De lo que sí estoy seguro es de que hay tres actitudes letales. La primera es "aquí no pasa nada". La segunda, "hay tiempo de sobra para actuar". La tercera, "ya no hay nada que hacer", ergo edamus et bibamus, cras enim moriemur...
En esta apoteosis del individualismo, un "después de mí, el diluvio", repetido miles de millones de veces.
(El Roto, naturalmente) |
Rebelión
Los sistemas naturales del planeta están alcanzando el límite de lo biológica y físicamente tolerable. Algunos límites críticos ya han sido excedidos. Modificaciones abruptas al equilibrio planetario se encuentran en gestación, otras en franco y acelerado progreso. |
Los seres humanos se auto-proclaman como sabios (sapiens). Pertenecen en realidad a una familia de animales, los homínidos, correspondiente a una estirpe de primates.
Un virus es un agente infeccioso que se multiplica dentro de otro
organismo, al que progresivamente contamina, debilita y eventualmente
consume. Al consumir a su huésped, termina por destruirse a sí mismo.
La Tierra es un organismo vivo. Los seres humanos actúan dentro de ese
organismo como un virus, contaminándolo, debilitándolo y consumiéndolo
progresivamente. Parecen dispuestos a cumplir el ciclo del virus,
consumiendo al organismo que le da vida hasta provocar su propia
destrucción.
Los sistemas naturales del planeta están
alcanzando el límite de lo biológica y físicamente tolerable. Algunos
límites críticos ya han sido excedidos, conduciendo a cambios
irreversibles en el entramado natural que sirve de soporte a la vida
mismo. Modificaciones abruptas al equilibrio planetario se encuentran en
gestación, otras en franco y acelerado progreso.
Los bosques
En sólo décadas, los humanos se las han ingeniado, con su maravillosa
sabiduría, para destruir la mitad de los bosques que embellecían y
enriquecían la porción del planeta sobre el nivel de las aguas. Con los
bosques destruyeron cerca de una tercera parte de las especies de seres
vivos que habitaban la Tierra. Hoy, una quinta parte de los vertebrados
que sobreviven se encuentran al borde de la extinción. Muy pronto,
majestuosos animales sólo languidecerán como prisioneros en zoológicos,
como trofeos en museos o como imágenes virtuales: elefantes,
rinocerontes, tigres de bengala, gorilas, osos polares, jaguares,
cóndores, ballenas. El acoso humano contra estas y tantas otras
maravillas evolutivas es implacable. El virus sapiens no parece dispuesto a compartir su huésped con otras especies.
La destrucción de bosques ha conducido también a la pérdida de
innumerables fuentes de agua dulce, un elemento vital para la
subsistencia del virus sapiens. Para mediados de siglo se espera que aproximadamente la mitad de su propia población sufra escasez severa de agua.
La deforestación también contribuye con la expansión de zonas áridas e
infértiles; con el aumento en la intensidad y la frecuencia de las
inundaciones en épocas de lluvia y las sequías en épocas de verano; con
la pérdida de fuentes de sus propios alimentos, de sus medicinas y de
materiales para la construcción de sus refugios. La sabiduría del virus sapiens
es tal que aún hoy continúa la destrucción, a una tasa de 5 millones de
hectáreas cada año sólo en América Latina, una superficie equivalente a
7.000 canchas de football cada día. La destrucción de bosques naturales
sólo en la franja tropical supera los 10 millones de hectáreas
cada año. En estos mismos bosques se encuentra la mayor riqueza genética
y la mayor diversidad biológica del planeta, el principal legado de
generaciones futuras del virus sapiens.
El mar
Los humanoides se las han ingeniado para destruir también el 24% de los
arrecifes de coral en los últimos 30 años (1980-2014), con otro 27% en
avanzado estado de deterioro. Los arrecifes son maravillas naturales de
carbonato de calcio que sirven como incubadoras de la vida animal
marina. Aunque ocupan menos del 1% de la superficie del mar, albergan al
25% de todas las especies marinas: peces, moluscos, crustáceos,
esponjas y equinodermos, entre otras, especialmente en la época de
reproducción. Como los arrecifes de coral sirven también como barreras
de protección a los manglares, su deterioro ha contribuido a la
desaparición de una tercera parte de los manglares que enriquecían al
planeta hace apenas 65 años.
Los arrecifes son muy sensibles
tanto al aumento de la temperatura como al aumento de la acidez de las
aguas donde se desarrollan, especialidades en el arsenal de armas
utilizadas por el virus sapiens en su campaña de agresión contra
el huésped que lo alberga. Tanto la temperatura como la acidez de las
aguas marinas se encuentran en franco aumento, amenazando no sólo a los
arrecifes que aún sobreviven, sino a la vida marina en su maravillosa
variedad.
Cerca del 30% de los recursos pesqueros se
encuentran sobre-explotados, conduciendo a su desaparición progresiva.
Más de 400 zonas marinas se ahogan por falta de oxígeno, donde no existe
vida animal, entre ellas partes del golfo de México, del mar
Mediterráneo, del mar Báltico y del Mar Negro.
