Hoy se celebran las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. El largo artículo que reproduzco hace un análisis muy detallado de las posibilidades resultantes de su peculiar mecanismo electoral. Parece diseñado ex profeso para propiciar toda clase de corruptelas:
- Al presidente no lo eligen directamente los votantes sino un colegio electoral de 538 individuos que representan a los electores de un distrito cuya población puede variar dramáticamente según corresponda a un entorno urbano o rural.
- Un miembro del colegio electoral de una zona urbana puede representar los votos de cientos de miles, o millones de votantes, mientras que uno de una zona rural puede tener el mandato de tan solo unas decenas de miles de votantes. Su voto, sin embargo, cuenta lo mismo, y el candidato que consiga más votos del colegio electoral en cada estado se los lleva todos.
- Durante las últimas décadas el voto demócrata se ha ido concentrando progresivamente en las ciudades, mientras que el republicano se ha hecho fuerte en el campo, de manera que en la práctica los candidatos demócratas requieren una cuantía muy superior de votos para conquistar el colegio electoral de cada estado, y de ahí que estos venzan en ocasiones en voto popular, pero no en el colegio electoral.
- Los distritos electorales son con frecuencia redibujados por los políticos que gobiernan a nivel estatal para generar escenarios que les sean más favorables. Para ello, se rediseñan con el objetivo de redistribuir a los grupos de votantes de la manera más favorable para el partido gobernante:
Diluyendo a una comunidad de votantes incómodos de un distrito en disputa mediante su traspaso a un distrito vecino donde el partido gobernante tenga una mayoría cómoda.
Incluyendo a votantes propios que se perderían en una zona de firme voto rival en otros distritos donde sus papeletas puedan ser más útiles para el partido en el gobierno.
Todos los sistemas electorales mayoritarios amplifican las diferencias que se dan en el voto popular. Una ajustada mayoría puede convertirse en abrumadora, incluso en una falsa unanimidad si se produce en todos los distritos. Imaginemos que en todos ellos un partido obtiene una mayoría absoluta del 51%: automáticamente tendrá el 100% de los escaños.
Sin llegar a este caso extremo, el partido gobernante contará siempre con una oposición mucho más débil que la que correspondería a una representación proporcional. Por eso el voto tiende a concentrarse en otro partido que pueda, en un futuro, disputar la hegemonía al gobierno actual. El "voto útil" conduce al bipartidismo, y si ambos partidos tienen programas semejantes, la política será estable. Otra cosa es que sea justa.
La falsedad de la representación se agrava si los distritos son muy desiguales en número de habitantes o en composición social.
El caso norteamericano es más grave que otros, tanto por las razones expuestas como por las diferencias en las legislaciones de los Estados. Las reglas de votación y de recuento son enormemente dispares.
En estas condiciones, la inoperancia de partidos alternativos a los consolidados por el sistema no permite coaliciones electorales. Las "coaliciones" que se mencionan en el artículo son simplemente coincidencias en el voto por razones muy diversas, desde el simple hartazgo (que obedecerá a motivos particulares de cada votante o grupo) a la defensa de intereses corporativos o de clase. Ganará el candidato que sepa tocar los puntos programáticos que le atraigan votos, sean los que sean, especialmente en aquellos Estados clave. Lo de menos es el cumplimiento de las "promesas", que muchas veces serán incompatibles entre sí.
M. R. / CARICATURAS DE LUIS GRAÑENA |
Solo una victoria aplastante de Biden evitaría la crisis política. En todo caso, las especulaciones sobre retrasos en el recuento o posibles intentos de Trump de tergiversar los resultados marcan un hito en el declive de EE.UU.
