Después de haber analizado los síntomas, como vimos en (I) y (II), y establecido un diagnóstico en (III) y (IV), este artículo de Jonh Bellamy Foster se enfrenta al pronóstico. Siguiendo con la terminología clínica, podemos hablar de una enfermedad de "pronóstico reservado".
Lo cierto es que el keynesianismo tecnooptimista que representa la socialdemocracia en su actual versión socioliberal no es una salida válida.
Lo que sigue a continuación
Al observar el naciente siglo XXI en el libro “La edad de los extremos”, el historiador marxista Eric Hobsbawm, expuso su preocupación por las amenazas que conmoverán este nuevo siglo.
Para Hobsbawm el siglo XXI nos trae peligros mayores que la terrible “edad de los extremos” cuando la humanidad se vio estremecida por conflictos imperiales, depresiones económicas, dos guerras mundiales y la posibilidad de su propia auto-aniquilación.
En 1949 Hobsbawm describió cómo veía el futuro:
“Vivimos en un mundo transformado por un desarrollo económico y tecno-científico que ha dominado los últimos dos o tres siglos. Sabemos –o al menos es razonable suponer– que esto no puede continuar hasta el infinito. El futuro no puede ser una continuación del pasado, y hay indicios, tanto externos como internos, de que hemos llegado al punto de una gran crisis histórica.
Las fuerzas generadas por la economía y la tecnociencia son ahora lo suficientemente poderosas como para destruir el medio ambiente, es decir, los fundamentos materiales de la vida humana. Las estructuras de las sociedades y las bases sociales de la propia economía capitalista están a punto de ser destruidas por una degradación que seguimos reproduciendo.
Nuestro mundo arriesga una explosión o una implosión. Esto debe cambiar. No sabemos a dónde vamos. Solo sabemos que la historia nos ha llevado a este punto. Sin embargo, una cosa es clara, si la humanidad tiene un futuro posible, ese futuro no puede ser la prolongación del pasado o del presente. Si intentamos construir un tercer milenio sobre esta base, con seguridad fracasaremos. Y el precio del fracaso será una sociedad donde predomine la oscuridad”. (85)
Hobsbawm dejó pocas dudas acerca de cuál era el principal peligro: el sistema tendrá consecuencias irreversibles y catastróficas para el medio ambiente natural, incluida la raza humana que forma parte de él. (86) La fe teológica que afirma que los recursos son asignados por un mercado sin restricciones crea las condiciones para que se desarrolle el “capitalismo del desastre”.
En su momento la posición de Hobsbawm fue criticada, por gente de izquierda, por ser demasiado “pesimista”. (87) Un cuarto de siglo después, está claro que las preocupaciones que expresó entonces eran las correctas. Sin embargo después de décadas de neoliberalismo, estancamiento económico, financiarización, creciente desigualdad y deterioro ambiental una visión que aborde, de manera integral, el fracaso del capitalismo es todavía una “rara avis” en gran parte de la izquierda de los países ricos.
La respuesta más habitual es reivindicar el mito de que una sociedad de mercado autorregulada puede salvaguardar la sociedad y el medio ambiente. (88) Esta concepción –que alimenta la esperanza de que el péndulo retroceda– ha sumado a cierta “izquierda” a distintas versiones de un social-liberalismo. Esta nueva versión del neoliberalismo esconde, sin disimulo, los fracasos del capitalismo y propone el retorno a una nueva era keynesiana, como si la historia pudiera desandar lo caminado.
Los políticos que promueven esperanzas de este tipo niegan a los menos cuatro realidades históricas.
Primero, la socialdemocracia floreció sólo mientras existía la amenaza de una sociedad socialista representada por la Unión Soviética y en Occidente partidos y una fuerza sindical importante que defendían a los trabajadores. Pero, como hemos comprobado, después de la caída del sistema soviético, las políticas socialdemócratas se desvanecieron rápidamente.
Segundo, el neoliberalismo es la forma que adquiere el capitalismo en su actual fase monopolista-financiera. Ya no existe la realidad económica del capital industrial en la que se sostenía el keynesianismo.
Tercero, en la práctica real, la Socialdemocracia Europea y de EEUU depende de un sistema imperialista que se enfrenta a los intereses de la gran mayoría de la humanidad.
