Tampoco es mentira la ficción literaria o artística, cuando un lector o espectador cómplice "cree" de modo ficticio y provisional aquello que se le muestra lealmente como ficción. El perceptor, en este caso, cree mientras quiere y lo hace como, cuando y hasta donde quiere. Como el niño cree en los Reyes Magos, más allá incluso del momento en que deja de creer. Hasta los padres participan gozosamente de esa virtual creencia.
El Quijote es una muestra de varios planos de ficción, y en todos ellos "creemos" en algún momento de la lectura. Creemos porque re-creamos la ficción, como digo, en varios niveles. El conocimiento de lo real existe en la mente a través de lo que parece ser, y tan real como la vida es la realidad de la cultura. Aún más cuando influye, o puede hacerlo, en comportamientos "reales".
La primera creencia sobre este libro, la única verdaderamente cierta, es la autoría de Cervantes. Pero el relato a través de un narrador imaginario hace que veamos el libro entero con los ojos de ese otro escritor inventado. ¿Podemos considerar falsa la existencia virtual de Cide Hamete?
También es verdadero Don Quijote (y también los otros personajes, incluso los que son fruto de un engaño, como Merlín). El hidalgo y su escudero están más definidos y son más reales para nosotros que el propio autor. Más reales, desde luego, que ese narrador fingido del que sólo sabemos que fue "historiador arábigo y manchego".
Si en los libros de caballerías las disparatadas aventuras están puestas allí para que finjamos creerlas, no son menos vivas las imágenes más o menos fantásticas en las que a ratos creen el amo y el escudero y a ratos no creen, como hacemos nosotros mismos. El vuelo de Clavileño, la visión de la Cueva de Montesinos, la descripción tan vivamente recreada de la aventura de los rebaños. O la mudable perspectiva que se ofrece de un personaje cambiante, tan presente y tan ausente, como es Dulcinea...
Pues bien, frente a esta falsa mentira del arte se alza el verdadero arte de la mentira.
Es de arte menor el eufemismo, como ese "avance elástico sobre la retaguardia" que sin conseguirlo pretende encubrir el repliegue de un ejército. Expresión esta que aún conservaría un sentido de retroceso ordenado, pero el eufemismo empleado, su propia pudibundez, delata la intención de ocultar lo que seguramente fue una huida vergonzosa. Así que ese eufemismo no engaña a nadie, algo parecido a la ridícula expresión de los economistas:"crecimiento negativo".
Otros eufemismos son más insidiosos porque muestran aspectos relativamente disculpables de las fechorías. Esto ocurre con los "daños colaterales", alusión que pretende lamentarlos como un triste problema inevitable, cuando realmente significa que las víctimas inocentes les importan un comino.
Peldaño a peldaño, la mentira trepa hasta la de arte mayor. En estos casos, una derrota se convierte en victoria, el agresor en agredido, la masacre en inexistente. Sólo requiere para pasar por cierta la ocultación de datos reales, la falsificación de pruebas, la mordaza al contrincante, y por encima de todo, la repetición constante que la graba en la memoria del receptor, hasta que ya no es capaz de saber si la oyó o casi la vio, y de no estar prevenido o disponer de otra información y un mucho de sentido crítico acaba teniéndola por verdad evidente. El muy citado Goebbels sabía mucho de eso.
Y es entonces cuando la mentira cobra su carácter de ofensa a la ética, incluso a la muy maltratada "etíca periodística".
Sobre las mentiras grandes y menores empleadas en las guerras, concretamente en las eternas guerras de los Estados Unidos (¿cuántos años de paz se pueden contar en sus casi dos siglos y medio de existencia? si alguien ha hecho el cálculo agradeceré que me lo diga), sobre esa guerra pemanente, esa "justicia infinita", esa "libertad duradera", nos habla William Astore, teniente coronel retirado de la fuerza aérea de Estados Unidos.
Es profesor de Historia y colabora regularmente con TomDispatch.
