domingo, 23 de enero de 2022

Franco y los niños (III)

La dictadura argentina no inventó nada que no hubiera sido practicado antes en España. Pero aquí ni siquiera hemos visto aquellas protestas en las calles. La causa es el encallecimiento causado por una dictadura que duró mucho más y se agotó de peor manera. Por esa razón ni siquiera se han puesto en marcha procedimientos sistemáticos para restablecer las identidades perdidas.

Como las cifras abultadas y anónimas no remueven los sentimientos, no está de más relatar algunos casos particulares para agitar conciencias. Bien lo saben los publicistas y asesores políticos, practicantes sistemáticos del storytelling. Practiquémoslo pues, con un propósito algo más noble, a mi entender.

Sigue aquí la serie dedicada a los autos de Garzón.

 

DÉCIMO.- La Ley de 4 de diciembre de 1941 y el Decreto de 1940 mencionados, bajo la aparente cobertura de solucionar un problema de gran trascendida del de los niños cuyos padres estaban en prisión, desaparecidos, muertos, clandestinos o en el exilio, realmente lo que introdujo fue un sistema arbitrario de asignación de identidadesfiliación e inscripción de miles de niños que, presuntamente, transformó en un hecho consumado la desaparición de los afectados en relación con sus familias de origen.

En medio de ese entramado burocrático creado con la aparente intención mencionada, se dieron casos de alteración de datos de nacimiento para impedir que los padres, obtenida la libertad o reintegrados a la vida civil, recuperaran a sus hijos, perjudicando así las adopciones consumadas.

En la Casa Cuna Provincial de Sevilla consta una carta del capellán de la institución, Juan A. Gordio, en la que daba instrucciones a los nuevos padres sobre cómo debían alterar los datos para que no hubiera lugar a reclamaciones: “Mis queridos amigos: cuando la superiora hacía unas horas me había entregado esos papeles fue cuando la madre de la niña se presentó en la Diputación a decir que aquí no le daban razón de una niña que en tal fecha ella echó. Al ver esto y prever que les podían hacer pasar a Vds. Un mal rato, decidí no hablar ni tocar el asunto en la Diputación hasta que no estuviera alejada la idea de esta mujer, y cuando Vds. Fueran ni se acordaran que tal mujer había ido a reclamar nada. Y así ha ocurrido, pues ya ni la superiora de aquí ni en la Diputación se acuerdan de nada: yo he ido a explorar el terreno y no me han dicho ni una palabra, sino que todo bien y que podéis prohijarla cuando queráis. Y ahora buscando entre los papeles de mi archivo los encuentro y se los envío para que hagáis lo siguiente. El papel ese grande lo tenéis que rellenar entre Vds., el alcalde y el párroco y debidamente firmado lo traen Vds. cualquier día en la Diputación. Si por casualidad os preguntara Serrano, que cómo habéis tardado tanto en ir, Uds. le decís solamente” que Miguel había estado enfermo y esperabais, como es natural, a que el esposo se pusiera bien”. No digan ni una palabra más ni una menos, sino a todo que sí […] si queréis que la niña no aparezca con vestigio ninguno de la cuna, luego que arregléis lo del notario vais al Palacio Arzobispal con los documentos de la prohijación de la Diputación y con la prohijación notarial, y allí en la vicaría del Arzobispado le arreglan el asunto de manera que mandan un oficio a la Casa Cuna para que se inutilice la partida del bautismo de la niña, y otro oficio a la parroquia que Vds. quieran para que pongan una Fe de Bautismo como si la niña se hubiese bautizado en aquella Iglesia”.

Otro de los sistemas fue el de la apropiación en el momento del parto. «Lo llevaron a bautizar y no me lo devolvieron. Por ejemplo, esta mañana nació el niño y fueron por él para bautizarlo, pero el niño ya no volvió pa' mi. Ya no volví a ver más… Yo no sé quién lo llevó. Era duro de buscar. Yo reclamaba el niño, y que estaba tal y que estaba cual, que si estaba malo, que si no estaba… Aquel niño no lo volví a ver. No. ¿Cuántos llevaron más que al mío?. Para eso no hacían falta permisos. Si por ejemplo tu estás pariendo, viene un matrimonio que no tiene hijos y quiere reconocerlo, te lo quitan y lo llevan y nada más» (Testimonio de Emilia Girón, 12 de marzo de 2001, citada en Irredentas, pg. 85).

Se dieron asimismo muchos casos de embarazadas, en múltiples ocasiones como consecuencia de violaciones después de su detención, condenadas a muerte a las que se mantenía con vida hasta el alumbramiento e inmediatamente después eran ejecutados. Los hijos eran entregados a centros religiosos o del Estado a pesar de que las madres, antes de morir, se habían negado explícitamente a ello.

Destaca por su contundencia el relato que el sacerdote capuchino Gumersindo de Estella, cuyo nombre civil fue Martín Zubeldia Inda (fallecido en 1974), dejó escrito en su memoria, cuyo manuscrito citado por Ricard Vinyes se halla en el Archivo de la Biblioteca Hispano Capuchina, en la que recoge los hechos ocurridos en la cárcel de El Torrero durante el tiempo (primeros años de la posguerra) que ejerció como capellán de la misma, relacionados, entre otros aspectos, con la sustracción de hijos de mujeres presas por religiosas, sin autorización de las madres: Uno de los casos relatados se refería a tres mujeres condenadas a muerte: «Las dos primeras tenían, en la cárcel, en sus brazos, una criatura de un año de edad cada una o poco más. Eran hijas suyas: “¿y qué van a hacer con las dos criaturas?, pregunté. Me contestó alguien que ya habían sido llamadas dos religiosas a la prisión para que las llevaran, pero la faena de .... desgarradores: “Hija mía….¡ No me la quiten! ¡Me la quiero llevar al otro mundo!” Otra exclamaba: “¡No quiero dejar a mi hija con verdugos! Matadla conmigo, hija de mi alma… qué será de ti.” Y otras frases de ese estilo. Entretanto se había entablado una lucha feroz: los guardias que intentaban arrancar a viva fuerza las criaturas del pecho y brazos de sus pobres madres que defendían sus tesoros a brazo partido […] Puede suponer cualquiera cuál era mi estado de ánimo al oír llorar a las criaturas que no querían salir de los brazos de sus madres y que se espantaban al ver a los guardias […] Jamás pensé que hubiera tenido que presenciar escena semejante en país civilizado.”

En otra ocasión, al sugerir al juez que no podía mandar a fusilar una joven embarazada, la respuesta fue contundente: “¡Si cada mujer que se hubiese de ajusticiar se había de estar esperando siete meses! Ya comprenderá usted que eso no es posible…”.»

(continúa)

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