Cuarto, el estado “liberal-democrático” y el dominio de la clase capitalista industrial dispuesta a un acuerdo social con el trabajo es una reliquia del pasado. Incluso, cuando partidos socialdemócratas llegan al gobierno prometiendo establecer un “capitalismo de rostro amable”, invariablemente se rinden a las leyes del funcionamiento del capital correspondiente a la presente fase histórica.
Como ha puntualizado Michael Yates: “hoy en día, es imposible creer que habrá una recuperación de los derechos sociales, que el modesto proyecto político y económico de los sindicatos y los partidos políticos socialdemócratas aceptaron y ayudaron a construir en el siglo pasado”. (89) La llamada izquierda social-liberal, ha aceptado acríticamente la modernización tecnológica sin tener en cuenta las relaciones sociales. Prisionera del determinismo tecnológico, esperan que la digitalización, la ingeniería social y una administración liberal gestionen el sistema.
Según los intelectuales social-liberales: “el capitalista neoliberal nos lleva a un desastre, pero este capitalismo (el neoliberal) puede ser reformado y debe hacerse desde arriba por imperativos tecnológicos”. En esta concepción el sistema capitalista mutará y solo quedarán “los marcos vacíos de las corporaciones, desprovistas de los intereses de la clase propietaria”.
Para el futurólogo Jørgen Randers (uno de los autores del libro Los Limites del Crecimiento): “la sociedad mundial dentro de cuarenta años vivirá un capitalismo reformado en que el bienestar colectivo estará por encima del individualismo”. Este capitalismo reformado estaría supeditado a: “un gobierno de sabios dirigido por tecnócratas, con menos democracia y también con menos mercado libre”.
En lugar de enfrentar directamente el fracaso del capitalismo, su estancamiento económico y la pobreza del “resto del mundo” Randers considera que estas cuestiones son secundarias. Predice que en el futuro: “la vida será más eficiente y sostenible que en la actual la versión del capitalismo”. (90)
Sin embargo, en los apenas siete años (desde que se escribió el libro en 2012) ya está claro que las predicciones de Jørgen Randers y compañía, están totalmente equivocadas. La situación que hoy enfrenta el mundo es cualitativamente más grave que cuando todavía las soluciones tecnocráticas parecían factibles para algunos y que el estado “democrático liberal” parecía estable.
Un cambio climático acelerado, un continuo estancamiento económico y una creciente inestabilidad geopolítica, son razones suficientes para entender que los desafíos a los que ahora nos enfrentamos son mucho más adversos que los vaticinios de “modernizadores progresistas” como Randers. Nunca la historia ha sido benévola con aquellos que se prodigan con predicciones. En particular si se conforman simplemente con proyectar determinadas tendencias tecnológicas y dejan fuera de cuadro a la mayoría de la humanidad y su vida cotidiana.
Por esta razón una visión dialéctica es tan importante. El curso real de la historia nunca se puede predecir. Lo único cierto sobre el cambio histórico es la existencia de luchas que impulsan cambios revolucionarios de carácter discontinuo.
Tanto las implosiones como las explosiones se materializan inevitablemente. Este proceso hace que el mundo para las nuevas generaciones sea diferente al de las anteriores. La historia nos enseña que todos los sistemas alcanzan un límite definitivo cuando son incapaces de regular las relaciones sociales y no pueden hacer un uso racional y sostenible de las fuerzas productivas.
(…)
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Notas
85 Eric Hobsbawm, The Age of Extremes (Nueva York: Vintage, 1994), 584–85.
86 Hobsbawm, La era de los extremos, 563, 569.
87 Ver Edward Said, “Contra Mundum”, London Review of Books 17, no. 5 (1995): 22-23; Justin Rosenberg, “El siglo de Hobsbawm”, Monthly Review 47, no. 3 (julio-agosto de 1995): 139–56; Eugene Genovese, “The Age of Extremes – Review”, New Republic, 17 de abril de 1995.
88 Polanyi, La Gran Transformación, 76.
89 Michael D. Yates, ¿Puede la clase trabajadora cambiar el mundo? (Nueva York: Monthly Review Press, 2018), 134.
90 Jørgen Randers, 2052: Informe al Club de Roma en conmemoración del cuadragésimo aniversario de los “Límites al crecimiento” (White River Junction, Vermont: Chelsea Green, 2012), 14–15, 19–23, 210–17, 248 –49, 296–97.
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