Sus escritos pueden leerse en el blog Bracing Views.
Los eufemismos en la guerra
TomDispatch
Las palabras sobre la guerra importan
Introducción de Tom Engelhardt
En este momento, en Iraq hay un máximo de 3.870 militares de Estados Unidos (es decir, 7.740 botas sobre el terreno) sosteniendo la guerra contra el Dáesh *. Este el “límite oficial” impuesto por la administración Obama, porque todo el mundo sabe que el presidente y sus más altos funcionarios están deseando terminar las guerras en Oriente Medio, no ampliarlas. Por supuesto, ese número no incluye a los otros 1.130 (o 2.260 botas) –se trata de una estimación; la cantidad exacta no la sabemos– militares estadounidenses que están allí solo para lo que llamamos... eeeh... umm... “despliegues temporales”, o son el resultado del solapamiento en los despliegues rotativos, aunque quizás habría que agregar a unos 5.000 instructores y consejeros, o –por lo que sabemos– tal vez algunos más, incluyendo a los 200 integrantes de unidades de operaciones especiales, cuyos efectivos no están oficialmente reconocidos por nadie pero son mencionados en los informes de prensa. Y naturalmente, ese guarismo de 5.000 no incluye a los contratistas privados estadounidenses que también llegan a Iraq cada día en número creciente para apoyar a los militares de Estados Unidos porque todo el mundo sabe que ellos no son tropas ni botas sobre el terreno y por eso no se cuentan. Esas son las normas.
No olvidéis que en este momento la totalidad de las operaciones sobre el terreno no podría ser más limitada. Aunque el número de estadounidenses, que se desempeñan como instructores, asesores y soldados de operaciones especiales, sigue creciendo lentamente, al menos están ayudando a la reconstrucción de las fuerzas armadas iraquíes en las propias bases de Iraq. En otras palabras, esta ronda de las guerras de Washington en Iraq no guarda relación alguna con la anterior (2003-2011), cuando el Pentágono tuvo a sus contratistas privados construyendo cientos de bases estadounidenses cuyo tamaño iba desde el de una ciudad de EEUU a un pequeño puesto de combate. Esta vez, las fuerzas armadas de Estados Unidos no tienen bases propias, ni siquiera una... eeeh... umm... al menos no las tenía hasta hace poco tiempo, cuando un marine estadounidense especialista en fuego de artillería de campo murió en un ataque con cohetes del Dáesh en lo que resultó ser un puesto de combate de los marines de EEUU –Fire Base Bell– en el norte del país. El marine estaba involucrado en acciones de apoyo de artillería al ejército iraquí en su avance (atascado) hacia la segunda ciudad del país, Mosul; sin embargo, estas acciones no son “operaciones de combate” porque está bien establecido que ninguna unidad estadounidense –excepto alguna de operaciones especiales– está combatiendo en Iraq (ni en Siria). De hecho, los funcionarios de Estados Unidos hacen notar que el uso de la artillería en realidad no cuenta como combate. Es algo más parecido a las operaciones aéreas contra el Dáesh, salvo que... eeeh... umm... se realizan en tierra.
Ya que estamos, según Nancy Youssef, del Daily Beast, Estados Unidos en realidad tiene dos bases en Iraq (la otra en la provincia de al-Anbar) y está pensando en agregar alguna más en el futuro, pero por cierto estas bases no serán como las antiguas “bases de fuego artillero”. De hecho, aquella donde murió el marine ya ha sido rebautizada como Kara Soar Counter Fire Complex y parece que cualquier futuro... eeeh... umm... puesto que se instale en Iraq será también un “complejo de contra-fuego”, no una base, y solo participará en operaciones tipo ataque aéreo, solo que... eeeh... umm... en tierra. La razón de esto nada tiene que ver con la posible reacción de los estadounidenses ante las nuevas realidades de Iraq. Tal como señala Youssef, la culpa es de los susceptibles iraquíes: “Es notable que la nueva denominación no incluya la palabra ‘base’, ya que algunos iraquíes temen el regreso de cualquier impronta estadounidense que se asemeje a los ocho años de guerra que empezaron con la invasión de 2003”.
