La exaltación de la naturaleza fue un tema fuerte del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Los nazis estaban en la vanguardia del conservacionismo y crearon algunas de las primeras reservas silvestres protegidas legalmente. Puede sorprendernos que su legislación fuese la primera en reconocer a la naturaleza y los animales como sujetos de derecho en vez de objetos.
En 1934, Ernst Lehmann, que un año más tarde sería nombrado por Hermann Göring director de la Deutsche Zeppelin Reederei, dejaba estas hermosas palabras en la publicación Voluntad biológica. Caminos y objetivos del trabajo biológico en el nuevo Reich:
Reconocemos que separar la humanidad de la naturaleza, de la vida toda, conduce a la propia destrucción de la humanidad y la muerte de las naciones. Sólo a través de una nueva integración de la humanidad en toda la naturaleza puede nuestro pueblo hacerse más fuerte. Ese es el punto fundamental de las tareas biológicas de nuestra época. La humanidad sola ya no es el foco del pensamiento, sino más bien la vida como un todo... Este esfuerzo hacia la conexión con la totalidad de la vida, con la propia naturaleza, una naturaleza en la que hemos nacido, este es el significado más profundo y la verdadera esencia del pensamiento nacional-socialista.
Lo que no quedaba claro en esta propuesta es hasta dónde extendían los nazis el concepto de "humanidad". Y todas estas proclamas pasaron a un segundo plano puramente retórico cuando la Alemania de Hitler abandonó rápidamente su doctrina ecológica a fines de la década de 1930, para recurrir al productivismo y la industria pesada.
Lo que podía considerarse un precedente del moderno ecofascismo quedaba reducido a fascismo a secas.
La esencia del fascismo es la exclusión del "otro", de ahí que todas sus proclamas humanistas (que ni siquiera se dan en todas sus versiones) reducen la humanidad a un grupo excluyente de todo lo extraño a él. Una gran contradicción del fascismo internacional es precisamente esta. Acaba siendo siempre un fascismo "de clase" más que de "patria", porque dentro de ella no se incluye a toda la población. Solo los "buenos españoles" son españoles. Por algo aquel grupo de militares fascistas deseaba exterminar a más de la mitad de la población.
Esa es su visión ecológica: para mantener un cierto equilibrio planetario sin renunciar a nuestro nivel de bienestar, aquí sobra gente. Hay que excluir de nuestra sociedad a los sobrantes, y eliminarlos cuando sea necesario. El fascismo nunca se ha planteado que el problema es el capitalismo, inevitablemente crecentista. Acumulación creciente y menor capacidad de crecimiento llevan a esta conclusión.
Los grandes beneficiarios son muy pocos, y siempre necesitan productores, pero en la cantidad necesaria para su ecosistema. Hay que llevar a una parte de la población a ver el problema en los otros. Ocultar la lucha de clases tras otras luchas, raciales, nacionales, religiosas. La patria y la religión son viejos señuelos. Añadamos un sentimiento de superioridad racial, con falsos argumentos pseudocientíficos. Se mezcla todo bien y tenemos un cóctel apropiado.
El inmigrante que viene a quitarnos el pan (y comerse con él el perro, si hace falta) es en este momento el enemigo más visible. El fascista pobre se convierte así en aliado fiel del amo si se le inocula el odio al extraño.
Mientras se reduce el pastel, los más ricos, sabedores de la ruina a que conducen a este mundo, sueñan estúpidamente con escapar a otros. Con lo bien que echan las cuentas en sus inversiones, qué poco saben de auténtica ecología. Y al parecer, nada en absoluto de termodinámica.
Dejo aquí esta tierna imagen de un humanísimo führer, capaz de poner todo su cariño en los tiernos animalitos, sobre todo con una cámara delante. Y unas reflexiones de Jorge Riechmann sobre texto de Rafael Poch, que me llevan a la definición a mi entender más exacta: ecofascismo del fin de mundo. A fin de cuentas, hasta un cadáver es un ecosistema, en equilibrio altamente dinámico.
