Es importante comparar lo que está pasando ahora mismo en los países del sur de Europa con lo que ocurrió en Alemania hace veinticinco años. Los alemanes orientales, ingenuamente, vieron la reunificación como una posibilidad de acceso a los bienes de consumo del escaparate occidental, pero quienes dirigieron el proceso tenían otras intenciones. Bien les salió la jugada.
El señuelo consumista hundió una economía, entonces sólida pese a las apariencias, pero que no estaba preparada para competir con otra más agresiva y destructiva. La reunificación alemana fue un experimento exitoso para sus impulsores, que después se repitió a escala continental. La unión monetaria, entonces y ahora, es una trampa, un mecanismo que coloniza las economías subalternas.
La acumulación por desposesión está en marcha, ahora que se frena el crecimiento.
La Isla de los Juegos de Pinocho también prometía una arcádica felicidad a unos niños que luego eran convertidos en burros de carga.
(...)
La Anexión (Anschluss)
Si importante es la fecha del 3 de octubre (en la que se produce la unión política), la fecha realmente clave para explicar el proceso es la del 1 de julio de 1990, cuando entra en vigor la unión monetaria que precede a la política. En la memoria impuesta por elaboraciones edulcorantes de quienes arrollaron en todo el proceso, la reunificación de Alemania tiene que ver fundamentalmente con el levantamiento de un pueblo harto de las carencias materiales y limitaciones democráticas que derribó pacíficamente el comunismo, al igual que en el resto de la Europa del Este que presentaba regímenes de socialismo real. Sin embargo, lo que resultó al final tiene muy poco que ver con las motivaciones iniciales de los alemanes orientales movilizados: los movimientos de oposición se manifiestan por la democratización del Estado pero también por el mantenimiento de la independencia nacional y del carácter socialista de la RDA, impidiendo “la venta de nuestros valores materiales y morales” y "la reincorporación de la RDA a la RFA”, como se expresaba el manifiesto “Por nuestro país”, encabezado por exponentes de la vida pública de la Alemania oriental y firmado en enero de 1990 por 1,2 millones de personas. En ese tiempo, un sondeo encargado por Der Spiegel revelaba que el 73% de los alemanes orientales optaba por el mantenimiento de la soberanía de la RDA.
El gobierno de la RDA encabezado por Hans Modrow se comprometió con la oposición en un impulso de reformas que, por desgracia, no llegaría muy lejos ante el golpe de efecto decidido por el canciller federal Helmut Kohl, orientado a desbaratar de inmediato cualquier obstáculo a la incorporación política y de la economía oriental a la República Federal y garantizarse con ello la reelección en unas cercanas elecciones que, hasta entonces, se presentaban una perspectiva nada favorable. Antes estaban previstas las primeras elecciones en el Este, en las que su partido, la CDU, no albergaba mejores expectativas. El golpe de efecto no sería otro que la propuesta de una inmediata unión monetaria (la extensión del marco occidental al este), lo que generaría, en la población oriental, las expectativas necesarias para desbordar las aspiraciones democráticas de la oposición de la RDA y orientar los anhelos de las masas hacia otros objetivos, bajo el supuesto de que el bienestar de la Alemania occidental vendría de la mano de su moneda. El golpe no pudo ser más efectivo: la CDU arrasó en las elecciones de marzo de 1990 en la RDA, y entre los aplastados por ese rodillo se encontraba aquella sociedad civil que había organizado y participado en las manifestaciones masivas de pocos meses antes contra el inmovilismo de Honecker conquistando un importante espacio político y social, aquellos y aquellas que se la jugaron y padecieron la demencial actividad de la Stasi. Ahora, la idea de mantener la independencia de la RDA y su carácter social frente al capital alemán había saltado por los aires ante la perspectiva de un paraíso que vendría de la mano de la conversión de los ahorros orientales.
La forma de dar cuerpo jurídico a la promesa, con la CDU ya en el gobierno de la RDA, fue el “Tratado sobre la unión monetaria, económica y social” entre las dos Alemanias, en cuya negociación, por la parte occidental, destacaron las personalidades de Hans Tietmeyer (que sería presidente del Bundesbank desde 1993 y, por ello, uno de los principales negociadores alemanes del euro) y el más que conocido actual ministro alemán de finanzas (entonces de interior) Wolfgang Schauble. Dicho Tratado acordaba la unidad económica y monetaria inmediata, en contra, conscientemente, de todas las recomendaciones, que hacían previsibles las consecuencias de una pérdida irreversible de competitividad de la economía de la RDA al impedírsele devaluar la moneda y sufrir, además, un aumento anormal de los precios de las mercancías producidas (finalmente de hasta un 450%) que las dejaba fuera del mercado. Nada de lo que devino fue inesperado; el ministro Schauble conocía perfectamente las implicaciones, ajenas a cualquier criterio de conveniencia económica, al igual que un cuarto de siglo después conoció las del último memorándum impuesto a Grecia. Entonces y ahora se trataba de una motivación muy clara: hacer morder el polvo. Que uno de los malos de ambas películas sea el mismo protagonista también da que pensar sobre la continuidad y el sentido de acontecimientos aparentemente desconectados.
