viernes, 21 de febrero de 2020

La imposibilidad de lo necesario (o la necesidad de lo imposible)

El infatigable Salvador López Arnal presentó en Barcelona el 11 de febrero el libro de Jorge Riechmann Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. La portada revela claramente la intención del autor: llamar con urgencia la atención "sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario".

Habría que darle la vuelta a esta contradicción: si lo necesario es imposible, habrá que hacer todo lo posible para que ese "necesario imposible" sea posible.

La imposibilidad a que se refiere es la contenida en este sentido común universal que pretende hacer una transición sostenible sin cambiar los hábitos, los valores y todo el modo de vida al que la droga del consumismo nos tiene acostumbrados. Cambiarlo todo (cosa que deviene imparable por mucho que nos pese) sin cambiar nada.

Es la contradicción que señalaba Antonio Turiel, a la que me he referido en la entrada anterior. Allí se afirmaba que el capitalismo que se autorregula convenientemente puede tener todas las cualidades que queramos ponerle, salvo la existencia. Aquí, que la transición conservadora del modo de vida actual al que nos ha llevado la evolución del capitalismo es imposible porque no puede existir en los términos pretendidos.

La única transición humanamente aceptable requiere otra forma de vivir y otros valores, basados en el amor. "La escasez más peligrosa es la escasez de amor", y es necesario ese imposible paso, no ya "del Yo al Nosotros", sino del nosotros reducido (los grupos primarios; amigos, familiares, conocidos) al nosotros ampliado, superando todo tribalismo.

Dejo aquí la mayor parte de la charla de Salvador. Terminaba con una pertinente referencia a la visión holística de García Lorca en Poeta en Nueva York, y recitando (en catalán, que yo traduzco al castellano) un canto a la buena vida, con toda su sencillez, de uno de los poetas preferidos de nosotros tres: Satisfacciones.

Dejo también esta cáustica viñeta que retrata perfectamente la ceguera reinante.


Miguel Brieva



























(…)

Antes de entrar en el decálogo, permítanme que destaque una de las ideas-fuerza del libro, mi favorita. Es el autor quien habla:
¿Escasez de energía y materiales? Sí -relativamente-. Sólo si la escasez en cooperación, solidaridad e igualdad nos impiden ajustar nuestras expectativas y deseos a lo biofísicamente posible. Esas son las escaseces últimas que amenazan con acabar con nuestra civilización y precipitarnos al colapso.
Lo que conduce al colapso, añade nuestro poeta y matemático con belleza y destacable coraje filosófico y poético
no es en última instancia el desequilibrio climático o la escasez de energía: es la escasez de amor. A la inversa; sólo si somos capaces de poner en marcha un proceso significativo de conversión al amor -biofilia, cuidado, respeto, cooperación, fraternidad y sororidad- podemos abrigar esperanzas de evitar lo peor de la catástrofe ecosocial que hemos puesto en marcha.
Puede sonar cursi pero no lo es, en absoluto. Añado también una hipótesis-conjetura, una tesis más bien, que comparto sin ninguna duda que me asalte. Jorge de nuevo:
Un factor muy determinante en la falta de reacciones adecuadas en nuestras sociedades es lo que suelo llamar tecnolatría.
¿Y qué es la tecnolatría, cuya crítica, por supuesto, no implica tecnofobia sin matices ni apologías anticientíficas? Es la confianza, generalizada en mi opinión, muy generalizada, una confianza irracional en la técnica, en las técnicas: no debemos preocuparnos, al final, un minuto o quince segundos antes del abismo, una nueva tecnología nos solucionará todos los problemas. Tranquilos. Somos la especie del riesgo, pero del riesgo con éxito. En el fondo, pensamiento religioso en estado puro: Dios-tecnólogo está con nosotros y no nos dejará a la intemperie.
(…)

¿Cómo es posible que lo necesario sea imposible? Pues lo es porque para mantener el CO2 en los niveles de los acuerdos de París, las naciones enriquecidas, las más contaminantes, deberían ubicarse de inmediato (no a medio ni a largo plazo) en recortes anuales de más del 10% y cero emisiones de CO2 para 2035-40, para dentro de 15, 20 años. Es decir, para ¡ya mismo! Esa es la necesidad.

La pregunta anexa se impone: ¿es políticamente posible? La respuesta, de entrada y de salida, es NO. El crecimiento económico, aunque sea verde, no es la solución, es más bien parte del problema. ¿No podemos eliminar gradualmente la energía de los combustibles fósiles y aumentar todavía la producción para satisfacer las necesidades de la mayoría? La respuesta tampoco ofrece dudas (aunque sea desagradable y opuesta a nuestros deseos más inmediatos y menos trabajados): no, no podemos.

