martes, 23 de junio de 2015

Virus sabio, ¿más virus que sabio?

Si estuviera totalmente seguro de que el problema actual no tiene solución, esta publicación no tendría sentido. Posiblemente ambas cosas sean ciertas, pero lo peor que podemos hacer es entregarnos al fatalismo. Por grandes que sean los estragos, tal vez algo se podrá salvar.

De lo que sí estoy seguro es de que hay tres actitudes letales. La primera es "aquí no pasa nada". La segunda, "hay tiempo de sobra para actuar". La tercera, "ya no hay nada que hacer", ergo edamus et bibamus, cras enim moriemur...

En esta apoteosis del individualismo, un "después de mí, el diluvio", repetido miles de millones de veces.

(El Roto, naturalmente)



Rebelión

Los sistemas naturales del planeta están alcanzando el límite de lo biológica y físicamente tolerable. Algunos límites críticos ya han sido excedidos. Modificaciones abruptas al equilibrio planetario se encuentran en gestación, otras en franco y acelerado progreso.


Los seres humanos se auto-proclaman como sabios (sapiens). Pertenecen en realidad a una familia de animales, los homínidos, correspondiente a una estirpe de primates.

Un virus es un agente infeccioso que se multiplica dentro de otro organismo, al que progresivamente contamina, debilita y eventualmente consume. Al consumir a su huésped, termina por destruirse a sí mismo.

La Tierra es un organismo vivo. Los seres humanos actúan dentro de ese organismo como un virus, contaminándolo, debilitándolo y consumiéndolo progresivamente. Parecen dispuestos a cumplir el ciclo del virus, consumiendo al organismo que le da vida hasta provocar su propia destrucción.

Los sistemas naturales del planeta están alcanzando el límite de lo biológica y físicamente tolerable. Algunos límites críticos ya han sido excedidos, conduciendo a cambios irreversibles en el entramado natural que sirve de soporte a la vida mismo. Modificaciones abruptas al equilibrio planetario se encuentran en gestación, otras en franco y acelerado progreso.

Los bosques

En sólo décadas, los humanos se las han ingeniado, con su maravillosa sabiduría, para destruir la mitad de los bosques que embellecían y enriquecían la porción del planeta sobre el nivel de las aguas. Con los bosques destruyeron cerca de una tercera parte de las especies de seres vivos que habitaban la Tierra. Hoy, una quinta parte de los vertebrados que sobreviven se encuentran al borde de la extinción. Muy pronto, majestuosos animales sólo languidecerán como prisioneros en zoológicos, como trofeos en museos o como imágenes virtuales: elefantes, rinocerontes, tigres de bengala, gorilas, osos polares, jaguares, cóndores, ballenas. El acoso humano contra estas y tantas otras maravillas evolutivas es implacable. El virus sapiens no parece dispuesto a compartir su huésped con otras especies.

La destrucción de bosques ha conducido también a la pérdida de innumerables fuentes de agua dulce, un elemento vital para la subsistencia del virus sapiens. Para mediados de siglo se espera que aproximadamente la mitad de su propia población sufra escasez severa de agua.

La deforestación también contribuye con la expansión de zonas áridas e infértiles; con el aumento en la intensidad y la frecuencia de las inundaciones en épocas de lluvia y las sequías en épocas de verano; con la pérdida de fuentes de sus propios alimentos, de sus medicinas y de materiales para la construcción de sus refugios. La sabiduría del virus sapiens es tal que aún hoy continúa la destrucción, a una tasa de 5 millones de hectáreas cada año sólo en América Latina, una superficie equivalente a 7.000 canchas de football cada día. La destrucción de bosques naturales sólo en la franja tropical supera los 10 millones de hectáreas cada año. En estos mismos bosques se encuentra la mayor riqueza genética y la mayor diversidad biológica del planeta, el principal legado de generaciones futuras del virus sapiens.

El mar

Los humanoides se las han ingeniado para destruir también el 24% de los arrecifes de coral en los últimos 30 años (1980-2014), con otro 27% en avanzado estado de deterioro. Los arrecifes son maravillas naturales de carbonato de calcio que sirven como incubadoras de la vida animal marina. Aunque ocupan menos del 1% de la superficie del mar, albergan al 25% de todas las especies marinas: peces, moluscos, crustáceos, esponjas y equinodermos, entre otras, especialmente en la época de reproducción. Como los arrecifes de coral sirven también como barreras de protección a los manglares, su deterioro ha contribuido a la desaparición de una tercera parte de los manglares que enriquecían al planeta hace apenas 65 años.

Los arrecifes son muy sensibles tanto al aumento de la temperatura como al aumento de la acidez de las aguas donde se desarrollan, especialidades en el arsenal de armas utilizadas por el virus sapiens en su campaña de agresión contra el huésped que lo alberga. Tanto la temperatura como la acidez de las aguas marinas se encuentran en franco aumento, amenazando no sólo a los arrecifes que aún sobreviven, sino a la vida marina en su maravillosa variedad.

Cerca del 30% de los recursos pesqueros se encuentran sobre-explotados, conduciendo a su desaparición progresiva. Más de 400 zonas marinas se ahogan por falta de oxígeno, donde no existe vida animal, entre ellas partes del golfo de México, del mar Mediterráneo, del mar Báltico y del Mar Negro.