Gracias a la unión monetaria los ciudadanos de la RDA pudieron acceder a las mercancías occidentales, pero a un precio mucho más alto (el coste de la vida creció un 26,5% en 1991) y a costa de sacrificar su propia producción: de golpe, las empresas de la RDA perdieron el mercado del Este, el del RFA y el mercado interno, invadido por los productos del Oeste. La producción industrial se redujo (en 1991 era 2/3 menor que antes de la introducción del marco) y, como consecuencia, a partir del 1 de julio el número de desempleados creció al increíble ritmo de 40.000 por semana. Realizada esta “unificación”, la unificación política era un mero trámite sobre la base de un nuevo Tratado sin contrapartidas (y con Schauble otra vez desempeñando un papel de primer orden) que implicaba, simple y llanamente, “el ingreso de la RDA en el campo de aplicación de la Ley Fundamental de la RFA”.
La Treuhand y/o el desmantelamiento de todo una economía
Lo gordo no estaba sino por llegar: la liquidación de toda una economía a través de la Treuhandanstalt, la institución fiduciaria, sin obligaciones respecto al Parlamento, a la que se le confirió la mayor parte del patrimonio de la RDA con el fin de privatizarlo lo antes posible (a pesar de que su propósito, cuando se creó por el gobierno de Modrow, era precisamente el de protegerlo). La Treuhand se adueñó de las fábricas y empresas estatales que empleaban a 4 millones de personas, poniéndose de golpe y porrazo a disposición de un plantel de compradores que incluía no sólo a empresarios del Oeste con voluntad de apropiarse del mercado (como el dueño de la cadena de grandes almacenes Kaufhof, que fue nombrado, con grandes beneficios, presidente del consejo de vigilancia de la Treuhand), sino también a estafadores con condenas y a especuladores inmobiliarios que compraban empresas a un precio muy inferior a su valor sólo para vender los terrenos en los que se alojaban después de desmantelarlas, mecanismo por el que se liquidó a una multitud de empresas (y cientos de miles de puestos de trabajo) perfectamente sostenibles.
El simple sueño de eliminar a la competencia estuvo también entre las motivaciones centrales de los monopolistas del Oeste que intervinieron en la operación. Uno de los casos más significados fue el del productor de frigoríficos Foron. Esta empresa estatal de la RDA fabricaba más de un millón de unidades al año y exportaba a treinta países, tanto del Este como del Oeste. En 1992 llegó a desarrollar y producir el primer frigorífico que no contribuía al agujero de ozono ni al calentamiento global, llegando a recibir cien mil pedidos rápidamente. En ese momento los productores occidentales (Siemens, Bosch, AEF, Miele, Electrolux,...) publicaron un comunicado conjunto presionando a los concesionarios a no comprar esa mercancía, por lo que, a base de mentiras, consiguieron eliminarla del mercado. Pocos meses después, ellos mismos consiguieron repetir esa tecnología y comenzar a venderla. Foron fue privatizada y vendida a un fondo de inversiones que la llevó al abismo. Hoy en día sólo queda un museo en su recuerdo en la ciudad donde operaba.
El proceso fue demoledor: Birgit Beuel, presidenta de la Treuhand después del asesinato del algo más cauto anterior presidente (la trama podría hacer las delicias de cualquier buen guionista de series o películas policiacas) declaraba con orgullo que “en sólo 4 meses hemos vendido 1.000 empresas. La señora Thatcher privatizó solamente 25 en dos años. (…) Ninguna otra institución del mundo habría podido hacer lo que hemos hecho nosotros”. En el camino se habían dilapidado miles de millones de marcos de dinero público en gastos injustificables y se habían destruido, hasta 1994, 2,5 millones de puestos de trabajo.
Sin embargo, el desmantelamiento de la economía de la RDA no se agotó con la Treuhand. Mecanismos adicionales menos conocidos contribuyeron, en su medida, a dicho saqueo: una de ellas fue la manera de regular las “antiguas deudas” de las empresas respecto al Estado, que consistió en convertir las deudas de las empresas públicas de la RDA con el banco estatal (que respondían a un circuito de transferencias que nada tenía que ver con la relación capitalista entre entidades independientes) en deudas con los bancos occidentales a cuyos balances se incorporaron con la privatización del banco estatal, con un valor duplicado por la unión monetaria y con unos tipos de interés mucho más elevados. Las consecuencias para las empresas orientales fueron un desastre, pero un negocio delicioso para los bancos occidentales: como ejemplo, el Berlinés Bank adquirió el Instituto de Crédito Berlinés Stadtbank (de la RDA) por 49 millones de marcos, con una cartera de antiguas deudas de ¡11.500 millones!