La paradoja que Jorge formula y nos traslada: lo que tiene potencial de mayorías, no nos saca del atolladero ecológico; y los que nos saca, no tiene -a día de hoy, y tal vez por muchísimo tiempo, tiempo del que carecemos- potencial de mayorías. Luego, por tanto,… Hay respuesta.
(…)

Unos datos sobre esta barbarie. Alejandro Nadal, el gran economista mexicano, señalaba en un artículo reciente:
[...] el análisis sobre las emisiones de las fuerzas armadas estadunidenses permite observar que en realidad el régimen de cambio climático que hoy existe es sumamente débil, por no decir que, en el fondo, no existe. Los incendios en Australia y una guerra en Medio Oriente anularán cualquier logro que se hubiera alcanzado al amparo del Acuerdo de París. El cambio climático arremete contra los que no quieren ver la autoridad de la realidad.
Sus ejemplos:
En el marco del Acuerdo de París, Australia fijó una meta de reducción de emisiones de entre 26 y 28% respecto de las de 2005 para ser alcanzada en 2030. Las metas son modestas, acaso demasiado, y lo peor es que Australia ni siquiera está en camino de cumplirlas. De acuerdo con el índice de desempeño sobre cambio climático (www.climate-change-performance-index.org), que agrupa a las 57 economías responsables de 90% de las emisiones de GEI, Australia ocupó el último lugar en 2019. Y la situación va a empeorar. Desde el primero de agosto de 2019 los incendios en Nueva Gales del Sur y Queensland han emitido 306 millones de toneladas de dióxido de carbono. Ese monto representa más de la mitad de las emisiones anuales de Australia.
Un ejemplo de ceguera, continúa Nadal. Una segunda ilustración del otro lado de nuestro planeta:
El ejército estadunidense es la institución que más emisiones de GEI tiene en todo el mundo. Un estudio reciente de la Royal Geographical Society (www.rgs.org) reveló que las fuerzas armadas estadunidenses emiten más gases de efecto invernadero que la mayoría de los países del mundo. Se trata del peor contaminador institucional en todo el planeta. En 2017 las fuerzas armadas USA compraron 269.230 barriles de petróleo diarios [más de 98 millones de barriles anuales] y emitieron más de 25 millones de toneladas diarias de CO2 [anualmente de 9.100 millones anuales] Si fueran un país, ocuparía el lugar 47 en la escala de emisiones de GEI (comparable con las totales de Perú o Portugal)…
Los ejemplos sobre la sinrazón en que seguimos inmersos forman, como saben, un conjunto prácticamente innumerable.

Jorge nos cuenta desde las primeras líneas del asunto central y su posición frente a él. Se lo resumo. Cualquiera que en 2012-2013 se pusiera a estudiar con seriedad la posibilidad y necesidad de transiciones socioecológicas, desde el insostenible capitalismo fosilista y extractivista hacia formaciones sociales sustentables, llegaba, nos recuerda, a una conclusión más o menos deprimente: o bien las transiciones eran imposibles (con lo que eso comporta: asumir la inevitabilidad del colapso ecológico-social de las sociedades industriales capitalistas) o bien extremadamente difíciles e improbables (el colapso, escribe, estaba en marcha pero aún existía una pequeña ventana de oportunidad para evitarlo).

Jorge estaba ubicado en la segunda opción (la menos pesimista, por decirlo de algún modo)... hasta 2013. Cambió de coordenadas. Lo explica así:
"con dolor y con duelo y con crujir de dientes me desplacé desde la intuición de que el tragaluz de la esperanza materialista aún no se había cerrado del todo a la convicción pesimista de que sí había acabado de hacerlo”. El colapso, la hecatombe, la destrucción, como quieren decirlo, era inevitable. No hay más. Lo otro es sueño, simple deseo. Las fuentes renovables de energía, le estoy citando, “no pueden proporcionar la superabundancia de los combustibles fósiles a la que nos hemos acostumbrado, ni por tanto hacer viable un próspero “capitalismo verde”.
¿Hay diferencias prácticas entre esas dos posiciones? ¿Nuestra praxis ecosocialista queda alterada si tomamos un u otra opción? Jorge sostiene (lo argumenta extensamente a lo largo del libro) que sí, que hay diferencias, teóricas y práxicas.

Jorge nos recuerda la estimación de un físico concernido, Antonio Turiel, del que yo también soy fiel lector: “una estimación realista del potencial máximo que pueden proporcionar las energías renovables estaría entre un 30% y un 40% del consumo total mundial actual”. Una transición al 100% renovable solo saldría bien si fuese al mismo tiempo una salida igualitaria al capitalismo y una contracción de emergencia que redujera drásticamente nuestro uso de energía.

