simulacro. Todo vale, todo cambia. No hay ninguna realidad última, ninguna verdad. Lo importante, lo decisivo es la imagen [3].
Hay bastante de esto último en algún que otro líder –sobre todo,
madrileño- de PODEMOS. Y es muy peligroso para la cultura de la
izquierda. La izquierda necesita rearmarse intelectualmente y recuperar
rigor y horas de estudio.
Sin embargo, ejercer el poder bien,
utilizar sus palancas para elaborar buenas leyes y hacerlas cumplir,
para atacar privilegios e injusticias, para combatir el fraude y forzar
la cooperación, para fomentar la cultura cívica y la confianza en las
instituciones y entre los ciudadanos, para favorecer modelos
alternativos de desarrollo compatibles con el principio de dignidad o el
de contención ecológica, etc… Para todo ello –y mucho más- se necesita
buena teoría. Sin duda. Pero más que eso, se necesita ética.
Ética en el sentido fuerte del término, el que hace arraigar en el
carácter las grandes virtudes como el coraje, la moderación y la
justicia. Y es muy difícil forjar esos caracteres sin recuperar
categorías –como las de autenticidad y verdad- que el pensamiento débil
posmoderno (“posmetáfisico”) se empeña en “deconstruir”. Sin esos
caracteres y sin esas virtudes, sin embargo, será difícil expulsar de
nuestra vida pública y de nuestras instituciones el nepotismo (l@s
novi@s, hij@s, herman@s, que siguen instalándose en la política por el
único mérito del parentesco o la contigüidad), el clientelismo, los
privilegios de casta y la corrupción. Este país tiene siglos de hambre
atrasada y el gen de la picaresca bien instalado en su ADN. Ya va siendo
hora de que lo extirpemos. Y que el nuevo y fascinante ciclo político
que tenemos enfrente no acabe resolviéndose en otro de tantos ciclos de
circulación de élites.
__________________
Notas:
[1] Cfr. Guy Standing (2014), Precariado: una carta de derechos, trad. de A. de Francisco, Madrid: Capitán Swing.
[2] Y, si no los tiene ya, pronto tendrá los problemas derivados de
todo eso –conflicto, disensión, faccionalismo, clientelismo-, y ya se
verá cómo los van resolviendo.
[3] Cfr. F. Jameson (1993), Postmodernism or The cultural lógic of Late Capitalism, Londres: Verso. Esta obra sigue siendo el mejor análisis crítico, desde la izquierda marxista, de la posmodernidad.
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