viernes, 7 de enero de 2022

Antonio Maíllo

Una grave enfermedad lo apartó de la política activa. Tras decir esto tan a la ligera, debo corregir que lo apartó del primer plano de la política, porque como animales sociales que somos nadie está fuera de ella, lo quiera o no, por activa o por pasiva.

Y este maestro, profesor de lenguas clásicas, sigue haciendo política activa, ahora desde la educación, porque como él mismo recuerda a quienes piensan poco y mal, el conocimiento es una herramienta para crear defensas sociales ante la vida.

Pocas intervenciones públicas ha tenido desde su dimisión como coordinador de IU en Andalucía y como diputado en el parlamento andaluz. Ahora, Juan Velasco lo ha entrevistado para Cordópolis.

Sus reflexiones van en ese sentido de ligar conocimiento y cambio social. Cuando el neoliberalismo ha impregnado los valores de la izquierda, hay que desmantelar la idea de que el individuo es lo más importante, y en la defensa del 'nosotros' frente al 'yo' está el eje de la nueva batalla cultural y social.

Claro que para ganar la batalla cultural hay que mejorar las condiciones materiales de la gente, porque no hay mejor extirpación del populismo que la mejora de las condiciones materiales.

Desde la miseria no se hacen revoluciones, únicamente se lucha por sobrevivir, y sin ideas claras y sumergidos en la ignorancia es fácil que los más desgraciados se arrojen en brazos del populismo de la extrema derecha.

Por eso no hay que menospreciar los avances sociales, por limitados que sean, dadas las circunstancias, sino aprovecharlos para que sirvan de palanca en la lucha por los inexcusables cambios. Los que hay que exigir, ahora mismo, por una elemental lógica de supervivencia.

La exigencia material y la mejora cultural son inseparables.



Antonio Maíllo: “La desconfianza sí que mata a la izquierda”

El excoordinador de IU en Andalucía analiza en una entrevista su vuelta a la pedagogía y la actualidad política: "El acuerdo para la reforma laboral ha alejado a la CEOE del bloque reaccionario".

"Yolanda Díaz acierta al plantear un proyecto que tenga voluntad de construir un país justo”, afirma sobre la vicepresidenta.

Por su proverbial prudencia, y sabedor del eco de sus palabras, desde que abandonó la política, Maíllo apenas ha concedido entrevistas. La que sigue se ha ido gestando entre llamadas y whatsapps durante varios meses, siempre bajo el pacto de que, más que un análisis de la actualidad, se buscara una conversación que rompiera el ritmo de lo urgente para centrarse en la pausa de lo imprescindible.

(...)

En educación está habiendo lo que yo llamo una neoindustrialización de los procesos educativos. El modelo de educación nos está invitando a que los profesores estemos procesando datos permanentemente. O sea, nos han pegado una paliza quienes anteponen los procesos administrativos a la cultura y la labor docente. Y eso sí que es verdad que es un cambio a peor en el sistema. Y todo esto está generando una ausencia del debate educativo, una carencia de la reflexión necesaria para tomar decisiones colectivas que viren hacia una mejor calidad de los procesos educativos. Y eso viene de arriba.

¿Eso pasa en la educación solamente? No. Eso pasa también en la salud, donde tú percibes que un médico pasa más tiempo de la consulta metiendo datos en el sistema que a la atención real del paciente. Y no es culpa de los médicos, sino de un sistema que los obliga a eso. Y pasa en cualquier ámbito del trabajo. Vosotros, los periodistas, estáis hiperacelerados y eso tiene un precio, que es una pérdida de la calidad en el producto final y también en una carencia de reflexión necesaria para mejorar estratégicamente tu función.

En esta nueva etapa del capitalismo se identifica el trabajo con la hiperproducción, ya sea de datos, de documentos, de elaboración de noticias, de cualquiera que sea la naturaleza laboral. Y, al mismo tiempo, una minoración de la reflexión, que ya dicen que no es ni necesaria porque para la reflexión ya están ellos. Entonces, ese nuevo modelo, está mermando elementos emocionales que son esenciales.

