sábado, 6 de febrero de 2021

Neoliberalismo y centralismo (I)

El autor de este artículo dirige el canal de debate político El Jacobino. La sola referencia al club revolucionario francés, radicalmente opuesto a concepciones descentralizadas del Estado, deja clara una tendencia que choca con los nacionalismos basados en identidades étnicas o culturales, las "patrias" en las que suele asentarse la idea de autodeterminación.

Nuestra predisposición a la dicotomía, que separa abruptamente lo que en realidad se relaciona de forma dinámica, "dialéctica", nos lleva a tomar partido esquemáticamente por el centralismo o la descentralización, olvidando aquello de efectuar siempre "el análisis concreto de la situación concreta".

La autodeterminación, la autonomía de las decisiones, tanto en los individuos como en los grupos, es una aspiración universal. La dificultad surge al definir el grupo que aspira a ella, porque se basa en identificaciones muy variadas. Si bien se trata siempre de grupos humanos, en la práctica se aplica este principio a territorios. Y esto es muy significativo, porque implica que un grupo humano se siente propietario de un territorio.

La conquista de un territorio es la apropiación "indebida" de unas tierras que antes pertenecían a otros, y con ello de sus recursos materiales, lo que implica como consecuencia de sus recursos humanos. En este caso, la autodeterminación consistiría en la recuperación de un estadio anterior. La apropiación basada en el derecho de conquista ha persistido durante varios siglos en la época colonial, aún no totalmente pasada y renacida bajo la forma del neocolonialismo.

La autodeterminación en un territorio de dominio colonial no puede ser confundida con la que quiere separar la parte más próspera de un país cuando una parte de su población "siente" que el resto es una rémora para su prosperidad. No faltan ejemplos. Uno de los más notorios sería el de la Liga Norte italiana, que aspira a la independencia de una inventada Padania.

En ocasiones se fundamenta este anhelo de segregación en razones históricas, en un pasado común, o culturales, una lengua o unas costumbres. En otras, de forma más inquietante, en la "raza".

La convivencia durante mucho tiempo ha consolidado las naciones como grupos más o menos homogéneos en lo étnico y cultural, aunque nunca hasta hoy como sociedades sin grandes diferencias de clase. Simplificando mucho, se diría que hay identidades de clase y de nación.

La revolución francesa se encontró un Estado desacoplado. La autoridad real era la única base para la unidad, y se creó un nuevo concepto de Nación. La unificación no siempre bien aceptada de las naciones preexistentes en el Estado en ese "Estado nación" produce el efecto de que esas naciones incluidas, o una parte de ellas, quieran ser "naciones Estado".

La Primera Guerra Mundial fragmentó los imperios europeos, no tanto por la evidente voluntad de las naciones encerradas en ellos como por los intereses de dominio de los vencedores. Solo las potencias que ganaron la guerra conservaron íntegra su estructura estatal. Un caso peculiar fue el del imperio ruso, en que una revolución que quería ser universal evitó la dispersión con una fórmula federal, que admitía pero no fomentaba la autodeterminación de los pueblos del extinto imperio.

Desde entonces, la autodeterminación ha permanecido como bandera de gran parte de la izquierda. Razones objetivas, la intención de "no liarla" todavía más, oscurece el debate, y ha dificultado y dificulta la aplicación concreta en muchos países, mientras los interesados en debilitar a un Estado rival la utilizan como arma contra él.

Si entendemos que el Estado debería ser un ente armonizador entre quienes lo habitan, con funciones reguladoras y redistribuidoras, será mejor que una entidad que cumpla esas funciones no se fragmente en otras con menor capacidad para regular y armonizar, sujeta siempre a la manipulación por potencias extrañas. Enmascarar esto con sentimientos de pertenencia culturales, cuando en realidad se trata de privatizar un territorio, es un engaño.

El artículo arremete sin piedad contra una izquierda que no define con claridad en qué consistiría la federalidad en el Estado benefactor y redistribuidor a que aspira. Entiendo tanto su tono crudamente polémico como las razones de inoportunidad política que sacan la cuestión del primer plano, en un contexto tan conflictivo y distorsionado como el actual, con un gobierno atacado por unos y chantajeado permanentemente por otros.

Esta crisis sanitaria ha revelado el desastre de una descentralización en manos de quienes se "sienten" propietarios de sus territorios particularizados. Por ahí podríamos empezar a definir una estructura federal, fijando elementos clave, claramente centralizados, que no deberían nunca ser dejados a unas autonomías "a la carta".

