Sin embargo, parecería que esas informaciones no tuvieran relación con su vida diaria, que transcurre con relativa normalidad. Para unos más que para otros, pero normalidad a fin de cuentas. Y es que en el fondo pocos creen que los problemas requieran respuestas verdaderamente urgentes.
Varias son las causas de esta atonía. Por una parte, cierto fatalismo lleva a pensar que uno no puede hacer nada para torcer el curso de la historia, y que "lo que sea sonará". Por otra parte, se confía en que nuestros sabios gobernantes y los científicos a su servicio encontrarán soluciones, energías alternativas, desde las renovables actuales a las que en un futuro pueda deparar la tecnología, como la fusión nuclear, las pilas de combustible baratas y eficientes, etc.
La geoingeniería es otra fuente de esperanza para conjurar el cambio climático, y hasta hay quien ve en el cambio climático una oportunidad para nuevos aprovechamientos agrícolas en la zona ártica. Seguramente la distorsión de los continentes en la proyección de Mercator, empleada de ordinario en los mapas del mundo, hace sobreestimar lo que la agricultura ganaría en Siberia o Canadá e infravalorar las pérdidas en el resto del planeta.
Y hay un idea esperanzada: ya inventarán algo cuando el problema acucie. Muchos creen que no acucia todavía, y otros piensan incluso que ya está inventado, pero que los amos del mundo lo retienen hasta que hayan exprimido el limón de las energías convencionales.
Sin duda, la tecnología ligera tiene mucho que aportar en la optimización de mecanismos de baja energía y alto rendimiento, como la "bicicleta volante" de esta ilustración, pero no parece que estas técnicas de aprovechamiento de energías escasas puedan sostener la industria metalúrgica o resolver el transporte de grandes cantidades de mercancías a largas distancias.
Las cuentas no salen, pero ¿quién echa las cuentas? La mayor parte de los economistas y los políticos no quieren saber o no quieren hablar, y las poblaciones no quieren oír. Ecuación perfecta.
Artículo de Arnau Montserrat en eldiario.es, recogido por Amón_Ra en crisisenergetica.com.
- El petróleo, el carbón, el gas y el uranio representan el 92% de la energía que usamos. Y empezarán a declinar en conjunto en 2017.
- En ese contexto, chirría que fuerzas como Podemos o Syriza se limiten a denunciar al 1%, y no expliquen que además de redistribuir necesitamos una transición energética que nos obligue a relocalizar y a pisar el freno ya.
- Tenemos conocimientos y medios para mantener un nivel de vida semejante al actual, sólo que más lento, y con sistemas más sencillos, descentralizados y eficientes. Pero el problema no es técnico, sino social.
Si te dicen que la temperatura aumenta y el petróleo
disminuye, ¿se te ocurre relacionarlo con que le hayan vuelto a denegar
la beca-comedor a tu hijo? Si vas a votar a Podemos para recuperar «la senda del crecimiento», ¿te has preguntado si eso es posible y hasta deseable?
Jorge Riechmann cuenta que hace un año la Universitat de València
preguntó a 1200 personas si el calentamiento climático o el pico del
petróleo podían dificultar el abastecimiento de energía. Nueve de cada
diez encuestados consideraba que sí. A la siguiente pregunta, sobre si
esto podría traducirse en menos bienestar, la gran mayoría de la gente
respondía que no. Por tanto, se sorprendía Riechmann, «podían fallar los
combustibles fósiles y podía haber calentamiento climático, pero la
economía seguiría creciendo y el bienestar aumentando ¿Por qué creían
eso? Confiaban en que las energías renovables, la nuclear o una tercera
alternativa -que las grandes corporaciones sacarán al mercado cuando les
convenga- evitarían la crisis energética. Lo cierto es cuatro de cada
cinco encuestados tenían esa confianza irracional en la técnica».
¿Estaban los encuestados mal informados sobre las
capacidades y los límites de la tecnología, o Riechmann es un ludita
cenizo? Si es así debe de haber una epidemia, pues
la lista de expertos dando porrazos a las puertas de la opinión pública
mundial no para de crecer. Pero, ¿escuchamos? ¿Atamos lo cabos del
inquietante abanico de límites físicos con los que nos estamos topando?
Sabemos que el alimento de los conflictos, ya sea en Irak, Ucrania,
Colombia o Sudán, es el hambre de minerales e hidrocarburos, con
occidente como responsable principal ¿Entendemos que el saqueo no puede
más que recrudecerse en un mundo multipolar enfrentado al pico de
producción del cobre, el plomo o el fósforo, al colapso de los grandes
bancos de peces o al agotamiento de grandes acuíferos estratégicos?
Algo falla cuando los telediarios no abren con informes como el del
Energy Watch Group, que estima que el petróleo, el carbón, el gas y el
uranio (92% de toda la energía que usamos) empezarán a declinar en
conjunto en 2017.
Vale, ahora es cuando me
recordáis que la gasolina es más barata que hace un año y que EEUU se
proclama autosuficiente gracias al fracking, que es como decir que el
sistema se ha vuelto a sacar un conejo de la chistera y los
apocalípticos se han vuelto a equivocar ¿Seguro? Por un lado, muchos
analistas consideran que la caída de precios es solamente una
fluctuación, relacionada con la caída de la demanda, señal de que
entramos en una nueva recesión mundial. Por otro lado, no es ninguna
coincidencia que la crisis que nos azota corra en paralelo al declive
anual del 6% en los campos petrolíferos.
