martes, 9 de febrero de 2021

Neoliberalismo y centralismo (y III)

Finalizo ahora mis comentarios sobre el artículo que empecé a comentar aquí y dejé aquí.

Hay conceptos específicos y otros genéricos. Los primeros tienen una definición clara que  precisa su alcance. Los segundos son abstracciones que requieren, lo diré una vez más, "el análisis concreto de la situación concreta".

Así como el término neoliberalismo tiene un significado preciso, centralismo solamente indica concentración del poder, sin especificar las características de ese poder, del grupo que lo ejerce o de la fórmula de su establecimiento. Puede haber centralismo democrático, aristocrático, autocrático, burocrático, plutocrático... De hecho, la descentralización crea siempre entidades que pueden ejercer a su escala un nuevo centralismo, y así sucesivamente según se desciende en la escala organizativa.

De manera que si me preguntasen sobre el derecho a la autodeterminación de un grupo humano, generalmente referido más bien a los que habitan un territorio previamente definido, contestaría con mi expresión favorita: "depende".

La voluntad mayoritaria de un grupo debería ser determinante para su futuro, siempre que se den ciertas condiciones. En primer lugar, decisiones desafortunadas tomadas al calor de sentimientos manipulables pueden ser luego difíciles de corregir.

El caso más claro de ejercicio razonable del derecho de autodeterminación es el de los países colonizados, en que la población originaria es oprimida por una minoría llegada de fuera, generalmente ejerciendo la violencia, que explota tanto el territorio como a sus habitantes, a los que además somete y reprime si quieren ejercer ese derecho. Si el paso del tiempo consolida la situación, si los colonizadores llegan a ser mayoritarios, la autodeterminación, reivindicada por los "criollos", no liberará a los pueblos originarios, e incluso en ocasiones puede agravar su situación. La experiencia enseña además que los Estados desmembrados de otro mayor evitan a su vez que dentro de ellos surjan a su vez tendencias descentralizadoras.

La autodeterminación reivindicada en abstracto puede llegar a extremos caricaturescos: recordaré el caso de la República Federal da Illa de Arousa, que no habría pasado de anécdota curiosa si la sublevación fascista no hubiera luego asesinado a sus protagonistas.

La autodeterminación tiene siempre el problema de definir el sujeto que la puede ejercer. No parece justo que la ejerza un sector privilegiado cuando siente amenazada su situación. La estructura social hace coincidir muchas veces, total o parcialmente, clase con etnia o nación. Se impone un deslinde entre estas identidades para no confundir la opresión lingüística, cultural o nacional, cuando existe, con intereses económicos que pueden ser incluso depredadores. La descentralización económica no es lo mismo que la sanitaria o la fiscal. La situación actual hace patentes los problemas que plantea hoy mismo la asunción de ciertas competencias en esta y otras materias por las comunidades autónomas. En cuanto a las competencias educativas, hay campo para la autonomía, pero son muchos los aspectos que aconsejan un tratamiento igualitario en todo el territorio de un Estado. Para mí, la clave es que ningún ciudadano tenga limitados sus derechos efectivos por residir en un territorio, y la principal reivindicación es evitar las desigualdades entre ciudadanos en todos sus aspectos y en todos los lugares. Eso es más fácil de organizar centralmente en territorios amplios que en Estados menores que competirán entre sí para atraer a un capital que se mueve libremente entre ellos. Y ese es el ideal para el neoliberalismo.

La autodeterminación fue siempre reivindicada por la izquierda en un contexto de lucha de clases. Y también de oportunidad política. Hay alianzas entre fuerzas políticas que mezclan clase y nación, y a veces no puede ser de otra manera. En los países colonizados, el sentimiento nacional refuerza la lucha liberadora. En países amenazados por potencias imperiales puede ocurrir lo mismo. Pero la independencia no resuelve según qué problemas, si se heredan las estructuras opresoras al servicio de nuevas (o viejas) clases dominantes.

Además, el ejercicio de ese derecho viene determinado por la correlación de las fuerzas en presencia. Si llega el caso será bueno que la elección sea consciente y no se vea influenciada por sentimentalismos que oculten la realidad.

La piedra de toque de las izquierdas nacionalistas es qué ponen por delante, si la patria o la clase. Las inminentes elecciones catalanas mostrarán cómo se configura una nueva mayoría, si en clave nacionalista de uno u otro signo o según los intereses (sí, los intereses) de clase. De las clases que no deberían alinearse con las dominantes (ver vídeo).

No podemos culpar demasiado a Unidas Podemos de cierta ambigüedad en el tema de los nacionalismos. El gobierno de coalición es el que es, las alianzas coyunturales son las que son, y las alternativas amenazantes también. Pero unámonos al porquero de Agamenón en su crítica.