Una de ellas, tal vez la más importante: el voluntarismo optimista, la opción que él ya no comparte, nos insta a encaminarnos hacia propuestas de “crecimiento verde” y Green New Deal para las que, en su opinión, ya no hay tiempo suficiente ni recursos: ni tiempo para evitar desenlaces catastróficos ni suficientes recursos materiales y energéticos sin devastar la biosfera. Las propuestas optimistas resultan contraproducentes para las perspectivas de supervivencia (y bienestar humano) a medio y largo plazo. No es sendero transitable.

¿Qué hacer entonces? Algunas de sus ideas: hay que pensar en otras formas de acción y de contemplación (en la línea de una poliética de lo imposible), en una estrategia de (esta vez sí y en serio) desobediencia civil masiva. No hay nihilismo paralizador, no hay ausencia de praxis en su reflexión. No hay un “no puedo más y aquí me quedo”. Necesitamos trabajar en las grietas, señala en el apartado “Comunidades en transición, dentro de biorregiones resilientes, en un mundo industrial que colapsa”. En primer lugar, nos dice, “en las grietas de la insatisfacción con los alienados, empobrecidos, precarios y violentos modos de vivir que se nos imponen”. Y en segundo lugar, las grietas en los consensos hoy dominantes que aparecen a medida que se profundice “esta crisis que no acabará nunca(Antonio Turiel).

Trabajar, nos dice, sin desánimo, tenazmente, con paciencia, aunque nuestra posición sea hoy muy minoritaria. Es el programa urgente de la hora, de nuestra hora. Necesitamos, de nuevo es Jorge quien habla, construir toda clase de comunidades en transición.

Sus tres criterios (que no desarrollo) para todo tipo de iniciativas de transformación social en el Siglo de la Gran Prueba serían: 
1. Construcción de comunidad. 
2. Superación del tribalismo. 
3. Metabolismo sustentable.
Son muchas las enseñanzas del libro. Una de ellas: ayuda a no engañarnos. El discurso del decrecimiento feliz no es que sea engañoso, nos dice Jorge, pero olvida señalar algo muy, muy importante: usar menos energía quiere decir hacer menos cosas. Por ejemplo, turismo; por ejemplo, viajes; por ejemplo, aviones. Viviríamos mejor, ciertamente, pero solo a cambio de una metamorfosis axiológica (una conversión, si usamos el término de uno de los maestros del autor, también mío, Manuel Sacristán), una conversión decía, una metamorfosis axiológica, que sitúe la lentitud, la sobriedad, la espiritualidad y el amor en el pináculo de nuestros valores.

Otra enseñanza: Arthur Schopenhauer, en 1839, participó en un concurso de ensayos organizado por la Real Sociedad Noruega de Ciencia sobre el tema: “¿Puede demostrarse la libertad de la voluntad a partir de la autoconciencia?”. En su trabajo, según cuentan, yo no lo he leído, Schopenhauer sostuvo que aunque los individuos eran libres en sus acciones, la voluntad no lo era (estaba determinada por factores innatos). Cien años más tarde, Einstein parafraseó una de las afirmaciones del ensayo del filósofo alemán: “El hombre, el ser humano, puede hacer lo que quiere, pero no puede no querer lo que quiere”.

Jorge da la vuelta a Schopenhauer (y acaso también a Einstein, un autor que por supuesto no le es indiferente), y su aforismo pasa a formularse así: “Los seres humanos no debemos hacer siempre lo que queremos, debemos construir un nuevo querer y podemos, en ocasiones, dejar de querer lo que tal vez amemos o deseemos en exceso”.

Por supuesto que Jorge no habla por hablar y documenta todas sus afirmaciones con datos. Algunos son estremecedores. Les pongo un ejemplo. Yo no había reparado en él.

Llevamos años y años hablando del tema del calentamiento global antropogénico. ¿Cuántos? Para poner una fecha (incorrecta), desde 1992. No es una cosa ya, afortunadamente, de minorías ilustradas ecológicamente sino de inmensas minorías, mayoritarias incluso en algunas sociedades. ¿Quién, a día de hoy, no está en contra del calentamiento global y no acepta, en principio, que hay que tomar medidas con urgencia?