En cuanto a
los hidrocarburos no-convencionales obtenidos por fracking y otras
técnicas, es cierto: nos están dando un balón de oxígeno. Sin embargo,
esto no demuestra el «dinamismo de los mercados», sino su
desesperación. Para entenderlo es necesario conocer la Tasa de Retorno Energético
(TRE), es decir, la energía que hay que invertir para disponer de
energía. Por ejemplo, en los EEUU de los años treinta la energía de un
solo 1 barril de petróleo bastaba para poner en circulación 100
barriles; hoy da apenas para 10. Las arenas bituminosas del Canadá
ofrecen 1:5. Y los petróleos no-convencionales obtenidos por fracking
cifras ridículas de entre 1 y 3 por barril (las mismas que la
fotovoltaica o los biocombustibles). Y aquí es donde conviene escuchar
al ingeniero Pedro Prieto, que nos recuerda que «una sociedad rural
puede vivir con una TRE de 5-10:1, pero una sociedad moderna industrial
exige una TRE de 12-25:1».
Y aunque una buena TRE no
es la única cualidad del petróleo convencional, es suficiente para
entender el sobrecoste oculto de los hidrocarburos no-convencionales.
Según el investigador del CSIC Antonio Turiel, “para producir esos
hidrocarburos sub prime los Estados han tenido que
recortar las prestaciones sociales y las grandes empresas han tenido
que consumir parte de su patrimonio». Lo que significa que el fracking
no es realmente rentable y que el verdadero negocio se ha hecho
hinchando su burbuja. Y es que la cruda realidad es que vivimos inmersos
en una crisis de especulación y sobreproducción (fruto del mantra
estúpido de la competitividad) precisamente en el inicio de una crisis
de escasez, cuando deberíamos estar dedicando todos los recursos que aún
nos quedan a una transición ordenada dentro del marco de la economía
real.
Por esto resulta tan
desesperante que la transición energética, que no se puede hacer de la
noche a la mañana, no ocupe la centralidad del tablero político ¿Será
que los ciudadanos andamos sobrados de preocupaciones como para añadir
variables tan alarmantes en la ecuación? ¿O es que confiamos en que ya
inventarán algo?
El fabricante de armas
Lockheed Martin anuncia para 2015 el primer mini-reactor de fusión
nuclear, pero la verdad es que cada año leemos noticias parecidas y
olvidamos leer la letra pequeña. Olvidamos por ejemplo que la gran
mayoría de innovaciones se centran en la generación de electricidad, lo
que no puede reemplazar al petróleo en el sector del transporte, pues
sigue sin resolverse el almacenamiento en baterías a la escala
necesaria. Para mantener el tipo en este sector vital harían falta
biocombustibles con una TRE realmente alta, tal como investiga la
biología sintética, pero esta forma de ingeniería genética extrema de
momento ha traído básicamente promesas, más poder para un puñado de
corporaciones y su cuota de riesgos. Como advierte Edchard Wimmer, quien
sintetizó el virus de la polio, “si algún imbécil se lleva la secuencia
de un patógeno peligroso y la sintetiza, podemos estar en serios, muy
serios problemas”.
Riesgos aparte, el problema no es
solamente bioético y termodinámico, sino también logístico. Se necesitó
la revolución industrial basada en el carbón para dar paso al petróleo.
La nuclear y el gas natural se han desarrollado al calor de la quema de
petróleo ¡Llevamos siglo y medio disponiendo cada año de un 4% más de
energía! Es decir, las transiciones se han nutrido hasta ahora de un
contexto de energía creciente, así que el final de este ciclo condiciona
seriamente la transición a las renovables.
Más
relevante aún si cabe es que, como han demostrado los estudios del EIS
(Universidad de Valladolid), «los límites de materiales, suelos y tiempo
no pueden dar ni la mitad del consumo que hoy nos dan las energías
fósiles y nuclear». Lo que nos lleva a que, aun haciendo la mejor
transición tecnológica renovable imaginable (y hay que hacerla), con un
sistema como el actual las cuentas no cuadran.
No se
trata entonces de desmovilizarnos deprimidos, sino de no perder el
tiempo con enfoques erróneos. Por eso chirría que los portavoces
constructivos del malestar, Podemos y Syriza a la cabeza, se limiten a
denunciar al 1%, la Troika y demás mafiosos, olvidando explicar que
además de redistribuir vamos a necesitar relocalizar y pisar el freno.
Por la cuenta que nos trae, y también por la cuota de complicidad que
tenemos en un saqueo que debe terminar (y que las “soluciones” puramente
técnicas, como el fracking, intensifican).
De lo que
se trata, en fin, es de tener claro que todas las empresas que
renacionalicemos, todas las necesidades que desmercantelicemos y todas
las economías cooperativas que levantemos tendrán que enfrentarse a un
escenario de contracción. Y que los costes hay que repartirlos entre
todas las naciones y dentro de cada país. Lo que dicho sea de paso
cuestiona que nuestro horizonte político sea convertirnos en
escandinavos, pues su consumo extrapolado equivale al de cinco planetas.
La «buena» noticia es que esta transición hay que hacerla igualmente,
porque la solución al cambio climático -un problema aún mayor si cabe-
es precisamente dejar un tercio del petróleo restante bajo tierra. Es
decir, desengancharse de los combustibles fósiles
no es el problema, es la solución. Una solución ardua, durísima,
aparentemente utópica y que puede ser gestionada con el 99% o contra el
99%, pero con doble premio: no superar los catastróficos 2 grados de
calentamiento global y no desangrarnos en guerras sin fin por el control
de los recursos en declive.
Como resume
Turiel, “tenemos conocimientos técnicos y medios para conseguir mantener
un nivel de vida semejante al actual, sólo que más lento (la mayor
causa de ineficiencia es la rapidez excesiva), con sistemas más
sencillos, más descentralizados y más eficientes, de alta TRE. Lo que
realmente nos hace falta es construir un sistema económico que no
priorice la creación de valor, sino asegurar el bienestar a la
Humanidad. El problema no es técnico: es social”.
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