Marcos Reguera
En víspera electoral, la situación se encuentra muy en el aire en Estados Unidos. Existe un consenso generalizado sobre la victoria de Joe Biden en el voto popular, y se maneja una horquilla estimada de entre tres a cinco millones de votos de diferencia a favor del candidato demócrata (diferencia que David Wasserman del Cook Political Report eleva a 16 millones de votos). Estas cifras parecerían asegurar la victoria de Biden, sin embargo, pocos se atreven a realizar pronósticos sobre quién será el ganador de los comicios. ¿A qué se debe? A que nadie está seguro de cómo se van a repartir estos votos en el colegio electoral, la clave para la elección del presidente.
Al inquilino de la Casa Blanca no lo eligen directamente los votantes estadounidenses, esta misión recae en el colegio electoral. Este está compuesto por 538 individuos que representan a los electores de un distrito congresual, cuya población puede variar dramáticamente según corresponda a un entorno urbano o rural, de manera que un miembro del colegio electoral de una zona urbana puede representar los votos de cientos de miles, o millones de votantes, mientras que uno de una zona rural puede tener el mandato de tan solo unas decenas de miles de votantes. Su voto, sin embargo, cuenta lo mismo, y en último término (salvo en los Estados de Maine y Nebraska), el candidato que consiga más votos del colegio electoral en cada estado se los lleva todos. Durante las últimas décadas el voto demócrata se ha ido concentrando progresivamente en las ciudades, mientras que el republicano se ha hecho fuerte en el campo, de manera que en la práctica los candidatos demócratas requieren una cuantía muy superior de votos para conquistar el colegio electoral de cada estado, y de ahí que estos venzan en ocasiones en voto popular, pero no en el colegio electoral.
El voto demócrata se ha ido concentrando en las ciudades, mientras que el republicano se ha hecho fuerte en el campo
A esto hay que añadir que en los Estados Unidos se practica el gerrymandering: los distritos electorales son con frecuencia redibujados por los políticos que gobiernan a nivel estatal para generar escenarios que les sean más favorables. Para ello, se rediseñan con el objetivo de redistribuir a los grupos de votantes de la manera más favorable para el partido gobernante, ya sea diluyendo a una comunidad de votantes incómodos de un distrito en disputa mediante su traspaso a un distrito vecino donde el partido gobernante tengan una mayoría cómoda, ya sea incluyendo a votantes propios que se perderían en una zona de firme voto rival en otros distritos donde sus papeletas puedan ser más útiles para el partido en el gobierno. En esta práctica han participado ambas formaciones políticas, pero en los últimos años los republicanos han sido más eficaces a la hora de llevarla a cabo, lo que ha ensanchado sus márgenes de victoria en el colegio electoral.
El agregado de encuestas ofrece un margen de intención de voto a Biden del 52% frente a un 43% para Trump. A diferencia de 2016, este 9% de diferencia ha sido constante desde el verano. En las anteriores elecciones Hillary Clinton sacaba un 7% de ventaja a Trump en las primeras encuestas de verano. Ese margen se mantuvo hasta finales de octubre, momento en que una parte pequeña, pero fundamental, de votantes de la zona de los Grandes Lagos se decantó por Trump. Esto se tradujo en una ventaja de tan solo un 3% a favor de Clinton en las últimas encuestas (el margen de error es de un 3%), una nimia diferencia porcentual que, debido al asimétrico reparto de votos en el colegio electoral, acabó dándole la victoria a Trump.
En principio, el hecho de que en esta ocasión no se haya dado esta disminución en la diferencia de voto entre ambos candidatos nos indica que es menos probable que se vaya a dar un vuelco sorpresa a favor de Trump. Este es el principal argumento para pensar que Biden ganará las elecciones. Ahora bien, puesto que no sabemos del todo cómo se van a repartir estos votos entre los distritos electorales, aún no se puede asegurar con certeza cuántos de esos votos de ventaja para Biden se perderán y cuántos en cambio sumarán para una derrota de Trump.
Diferencia de voto entre Trump y Biden en el agregado de encuestas a mediados de octubre (Trump ha ganado un par de puntos desde entonces). Fuente: The New York Times.