(...)

Mira, voy a contar una cosa que no he contado nunca pero que me llamó mucho la atención. Cuando yo estaba en el postoperatorio de la intervención que me hicieron –me hicieron una gastrectomía, me extirparon totalmente el estómago, que yo creo que fue la base de mi salvación y superación del cáncer–, recuerdo que uno de los cirujanos que me intervino, que es una persona extraordinaria –y además se llama Salvador, nunca mejor nombre, un salvavidas–, escuchaba los datos de su equipo, de analíticas, de cómo estaba yo de constantes vitales. Y, al final, hizo una pregunta, dirigiéndose a mí: “¿Pero tú cómo estás?”. Porque él y yo nos dimos cuenta que en esa especie de datos que se acumulaban sobre el paciente, que era yo, no intervenía el paciente. Y él tuvo la agudeza, producto de su excelencia, de preguntarme cómo estaba. Bueno, pues deberíamos volver otra vez a esa raíz y a decir al alumno: ¿Cómo te encuentras? ¿Has aprendido? Creo que hay que volver a ese origen.

Estamos inmersos en unos modelos y unos procesos que esconden la pregunta directa al alumno. Y eso dificulta saber si al final el alumno ha aprendido y si sabe afrontar dificultades, resolver dudas o sentirse feliz. Una de las cosas que más me ha llamado la atención a mi vuelta a la educación ha sido que en los claustros ya no se habla de docencia. Y no es culpa de los equipos directivos, sino del sistema del que te he hablado. Y luego, también me ha llamado mucho la atención que el alumnado tiene una obsesión casi enfermiza por las notas, en vez de si se ha aprendido o no. Hay una cultura que le estamos imbuyendo desde el propio sistema de que lo importante es sacar nota alta, no ya si se aprende de determinada materia o si se aprende a estudiar mejor.

Pero creo que lo que más me ha sorprendido en esta etapa es el grado de ansiedad que hay en el alumnado de Segundo de Bachillerato respecto a la Pevau. Un grado de ansiedad que objetivamente no está justificado, porque la Pevau la supera a partir del 90% del alumnado. Bueno, pues el grado de ansiedad es brutal. Creo que se establece una comercialización con las notas brutal y es una de las cosas que me parecen más negativas. Hay una mercantilización de la educación que me parece muy preocupante. El sistema está empujando a que las familias, el alumnado, incluso nosotros el profesorado, nos incorporemos al valor de mercado de las notas. Y no a lograr que esa nota sea producto de algo previo, que es la pasión por el conocimiento. Porque el conocimiento es una herramienta para crear defensas sociales ante la vida. Y hay que entender que, como consecuencia de ese placer por el conocimiento, vienen después unas notas buenas. Pero no el fin casi único en que se ha convertido.

Hay una mercantilización clara del proceso educativo. Lo importante es sacar un 9 o sacar un 10, no si se ha aprobado. Y hay otro elemento: ante la saturación de la información, el conocimiento enciclopédico no vale. Cuando tú hoy puedes acceder con un móvil o a través de las redes. Es que nosotros tenemos el libro aquí (levanta el teléfono). Eso lo explica muy bien Irene Vallejo en El infinito y el junco: aquello por lo que la gente mató y la gente murió, ya lo tenemos todo el mundo en una terminal de móvil. Por tanto, quizá el reto educativo tiene que ser desbrozar la información. El saber identificar que toda palabra escrita, que ha sido sagrada para las sociedades como fuente de conocimiento, ahora resulta que no lo es. Entonces, el gran reto es saber distinguir lo que es información buena de lo que no lo es. Y no estamos enseñando esto porque estamos en un momento de aprendizaje casi de la prehistoria digital. Dentro de cuarenta o cincuenta años nos verán como rudimentarios en el proceso de digresión entre la información y lo que no lo es. Pero ahora mismo todavía prevalece esa trascendencia de miles de años de sacralización de la palabra escrita. 