En este espíritu de darle nuevo nombre a las cosas, el Pentágono y la administración Obama son los continuadores de una orgullosa tradición lingüística de Estados Unidos. Cuando la administración Bush estaba completando la invasión del Iraq de Saddam Hussein en abril de 2003, el New York Times informaba de que el Pentágono tenía planes de construir por lo menos cuatro importantes instalaciones para el futuro estacionamiento de tropas en ese país; la expresión “bases permanentes” era evitada a toda costa (“... es probable que nunca se anuncie el acantonamiento permanente de tropas”, escribió un periodista del Times”). Y la tradición es importante. Entonces, todo está bien en... eeeh... umm... ese país de la Media Luna Fértil. Ya sabéis a qué me refiero.
Es verdad que en estos años el idioma inglés de EEUU ha sufrido algunas heridas, pero la buena noticia es que ninguna de ellas ha sido “en combate”. Pensemos en ellas como ajustes necesarios para un mundo cada día más difícil de describir, un mundo que al colaborador regular de TomDispatch, William Astore, teniente coronel retirado de la fuerza aérea, le viene como anillo al dedo para escribir su nota de hoy acerca de la guerra de las palabras en este país post-11 de septiembre de 2001.
* * *
Un diccionario de eufemismos para la decadencia imperial
La falta de honradez en el uso de las palabras revela la falta de honestidad de las guerras de Estados Unidos.
Desde el 11-S, ¿puede haber alguna duda de que el público está anestesiado por los eufemismos que acompañan regularmente a las tropas estadounidenses, sus drones y los agentes de la CIA en los conflictos imperiales en Gran Oriente Medio y África? La intención de semejantes eufemismos es aliviar el escozor que el aguijón de las guerras de EEUU provoca en casa. Muchas de esas palabras y frases son tan conocidas y están tan desgastadas que ya nadie piensa dos veces sobre ellas.
He aquí algunas: efectos colaterales por los civiles muertos y heridos (esta expresión es de uso habitual desde la Primera Guerra del Golfo de (1990-1991). Técnicas de interrogación mejoradas por la tortura, una frase adoptada vigorosamente por George W. Bush, Dick Cheney y el resto de sus funcionarios (“técnicas” que han sido validadas por la Casa Blanca). Rendición extraordinaria por el secuestro, por parte de la CIA, de sospechosos de terrorismo en cualquier ciudad o zona desértica remota del mundo, frecuentemente seguido de técnicas de interrogación mejoradas en emplazamientos negros estadounidenses u otros horrorosos lugares en el extranjero. Detenidos por prisioneros o campo de detención por prisión (o, en algunos casos, más honestamente, campo de concentración, utilizado para referirse a Guantánamo (Gitmo), entre otros lugares establecidos fuera de la jurisdicción de la Justicia de EEUU. Muertes seleccionadas por asesinatos con dron por orden del presidente. Botas sobre el terreno por un despliegue más de “nuestras” tropas (y no exactamente sus botas), con el consiguiente riesgo de bajas en sus filas. Incluso la “Guerra Global contra el Terror” de la administración Bush, que es la rotulación dada al intento de instaurar una Pax Americana en el Gran Oriente Medio, sería aumentada en los tiempos de Obama: operaciones de contingencia en el exterior (antes de que cualquier intento de etiquetado fuera dejado de lado en aras de una guerra sin nombre sostenida en importantes regiones del planeta).
A medida que fueron instalándose los eufemismos para ocultar las amargas y brutales realidades de la guerra, se asignaron honores superlativos al papel combativo de Estados Unidos en el mundo. Excepcional, indispensable y lo más grande han sido las tres palabras más usadas regularmente por presidentes, políticos y exaltados patriotas para describir a este país. En otros tiempos, si los estadounidenses pensaban de esta manera, en realidad no tenían necesidad de que su presidente y los candidatos a la presidencia lo dijeran; tanta era la confianza que reinaba en la era dorada del poderío de Estados Unidos. Entonces, es posible pensar que la constante utilización de esos términos es una medida de la creciente actitud defensiva de Estados Unidos, de su sensación de duda y retroceso en lugar de fuerza y confianza.