En la actualidad, las exigencias del virus sapiens
exceden la capacidad de los ecosistemas naturales en aproximada-mente
un 30%. Para mediados de siglo tiende a superar el 100%, dadas las
aspiraciones estratégicas de la familia humanoide de cuadruplicar el
tamaño de su economía y continuar reproduciéndose para aumentar su
población a 9 mil millones de individuos para el 2050. Estas
aspiraciones tienden a imponerse, debido a que una élite viral, a través
de un puñado de corporaciones transnacionales, controla el 80% de la
economía mundial.
El aire
En apenas cien años, el virus sapiens
se las ha ingeniado para inyectarle a la atmósfera 2.140.000 millones
de toneladas de gas carbónico (CO2), junto a otros gases venenosos
desestabilizadores de la atmósfera, como el metano, los óxidos nitrosos y
las maravillas de los venenos atmosféricos: los fluorocarbonos. Esta
hazaña se debe a una adicción que los humanoides no pueden controlar: el
consumo de combustibles fósiles, petróleo, gas natural y carbón
mineral.
En apenas un siglo han perfeccionado el arte de
escarbar en las entrañas de la tierra en busca de estos narcóticos
virales, junto con tecnologías cada vez más sofisticadas para
extraerlos, transportarlos y refinarlos, para finalmente consumirlos. El
consumo de estos productos, enterrados por la naturaleza profundamente
bajo tierra, provoca en la actualidad la emisión de 35.000 millones de
toneladas de CO2 cada año, con tendencias crecientes para mediados de
siglo. Si se incluyen los otros gases de efecto invernadero, como el
metano y los óxidos nitrosos, las emisiones totales superan los 50.000
millones de toneladas equivalentes de CO2 por año.
La profunda discriminación imperante entre los virus sapiens
ha hecho que un 20% de ellos hayan emitido el 73% de esos gases y hayan
consumido una proporción equivalente de hidrocarburos. Esto le ha
permitido a esa minoría fortalecerse de tal forma que domina al resto de
la población, sometiendo a la mayoría a sus designios. La minoría
privilegiada ha incubado un ejército de virus mutados particularmente
letales; los ha distribuido por todo el planeta para someter a
cualquiera que se niegue a obedecer. Cuando actúan no tienen
misericordia con sus víctimas, lo que sirve de ejemplo para atemorizar a
los humanoides que incomprensiblemente intenten ejercer algún control
sobre sus propios destinos.
Entre las consecuencias de esta
gigantesca inyección de CO2 y otros gases a la atmósfera se destacan el
derretimiento de las masas de hielo tanto en el Ártico como en la
Antártida. El hielo marino Ártico perdió la mitad de su volumen sólo
entre 1950 (10 millones km3) y el 2014 (5.01 millones km3), medido en
septiembre cuando se presenta el mínimo anual. La capa de hielo sobre
Groenlandia cubre 1,7 millones de kilómetros cuadrados y contiene 2,83
millones de kilómetros cúbicos de hielo. Su pérdida implicaría un
aumento en el nivel del mar de 7,4 metros. Groenlandia ha perdido en
promedio 260.000 millones de toneladas de hielo cada año entre el 2002 y
el 2014. Mientras en la Antártida se han derretido en promedio 140 mil
millones de toneladas de hielo cada año entre el 2003 y el 2013. También
se derriten aceleradamente los glaciares en las montañas alrededor del
mundo. Crece la cantidad de refugiados ambientales tan aceleradamente
que amenaza la seguridad de los países en que se han atrincherado los
conglomerados dominantes del virus sapiens.
El
aumento en la concentración de CO2 y otros gases en la atmósfera conduce
al aumento en la temperatura promedio del planeta, al aumento en el
nivel del mar, al aumento en la frecuencia e intensidad de huracanes y
tormentas, al aumento en la intensidad de sequías e inundaciones, al
desplazamiento de enfermedades contagiosas y al debilitamiento a los
sistemas de producción de alimentos. El 2014 fue el año más caliente de
los últimos 200 años. Las tendencias actuales conducen hacia un aumento
de temperatura entre 3 y 5°C para finales de siglo sobre el promedio de
la época pre-industrial. Un aumento de temperatura de 4°C sobre el
promedio de la época pre-industrial no se ha registrado desde finales
del Mioceno hace 6 millones de años, cuando el nivel del mar se
encontraba entre 15 y 24 metros sobre el que conocemos.
La auto-destrucción
Una consecuencia adicional, especialmente peligrosa, de la inyección de
cantidades letales de gases tóxicos a la atmósfera es el desequilibrio
energético planetario. En la actualidad, la Tierra absorbe
considerablemente más energía de la que emite, a una tasa de 0.6 vatios
por metro cuadrado de superficie. El total (300 teravatios) es
equivalente a 20 veces el consumo anual de energía de toda la población
del virus sapiens. Es también equivalente a la energía contenida
en 400.000 bombas atómicas como la lanzada sobre Hiroshima, detonadas
cada día, 365 días al año.
Las implicaciones de la acumulación de tales cantidades de energía en la atmósfera terrestre, cada año, tiende a convertirse en el instrumento final para el suicidio colectivo de la población global del virus sapiens. Esta variación particular de humanoides no ha conocido un planeta bajo las condiciones ambientales que está precipitando sobre su propia existencia, pues tales condiciones no se han presentado en este desdichado planeta en los últimos 800.000 años.
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