Pues bien, en este contexto político-cultural tenemos que: 
1. Desde 1751 a 1967, en 217 años, se liberaron a la atmósfera unos 400.000 millones de toneladas de CO2 (400 billones de kilos). 
2. Para liberar esa misma cantidad pasaron 23 años entre 1968 a 1990 (algo más, poco más, que una décima parte). 
3. De 1991 a 2006, en sólo 16 años, se liberó la misma cantidad. 
4. Pero, lo más llamativo, desde 2007 a 2018, en plena crisis de producción, distribución y consumo mundiales, en apenas en 11 años esta vez, se liberó la misma cantidad, esos 400 billones de kilos de CO2 a los que hacía referencia.
Item más: la mitad de todos los combustibles fósiles han sido quemados desde 1990 hasta hoy. ¡La mitad, no es un error!

 Así, pues, con razón habla Jorge del Siglo de la Gran Prueba y con razón nos advierte de que “no nos damos cuenta de lo que han sido los crecimientos exponenciales en la fase de la Gran Aceleración”. Con más razón si cabe añade: “Todo esto ocurrió durante los años de la crisis climática en los que los Homo sapiens ya no podían pretender que no entendían la amenaza que representaba su conducta y de hecho prometieron repetidamente hacer algo al respecto”.

La vindicación del realismo bien entendido (tocar realidad, a propósito de Gorona del Viento por ejemplo); la desmitificación, la necesaria crítica de mitos extendidos (y acaso de largo recorrido), como el del coche eléctrico; las agudas críticas (en plural) al capitalismo verde (en sus diferentes variantes); la inexistencia de suficientes minerales y metales en la corteza terrestre para permitir la transición ecológica en términos de sustitución de los combustibles fósiles por renovables de alta tecnología, son otros de los nudos que conviene destacar.

Además del recuerdo del visionario artista canario César Manrique (que le agradezco personalmente), hay en su libro pasos que merecen un marco. Un ejemplo:
Se puede decir así; en el pasado, cada gran transformación (revolución) en el modo de producción -comenzando por la revolución neolítica- aumentó la cantidad y la densidad de la energía usada por los seres humanos. Lo que necesitamos ahora -y con extrema urgencia- es lo contrario: usar menos energía (y por ello vivir en promedio con menos bienes y servicios, más localmente y más despacio). Eso supone empobrecimiento, en un sentido importante de la palabra “empobrecimiento” -aunque descendemos desde tan alto, en los países sobredesarrollados, que podríamos decrecer mucho y aun así vivir bien en términos materiales.
La transición energética no implicaría sólo ajustarse a los límites biofísico del planeta Tierra, añade, “sino que pone de inmediato sobre la mesa, con crudeza, las luchas contra la dominación y por la emancipación humana.”

Destaco también su mirada al Sur, su mirada al Sur global, al que no siempre miramos con la atención debida. Hablando de Suecia, por ejemplo, Jorge nos advierte que, en contra de lo dicho y afirmado, las emisiones suecas no se han reducido en absoluto sino que, simplemente, se han exportado al extranjero.

El fenómeno es general para todos los países sobredesarrollados: una parte del crecimiento de la huella de carbono atribuida habitualmente en las estadísticas oficiales a los países emergentes responde básicamente a los estilos de vida de la población residente en los países más desarrollados vía comercio internacional. David Wallace Wells lo ha señalado recientemente en La apatía global hacia los incendios en Australia es un presagio aterrador para el futuro:
Durante décadas, en EE.UU. y Europa Occidental, hemos prestado muchísima más atención al sufrimiento a pequeña escala por la fuerza de desastres naturales cuando afectan a partes del Occidente rico que lo que nunca hemos mostrado por aquellos que ya están sufriendo tanto por el cambio climático en Asia y especialmente en el sur del mundo.
(…) 

...hay varias formulaciones filosóficas, aforismos con pleno derecho, que no puedo dejar de destacar. Dos ejemplos.

El 1º: “No todo aquello que se afronta se puede cambiar, pero nada se puede cambiar hasta que se afronte”. 
El 2º: no es el momento de que rija ahora aquel lema que dio título a un magnífico y no olvidado libro de uno de mis maestros, tal vez también de ustedes, Ramon Valls Plana, sobre la Fenomenología de Hegel, "del Yo al Nosotros", sino del nosotros reducido (los grupos primarios; amigos, familiares, conocidos) al nosotros ampliado, más allá de nuestro tribalismo.
Hay una filosofía de fondo en el libro -coincide con su idea de que la escasez más peligrosa es la escasez de amor- que me atrevo a resumir-concretar con un poema, “Vergnügungen”, de uno de los poetas preferidos de Jorge (también mío), Bertolt Brecht:

La primera mirada por la ventana al despertarse,
el viejo libro vuelto a encontrar,
rostros entusiasmados,
nieve, el cambio de las estaciones,
el periódico,
el perro,
la dialéctica,
ducharse, nadar,
música antigua,
zapatos cómodos,
comprender,
música nueva,
escribir, plantar,
viajar,
cantar,
ser amable.



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