Vamos al artículo. ¿Cuál es el pensamiento neoliberal profundo al respecto?

De vuelta a España: Lacalle, Rallo y las extrañas coincidencias

Andreu Mas-Colell, economista liberal simpatizante de la independencia de Cataluña












Daniel Lacalle, economista liberal afín al Partido Popular


Volviendo a la tesis sostenida por el vicepresidente del gobierno,
por el presidente valenciano y por gran parte de nuestra izquierda oficial, el proyecto de la derecha es neoliberal y centralista, como si esos dos epítetos fueran siquiera compatibles. Pero, como hemos visto, no lo son. No solo en la tradición teórica más solvente de algunas escuelas de economía y filosóficas del liberalismo económico, sino también en los posicionamientos en el presente sostenidos por algunos de los más célebres prebostes del neoliberalismo. Así, Daniel Lacalle, economista de cabecera de Pablo Casado, ha defendido en numerosos foros la descentralización fiscal, abogando por que se acentúe. En coherencia con lo anterior, el Partido Popular de Madrid ha sacado los dientes cuando se ha abogado desde el gobierno central por una armonización fiscal sui generis. Y digo sui generis porque se nos presenta como armonización lo que no es sino conservación de fuertes asimetrías como las de los derechos históricos, el respeto reverencial a dos regímenes fiscales privilegiados como son el concierto económico vasco y el convenio navarro. No es casual, sino plenamente coherente, la reacción de la derecha neoliberal a cualquier cosa que suene a armonización: parte de la plena convicción de que el modelo autonómico y su fuerte descentralización ha permitido la competencia fiscal entre las regiones hasta límites extremos, lo cual ha permitido a determinadas autonomías, en especial a las más ricas, la neutralización de facto de determinados impuestos progresivos, como Patrimonio o Sucesiones. En palabras de Félix Ovejero,

“cuando todos tienen competencia sobre fiscalidad, nadie la tiene en verdad”.

He ahí el inmaculado análisis que Thomas Piketty hace de los procesos de descentralización fiscal –incluso mayores en España que en Estados federales propiamente dichos– y su estrecha relación con el secesionismo catalán, al haberse incrementado las cotas de insolidaridad o, dicho de otro modo, haberse desgastado claramente los mecanismos de redistribución dentro del Estado [xi].

Es más, Daniel Lacalle ha defendido una relación bilateral de las regiones con el Estado y competitiva entre sí. Por supuesto la realpolitik le impide sostener a un partido de gobierno teorías esencialmente radicales y seguramente difíciles de comprender por su electorado, pero no así sostener el Estado de las Autonomías como el mejor ejemplo de competencia virtuosauna suerte de loa descarnada a los regímenes fiscales privilegiados de algunas regiones. A su entender, 

“el cupo vasco no es el problema, es la solución a la financiación autonómica” [xii].

Juan Ramón Rallo, economista liberal partidario del “derecho de libre asociación y desasociación”









Un paso más allá ha dado Juan Ramón Rallo, quien ha defendido de forma abierta y decidida la secesión, en la estela de los teóricos austríacos. No se trata de hacer asimilaciones caprichosas –puesto que la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porqueroy, de la misma forma, los disparates lo son con independencia de quien los refiera– pero no deja de ser curioso que Unidas Podemos o Más País participen de una idea contractualista de Estado idéntica a la del neoliberalismo: quien quiera marcharse alterando las fronteras de la comunidad política democrática, puede hacerlo. El problema de esta teoría, opuesta diametralmente, como vemos, a cualquier centralismo, es que aleja a los Estados de la idea socialista básica, la de unidades de decisión conjunta y justicia distributiva. Si una parte de los titulares de la soberanía decide aparte de los demás, resulta indiferente el resultado desde el mismo momento en que validemos la mera posibilidad de que esa consulta plebiscitaria se lleve a cabo. Porque el cuerpo escindido que está decidiendo se ha convertido en un demos diferenciado, separado, con independencia de cuál sea el resultado de esa deliberación. ¿Cuál es el criterio para decidir? ¿La mera voluntad de las partes, como sostienen los neoliberales explícitos (y los otros), a través de la fórmula derecho a decidir? ¿La identidad cultural, como sostienen racistas y reaccionarios de toda condición?