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El desmantelamiento de la sanidad pública en Andalucía ha hecho trizas la Atención Primaria. Es una cosa brutal el hecho de que, ni con una pandemia, han modificado su ideal de transferencia a lo privado de un servicio sanitario que tenía que ser público. Esto se ha evidenciado en ese ejemplo de un consejero de Salud inaugurando clínicas privadas. Es una fórmula obscena de poner el foco en cómo se asume que el deterioro de la sanidad pública es una fase que ellos tienen estudiada hasta lograr la privatización y la transferencia masiva de lo público a las clínicas privadas. Clínicas y hospitales que, por cierto, no tienen capacidad para afrontar los retos y las demandas sanitarias…

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Se está produciendo ese fenómeno por el cual no hay que dejar que la realidad te estropee un titular, ese principio cínico del periodismo. Y hay gente que no quiere que una noticia le estropee sus gafas ideológicas. Estamos muy instalados en nuestras gafas ideológicas y, en ese prejuicio, la gente busca el relato que mejor se amolde a su cosmovisión de la vida. Pero hay una realidad material, que es el deterioro de la sanidad y que es universal. Es decir, cuando se produce un deterioro en la educación, afecta a las familias que tienen hijos en el proceso educativo, pero la sanidad tiene un deterioro universal. No hay familia que escape a una cita médica de atención primaria de un mes, de analíticas para el próximo mes. Esto se da hasta en centros de salud rurales y de eso no hay familia que escape. Esa cotidianidad puede tener repercusión en lo político. Otra cosa es que haya respuesta en forma de atractivos proyectos políticos en los que la gente se sienta identificada.

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Con el fomento del individualismo es que llevamos ya cuarenta años, y eso explica mucho el comportamiento irracional que hay ahora. Es que llevan diciéndonos desde hace cuarenta años que el individuo es lo más importante. Y claro, ahora llega una pandemia cuando el concepto de salud no es el individual sino el de salud pública. Pues, cuando uno se extraña ante los negacionistas y la gente que no se quiere vacunar, tiene que entender que se nos ha estado diciendo desde hace cuarenta años, desde la revolución neoconservadora de Thatcher y Ronald Reagan, que el individuo es lo más importante. Hay que desmantelar la idea de que el individuo es lo más importante. Y sólo se puede hacer a través de conceptos comunitarios que, a medio plazo, creo que van a prevalecer –yo soy optimista en este sentido–. Pero, evidentemente, en las salidas individuales, las salidas negacionistas e incluso la aparición de ciertos sectores que se llaman a sí mismos progresistas pero se niegan a vacunarse, hay un triunfo del neoliberalismo. Fíjate, hasta en las organizaciones políticas y en ciertos comportamientos de hiperliderazgo y desprecio a las organizaciones sociales hay un triunfo del neoliberalismo.

La lucha de clases no es que haya que recuperarla, es que existe. Otra cosa es que la estén ganando los ricos (Se ríe). En estos momentos… La lucha de clases no ha dejado de existir, pero lo que me preocupa es cómo se ha instalado la idea de la secundarización de la importancia de las organizaciones sociales. Hay una especie casi de desprecio implícito hacia aquellos que se organizan. Aquellos que dan su patrimonio personal a un proyecto colectivo, llámese sindicato, llámese partido político o llámese comunidad de vecinos. Eso me preocupa. A mí, cuando se configuran proyectos en los que dicen “vamos a hablar con la sociedad civil”… Perdona, la gente que decide afiliarse a un sindicato, estar en un partido o en una asociación son sociedad civil. ¿O es que la sociedad civil es el tipo que se ha hecho líder en Twitter, en Tik Tok o Telegram? Cuidado con eso.

