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Inicié estas reflexiones curioseando la diferencia entre el “tiempo real” (el que sentimos fluir subyacente, uniforme, como un continuo) y el “tiempo del discurso”, de la reflexión consciente, de los relatos (que fluye superpuesto al otro, llenándolo de eventos discontinuos, como una sucesión). Las paradojas que confundieron a los griegos dejaron de inquietar cuando se entendió esa diferencia y se elaboraron los conceptos de límite (finito o infinito) y número real, que enlazan entre sí ambos conceptos.
Lo inmediato era atribuir al tiempo las características de la recta real, infinita e infinitamente subdivisible, cuyo campo de variación se corresponde con el de los números reales. Cada instante infinitesimal es un punto de tiempo. El tiempo que percibimos como realmente existente se aproxima a este concepto. Si existen quanta de tiempo o habrá un fin de los tiempos son cuestiones metafísicas muy alejadas de nuestra experiencia y nuestra vida.
Cerré provisionalmente esa serie en la entrega XVII. Quise allí dejar claro el principio antrópico. Este principio nos sitúa como centro de un universo que (al menos en cierto entorno espacio-temporal) aparece como permanente, y por ello seguro y estable. Está ligado al principio de inercia que impide cambios demasiado bruscos (todo tiende a permanecer). Son las cualidades de los entornos en los espacios matemáticos continuos, y en particular en el espacio euclidiano (todos sus puntos son idénticos, y por carecer de límites, todos pueden tomarse como “el centro”).
El símil de la recta, que como espacio matemático tiene una sola dirección, pero puede recorrerse en dos sentidos, se limita para el tiempo, que transcurre en un solo sentido (“la flecha del tiempo”). En el capítulo XVIII planteé su irreversibilidad, causa (o efecto, que tanto da) de la irreversibilidad de los procesos que en él se sitúan. Esto no quiere decir que nunca haya vuelta atrás en un proceso, pero sí que esa vuelta parcial a una situación anterior es eso: parcial. Jamás se vuelven a dar todas las condiciones anteriores. Los caminos de vuelta no son los de ida. Esto, en la física, se denomina ciclo de histéresis (*), y se manifiesta en fenómenos como la disipación de energía en forma de calor en los ciclos de calentamiento y enfriamiento, imantación y desimantación, deformación más o menos elástica y recuperación de la forma primitiva. La manifestación más clara a la vista de cualquiera es la imposibilidad del móvil perpetuo, esa máquina ideal de funcionamiento eterno sin consumo (degradación) de energía.
La bomba de calor, base de la refrigeración, las máquinas térmicas (en realidad, toda clase de motores), los ciclos metabólicos de los seres vivos (digestión, respiración), son manifestaciones de la misma realidad, con una tendencia inexorable a la extinción final de todos los desequilibrios. En termodinámica esa nivelación final se ha llamado muerte térmica del universo.
Los ciclos económicos son ciclos de histéresis. Las ondas cortas especulativas (fases expansivas y recesiones), producen crisis menores, comparables a la respiración del sistema. Y hay ondas largas (los “ciclos de Kondratieff”). El día a día de la bolsa, acelerado hoy por las transacciones en tiempo real del mercado continuo, consiste en rapidísimos ciclos, altamente disipativos, que, como la bomba de calor, transportan eficientemente la energía del cuerpo frío (el polo del trabajo productivo) al caliente (el polo del capital especulativo, que cada vez acumula más calor, hasta que se funda). Los procesos lentos, con incremento menor de la entropía, son menos drásticamente irreversibles. Esta idea está muy presente en la llamada economía ecológica.
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(*)
El término histéresis se emplea genéricamente para describir ciertos comportamientos de materiales o aparatos de muy variada índole, pero que en todo caso responden a un retraso entre una causa externa y un efecto en sus propiedades.
Quizá el caso más comúnmente conocido es el de histéresis electromagnética. Un material ferromagnético sometido a un campo magnético sufre una magnetización, de magnitud creciente conforme la intensidad del campo aumenta. Si ésta es reducida, el campo magnético también decrece pero siguiendo un camino distinto, hasta el punto de no desaparecer completamente cuando el campo es cancelado (lo cual es el principio de funcionamiento de todo aparato de registro magnético de información, como un disco duro). Este comportamiento da lugar a gráficas causa-efecto con curvas separadas como la mostrada en la figura.
El caucho, material que determina en buena medida las propiedades de un neumático, presenta una histéresis visco-elástica. Si deformamos con la mano una pelota de caucho e inmediatamente la soltamos, veremos cómo la pelota recupera (en este caso completamente) su forma original, pero de manera lenta.
Este desfase implica en todo caso que parte de la energía empleada durante la aplicación de la fuerza externa no es recuperada tras su relajación. Esta pérdida de energía es en algunos casos perjudicial, como la resistencia a la rodadura de un neumático, pero en otros es provechosa, como el calentamiento por inducción electromagnética o la propia capacidad del neumático de responder a las órdenes del conductor, de la cual también es parcialmente responsable.
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