¿Adónde conduce este concertado asalto contra las palabras que usamos? George Orwell, en su recordado ensayo de 1946, Politics and the English Language (La política y la lengua inglesa), señaló que los equivalentes de “daños colaterales” en su tiempo eran “necesarios para nombrar a las cosas sin evocarlas mentalmente”. Desde luego, en los 70 años transcurridos desde entonces las cosas no han cambiado mucho. Y, como Orwell lo intuía, este camino es peligroso. Ocultar la violencia, incluso el asesinato, con un lenguaje anodino puede ayudar a que algunos funcionarios escépticos duerman mejor por la noche, pero para el resto de nosotros es motivo de honda preocupación.
Cuanto más líderes y funcionarios estadounidenses –y los medios que les citan incesantemente– empleen tales eufemismos para tapar duras realidades, tanto más garantizan que esa dureza perdurará; por cierto, lo más probable es que la realidad sea cada vez más dura y dañina en tanto continuemos viviendo en un mundo de pensamiento eufemístico.
La vacuidad de los acrónimos
Indudablemente, en el futuro, algunos lingüistas o lexicógrafos compilen un diccionario dedicado a las guerras eternas y quizás (dado que es posible que estén vinculados) los Imperios en decadencia, un diccionario centrado en sus nefastos procesos y las diversas versiones del lenguaje del fracaso capaces de ocultarlos. Quienes se dediquen al estudio de las lenguas sin duda explorarán la forma en que en el Estados Unidos del siglo XXI se utilizaban ciertos vocablos y dispositivos retóricos para desdibujar la pesada carga que la guerra imponía al país, aunque facilitaran el continuado fracaso de los conflictos. Por supuesto ese diccionario incluirá ejemplos clásicos como repentino aumento, usado tanto en Iraq como en Afganistán para disimular la forma en que nuestro gobierno despachaba apresuradamente tropas adicionales a una zona de combate en un momento desesperado solo para asegurar la ampliación del descalabro, y el hoy clásico impresión y espanto que ocultaba la realidad de un ataque aéreo a gran escala en Bagdad cuyo resultado era la muerte de cientos de civiles (“daños colaterales”) pero no la “decapitación” del odiado régimen.
Sin embargo, no debe pensarse que el único propósito del lenguaje de las guerras de Estados Unidos en el siglo XXI era adormecer al público. Palabras y expresiones menos conocidas continúan usándose en el ámbito de las fuerzas armadas no para explicar tareas sino para ocultar ciertas realidades obvias incluso a quienes están destinados a ocuparse de ellas. Por ejemplo, guerra asimétrica, zona gris y VUCA. A menos que usted frecuente el departamento de Defensa o los círculos militares, lo más probable es que nunca las haya oído.
Guerra asimétrica sugiere que el enemigo combate de manera ilícita y con total cobardía, normalmente acechando tras las líneas y mezclándose con los civiles (“rehenes”), porque el enemigo no tiene “lo que hay que tener” para ponerse un uniforme y es incapaz de enfrentarse cara a cara con los soldados estadounidenses. Como resultado de ello, por supuesto, los estadounidenses deben estar preparados para tácticas poco limpias, artimañas de todo tipo, como las emboscadas y los IED (improvised explosive devices [dispositivos explosivos improvisados] o bombas enterradas al costado de la carretera), como también un abanico de tácticas “no convencionales” que hoy día son demasiado bien conocidas en un mundo asolado por violentos ataque contra blancos “fáciles” (léase civiles). Deben estar preparados también para enfrentar a un enemigo que se ha mezclado con la población civil y por lo tanto estar dispuestos a los inevitables daños colaterales que estos tiempos es en buena parte la esencia de la guerra estadounidense.
