¿Es justa esta crítica? Sí, en su justa medida y con una intención constructiva. Pero como las respuestas dependen de las preguntas, si el poder mediático nos hace siempre las mismas preguntas, solamente daremos las respuestas que quieren que demos. Por eso no hay que perderse en ellas y poner siempre en primer plano una visión global que sitúe los conflictos en su contexto, y no olvidar que, por poner un ejemplo, por cada muerte en un atentado terrorista que conmemoramos con minutos de silencio hay miles de muertes en bombardeos terroríficos e indiscriminados, la mayoría de ellos "daños colaterales" por los que habría que guardar siglos de silencio: jamás volveríamos a pronunciar palabra.
Otro de los infames trucos con que nos engatusan es poner a todas las víctimas en el mismo platillo de la balanza, como cuando se adjudican los muertos en las guarimbas venezolanas a "la represión del régimen", cuando sabemos (si de verdad queremos saberlo) que la mayoría son causadas por la violencia de "las fuerzas opositoras" (desde luego que no en bloque, sino por una parte minoritaria de ellas).
Quien quiera saber de estas cosa debe indagar más allá de lo que nos cuentan los amanuenses del poder.
El artículo al que pertenecen los párrafos que siguen forma parte de una polémica del autor con Santiago Alba Rico, que desde las primaveras árabes viene dando similar importancia a la represión de las dictaduras autocráticas enemigas del imperio y a la que con toda naturalidad y mucha sordina mediática ejercen las satrapías proimperiales, considerando que solo hacen lo que les es consustancial. De este modo nos inhibimos, de un modo parecido al inútil lamento de que "todos los políticos son iguales".
Ningún análisis "buenista" debería ignorar el contexto geopolítico en que se desarrolla la Historia, máxime si se basa exclusivamente en informaciones parciales y sesgadas, y encima nos exigen que tomemos postura a partir de ellas (¿contra quién?). Sobre todo cuando esos análisis prescinden de las coyunturas reales, sustituidas idealmente por imaginadas situaciones idílicas.
Rebelión
(...)
...el imperialismo es un sistema que lo podemos representar con tres círculos concéntricos. En su núcleo fundamental hay un país, Estados Unidos, que es quien ejerce la función dirigente y dominante. Luego hay un segundo anillo formado por los estados vasallos del capitalismo desarrollado, con quienes Washington mantiene relaciones que en algunos temas puntuales pueden dar origen a tensiones y contradicciones pero que, ante una amenaza sistémica, se agrupan rápidamente en torno a los dictados de la Casa Blanca y se convierten en dóciles peones de las más siniestras decisiones que pudieran emanar de Washington. Por ejemplo, después del 11-S, países europeos cuyos dirigentes están siempre prestos a pontificar sobre la importancia de los derechos humanos colaboraron en viabilizar los “vuelos secretos” de la CIA transportando presuntos terroristas hacia “lugares seguros” en donde torturarlos y desaparecerlos, fuera del alcance de la legislación estadounidense. [4] Para Zbigniew Brzezinski evitar “la confabulación de los vasallos”, es decir, de este segundo círculo, “y mantener su dependencia en cuestiones de seguridad” es uno de los tres principales objetivos del imperio. La OTAN es la expresión más nítida de la aplicación de este principio. El tercer círculo del sistema imperial está constituido por las naciones de la periferia o semi-periferia capitalista, es decir, ese vasto y tumultuoso “tercer mundo” formado por las naciones de Asia, África y América Latina y el Caribe, que es preciso, siempre según Brzezinski, mantener bajo control. [5]
Por consiguiente, cualquier
proceso de debilitamiento del núcleo duro del imperialismo, Estados
Unidos, o de su segundo círculo, los vasallos, es en principio
auspicioso que tendrá, como contrapartida, la violenta reacción de
Washington. Que ello finalmente madure en una dirección correcta y en
algunos países dé nacimiento a un proceso democrático y emancipador ya
es otra cuestión y dependerá, como todo, de la inteligencia y voluntad
con que las fuerzas sociales y políticas del campo popular encaren la
lucha de clases y se aprovechen de los cambiantes equilibrios
geopolíticos internacionales. La emergencia de actores cada vez más
poderosos en la estructura internacional -la irrupción de China, el
retorno de Rusia, el lento pero irreversible ingreso de la India, la
Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y los BRICS, para señalar
apenas los más importantes- está dando lugar a un naciente
multipolarismo que si bien no puede ser caracterizado como
intrínsecamente anti-imperialista modifican, a favor de los pueblos, las
condiciones objetivas bajo las cuales se libran las luchas por la
democracia, la justicia y los derechos humanos en la periferia con
independencia de los rasgos definitorios de los regímenes políticos
imperantes en China, Rusia, la India o cualquier otro actor involucrado.
Esa es la clave para entender la violenta reacción norteamericana ante
ese nuevo orden emergente, que erige barreras intolerables a su
pretensión de supremacía incontestada. La historia latinoamericana y
caribeña de los últimos años no habría sido posible de haber persistido
el unipolarismo que siguió a la implosión de la Unión Soviética. Puede
no ser de agrado para nuestro autor, pero sí lo ha sido para todos los
líderes y movimientos populares de América Latina y el Caribe, desde
Fidel y Chávez hasta Lula y Kirchner que ha visto ampliar sus márgenes
de maniobra en la complejidad de la nueva realidad internacional. No es
lo ideal, como hubiera sido un insólito florecimiento del socialismo, la
democracia, la justicia y los derechos humanos en el capitalismo
desarrollado. Pero lo que hemos visto ha sido exactamente lo contrario. Y
en el mundo que realmente existe será preciso que avancemos en nuestras
luchas sin esperar el advenimiento de aquellos cambios en el primer
mundo.
(...)
__________________
[4] Hemos examinado ese tema en Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic, El lado oscuro del imperio. La violación de los derechos humanos por Estados Unidos (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2009), pp. 57-61.
[5] Cf. su El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos (Buenos Aires: Paidós, 1998).
La izquierda debe priorizar su unidad, evitar luchas intestinas y recomponer, de la manera más solidaria y efectiva posible, su estrategia anticapitalista. Eso sí, sin concesiones programáticas al adversario en el terreno de los fines, y sin claudicar de los principios en el ámbito de las ideas. En este sentido, estoy tan cerca de Atilio Boron, como lejos de Santiago Alba Rico.
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