Insistiendo en la necesidad de mantener el "Estado Español" frente a las tendencias centrífugas, recordemos otra vez la disgregación de tantos países a conveniencia de las potencias dominantes. La India tras su independencia, Checoslovaquia, bien que sin violencia, Yugoslavia de modo más traumático, Sudán y tantos otros son ejemplos "de éxito". Potencias que también han fomentado el separatismo en Bolivia, el Tibet o Xinjian... Si España saliera de la OTAN, ¿No ayudarían al independentismo, incluso por medios no pacíficos, en las nacionalidades históricas? Esta es una de las razones que nos atan firmemente a "Occidente".

La tesis principal del artículo es que el neoliberalismo, que es "el capitalismo realmente existente", no está interesado en Estados fuertes, salvo los que se pongan al servicio de sus intereses. ¿Hemos olvidado a aquél que quería "un Estado tan pequeño que pudiera ahogarlo en la bañera"?

Para facilitar su lectura, lo he troceado de forma que podáis "leerlo en la bañera".




“Modelo neoliberal y centralista”: un perverso oxímoron

Guillermo del Valle

¿Existe algún vínculo entre el modelo económico y el modelo territorial de un Estado? Suele asociarse el centralismo con el neoliberalismo. Sin embargo, el modelo idóneo de la derecha hegemónica, que pretende reducir la capacidad pública para controlar el poder privado, pasa por la descentralización política.

El presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig, planteó en redes sociales varios retos constitucionales. El primero, “superar la España macrocefálica del centralismo” [i]. Recientemente, y en la misma línea, el vicepresidente del gobierno Pablo Iglesias ha corroborado el fracaso del “modelo neoliberal y centralista que pretendieron imponer las derechas” [ii]. La idea está lejos de ser minoritaria y campa a sus anchas entre los partidos políticos que, sociológicamente, vienen a ocupar las posiciones teóricamente izquierdistas en España. Analicemos la veracidad de estas afirmaciones.

Antecedentes: la leyenda rosa del nacionalismo fragmentario por parte de la falsa izquierda

La aseveración del vicepresidente cala, especialmente, en el imaginario colectivo de la izquierda sociológica española. O al menos dista de ser cuestionada ampliamente. Centralismo y neoliberalismo aparecen cosidos por un hilo pretendidamente lógico.  Todo parte de una asimilación básica y falaz, preexistente: España igual a Franco [iii]. A partir de ahí vienen los matices, pero la equivalencia no deja de sobrevolar todo lo demás. De ahí esos problemas primigenios para pronunciar la palabra España, que, aunque parcialmente superados, han venido siendo sustituidos por la pertinaz tendencia a rellenar el significante con un significado centrífugo. Si el franquismo participaba de una ridícula noción esencialista de patria, la unidad de destino, España parece aquejada de un vicio reaccionario de origen, aunque fijar el origen en Franco resulte no solo un dislate, también una injusticia. Se obvia que la derecha evolucionó, al calor de la revolución neoliberal de los años ochenta, hacia el fundamentalismo de mercado. ¿Por qué trazar esa asimilación, por tanto, entre la hoy hegemónica derecha individualista y neoliberal y el centralismo? ¿Qué sentido tiene proponer semejante equivalencia?

Desde hace demasiado tiempo en España resulta legítimo sumar en la aritmética frente a las derechas a partidos políticos inequívocamente reaccionarios. Algunos de esos partidos de izquierda exhiben, tanto unos orígenes como un presente, abiertamente incompatibles con todos y cada uno de los valores de transformación política, social y económica, de emancipación humana, propios del socialismo. Aunque se digan de izquierda, no tienen ni los ademanes. No es aceptable practicar una memoria histórica selectiva y olvidar, por ejemplo, los fundamentos racistas del nacionalismo catalán o del vasco. Si nos mueve con razón el imprescindible repudio al fascismo, la condena del franquismo y del golpe de Estado de 1936, ¿por qué nos deben ser indiferentes los textos de Prat de la Riba, el comportamiento fascistoide y racista de ERC durante la II República –y su contumaz vocación golpista–, o el impenitente racismo del fundador del PNV?

La izquierda nació como concepto político en el contexto de la Asamblea Nacional Francesa y servía para delimitar la primera línea fronteriza de la revolución: a la izquierda del Rey se sentaban los diputados jacobinos, enemigos de los privilegios del Antiguo Régimen, los de trono y altar. No es de recibo que se pretenda construir mayorías de izquierdas en torno a la oposición frontal a esa primera idea esencial de igualdad política: en el territorio político nadie es más que nadie, porque somos todos ciudadanos, todo nos pertenece a todos en pie de igualdad. El primer germen del comunismo ya estaba ahí, en las revoluciones democráticas: la propiedad colectiva sobre el territorio político. No hay alianza de progreso con quienes hacen pivotar todo programa político sobre la idea de privatización de dicho territorio político, convirtiendo a millones de iguales en extranjeros en su propio país.