El hecho de que organizaciones como el Dáesh hayan elegido combatir “asimétricamente” no debería sorprender a nadie que alguna vez se haya enfrentado con un muchacho más fornido y mejor armado en el patio de la escuela. Amagar, golpear a traición, usar un tirachinas, incluso salir corriendo para pelear otro día son tácticas “asimétricas” del todo sensatas para cualquiera que se encuentre superado en potencia de fuego y en desigualdad de fuerzas. Esto es de Perogrullo y no otra cosa, vista la realidad del mundo en que vivimos. Sin embargo, para los del Pentágono y los de las fuerzas armadas es una forma útil de sacar de contexto la cuestión; esta gente no quiere pensar con seriedad acerca del desastroso curso de los acontecimientos –enfocados sobre todo en la población civil– que ellos persiguen. A menudo, la consecuencia última de estas acciones en las poblaciones así castigadas es la irritación y el deseo de venganza, contrariando así los propósitos expuestos por Estados Unidos.
Zona gris es una equívoca expresión utilizada en los círculos militares para describir la desconcertante naturaleza de los conflictos de la más baja intensidad, en los que es frecuente que no haya actores estatales y que no califican como guerras “con todas las de la ley”. Lo acostumbrado en este tipo de conflictos es el uso de armas no tradicionales y tácticas que van desde los ciberataques hasta la propaganda del reclutamiento de potenciales terroristas vía las redes sociales. Esta “zona” pone nerviosos a los funcionarios del Pentágono en parte debido a que la mayor parte de sus fondos se destina a las armas convencionales, esto es, tan sutiles como una maza: ítems caros como portaaviones, submarinos nucleares, tanques, bombarderos estratégicos y extremadamente caros aviones multipropósito como los F-35 (se estima que el costo total de este programa alcanzará los 1.450.000 de millones de dólares). Gran parte de este armamento es “demasiado grande para fallar” en las guerras financiadas por Washington, pero en el mundo real normalmente falla porque es demasiado grande para ser utilizado con eficacia contra la más reciente tanda de evasivos enemigos. He aquí, la insoluble zona gris que atormenta a los planificadores y responsables de la defensa de Estados Unidos.
Nombrar la zona gris tiene dos consecuencias: plantea la cuestión y al mismo tiempo la oculta: ¿por qué Estados Unidos ha hecho tan poco cuando, según su propia definición, continúa siendo la mayor y la más mala superpotencia del mundo, aquella que agota tanto a sus enemigos sin estado? Debemos tener en cuenta, por ejemplo, que se ha estimado que los ataques del 11-S en territorio de Estados Unidos costaron a Osama Bin Laden más o menos medio millón de dólares. Multiplique esta cantidad por 400 y usted podrá comprar un caza a reacción F-35 “made in USA”.
Si la expresión zona gris ayuda bien poco para aclarar los dilemas de las fuerzas armadas de Estados Unidos, ¿qué me dice de VUCA? Se trata de un acrónimo, la abreviatura de Volatility, Uncertainty, Complexity and Ambiguity, es decir, volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad. Se supone que este acrónimo describe el mundo en el que vivimos desde el 11 de septiembre de 2001. Por supuesto, no hay nada como un acrónimo para quitar el aguijón de cualquier mundo. Pero siendo como soy un historiador que ha leído una pila de libros de historia, permítame que le confiese que, por lo que sé, el mundo siempre ha sido, es y será VUCA.
En beneficio de cualquier futuro historiador del lenguaje del Pentágono, permítame que resuma las cosas de esta manera: en lugar de hablar francamente sobre la guerra en toda su fealdad e incertidumbre, los profesionales militares de esta época han solido sustituirla por palabras de moda, eslóganes y acrónimos. Es así como se enfanga el agua. Esto permite que el mundo de la guerra continúe haciendo daño sin que nada serio lo desafíe; es por eso que ha sido tan útil en estos años hablar de, digamos, la COIN (Counterinsurgency, es decir, la contrainsurgencia) o de la 4GW (Fourth-Generation Warfare, vale decir, la Guerra de 4ª generación).
