jueves, 28 de julio de 2011

¿En qué sentido es el tiempo una sucesión infinita? (XXI)


El tiempo es un espacio. Un subespacio muy especial, dentro de otro mayor, multidimensional. Lo especial consiste en que con él nos movemos libremente por el resto de las dimensiones. En él es imposible hacer lo mismo. Está pegado a nosotros. Me atrevo a pensar que nosotros mismos no somos más que tiempo. Una conciencia temporal viajando por el espacio (¡qué bonito me ha quedado!).


Estos espacios matemáticos, abstractos, no son el mundo. El mundo es otra cosa, mucho menos simple y uniforme. Esa cosa es el conjunto de todas las demás “cosas”, sea lo que sea “eso”. Y de sus relaciones; que solo podemos concebir… ¡en el espacio y en el tiempo! Lo más abstracto se aparece como el soporte de la realidad concreta. 

 

He analizado en este serial (algo plúmbeo, lo confieso) algunas características de un espacio unidimensional, una línea. Mi imaginación la ha concebido de dos modos, que me han servido para interpretarla como conjunto infinito de puntos infinitésimos. Por una parte, la serie de puntos, referente fijo, variable independiente. En correspondencia con esa serie inmanente puedo considerar los mismos puntos de otro modo, referido al anterior, móvil, como variable dependiente de la primera. La realidad percibida es el movimiento. El tiempo es la variable independiente, la línea que recorre, la función.

 


Toda mi libertad consiste en recorrer una línea. Línea cualquiera, trayectoria de un movimiento, dentro de un espacio con más dimensiones. Sus puntos pueden alejarse tanto como yo quiera (pueda); o estar tan cerca unos de otros como yo imagine. Ese maravilloso punto ideal, hada Campanilla, se enfrenta a una realidad diferente: no hay puntos inmateriales al margen de los puntos reales (reales en sentido vulgar, no matemático). Su adimensionalidad es aproximativa, función de la escala. Todo punto material en cuyo interior se aloje el ideal punto matemático está rodeado de un entorno impenetrable para otros puntos materiales. 


Los puntos materiales son simplemente cuerpos, “sólidos”. Para considerarlos puntuales sólo se necesita despreciar su tamaño. Y lo hacemos cada vez que nos interesa, que podemos considerarlos “átomos” sin distinguir partes en ellos. La distancia entre esos puntos puede reducirse hasta el contacto. ¿Es el contacto la distancia cero? 

 

En cierto sentido, la Física moderna ha desmaterializado la materia. El sólido rígido no es tan rígido. Los cuerpos son deformables porque lo aparentemente lleno contiene al vacío. Vacío, a su vez, necesario para que puedan llenarlo y moverse en él. Leucipo y Demócrito cortaron la cadena infinitesimal por donde les pareció. Llegaron a su átomo y pararon de cortar. Otros, por el otro extremo, llegaron a Dios y anclaron en él la cadena infinita. Para de contar.

 

Dualidad onda-partícula


El contacto, distancia cero, no existe. Los, cuerpos, a sus distintas escalas (solidos, moléculas, átomos, partículas subatómicas), presentan, más que superficies que entren en contacto, fortificaciones defensivas a las que fuerzas prohibitivamente crecientes impiden acercarse. La realidad percibida es una aproximación, cuya exactitud depende de la escala. Funciona bien a la escala de nuestros sentidos. Las partículas de la Física son más bien espacios de probabilidad en que situamos escurridizos puntos rodeados de campos de fuerzas, sin saber qué y cómo son. Ni siquiera donde están. Así, una partícula en movimiento resulta ser más bien una onda en la que se comprime y expande sucesivamente la probabilidad de hallar… “eso”. 


El modelo de la canica es sustituido por el de la nebulosa. Pero ¿qué más nos da? Las barreras físicas nos impiden el infinitésimo. Lo más parecido a la aproximación indefinida son los agujeros negros. Más allá del horizonte del suceso, ni idea. Conformémonos.

 


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