miércoles, 18 de marzo de 2015

Ya inventarán algo...

Cabría suponer que gran parte de la población estuviese desinformada sobre el agotamiento de los recursos y sobre la necesidad de cambiar los modelos de producción y consumo, dada la poca influencia que tienen estos hechos en los comportamientos cotidianos. Sorprende esta indiferencia, cuando seguramente todos han oído hablar del cambio climático y del efecto invernadero que lo está produciendo. Y muchos, aunque no todos, del pico del petróleo. 

Sin embargo, parecería que esas informaciones no tuvieran relación con su vida diaria, que transcurre con relativa normalidad. Para unos más que para otros, pero normalidad a fin de cuentas. Y es que en el fondo pocos creen que los problemas requieran respuestas verdaderamente urgentes.

Varias son las causas de esta atonía. Por una parte, cierto fatalismo lleva a pensar que uno no puede hacer nada para torcer el curso de la historia, y que "lo que sea sonará". Por otra parte, se confía en que nuestros sabios gobernantes y los científicos a su servicio encontrarán soluciones, energías alternativas, desde las renovables actuales a las que en un futuro pueda deparar la tecnología, como la fusión nuclear, las pilas de combustible baratas y eficientes, etc.

La geoingeniería es otra fuente de esperanza para conjurar el cambio climático, y hasta hay quien ve en el cambio climático una oportunidad para nuevos aprovechamientos agrícolas en la zona ártica. Seguramente la distorsión de los continentes en la proyección de Mercator, empleada de ordinario en los mapas del mundo, hace sobreestimar lo que la agricultura ganaría en Siberia o Canadá e infravalorar las pérdidas en el resto del planeta.

Y hay un idea esperanzada: ya inventarán algo cuando el problema acucie. Muchos creen que no acucia todavía, y otros piensan incluso que ya está inventado, pero que los amos del mundo lo retienen hasta que hayan exprimido el limón de las energías convencionales.

Sin duda, la tecnología ligera tiene mucho que aportar en la optimización de mecanismos de baja energía y alto rendimiento, como la "bicicleta volante" de esta ilustración, pero no parece que estas técnicas de aprovechamiento de energías escasas puedan sostener la industria metalúrgica o resolver el transporte de grandes cantidades de mercancías a largas distancias.

Las cuentas no salen, pero ¿quién echa las cuentas? La mayor parte de los economistas y los políticos no quieren saber o no quieren hablar, y las poblaciones no quieren oír. Ecuación perfecta.

Artículo de Arnau Montserrat en eldiario.es, recogido por Amón_Ra en crisisenergetica.com.



  • El petróleo, el carbón, el gas y el uranio representan el 92% de la energía que usamos. Y empezarán a declinar en conjunto en 2017. 
  • En ese contexto, chirría que fuerzas como Podemos o Syriza se limiten a denunciar al 1%, y no expliquen que además de redistribuir necesitamos una transición energética que nos obligue a relocalizar y a pisar el freno ya.
  • Tenemos conocimientos y medios para mantener un nivel de vida semejante al actual, sólo que más lento, y con sistemas más sencillos, descentralizados y eficientes. Pero el problema no es técnico, sino social.
Si te dicen que la temperatura aumenta y el petróleo disminuye, ¿se te ocurre relacionarlo con que le hayan vuelto a denegar la beca-comedor a tu hijo? Si vas a votar a Podemos para recuperar «la senda del crecimiento», ¿te has preguntado si eso es posible y hasta deseable?

Jorge Riechmann cuenta que hace un año la Universitat de València preguntó a 1200 personas si el calentamiento climático o el pico del petróleo podían dificultar el abastecimiento de energía. Nueve de cada diez encuestados consideraba que sí. A la siguiente pregunta, sobre si esto podría traducirse en menos bienestar, la gran mayoría de la gente respondía que no. Por tanto, se sorprendía Riechmann, «podían fallar los combustibles fósiles y podía haber calentamiento climático, pero la economía seguiría creciendo y el bienestar aumentando ¿Por qué creían eso? Confiaban en que las energías renovables, la nuclear o una tercera alternativa -que las grandes corporaciones sacarán al mercado cuando les convenga- evitarían la crisis energética. Lo cierto es cuatro de cada cinco encuestados tenían esa confianza irracional en la técnica».