Así como su más reciente entusiasta, el general David Petraeus, una vez más la COIN ha perdido el favor de los militares; pero la Guerra de 4ª generación continúa en la cresta de la ola y tiene el poder de ilusionar agradablemente, no como un vino añejo del tiempo de Vietnam en una botella posterior al 11-S, pero tiene lo suyo. En realidad, es otra repetición de insurgencia y COIN mezclada y emparejada con la guerra popular de Mao Tsé-tung, el líder de la China comunista. Para imponerse en sitios como Afganistán, sugieren los pensadores de la 4GW, se necesita ganar los corazones y las mentes –sí, aquella clásica frase de la derrota en Vietnam– mientras se asegura y protege al pueblo (un clara expresión de la era COIN) de los insurgentes y terroristas. En otras palabras, estamos hablando de un acrónimo que inmediatamente empieza a espesarse si para describirlo se emplean palabras más antiguas como “pacificación” o “construcción de una nación”. Lo último en la jerga 4GW quizá no sirva para ganar guerras, pero a veces ayuda a ganar sustanciales subvenciones gubernamentales para la investigación.
En hecho es que esos modernos acrónimos y vigorosas palabras de moda suelen limitar el auténtico pensamiento sobre la guerra. Si Estados Unidos ha de ganar (o, mucho mejor, evitar) futuras guerras, sus profesionales de la guerra necesitan mirar ese fenómeno con más honestidad y en todas su dimensión. Entonces, también lo hará el pueblo estadounidense, ya que es en su nombre que –supuestamente– se emprenden esas guerras.
La verdad sobre el “avance” en las guerras de Estados Unidos
En estos días, el secretario de Defensa Ashton Carter recurre a la imagen del cáncer cuando habla del Dáesh. Su expresión favorita es “tumor primario”, esto es, el terrorismo es un cáncer al que los cirujanos militarizados de Estados Unidos deben atacar y destruir antes de que haga metástasis y produzca “tumores secundarios” (pensemos en las franquicias del Dáesh en Libia, donde hace poco tiempo la organización ha duplicado su tamaño; Afganistán; y Yemen). De ahí la proliferación de los “ataques quirúrgicos” mediante drones y las incursiones igualmente “quirúrgicas” de las unidades de operaciones especiales; en ambos casos, es posible imaginar la equivalencia entre Estados Unidos y los glóbulos blancos de la sangre en la guerra del primero contra el cáncer del terrorismo.
Pero el terrorismo, ¿es realmente un cáncer de la civilización que puede “curarse” mediante los tratamientos más agresivos? ¿Puede Estados Unidos construir un mundo libre de cáncer? Ya que esto es lo que implica el discurso de Carter. ¿Y cómo medimos los “avances” en una “guerra” contra el cáncer del Dáesh? Desde luego, desde la perspectiva de alguien ajeno a la cuestión, la proliferación de bases militares de Estados Unidos en todo el mundo (hoy día son unas 800), de ataques con drones, de asaltos con fuerzas de operaciones especiales y de cuantiosas exportaciones de índole militar, podría tener el aspecto de metástasis cancerosa. Para decirlo de otro modo, que algo constituya un cáncer depende del punto de vista de cada uno, y posiblemente también de la idea que cada uno tenga de un mundo “saludable”.
La mismísima noción de avance en las últimas guerras de Estados Unidos ha sido recientemente criticada por un colega, Michael Murry, veterano de la guerra de Vietnam que sirvió en la Marina de Estados Unidos. Me escribió para decirme, en relación con su eufemismo militar predilecto, “No consigo estar de acuerdo con los ‘avances’ que cantan incesantemente los mandamases militares en Iraq y Afganistán...