Para considerar estos tres escenarios hay que tener en cuenta ciertas particularidades de estas elecciones presidenciales con respecto a otras anteriores:
A) El aumento espectacular del voto por correo debido a la covid-19, ejercido, sobre todo, por jóvenes y minorías raciales, grupos demográficos que tienden a favorecer abrumadoramente a los demócratas. Para hacernos una idea del impacto que tendrá el voto por correo en estas elecciones, un dato: la CNBC informaba de que el 27 de octubre ya se habían depositado de manera anticipada el 50% de los votos expedidos en las elecciones del 2016. Esta cifra es incluso superior en el caso de los jóvenes, tradicionalmente demócratas.
Estos votos corresponden a un 51,3% de los votantes registrados como demócratas y a un 25,5% de los inscritos como republicanos (incluido el presidente Trump). No contamos, sin embargo, con datos de a qué porcentaje corresponde de los registrados como independientes.
A priori, estas cifras no tendrían que derivar en un aumento significativo de la participación, pues podría tratarse de una simple traslación del método de votación para evitar contagios en las colas de los colegios.
Hay una segunda peculiaridad de estas elecciones que apunta, sin embargo, hacia un aumento sin precedentes de la participación electoral, a pesar de la pandemia: el carácter plebiscitario de las mismas.
B) La intensa polarización política asegura una alta participación entre los seguidores del presidente y entre sus detractores. Los índices de aprobación de Trump se han mantenido estables. Al inicio de su mandato, según FiveThirtyEight, su índice de aprobación era de un 44,1%. A finales de octubre es de un 43,7%, lo que indica que el apoyo entre sus bases se ha mantenido constante.
Por otra parte, su índice de reprobación comenzó en un 41,7% en enero de 2017 y ha escalado hasta un 53,1% en la víspera electoral. Esto se debe a que su gestión ha ido antagonizando a numerosos votantes que, al inicio de su mandato, no tenían una opinión firme sobre él.
Si comparamos el índice de aprobación y reprobación de Trump con los índices de apoyo a Trump y Biden podremos comprobar que las cifras prácticamente coinciden: el republicano recibe el aprobado de un 43,7% del electorado y tiene un índice de intención de voto del 43,2%. Recibe un suspenso por parte de un 53,1% del electorado encuestado, lo que coincide prácticamente con la cifra de intención de voto al candidato demócrata (52,1%). Estas cifras señalan de forma clara que estos comicios, más que nunca, son un plebiscito sobre la figura del presidente, por lo que cabe esperar una alta movilización tanto de sus seguidores como de sus detractores. Está por ver, sin embargo, cómo afectarán las dificultades para votar, impuestas por la covid-19, entre la pequeña parte del electorado que aún está indecisa con respecto a Trump. El incremento de su dato de reprobación y el estancamiento en su aprobación parecen indicar que el exiguo margen con el que venció en 2016 no se repetirá.
C) En tercer y último lugar, y como resultado de su carácter plebiscitario, en esta cita electoral el comportamiento de varios grupos de votantes será atípico, lo que incidirá en las coaliciones de votantes que movilizará cada partido. Una coalición de votantes es el conjunto de grupos sociales y demográficos distintivos que un candidato presidencial es capaz de aglutinar alrededor de su candidatura mediante un mensaje único capaz de apelar a sus intereses diversos. La regla de oro de la política estadounidense es que para vencer es necesario lograr el apoyo del conjunto más numeroso y heterogéneo de votantes posible, de cara a maximizar las posibilidades de victoria en cada distrito electoral. En este sentido, no solo importa el tamaño y la diversidad de la coalición de votantes, sino también su fidelidad, pues si un grupo demográfico se siente desatendido puede desertar e irse con el candidato opositor.