Con todo esto, el PIB de Alemania del Este era en 1991 un 44% más bajo que en 1989, y la producción industrial y las exportaciones un 67% y un 56% menores respectivamente, una barbaridad sin parangón en país alguno de Europa del Este. Significativo es el crecimiento inversamente proporcional de las exportaciones de la RFA en ese periodo. En 1993 la devastación en la antigua RDA era total, habiéndose conseguido convertir a un país industrial y autosuficiente en uno de los territorios más subdesarrollados de la Unión Europea en el plazo record de tres años. En este mismo tiempo se destruyeron 3,7 millones de puestos de trabajo a tiempo indeterminado, sin que la tendencia se detuviera en los años posteriores. El porcentaje actual de desempleados en el Este dobla al del Oeste, y eso teniendo en cuenta que el saldo negativo de movimientos de población con el Oeste es de 1,7 millones, un saldo que cuenta a los occidentales que fueron al Este a ocupar puestos de poder y responsabilidad. 4 millones de alemanes del Este (jóvenes y mujeres bien formados en su mayoría) abandonaron su territorio despoblando las ciudades y dinamitando las posibilidades de futuro y desarrollo del mismo.
Toda esta desolación supuso, por contra, un espléndido festival en la otra parte, que fue bautizado como “el boom de la reunificación”: los beneficios empresariales aumentaron en un 75%, la economía creció a un ritmo de un 4% anual entre 1990 y 1992 (una tasa muy superior a la tendencia anterior de la RFA y a la media en un contexto de debilidad coyuntural) y el número de empleados en 1,8 millones, gracias a la conquista del mercado oriental (alemán y europeo) por las empresas occidentales. Casi la mitad del crecimiento del PIB de Alemania occidental en esos años se explica por el aumento de las exportaciones a una Alemania oriental que se hace con un déficit comercial nada menos que del 45%. En realidad, y dado que la compra de bienes producidos en el Oeste se financiaba con transferencias del Oeste al Este (transferencias “solidarias”), una vez destruida la autonomía económica del territorio de la RDA (requisito además para esa conquista), lo que de hecho se ha venido produciendo es una masiva transferencia de recursos públicos de asistencia para sostener un consumo que acaba revirtiendo en el sector privado alemán. Una carga para el Estado y para los contribuyentes alemanes, pero un enorme beneficio para sus capitalistas.
¿Y la unión política?
Vladimiro Giacché realiza en su libro un detallado estudio de los hechos e implicaciones de la llamada “reunificación alemana”, no sólo de tipo económico sino también político y cultural. Para lo que aquí se trata, es suficiente un resumen (no obstante incompleto) del tratamiento del aspecto económico, si bien no resulta poco interesante hacer una muy breve mención a algunas de las consecuencias políticas el proceso implicó para los ciudadanos de la RDA, consecuencias algo más que anecdóticas y que permiten reforzar el cuestionamiento de la idea de una “reunificación” e, incluso, aproximarse a términos, como el de colonización, que utilizaran ex-altos cargos de la Alemania del Este.
Tras la unión política se encausó penalmente (bajo el derecho de la RFA) a 105.000 ciudadanos de la RDA (que habían actuado con arreglo a otras leyes) por diversas formas de “cercanía al sistema”, quedando en nada en la mayoría de los casos, pero con efectos terribles sobre sus carreras y su vida cotidiana. Para ello se aplicó un plazo demencial de prescripción de delitos (diez veces superior al aplicado a los nazis), llegando a reconocerse incluso la vigencia de delitos imputados durante el periodo hitleriano (como los de pertenecer a una organización ilegal en aquel periodo). 139 jueces y fiscales fueron condenador por “retorsión del derecho”, cuando actuaban conforme a una legalidad distinta, y en la administración, la ciencia, la educación y la cultura las depuraciones adquirieron dimensiones descomunales, en muchas ocasiones contra personas que habían sido, precisamente, opositoras políticas en la época de la RDA.
Jueces, profesores (el 70% en la universidad), militares, etc., eran relevados de sus puestos y sustituidos por occidentales en una dinámica propia de una pura y simple ocupación colonial. El sistema educativo fue destruido para sustituirlo sin más por el occidental, sin criterio educativo alguno y dando lugar a sucesos hechos verdaderamente estrambóticos: cuando en el año 2000, Alemania salió mal parada del primer informe Pisa, ministros, pedagogos y periodistas viajaron a Finlandia a conocer los secretos del éxito de su sistema. Debió de ser divertido, y un poco embarazoso, que los finlandeses contestaran que uno de sus principales referencias venían de las enseñanzas de pedagogos de la RDA. Si no se hubiera eliminado al grueso de la intelectualidad por razones puramente políticas, de borrar un país entero de la Historia, seguramente podría haberse evitado un ridículo innecesario.
La relación que pueda establecerse entre aquel acontecimiento de hace un cuarto de siglo y fenómenos actuales dentro de la UE tiene básicamente dos vertientes que tienen que ver entre sí: una causal y otra de semejanza. La última, dado el paralelismo de recetas aplicadas para favorecer al capital alemán (frente a los países del sur de Europa) a partir de la unión monetaria europea y consecuencias de las misma. La primera, en la medida en que la Alemania reunificada alterara las relaciones de fuerza dentro de la UE y facilitara la secuencia de una dinámica expansiva ventajosa que ya contaba con un experimento previo “de éxito”. De eso se tratará en la continuación.
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