miércoles, 6 de julio de 2016

Norman Bethune

Mis recuerdos sobre los sucesos de la carretera Málaga-Almería son de la niñez. No soy tan viejo como para que sean directos, pero tenía once años cuando en una estancia veraniega en la Sierra Tejeda, en un remoto cortijo perteneciente a mis tíos, en las noches de verano, a la luz de un candil, se hablaba y se hablaba. Entonces fue cuando supe del éxodo de la población malagueña, huyendo del terror y las vejaciones con que desde la radio amenazaba aquel soez criminal que fue Gonzalo Queipo de Llano.

Desde aquella alta sierra se veía allá abajo la costa malagueña. Los testigos directos de aquel horror contaban como la escuadra fascista bombardeaba desde el mar a las columnas de fugitivos. Allí estaba Norman Bethune, pero yo aún no lo sabía.

Unos años después, leyendo el Libro Rojo, me conmovió el discurso fúnebre que Mao Tse-tung dedicó a este médico canadiense que abandonó una brillante carrera como cirujano para ayudar a los heridos de guerra. Y no lo hizo una, sino hasta tres veces. Y en la última perdió la vida.

Solo hace poco tiempo relacioné aquel relato de la guerra española con la presencia del médico canadiense. En otro país sería recordado y homenajeado, pero aquí cualqier recuerdo del pasado "reabre viejas heridas".

Preocupado por el aspecto socioeconómico de la enferrmedad, hay que recordar su lucha por un servicio público de salud que protegiera a la población con independencia de su capacidad económica. Hoy tenemos unos servicios sociales de salud que se van manteniendo, si bien deteriorados por los recortes presupuestarios, y es bueno recordar a este hombre, un comunista bueno y generoso que peleó por ellos.

De corazón, doy las gracias a Jesús Aller por su reseña.


El Dr. Bethune, hacia 1937, junto a una enfermera y su unidad de transfusiones de sangre con el lema Unidad Canadiense de Transfusiones, durante la Guerra Civil Española





Rebelión


Norman Bethune, médico vocacional y rojo por convicción, dejó muestras de su talento innegable para la literatura o la pintura, pero es su propia vida sobre todo, desmesurada y heroica, la que nos mira desde la masacrada primera mitad del siglo XX con los atributos de una perfecta obra de arte. Él fue sin duda uno de los pocos que se consagran en cuerpo y alma a construir una existencia que señale un sentido y merezca por ello ser vivida. Pipas de calabaza presentó en 2012, con introducción y traducción de Natalia Fernández Díaz, una recopilación de sus escritos, ventana fascinante para asomarnos al vértigo de su vida.

Nacido en Gravenhurst, una pequeña ciudad de Ontario (Canadá) en 1890, con ancestros presbiterianos y escoceses, Norman Bethune descubrió muy pronto que no estaba hecho para la rigidez del culto a un dios lejano que se imponía en su entorno familiar, sino para la llama viva de la solidaridad. Así fue alternando la alfabetización de inmigrantes con estudios de medicina, hasta que a finales de 1914 se alista como camillero voluntario y es destinado al frente belga de la Primera guerra mundial. Herido en la II batalla de Yprès en 1915 y devuelto a casa inútil para el servicio, consigue al fin terminar la carrera.

Vive luego en Gran Bretaña, y en Edimburgo conoce a Frances Campbell Penney, grande y atormentado amor de su vida, con la que contraerá matrimonio un par de veces, en 1923 y 1929. La copiosa correspondencia entre ellos evidencia, para los que la han escudriñado, las dificultades de Norman en las relaciones de pareja. De nuevo en Norteamérica, es diagnosticado de tuberculosis en 1926. Se concentra entonces en lograr una mejora de los tratamientos existentes y, tras curarse, decide dedicar su vida a la cirugía torácica. Comprobar los estragos de la enfermedad entre los más pobres contribuirá a agudizar su conciencia social, y a mediados de los años 30 se afilia al Partido Comunista. Es por entonces un reputado médico y profesor de cirugía.

La Guerra Civil atrae a Norman a España en 1936, y aquí deja constancia de su entrega como médico y organizador, y también de su inmoderada afición al alcohol y las aristas de su carácter. El siguiente destino que elige será China en plena invasión japonesa, y allí consigue hacer funcionar un hospital que no tarda en ser bombardeado. Exceso de trabajo y duras condiciones lo ponen al borde de la extenuación cuando en noviembre de 1939 durante una operación contrae una septicemia que lo lleva en unos días a la tumba. Su última preocupación fue gestionar una ayuda económica para su ex mujer.

Figura venerada en China desde su heroica muerte, la recuperación de su memoria en Occidente ha de esperar a la edición en Canadá a comienzos de los años 70 de tres de sus escritos fundamentales con el título de Las heridas. El primero de ellos es “Charla sobre la medicina socializada”, una reivindicación de un sistema público de salud que ponga las artes de curar al servicio de los que las necesiten y haga que dejen de ser un negocio más en la jungla capitalista. Sigue “La carretera de Málaga”, narración de su experiencia tras la caída de esta ciudad en poder de los fascistas, cuando su viaje al frente con un camión de la Unidad Canadiense de Transfusiones se topa con la avalancha de los que huyen desesperados y, entre escenas de desolación, decide utilizar el vehículo para evacuar a niños y enfermos hasta Almería.

“Heridas”, tercer fragmento recogido, nos acerca a sus vivencias como cirujano en China; visiones de cuerpos rotos cuyas llagas ha de curar, cuyo dolor ha de aplacar, y añade una reflexión obligada sobre las causas del desastre: obreros japoneses y obreros chinos masacrándose por las añagazas del patriotismo y el imperialismo, el ansia de dividendos. La versión de Pipas de calabaza no incluye el discurso fúnebre de Mao que servía de epílogo a la edición inglesa, pero incorpora algunos otros textos de Bethune: un poema, reflexiones y apuntes de sus diferentes etapas.

En los años 70 el gobierno chino, en pleno proceso de apertura hacia Occidente, regaló al canadiense una estatua de Norman Bethune que aún puede verse hoy ornando un cruce en la ciudad de Montreal. De esta manera y en beneficio de las relaciones internacionales, quien odiaba los formalismos y sólo quiso ser gasa que alivia el sufrimiento y clarín que denuncia a quien lo causa quedó condenado a contemplar el mundo desde alto pedestal veinticuatro horas cada día con la mirada absorta de los muertos.

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