Lo que pasa es que los líderes sociales son hegemónicos. Es decir, puede que no sean mayoritarios, pero marcan tendencia. A mí lo que me preocupa es, por poner un ejemplo, el carmenismo. A mí me llama la atención la idealización que se ha hecho de la ex alcaldesa de Madrid, que me parece que ha tenido una trayectoria por lo demás muy interesante, tanto como juez como jurista. Pero se convierte en una especie de líder de ética política a una persona que ha denostado formas de organización que son muy legítimas. Y que tienen sus defectos, que los partidos políticos tienen muchos defectos...

Los tiene cualquier colectivo social. Entonces, me preocupa la construcción de una vinculación de la sociedad civil como si fuera ajena a lo organizado. Porque lo organizado es la sociedad civil y la sociedad civil tiene mecanismos de contrapoder interno que, con todos sus defectos, no dejan de ser parte de un termómetro social. Vincular una especie de proyecto inmaculado a la suma de líderes súper guay me parece una perversión preocupante. Y, sobre todo, me parece, en términos ideológicos, un triunfo del neoliberalismo. El triunfo del neoliberalismo es haber penetrado en espacios que lo niegan. Incluso allí donde hay personas que están luchando supuestamente contra sus valores.

Los hiperliderazgos son producto del individualismo. Y me preocupa, en esa falta de reflexión que hay colectiva, una cierta epidermis dentro de la izquierda. Nos conformamos con poco. Nos conformamos con algo en lo que creer, con un enganche, sin una visión a largo plazo. Hay muchas prisas. En los combates sociales, en las batallas culturales y en la lucha por la mejora de las condiciones materiales no se puede tener prisa. Lo importante es que la dirección en la que se tomen determinadas decisiones sea la dirección correcta. O la dirección que vaya consiguiendo pequeñas batallas. 

(...)

Hay que asumir que hay mucha gente que se considera de izquierdas y está en posiciones absolutamente contradictorias. Y, en segundo lugar, también creo que hay un sector de la izquierda cuyo programa electoral y social son dos huevos duros. Es decir, la eterna insatisfacción. Lo dice Marga Ferrer, que dice que la izquierda tiene la insatisfacción como método. Es que hay gente que nunca está satisfecha y hay que saber que eso existe pero no hacerle el más mínimo caso. Porque no pueden convertir grandes victorias en derrotas.

Esa es una reflexión muy oportuna. Eso y que no hay que tener prisa, que hay que tener humildad y reconocer que el neoliberalismo ha impregnado los valores de la izquierda y que, por eso mismo, hay que empujar a un proyecto que sea capaz de disponer esa batalla cultural. Porque, para ganar la batalla cultural hay que mejorar las condiciones materiales de la gente. La extrema derecha se instala en un empeoramiento de las condiciones materiales y es porque ellos saben que no tienen mejor caldo de cultivo que un desistimiento de las capas populares, si se convencen de que no sirve de nada un gobierno progresista. Ellos saben que la mejora de las condiciones materiales sólo pueden lograr que triunfen los proyectos transformadores.

Para mí hay un punto de inflexión, que son las elecciones andaluzas de hace tres años, que es la entrada y el desembarco del trumpismo español a través de Vox en el Parlamento de Andalucía. A partir de ahí se tiene que reforzar un bloque democrático en el que hay que convencer a cuanta más gente de que no se incorpore al bloque reaccionario, que surgió como una amenaza real, no solo de gobierno sino como una amenaza de pérdida de derechos. Desde esa inflexión, ¿qué ocurre? Quizá una de las cosas que tiene el surgimiento de Vox es que se ha llegado a un momento en el que no se pueden pedir máximos, sino alcanzar acuerdos lo más amplios posibles, que alejen a gente que pueda estar en la frontera del bloque reaccionario.