En el fondo, el derecho a decidir de cierta izquierda desnortada no difiere en nada de la facultad de secesión austríaca y neoliberal, el derecho de libre asociación y desasociación” que sostienen autores como Rallo [xiii], o su mentor Jesús Huerta de Soto. Ese pretendido derecho se traduce, en verdad, en un privilegio de unos pocos para disponer de lo que es de todos. Una secesión a la carta, eminentemente antidemocrática, por cuanto priva a muchos millones de titulares de la soberanía, de la decisión presente y futura sobre aquello que les pertenece, sin exclusiones ni privilegios.

Cabría concluir, por tanto, sosteniendo que, desde la mejor y más acabada tradición del neoliberalismo –en escuelas como la Austríaca o la de Las Vegas–, se ha defendido una teoría plebiscitaria y contractualista de la secesión respecto al Estado que se encuentra en las antípodas de cualquier modelo centralista y jacobino. Quienes desde posiciones de ferviente defensa del liberalismo económico no han llegado tan lejos, al menos sí han sostenido la necesidad de agudizar procesos de descentralización política, que en materias como la sanidad y la educación han abocado al caos competencial del Estado de las Autonomías, dejando la puerta abierta a políticas de privatización, externalización y elusión de responsabilidades por parte de los poderes públicos. En casos paradigmáticos como el de la fiscalidad esa descentralización ha conducido a nuestro país a un estado de cosas insostenible, donde la insolidaridad y el dumping fiscal entre regiones son la moneda de cambio habitual en la política española.

El neoliberalismo defiende una teoría plebiscitaria y contractualista de la secesión

Como señala Félix Ovejero, la integridad del territorio político, en tanto que unidad de justicia, decisión y gobierno, es una de las principales conquistas de la izquierda, frente a la que se erige la teoría liberal de la secesión, por cierto.

“Un territorio político es superlativamente comunista: todo es de todos sin que ninguna de sus partes sea de nadie en particular. Se trata de un proindiviso no de una sociedad por acciones. Uno (o unos cuantos) no se puede(n) ir “con lo que es suyo” porque, cuando se trata del territorio político, no hay un territorio “mío/nuestro” previo a lo que es de todos. En eso se sustenta la idea de ciudadanía. Madrid no es más de los madrileños que mía. Un barcelonés tiene los mismos derechos en Huelva que en Bilbao. Y sus derechos no disminuyen según se aleja de su ciudad. La ciudadanía no admite grados. No se es más o menos ciudadano. La ciudadanía se tiene o no se tiene” [xiv].

Se adivinan, por tanto, dos alternativas, por definición excluyentes, para explicar el oxímoron que da título a este artículo. O bien el vicepresidente, a la sazón profesor de ciencias políticas, desconoce de lo que habla, cosa de la que dudo porque es una persona formada, o bien, opción por la que me inclino, falta a la verdad.

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Notas

[xi] Piketty, Thomas. (2019). Capital e ideología. Ed. Deusto, pp. 1.089-1.094.

[xii] Lacalle, Daniel. “El cupo vasco no es el problema, es la solución”. El Español (25/11/2017). Recuperado de: https://www.elespanol.com/invertia/economia/20171124/264603547_13.html

[xiii] Rallo, Juan Ramon. “Sobre la independencia de los catalanes” (17/11/2017). Recuperado de: https://juanramonrallo.com/sobre-la-independencia-de-los-catalanes/

[xiv] Ovejero Lucas, Félix. “España no es un problema” (09/12/2020). Recuperado de: https://www.revistadelibros.com/articulos/espana-no-es-un-problema

2 comentarios:

  1. Felicidades, acertada reflexión, da que pensar. El neoliberalismo asoma por todas partes. Podrías decir de los partidos que se presentan en Cataluña cual no lo es?
    Gracias

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  2. Querido Jordi: gracias por la lectura y por la pregunta.

    El efecto de arrastre hace que todos los partidos acaben contaminados por las ideas dominantes. La derecha tira del Partido Socialista, éste a su vez tira de lo que hay a su izquierda, y todos, en esta coyuntura procuran ante todo "ganar espacio", por lo que los temas profundos casi nunca aparecen.

    En Comú Podem no es un partido, que sería "el menos neoliberal", sino una confluencia, dentro de la que las propuestas más radicales están diluidas. En la práctica, pues, las propuestas teóricas socialistas y comunistas se contaminan de toques tanto nacionalistas como liberales, sobre todo al concretar lo inmediato. En este caso, unas elecciones "de infarto".

    Se ha dicho, con cierta razón, de que los partidos comunistas actuales son realmente socialdemócratas, una vez cerrada, no sé si definitivamente, la vía revolucionaria.

    Como el futuro está siempre abierto, es imposible saber si nos depara eco-comunismo, eco-fascismo o simple debacle.

    No veas en esto pesimismo fatalista. Repito que nada está escrito.

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