Llevamos unos 14 años escuchando de ‘avances’ que, al decir de nuestros generales, quedarían en nada en cuanto Estados Unidos retirara sus fuerzas y dejara que la gente de allí y sus vecinos se arreglaran. ¿Desde cuándo ‘logro frágil’ equivale a ‘avance’? ¿Quién en su sano juicio invertiría ríos de sangre y billones de dólares en ‘fragilidad’? Ahora que lo pienso, también usamos el eufemismo ‘disminución’ para sustituir a ‘retirada’, que a su vez sustituyó a ‘derrota’. Las fuerzas armadas de Estados Unidos y el gobierno civil al que tienen intimidado en una desventurada aquiescencia sencillamente son incapaces de enfrentarse con la verdad de sus monumentales fracasos; es por eso que no para de bastardear nuestro idioma en un fracasado –casi cómico– intento de colocarse un paso lingüístico por delante de la verdad”.Como Murry señala, la palabra avance no significa nada cuando semejantes ‘logros’, en palabras de David Petraeus durante los meses álgidos de 2007, son tan ‘frágiles’ como ‘reversibles’. Por cierto, Petraeus volvió a decir las mismas dos palabras en 2011 para referirse a similares ‘avances’ de Estados Unidos en Afganistán; justamente, hoy en día no podría ser más clara la dimensión del ‘avance’ realmente hecho allí. ¿No es hora de que los funcionarios del gobierno dejen de pregonar unos inexistentes ‘avances’ cuando hablan de las guerras?
Pensemos, por ejemplo, en las fuerzas de seguridad iraquíes adiestradas (hoy adiestradas otra vez más) por Estados Unidos. Año tras año, los funcionarios juran que las fuerzas armadas de Iraq están cada vez más cerca de su preparación para combatir pero –como en una de las paradojas de Zenón de Elea– en los pasos intermedios que dan esos militares tutelados por EEUU nunca parecen ser suficientes para configurar una verdadera fuerza de combate. Los avances, eternamente pregonados, parecen conducir siempre a retrocesos, invariablemente explicados con convicción, mientras ese ejército por lo general se queda a mitad de camino o sus unidades sencillamente se vienen abajo, abandonando casi siempre sus armas –proporcionadas por Estados Unidos–, que caen en manos del enemigo. Aquí estamos, después de 12 años de que EEUU empezara a adiestrar a las fuerzas armadas iraquíes, una vez más parecen estar desfondándose, esta vez mientras están –supuestamente– cerca de recuperar la segunda ciudad de Iraq, Mosul, hoy en manos del Dáesh. ¿Un avance, si acaso alguno?
En resumen, la habitual falta de honestidad del lenguaje de las fuerzas armadas de Estados Unidos ilustra la falta de honestidad de sus guerras interminables. Después de tantos años de fracasos y frustración, de guerras que no se ganan y de movimientos terroristas que nada más parecen extenderse mientras sus jefes son abatidos, ¿no habrá llegado el momento de que los estadounidenses desechemos esas expresiones como “daños colaterales”, “enemigo no combatiente”, “zona de exclusión de vuelo” (o todavía peor, “zona de seguridad”) y “ataque quirúrgico”, y adoptemos un lenguaje que, aunque crudo, describa con exactitud las realidades militares de esta época?
Las palabras importan, sobre todo las palabras relacionadas con la guerra. Entonces, como un cambio de pautas, en lugar de los eufemismos inanes y los acrónimos insulsos, tal vez el gobierno de Estados Unidos podría contar al pueblo de este país la impresionante y espantosa verdad, en lenguaje llano, sobre la realidad y los peligros de las guerras eternas.
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* Dáesh es el nombre en árabe de lo que se ha dado en llamar Estado Islámico (EI), (N. del T.)
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176128/tomgram%3A_william_astore%2C_words_about_war_matter/#more
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García
Cada vez que visito este blog me congratulo de haberlo hallado.
ResponderEliminarGracias. Siempre mantengo la esperanza de no escribir para el vacío. Una vez jubilado, "me queda la palabra"...
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