No me refiero a los equidistantes, sino a gente que tenemos que incorporarlos para alcanzar acuerdos. Vuelvo a la reforma laboral. ¿Por qué es tan importante que haya sido un acuerdo con la CEOE? Porque, en el fondo el acuerdo con la CEOE para la reforma laboral ha alejado a la CEOE del bloque reaccionario. Objetivamente, el logro de Yolanda Díaz va más allá de la reforma, porque consigue una quiebra sobre el bloque reaccionario que se está compactando. Y prueba de ello es la desesperación del PP en los últimos tiempos, con una batalla electoral con Vox, una batalla ideológica y, sobre todo, porque ellos, que se autoproclaman de manera natural para dirigir este país, están viendo que cada vez se aleja más ese puerto. Entonces, ¿vale la pena incorporar a la CEOE para conseguir que la reforma laboral dure mucho tiempo aunque no consigamos el 100% de nuestros objetivos? Vale la pena. ¿Que los puros de izquierdas no conseguimos todas las condiciones? Es verdad.

Pero el barco ha virado y es la primera vez que se hace una reforma que aumenta derechos. El Estatuto de los Trabajadores ha tenido 30 cambios, 30 modificaciones, y todas han tenido una tendencia a restringir derechos. Joder, es la primera reforma que lo que hace es virar estratégicamente esa tendencia. ¿De verdad alguien cree que un acuerdo con partes contradictorias puede conseguir el 100% de los supuestos que uno tiene como parte? No es posible. Por eso creo que en esto tenemos que aprender de las derechas a no tener prisa. Sobre todo de la Iglesia Católica que esa sí que sabe. Debemos aprender a tener una visión estratégica de los objetivos que queremos conseguir. Y, en esa clave, a mí lo que me importa es, primero, incorporar a la mayor parte posible en el bloque democrático.

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Yo veo la necesidad de crear un bloque que tenga como aspiración ser mayoría. Y, por tanto, asumir y definirlo espacialmente a la izquierda del PSOE tiene un factor limitante que contraviene la aspiración de ser un proyecto de mayoría. Y ahí yo creo que Yolanda Díaz acierta al plantear un proyecto que tenga voluntad de construir un país justo. Ahí no debemos poner límites. En lo que yo discrepo, y lo que percibo desde fuera, es que diga que hay que incorporar a más gente de la sociedad civil pero sin los partidos organizados. Porque no se puede penetrar en la batalla por abajo en el territorio sin los partidos. Y ahí, yo creo que debería armonizar la aportación patrimonial de los partidos organizados y la sociedad civil. No debería ser incompatible. 

Creo que de la experiencia de Adelante Andalucía se pueden extraer muchas enseñanzas. Una de ellas es: si se está de acuerdo con todo, ¿por qué se fracasa? Pues yo creo que hay varios factores. Uno, que aparte de los elementos programáticos, hay una clave que es la política de alianzas. En la política de alianzas sí se producen divergencias. Y, en segundo lugar, creo que lo importante es que se llegue a un acuerdo y se sea leal a ese acuerdo. Pero, créeme que lo determinante está en la política de alianzas. Y, después, bueno, ahí está el elemento subjetivo. Como te decía antes, el neoliberalismo ha impregnado los valores de gente que se proclama anticapitalista. Ese es el triunfo de un modelo político cuando se hace hegemónico: que sin darse cuenta, lo tienen en su individualismo, en sus ambiciones personales, en su ego y en elementos que son absolutamente contrarios a los valores tradicionales de la izquierda.

Creo que falta mucha humildad en el campo de la izquierda. Es que, cuando tú construyes algo con alguien, tienes que construirlo desde la confianza. Ese es otro elemento que ha desaparecido. La gente desconfiada no es gente crítica. A mí, cuando la gente me dice: “Yo es que soy muy crítico”. No, mira, tú lo que eres es desconfiado. Y la desconfianza es también un triunfo del neoliberalismo cultural y una respuesta de ese individualismo del que hablábamos. Yo reivindico que, cuando alguien que tiene un puesto de responsabilidad toma una decisión, se parta de la base de la confianza. Yo parto de la base de la confianza y de que hace todos los esfuerzos posibles por dar lo mejor de sí mismo.