Esto es lo que ocurrió en las elecciones de 2016, cuando Clinton descuidó al votante blanco, varón, de clase obrera, de los Grandes Lagos. Los demócratas basaban su victoria en esta región en una coalición de votantes compuesta por obreros blancos cercanos a los sindicatos y afroamericanos, y en contra del votante de clase media alta de los barrios residenciales (mayoritariamente republicano). La exsecretaria de Estado no perdió al conjunto de votantes blancos de clase obrera, pero sí dañó su fidelidad debido a su discurso favorable a la globalización, lo que provocó suficientes deserciones como para que se formase una nueva coalición que cambió el sentido de voto en los suficientes distritos congresuales. Esto decantó al colegio electoral de estos estados hacia Trump.
En las elecciones de 2016, el comportamiento del votante blanco de clase obrera de los Grandes Lagos fue atípico, pues se desvió de su comportamiento habitual generando un resultado imprevisto. Ahora se especula que puede ocurrir lo mismo, pero en sentido contrario, con una parte de los votantes de clase media alta de los barrios residenciales, de tendencia mayoritariamente conservadora y pilar fundamental de la coalición de votantes republicana. En una parte de estos hay un hartazgo hacia Trump, pues consideran que tanto su gestión como su carácter no se ciñen a los estándares de la tradición institucional de la presidencia.
En una parte de los votantes de clase media alta de los barrios residenciales hay un hartazgo hacia Trump
En este sentido, llama la atención que en las primarias demócratas de esta primavera se contabilizase un repunte notable de participación en los distritos congresuales tradicionalmente republicanos compuestos por este grupo social. En estos el apoyo a Biden fue masivo, siendo claves en su victoria sobre Sanders. Si esta situación vuelve a repetirse podría fracturar la coalición de votantes de Trump y hacer peligrar distritos tradicionalmente conservadores.
Además Biden no causa tanto rechazo como Clinton entre el votante varón, blanco, de clase obrera y de los Grandes Lagos, por lo que podría recuperar a este grupo tránsfugo de las manos de Trump y destruir las posibilidades de repetir las condiciones que le dieron la victoria en 2016.
Este comportamiento atípico de los grupos de votantes ha dado lugar a un aumento del número de estados indecisos. A estos se los denomina “estados púrpura”, pues en ellos no predomina ni la coalición roja de votantes republicanos, ni la azul de los demócratas. Son claves ya que en ellos se están constantemente destruyendo y recomponiendo las coaliciones.
En el sexto sistema de partidos, el imperante en la actualidad, los estados púrpura tradicionales eran Pensilvania, Ohio y Florida, y controlarlos era clave para decantar la balanza. Pero, en estas elecciones, la lista ha aumentado dramáticamente y hay que sumar Iowa, Carolina del Norte, Georgia, Wisconsin y Michigan –este último se encuentra más allá del margen de error a favor de Biden, por lo que en la práctica puede volver a considerarse un estado azul–. Además, Arizona y Texas se siguen considerando oficialmente republicanos, pero existe un consenso en las encuestas de que Arizona será probablemente favorable a Biden, ya que los republicanos, leales al fallecido senador John McCain, ven con mejores ojos a Biden que a Trump. En Texas, el magnate tiene una ventaja de tan solo un 2% (inferior al margen de error de las encuestas, el 3%), por lo que sería teóricamente posible que Biden le sacase un punto de ventaja a Trump.
La consecuencia práctica de este aumento dramático de los estados morados supone una ventaja enorme para Biden, pues el cambio sucede mayoritariamente en estados anteriormente republicanos, lo que dificulta enormemente la reelección de Trump, quien debería ganar en prácticamente todos los estados morados en juego (incluidos, los tradicionales Pensilvania, Ohio y Florida), mientras que a Biden le bastaría solo con hacerse con unos pocos de ellos, ya que cuenta con más estados que le respaldan (y los miembros de estos colegios electorales) que los que apoyan a Trump.
Estas tres particularidades de esta cita electoral son las que me conducen a plantear los siguientes tres escenarios, que no pretenden ser una representación fidedigna de los resultados electorales tal y como creo que van a suceder, sino una aproximación para representar posibles situaciones que considero factibles, aunque sean, finalmente, otros los estados que acaben apoyando a uno de los dos candidatos. Lo importante es la composición general de cada uno de los escenarios y las razones subyacentes a la misma. En cualquier caso y escenario, el candidato presidencial necesita 270 votos del colegio electoral para ganar las elecciones.