Adolf Hitler con dos cervatillos. |
Fue un error optimista hablar de ecofascismo
Fue un error optimista hablar de ecofascismo, pensando que se asumiría de alguna forma la crisis ecosocial para darle una salida fascista. Lo que tenemos es fascismo a secas: negacionismo hasta el final, más la afirmación de que prevalecerá un sector de elegidos.
(Si se insiste en llamar ecofascismo a las corrientes actuales, entonces habrá que llamar a lo de Hitler y Mussolini también ecofascismo…)
(Y si se quiere puntualizar sobre lo de ahora: llamémoslo fascismo de fin de mundo, Ragnarok-fascismo o Armagedón-fascismo.)
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“Cuando personajes prudentes como el secretario general de la ONU o el ex diplomático español Miguel Ángel Moratinos dicen que ‘la humanidad ha abierto las puertas del infierno’ al ignorar el calentamiento global e incumplir los objetivos impuestos, y que nos encontramos ‘al borde de la Tercera Guerra Mundial’, expresan el mero sentido común de cualquier persona despierta. Efectivamente, en comparación con situaciones del pasado el mundo de hoy es peligroso por la combinación y correlación de dos crisis, la una dentro de la otra: la crisis del declive occidental y la crisis del Antropoceno, o mejor dicho del capitalismo antropocénico. (…) ¿Cómo se lee lo de Gaza a la luz de la combinación de estas dos crisis? ¿Qué mensaje lanza la complicidad occidental con la evidente y criminal negación del principio de igualdad entre seres humanos en el siglo XXI que se observa allá? Sin duda un mensaje y un aviso sobre cómo la parte privilegiada de este mundo pretende ‘solucionar’ el callejón sin salida al que nos ha conducido el sistema capitalista. Es decir: la ‘solución’ de mantener islas de libertad y derecho estrictamente protegidas por ejércitos y armadas para, digamos, el 20% de la población mundial, y excluir, recluir y si es necesario exterminar al resto en zonas, humana y ambientalmente, desastradas. El sociólogo Immanuel Wallerstein decía que esto podía no ser muy diferente del orden pregonado por Hitler y los nazis…”
Esto escribía Rafael Poch de Feliu, en “Un genocidio entre dos crisis. Consideraciones sobre el futuro y el pasado del actual mundo peligroso”, en contexto, el 20 de diciembre de 2024.
Escribe también Poch de Feliu:
“Esta brutalidad tiene precedentes en las sociedades europeas más sofisticadas y cultas. Caracterizó la colonización euroamericana del ‘Nuevo Mundo’ en la que los colonos europeos mataron a más de 55 millones de indígenas en América del Norte, Central y del Sur a lo largo de cien años, hasta el «periodo civilizador» de los siglos XIX y XX, durante el cual Occidente llevó a cabo las más brutales y salvajes campañas de violencia y exterminio en todo el mundo bajo la bandera de la modernidad y el desarrollo, particularmente en África y Asia, pero también incluso dentro de las propias fronteras europeas. Hacer en Europa algo que en los territorios coloniales no era nada excepcional, fue lo que convirtió a los nazis en criminales, como observó el fundador de la India moderna Jawāharlāl Nehru en un libro escrito en 1942 en una prisión colonial británica. El racismo colonial de Occidente es el nexo cultural e ideológico de las potencias occidentales con Israel, el ‘valor europeo’, si se quiere, que explica la complicidad y la evidente negación del principio de igualdad entre seres humanos en el siglo XXI. La comprensión ante el ‘derecho a defenderse’ de Israel en países como Alemania, Francia o Inglaterra es resultado directo de la común historia colonial. Al fin y al cabo ¿qué está haciendo Israel en Palestina que no hiciera Francia en Argelia e Indochina cuando los de mi generación éramos niños? ¿O Inglaterra en la India de lo que Mike Davis llama el ‘holocausto tardo-victoriano’? ¿O Alemania con el genocidio herero y namaqua en la actual Namibia a principios de siglo, cuando nuestros abuelos eran niños? ‘Gaza’, dice Gustavo Petro, ‘es el espejo de nuestro futuro inmediato’. Y me permito añadir: también el retrovisor de nuestro pasado.”
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