El neoliberalismo y su modelo territorial canónico: hacia la dilución del Estado

Entremos, pues, en materia. ¿Es cierto, como señala el señor Puig o como proclama el vicepresidente, que el modelo de las derechas es el centralista y neoliberal? Pues no, de ninguna de las maneras. Más bien es al revés: el modelo idóneo para el neoliberalismo es aquel que garantice la mayor descentralización posible; hasta el punto de que este neoliberalismo, en sus vertientes anarcocapitalistas, directamente propugna la desaparición del Estado, entendiendo como absolutamente idónea para su estrategia la descentralización más abrupta a todos los niveles. Si algo no casa con el neoliberalismo en modo alguno –coincido con el vicepresidente en que el neoliberalismo es la fuerza motriz de las derechas hegemónicas, no la alerta fascista que anteayer proclamaba de forma desafortunada– ese algo es el modelo centralista.

Las manifestaciones de derecha primaria han quedado reducidas a vestigios incompatibles con la modernidad, con la propia idea de ciudadanía –vestigios, sin embargo, protagonistas en el presente español a través de una caterva de grupos foralistas o cantonalistas de toda laya, empeñados en hacer de una supuesta identidad cultural monolítica y uniforme (una ficción, pues la identidad cultural es compleja, no unívoca, y si hay algún elemento clave en su determinación, ese elemento es la clase social) filtro de los derechos políticos–. Por lo que, a excepción de esas manifestaciones primarias, debemos admitir que la derecha hoy hegemónica tiene que ver con la preeminencia del capital financiero. Es esa derecha que, ebria de «fin de la Historia», bendijo la financiarización de la economía, el globalismo a cualquier precio, la acumulación de capitales, y la sacralización de un proyecto de supuestas sociedades abiertas a través de la maximización de la idea de libertad negativa [iv]: ausencia de interferencias entre particulares. Así se prescribió el estrechamiento de las funciones antaño esenciales del Estado: bloqueado el Estado productor, se impugnaba incluso su faceta reguladora y redistributiva. ¿A esos capitales financieros qué tipo de Estado les resultaba más conveniente? ¿Uno fuerte y soberano, en el que la potencialidad de lo público abriese la puerta a fuertes diques de contención frente a las dinámicas especulativas y a la rentabilidad privada? ¿Uno en el que incluso las clases trabajadoras tuvieran la posibilidad de tomar el poder y plantear la transición hacia el socialismo, hacia una sociedad de iguales, sin clases? Por supuesto que al neoliberalismo –ideología hegemónica del capitalismo financiero– no le interesa un Estado fuerte, ni un Estado benefactor, tampoco uno productor, ni uno regulador o con plenas capacidades redistributivas.

Que centralismo sea igual a neoliberalismo parte de una asimilación falaz: España igual a Franco

Los procesos de descentralización se han visto, por tanto, con muy buenos ojos por parte de los mayores teóricos del individualismo extremo, del fundamentalismo de mercado. Indudablemente, como a diario se comprueba en nuestro país, esos procesos de descentralización han beneficiado la competencia entre partes, que termina desembocando en una debilidad estructural palmaria del Estado para enfrentar retos tan gigantescos como la pandemia.

Las principales escuelas neoliberales de economía, y sus más notables representantes, nunca tuvieron dudas al respecto. Uno de los pensadores más relevantes de la Escuela Austríaca –maestro de Hayek entre otros–, Ludwig Von Mises, escribió sobre la materia largo y tendido. Siempre favorable al menos a la descentralización del Estado, cuando no directamente al derecho de secesión.

“El derecho de autodeterminación respecto de la cuestión de la pertenencia a un estado significa entonces: siempre que los habitantes de un territorio concreto, ya sea una sola ciudad, todo un distrito o una serie de distritos adyacentes, haga saber, mediante un plebiscito realizado libremente, que ya no desean seguir unidos al estado al que pertenecen en ese momento, sino que por el contrario desean formar un Estado independiente o unirse a otro estado, sus deseos han de ser respetados y cumplidos. Es la única forma viable y eficaz de impedir revoluciones y guerras civiles e internacionales” [v].

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Notas

[i] https://twitter.com/ximopuig/status/1335567737213612033

[ii] https://twitter.com/pabloiglesias/status/1335207918086582273

[iii] Armesilla, Santiago. (2017). El marxismo y la cuestión nacional española. Ed. El Viejo Topo, p. 15.

[iv] «Libertad negativa», tal y como la concebía Isaiah Berlin en su ensayo de 1958: Dos conceptos de libertad.

[v] Von Mises, Ludwig. (1927). Liberalismo. p. 109. Recuperado de: https://mises.org/library/liberalism-classical-tradition

(continúa)

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