La desconfianza por sistema es producto del individualismo que ha impregnado las organizaciones de izquierdas. Y hay mucho izquierdista que en el fondo es un desconfiado y que no es más que un producto de una época en la que se nos ha dicho que, como yo soy lo más importante del mundo, los demás son una pandilla de traidores. La desconfianza sí que mata a la izquierda. Las cosas hay que construirlas desde la confianza. Es fundamental. Si no hay confianza, ha triunfado el neoliberalismo, por muchos votos que tengamos. Por muchos escaños que tengamos en el congreso, culturalmente nos han ganado.  

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Son minoritarios pero han salido del armario. Hay una ostentación de esa ideología y eso claro que me preocupa. Porque se normaliza además. Frente a la grosería del Congreso, donde los diputados de Vox son groseros, maleducados, macarras, a mí me sobrecoge la normalización de determinadas tesis. Los chavales no lo hacen de manera violenta, ni chulesca, no. Normalizan determinadas tesis. Hablo del machismo, la intransigencia con quienes piensan de otra forma –digo a través del desprecio de la opinión–, en la construcción del rechazo a los inmigrantes, sin ninguna consistencia… No te lo dicen con gritos, sino desde unas tesis que ellos interpretan que es sentido común. Y eso sí que me sobrecoge. Ahí sí que veo que hay una batalla por librar.

En Andalucía la gente asume una compatibilidad de identidades entre ser andaluz y ser español. Y, por tanto, es un elemento que está ahí. Otra cosa es la construcción más o menos impostora de quienes creen que hay ahí un nicho de mercado electoral. Esa es otra historia y, por cierto, eso entra dentro de lo que yo hablo de la penetración del neoliberalismo en el supuesto izquierdista. Es decir, operar desde mecanismos absolutamente capitalistas para lograr el mantenimiento electoral. Eso es otra cosa.

Yo temo a una pérdida de la conciencia del valor de lo público, de lo comunitario. Temo a la insolidaridad en lo cotidiano, a la insensibilidad del vecino de al lado. A la normalización de la pobreza, la expresa, la que se ve, y a la vergonzante o pudorosa. Temo a la insensibilidad social y la pérdida de lo comunitario. Ese es mi mayor temor.

Hay una normalización y una insensibilización. Y los últimos diez años de crisis y la pandemia… Ahí es donde yo veo que hay una batalla donde tenemos que construir comunidad. La lucha por lo común va a ser determinante. La conciencia y la vinculación intelectual de que lo común se adquiere por la potenciación de los servicios públicos y no del individualismo. En la defensa del nosotros frente al yo está el eje de la nueva batalla cultural y social. Habrá que luchar contra la normalización de la desigualdad social y contra la falta de rebeldía frente a la instauración de una pobreza endémica que se instale en lo exterior, creando un nuevo lumpen que se visualice en la sociedad como algo normal; y en lo interior, como una pobreza pudorosa de quien se bloquea por el deterioro de sus condiciones materiales de vida.

Y después hay otra cosa, que es una ola de pensamiento irracional. Y a ver cómo lo combatimos. Porque esa ola se ha instalado a nivel mundial y se percibe muy bien en las redes sociales a las que tú aludías. Porque hay gente que, aunque no sea mayoritaria, generan tendencia.

Es que, cuando a la gente le das datos y te sigue negando la evidencia, estamos ante un problema que habrá que solventar. Entre otras cosas con mucha más educación. Ojalá hubiera en España una ley de educación consensuada. Pero ahí hay un obstáculo enorme que se llama Iglesia Católica, que va a imposibilitar algo así porque entiende que cada reforma educativa es en menoscabo de su poder e influencia. Y, ese obstáculo explica por qué se puede llegar a niveles de consensos amplios en muchas reformas y no se llega en la educativa. Eso es un drama que tenemos en nuestro país.

Cuando yo hablo de Iglesia Católica no hablo ni mucho menos del Papa, sino de una institución que piensa por decenios. Ellos no piensan por años. Estamos hablando de dominio de educación y, por tanto, de poder social.

(...)

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