Viernes santo. Procesiones. Muchedumbres emocionadas lloran cuando la lluvia en Sevilla (¡esa maravilla!) impide la salida de la Macarena o del Gran Poder.
El Papa saluda desde su alta ventana. Los fieles abarrotan la plaza de San Pedro. Ojos llenos de lágrimas ante su sola presencia.
Grandes desfiles con banderas. Multitudes enardecidas: ¡Viva Franco!, ¡Viva il Duce!, ¡Heil Hitler!.
Pompas fúnebres llenas de emoción: Eva Perón, el Caudillo, Elvis Presley.
Y Pasionaria. Y Hugo Chavez.
Ni siquiera es posible hablar sin valorar. Ningún lenguaje puede dejar de ser valorativo.
Los iconoclastas quisieron acabar con el culto a las imágenes religiosas, los musulmanes más estrictos, con toda imagen humana o animal. Pero nadie ha podido eliminar los símbolos. Cruz, media luna, hoz y martillo. No es posible: la imaginación humana debe aferrar ideas y emociones a objetos tangibles, o al menos visibles.
La actitud post-moderna valora por encima de todo la tolerancia universal y propone por eso renunciar al fundamento de los valores, que serían algo así como una elección personal, mudable y caprichosa, que no hay por qué justificar.
La paradoja del relativismo posmoderno es que al poner como primer valor esa tolerancia universal hacia los valores, los trivializa hasta renunciar a ellos. De ahí su irreverencia e irrespeto ante esos objetos o actos simbólicos que emocionan a unos y repelen a otros. Al hacer de ellos algo relativo niega en el fondo su existencia.
Me viene a la cabeza una frase aprendida en la infancia, entre la hojarasca retórica del nacionalsindicalismo: "El hombre es portador de valores eternos". La reacción consecuente es rechazar la idea, sin pararse a pensar si hay valores pasajeros y "valores eternos" (llamémoslos permanentes, si nos molesta aquella palabrería), y cuáles pueden ser estos valores universales.
Se engaña quien en nombre de la ciencia niegue el valor de los valores. Se quiere que la objetividad científica sea ajena a los ellos. Pero quienes esto dicen lo hacen desde su propia valoración. Nadie en su sano juicio carece de orientación axiológica.
Este es el sentido del imperativo categórico de Kant: "obra de modo que tu actuación pueda convertirse en ley universal".
Este es el sentido del horizonte comunista: que el enriquecimiento de la persona, la riqueza del ser, que no del tener, se inscriba en la riqueza de toda la sociedad. Si lo que yo tengo lo tengo privadamente, precisamente porque está vedado a otro, me sitúo en el polo opuesto, en el individualismo capitalista. En la sociedad liberada mi riqueza (la de mi ser), es inseparable de la riqueza social.
Eso es lo que diferencia a quien, por encima de los valores de grupo, y sin necesidad de despreciarlos, coloca los valores universales.
En eso no son idénticas todas las emociones, porque no lo son los valores a los que se asocian. De la riqueza privada a la universal se transita por una valoración progresivamente ampliada que se despliega desde el egoísmo autista al de grupo más o menos amplio. Sólo cuando abarque a toda la humanidad, y además se entienda que esa riqueza compartida tampoco puede suponer el empobrecimiento de ese otro polo que es la naturaleza, estaremos en otra sociedad, sostenible, que será una sociedad sin clases.
Este exordio-incordio me ha parecido conveniente. Hay que evitar cualquier falta de respeto a las emociones ajenas, y a la vez a pedir respeto hacia las nuestras, a las que no hay por qué renunciar. Así como las religiones tienen sus símbolos y sus santos y los clubes de fans sus ídolos, a los que adoran y ante los que incluso se postran, los que aspiramos a otra sociedad, la única posible que es también deseable, podemos y debemos cultivar nuestros valores a través de nuestros símbolos, incluyendo entre ellos a los personajes que admiramos precisamente por su noble aspiración a realizar los valores universales.
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"Lenin vivo" (1970) es un
documental de Joaquim Jordà y Gianni Toti elaborado con todos los documentos
sonoros y visuales existentes que registraban la figura de Vladimir Lenin. El
mediometraje fue un encargo del Partito Comunista Italiano con ocasión del
centenario del nacimiento del líder político, y la producción estuvo a cargo de
la productora del partido. Jordà codirigió la película con Gianni Toti, un poeta
y crítico de cine amigo suyo. Este documental fue el principio y el fin de la
colaboración entre el PCI y Joaquín Jordà.
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