¿Estaban los encuestados mal informados sobre las capacidades y los límites de la tecnología, o Riechmann es un ludita cenizo? Si es así debe de haber una epidemia, pues la lista de expertos dando porrazos a las puertas de la opinión pública mundial no para de crecer. Pero, ¿escuchamos? ¿Atamos lo cabos del inquietante abanico de límites físicos con los que nos estamos topando?

Sabemos que el alimento de los conflictos, ya sea en Irak, Ucrania, Colombia o Sudán, es el hambre de minerales e hidrocarburos, con occidente como responsable principal ¿Entendemos que el saqueo no puede más que recrudecerse en un mundo multipolar enfrentado al pico de producción del cobre, el plomo o el fósforo, al colapso de los grandes bancos de peces o al agotamiento de grandes acuíferos estratégicos? Algo falla cuando los telediarios no abren con informes como el del Energy Watch Group, que estima que el petróleo, el carbón, el gas y el uranio (92% de toda la energía que usamos) empezarán a declinar en conjunto en 2017.

Vale, ahora es cuando me recordáis que la gasolina es más barata que hace un año y que EEUU se proclama autosuficiente gracias al fracking, que es como decir que el sistema se ha vuelto a sacar un conejo de la chistera y los apocalípticos se han vuelto a equivocar ¿Seguro? Por un lado, muchos analistas consideran que la caída de precios es solamente una fluctuación, relacionada con la caída de la demanda, señal de que entramos en una nueva recesión mundial. Por otro lado, no es ninguna coincidencia que la crisis que nos azota corra en paralelo al declive anual del 6% en los campos petrolíferos.

En cuanto a los hidrocarburos no-convencionales obtenidos por fracking y otras técnicas, es cierto: nos están dando un balón de oxígeno. Sin embargo, esto no demuestra el «dinamismo de los mercados», sino su desesperación. Para entenderlo es necesario conocer la Tasa de Retorno Energético (TRE), es decir, la energía que hay que invertir para disponer de energía. Por ejemplo, en los EEUU de los años treinta la energía de un solo 1 barril de petróleo bastaba para poner en circulación 100 barriles; hoy da apenas para 10. Las arenas bituminosas del Canadá ofrecen 1:5. Y los petróleos no-convencionales obtenidos por fracking cifras ridículas de entre 1 y 3 por barril (las mismas que la fotovoltaica o los biocombustibles). Y aquí es donde conviene escuchar al ingeniero Pedro Prieto, que nos recuerda que «una sociedad rural puede vivir con una TRE de 5-10:1, pero una sociedad moderna industrial exige una TRE de 12-25:1».

Y aunque una buena TRE no es la única cualidad del petróleo convencional, es suficiente para entender el sobrecoste oculto de los hidrocarburos no-convencionales. Según el investigador del CSIC Antonio Turiel, “para producir esos hidrocarburos sub prime los Estados han tenido que recortar las prestaciones sociales y las grandes empresas han tenido que consumir parte de su patrimonio». Lo que significa que el fracking no es realmente rentable y que el verdadero negocio se ha hecho hinchando su burbuja. Y es que la cruda realidad es que vivimos inmersos en una crisis de especulación y sobreproducción (fruto del mantra estúpido de la competitividad) precisamente en el inicio de una crisis de escasez, cuando deberíamos estar dedicando todos los recursos que aún nos quedan a una transición ordenada dentro del marco de la economía real.

Por esto resulta tan desesperante que la transición energética, que no se puede hacer de la noche a la mañana, no ocupe la centralidad del tablero político ¿Será que los ciudadanos andamos sobrados de preocupaciones como para añadir variables tan alarmantes en la ecuación? ¿O es que confiamos en que ya inventarán algo?