En la actualidad, las exigencias del virus sapiens exceden la capacidad de los ecosistemas naturales en aproximada-mente un 30%. Para mediados de siglo tiende a superar el 100%, dadas las aspiraciones estratégicas de la familia humanoide de cuadruplicar el tamaño de su economía y continuar reproduciéndose para aumentar su población a 9 mil millones de individuos para el 2050. Estas aspiraciones tienden a imponerse, debido a que una élite viral, a través de un puñado de corporaciones transnacionales, controla el 80% de la economía mundial.

El aire

En apenas cien años, el virus sapiens se las ha ingeniado para inyectarle a la atmósfera 2.140.000 millones de toneladas de gas carbónico (CO2), junto a otros gases venenosos desestabilizadores de la atmósfera, como el metano, los óxidos nitrosos y las maravillas de los venenos atmosféricos: los fluorocarbonos. Esta hazaña se debe a una adicción que los humanoides no pueden controlar: el consumo de combustibles fósiles, petróleo, gas natural y carbón mineral.

En apenas un siglo han perfeccionado el arte de escarbar en las entrañas de la tierra en busca de estos narcóticos virales, junto con tecnologías cada vez más sofisticadas para extraerlos, transportarlos y refinarlos, para finalmente consumirlos. El consumo de estos productos, enterrados por la naturaleza profundamente bajo tierra, provoca en la actualidad la emisión de 35.000 millones de toneladas de CO2 cada año, con tendencias crecientes para mediados de siglo. Si se incluyen los otros gases de efecto invernadero, como el metano y los óxidos nitrosos, las emisiones totales superan los 50.000 millones de toneladas equivalentes de CO2 por año.

La profunda discriminación imperante entre los virus sapiens ha hecho que un 20% de ellos hayan emitido el 73% de esos gases y hayan consumido una proporción equivalente de hidrocarburos. Esto le ha permitido a esa minoría fortalecerse de tal forma que domina al resto de la población, sometiendo a la mayoría a sus designios. La minoría privilegiada ha incubado un ejército de virus mutados particularmente letales; los ha distribuido por todo el planeta para someter a cualquiera que se niegue a obedecer. Cuando actúan no tienen misericordia con sus víctimas, lo que sirve de ejemplo para atemorizar a los humanoides que incomprensiblemente intenten ejercer algún control sobre sus propios destinos.

Entre las consecuencias de esta gigantesca inyección de CO2 y otros gases a la atmósfera se destacan el derretimiento de las masas de hielo tanto en el Ártico como en la Antártida. El hielo marino Ártico perdió la mitad de su volumen sólo entre 1950 (10 millones km3) y el 2014 (5.01 millones km3), medido en septiembre cuando se presenta el mínimo anual. La capa de hielo sobre Groenlandia cubre 1,7 millones de kilómetros cuadrados y contiene 2,83 millones de kilómetros cúbicos de hielo. Su pérdida implicaría un aumento en el nivel del mar de 7,4 metros. Groenlandia ha perdido en promedio 260.000 millones de toneladas de hielo cada año entre el 2002 y el 2014. Mientras en la Antártida se han derretido en promedio 140 mil millones de toneladas de hielo cada año entre el 2003 y el 2013. También se derriten aceleradamente los glaciares en las montañas alrededor del mundo. Crece la cantidad de refugiados ambientales tan aceleradamente que amenaza la seguridad de los países en que se han atrincherado los conglomerados dominantes del virus sapiens.

El aumento en la concentración de CO2 y otros gases en la atmósfera conduce al aumento en la temperatura promedio del planeta, al aumento en el nivel del mar, al aumento en la frecuencia e intensidad de huracanes y tormentas, al aumento en la intensidad de sequías e inundaciones, al desplazamiento de enfermedades contagiosas y al debilitamiento a los sistemas de producción de alimentos. El 2014 fue el año más caliente de los últimos 200 años. Las tendencias actuales conducen hacia un aumento de temperatura entre 3 y 5°C para finales de siglo sobre el promedio de la época pre-industrial. Un aumento de temperatura de 4°C sobre el promedio de la época pre-industrial no se ha registrado desde finales del Mioceno hace 6 millones de años, cuando el nivel del mar se encontraba entre 15 y 24 metros sobre el que conocemos.

La auto-destrucción

Una consecuencia adicional, especialmente peligrosa, de la inyección de cantidades letales de gases tóxicos a la atmósfera es el desequilibrio energético planetario. En la actualidad, la Tierra absorbe considerablemente más energía de la que emite, a una tasa de 0.6 vatios por metro cuadrado de superficie. El total (300 teravatios) es equivalente a 20 veces el consumo anual de energía de toda la población del virus sapiens. Es también equivalente a la energía contenida en 400.000 bombas atómicas como la lanzada sobre Hiroshima, detonadas cada día, 365 días al año.

Las implicaciones de la acumulación de tales cantidades de energía en la atmósfera terrestre, cada año, tiende a convertirse en el instrumento final para el suicidio colectivo de la población global del virus sapiens. Esta variación particular de humanoides no ha conocido un planeta bajo las condiciones ambientales que está precipitando sobre su propia existencia, pues tales condiciones no se han presentado en este desdichado planeta en los últimos 800.000 años.

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