domingo, 17 de julio de 2016

Meditaciones sobre una calavera


La calavera de Yorick es un símbolo impactante sobre la contingencia del ser humano. De ahí que se la asocie frecuentemente con el monólogo "ser o no ser".

Aunque la escena del cementerio ocurre más adelante (y redunda en la misma idea), se funden así en una sola ambas meditaciones del melancólico príncipe.No fue la única ni la última vez que se produjo una reflexión semejante, en diversas claves, sobre un cráneo vacío, La fuerza del símbolo es grande, porque a diferencia de cualquier otra parte de la osamenta, es díficil dejar de considerar el pensamiento que sin duda albergó alguna vez. Su propio vacío lo exige, así como el concepto de "nada" carece de sentido si no evoca inmediatamente el de "ser".

Derivaciones literarias de la meditación de Hamlet hay muchas. Voy a recordar tres de ellas, cada una con un matiz diferente.

La Calaca, de José Guadalupe Posada






















La primera es una visión festiva sobre la contingencia, pero también sobre la inteligencia humana, y en particular la del pensador que así medita, en este epigrama de Nicolás Fernández de Moratín:

La calavera de un burro
miraba el doctor Pandolfo,
y enternecido decía:
"¡Válgame Dios, lo que somos!"

Y en ese tono suyo, tan humano como vagamente irónico (lo prueba la referencia al anterior), Antonio Machado se sorprende (y yo también), en el número XXVII  de sus proverbios y cantares, de todo lo que pudo caber en ese hueco:

¡Oh calavera vacía! 
¡Y pensar que todo era
dentro de ti, calavera!,
otro Pandolfo decía

Finalmente traigo a colación un corto poema de César González-Ruano, aquel periodista de indudable talento y trayectoria algo dudosa, escritor no desdeñable, que en un tono un tanto burlesco se ríe de lo que piensen de él, en equivocadas especulaciones:

SOBRE QUIÉN ERA AQUEL QUE DIJO...
 

Alguien cuando pase el tiempo
y encuentre mi calavera,
el tiro que no me he dado
buscará en la sien entera.

Y en las cuencas de mis ojos
querrá adivinar tal vez
lo que vi... cuando veía
y que yo nunca miré.

A ese piadoso erudito
que busque el paso borrado
-¡un débil paso terreno!-
de la vida de un cansado
de sí mismo, quiero dar
esta confesión tardía
resuelta en un epitafio
pues que puedo todavía:

Vino, venció. Fue vencido
en lo que quiso vencer.
Escribió, y en el tintero
dejó lo que quiso hacer
por hacer lo que quisieron.
Y se fue.

Cansado de sí mismo. Seguramente tenía algún que otro motivo para juzgar así su trayectoria, pero ¿quién no siente algo así cuando somete a crítica sincera su propia vida y su obra?
 
Suscribo la confesión final del epitafio, como cualquiera que haya querido hacer mucho y compare el proyecto con la realización. Y eso tanto por la cantidad como por la calidad de lo hecho.
 
Considerando esto, el verso final casi suena a fuga por el escotillón, en una pirueta final que elude todas las responsabilidades.

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