El fabricante de armas Lockheed Martin anuncia para 2015 el primer mini-reactor de fusión nuclear, pero la verdad es que cada año leemos noticias parecidas y olvidamos leer la letra pequeña. Olvidamos por ejemplo que la gran mayoría de innovaciones se centran en la generación de electricidad, lo que no puede reemplazar al petróleo en el sector del transporte, pues sigue sin resolverse el almacenamiento en baterías a la escala necesaria. Para mantener el tipo en este sector vital harían falta biocombustibles con una TRE realmente alta, tal como investiga la biología sintética, pero esta forma de ingeniería genética extrema de momento ha traído básicamente promesas, más poder para un puñado de corporaciones y su cuota de riesgos. Como advierte Edchard Wimmer, quien sintetizó el virus de la polio, “si algún imbécil se lleva la secuencia de un patógeno peligroso y la sintetiza, podemos estar en serios, muy serios problemas”.

Riesgos aparte, el problema no es solamente bioético y termodinámico, sino también logístico. Se necesitó la revolución industrial basada en el carbón para dar paso al petróleo. La nuclear y el gas natural se han desarrollado al calor de la quema de petróleo ¡Llevamos siglo y medio disponiendo cada año de un 4% más de energía! Es decir, las transiciones se han nutrido hasta ahora de un contexto de energía creciente, así que el final de este ciclo condiciona seriamente la transición a las renovables.

Más relevante aún si cabe es que, como han demostrado los estudios del EIS (Universidad de Valladolid), «los límites de materiales, suelos y tiempo no pueden dar ni la mitad del consumo que hoy nos dan las energías fósiles y nuclear». Lo que nos lleva a que, aun haciendo la mejor transición tecnológica renovable imaginable (y hay que hacerla), con un sistema como el actual las cuentas no cuadran.

No se trata entonces de desmovilizarnos deprimidos, sino de no perder el tiempo con enfoques erróneos. Por eso chirría que los portavoces constructivos del malestar, Podemos y Syriza a la cabeza, se limiten a denunciar al 1%, la Troika y demás mafiosos, olvidando explicar que además de redistribuir vamos a necesitar relocalizar y pisar el freno. Por la cuenta que nos trae, y también por la cuota de complicidad que tenemos en un saqueo que debe terminar (y que las “soluciones” puramente técnicas, como el fracking, intensifican).

De lo que se trata, en fin, es de tener claro que todas las empresas que renacionalicemos, todas las necesidades que desmercantelicemos y todas las economías cooperativas que levantemos tendrán que enfrentarse a un escenario de contracción. Y que los costes hay que repartirlos entre todas las naciones y dentro de cada país. Lo que dicho sea de paso cuestiona que nuestro horizonte político sea convertirnos en escandinavos, pues su consumo extrapolado equivale al de cinco planetas.

La «buena» noticia es que esta transición hay que hacerla igualmente, porque la solución al cambio climático -un problema aún mayor si cabe- es precisamente dejar un tercio del petróleo restante bajo tierra. Es decir, desengancharse de los combustibles fósiles no es el problema, es la solución. Una solución ardua, durísima, aparentemente utópica y que puede ser gestionada con el 99% o contra el 99%, pero con doble premio: no superar los catastróficos 2 grados de calentamiento global y no desangrarnos en guerras sin fin por el control de los recursos en declive.

Como resume Turiel, “tenemos conocimientos técnicos y medios para conseguir mantener un nivel de vida semejante al actual, sólo que más lento (la mayor causa de ineficiencia es la rapidez excesiva), con sistemas más sencillos, más descentralizados y más eficientes, de alta TRE. Lo que realmente nos hace falta es construir un sistema económico que no priorice la creación de valor, sino asegurar el bienestar a la Humanidad. El problema no es técnico: es social”.

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