He realizado los mapas mediante el editor de la página 270 to win.
Primer escenario: victoria ajustada de Biden
Este escenario es, a mi juicio, el más probable, y sería el resultado de una fractura moderada de la coalición de votantes de Trump, lo que permitiría a Biden arrebatarle suficientes estados para ganar, pero sin conseguir avasallar completamente al partido republicano.
La lógica subyacente a esta victoria del demócrata residiría en una alta movilización de su coalición de votantes histórica –minorías raciales (afroamericanos e hispanos, salvo cubanoamericanos), mujeres, jóvenes, trabajadores sindicados y profesionales liberales de las costas–, a lo que se añadiría el retorno de algunos votantes de clase obrera blanca de los Grandes Lagos y el apoyo circunstancial, aunque crucial, de ciertos sectores de clase media-alta de los barrios residenciales.
Del lado de Trump quedaría su núcleo duro de votantes: la derecha cristiana evangélica, la nueva extrema derecha de la Alt-Right y los Proud Boys; el votante blanco del sur, el voto cubanoamericano, el voto rural del heartland de las Grandes Llanuras y el Medio Oeste; el voto del sector financiero y de la elite económica beneficiada por su reforma fiscal; y una parte aún sustancial del voto de los barrios residenciales, lo suficientemente amplia como para evitar una victoria aplastante de Biden, pero no como para asegurarle la reelección en el cargo. Lo mismo ocurre con el votante envejecido (mayor de 65 años) tradicionalmente republicano, pero molesto con Trump por su gestión del coronavirus, el problema que más les preocupa.
Biden cuenta con un suelo de votos electorales garantizados que, en los cálculos más conservadores, supondría 213 votos en el colegio electoral (frente a los 126 de Trump)
En este escenario, Trump perdería una parte significativa del voto blanco de clase obrera de los Grandes Lagos, pero conservaría a una fracción que le permitiría aguantar en algunos estados de esta región (representados en el mapa por Ohio e Indiana).
Biden conseguiría romper la coalición electoral de Trump, sin llegar a fagocitarla, gracias a una combinación de hartazgo por la polarización creada por Trump, pero, sobre todo, debido a su desastrosa gestión de la crisis del coronavirus.
El recuerdo de la etapa de crecimiento económico vivida durante los años de mandato de Trump y su guerra comercial con China llevaría a que una parte significativa de su base de votantes permaneciera, sin embargo, fiel, con lo que evitaría un descalabro electoral.
El argumento de mayor peso para este escenario es el de la geografía electoral: Biden cuenta con un suelo de votos electorales garantizados que, en los cálculos más conservadores, supondría 213 votos en el colegio electoral (frente a los 126 de Trump). En la hipótesis más optimista tendría ya asegurado 260 votos electorales (por lo tanto, solo a 10 de ganar la presidencia, frente a los 164 que tendría Trump en sus mejores proyecciones). Esto significa que, si Biden recuperase la región de los Grandes Lagos, o el estado de Florida y algún otro de tamaño medio, conseguiría automáticamente entrar en este escenario.
El mapa propuesto se basa en la asunción de una deserción moderada de votantes de barrios residenciales y blancos de clase obrera de los Grandes Lagos, un escenario nada improbable, si tenemos en cuenta las tendencias actuales: una participación electoral alta, pero no histórica, y el voto por correo, que cambiaría el resultado en algunos estados, como Pensilvania, que sería republicano en los inicios del conteo e iría volviéndose paulatinamente demócrata a medida que se fueran contabilizando las papeletas por correo.
En este escenario, de los 9 estados en disputa la mitad irían para Biden (cuatro, y ni tan siquiera los más numerosos en votos electorales), y la otra mitad serían para Trump (cinco). Aunque, como he dicho antes, tan solo con que Florida y otro estado de peso intermedio se decantasen por Biden ya entraríamos en esta situación. Lo que pretendo representar con esto es la extrema fragilidad de la posición de Trump y de su coalición de votantes, un solo traspiés puede conducir a una victoria demócrata.
Este supuesto es, sin embargo, el más delicado para el sistema político estadounidense, pues Trump podría intentar impugnar el resultado electoral alegando fraude en el voto por correo, lo que daría lugar a una crisis constitucional sin precedentes.
Segundo escenario: victoria ajustada de Trump
Las coaliciones de votantes se mantendrían tal y como las he descrito en el escenario anterior, pero con varias salvedades.
La inercia histórica del voto conservador en los barrios residenciales acabaría pesando más que el hartazgo hacia la figura de Trump y el votante blanco de clase trabajadora de los Grandes Lagos le premiaría por su guerra comercial con China. Asimismo, el miedo al cambio en la población envejecida superaría su enfado por la gestión del coronavirus.
Estos tres supuestos combinados llevarían a que el republicano conservara la fidelidad e integridad de su base electoral, lo que truncaría la estrategia de Biden de recuperar los Grandes Lagos y realizar una incursión en los Estados del Sur. La suma del voto envejecido y el cubanoamericano aseguraría que Florida permaneciera en manos republicanas. Y el único avance que conseguiría Biden sería en Arizona, gracias a la deserción de los republicanos de McCain, y Michigan, en donde los pocos votos de clase trabajadora recuperados serían suficientes para decantar la balanza a su favor, pero sin poder replicar esa estrategia en el resto de los estados de la región.
Este es el mejor escenario al que puede aspirar Trump, solo sería más positivo si consiguiese retener Michigan y Arizona (lo que le otorgaría 305 votos electorales), pero las encuestas de las últimas semanas parecen desmentir que esto vaya a suceder.
En este supuesto hipotético, los logros económicos y la política exterior de Trump conseguirían pesar mucho más sobre la opinión pública que su gestión del coronavirus y la participación entre sus seguidores sería muy alta, al igual que la fidelidad de su voto, mientras que Biden no conseguiría movilizar suficiente voto demócrata como para superar la lealtad de la coalición de votantes de Trump. De los nueve estados púrpura en disputa, Trump debiera conservar la mayoría (en el caso propuesto, siete de nueve) para que se dé este escenario.
Tercer escenario: victoria aplastante de Biden
Finalmente tenemos la posibilidad de que Biden consiguiera una victoria aplastante sobre Trump. Para que este supuesto se dé tiene que mediar una gran diferencia de voto popular, como los 16 millones de votos de diferencia propuestos por David Wasserman y el Cook Political Report (mi mapa y el suyo se basan en hipótesis demográficas muy similares, y son casi idénticos).
Este escenario se basa en la hipótesis de una movilización histórica de voto de castigo contra el presidente, propiciada por la gestión de Trump de la crisis del coronavirus, que eclipsaría todos las políticas realizadas en su mandato y que conduciría a que los demócratas recuperasen la región de los Grandes Lagos, se asegurasen los tres estados púrpura históricos (Pensilvania, Ohio y Florida) y consiguieran arrebatar a los republicanos algunos estados que no votan demócrata desde los setenta, como Texas, Georgia o Carolina del Norte. La pérdida de estos tres tendría un doble motivo: una fractura profunda en la coalición de votantes republicana y el rejuvenecimiento del voto debido a la llegada de jóvenes profesionales del sector de las nuevas tecnologías provenientes de las costas –este desplazamiento de población ha experimentado un espectacular crecimiento con la deslocalización industrial de parte de las empresas de Silicon Valley, que desde el 2010 comenzaron a trasladarse para reducir sus costes de producción, lo que ha conducido a que muchos jóvenes de las costas, en especial de California, emigren al Sur. Este nuevo grupo alteraría la coalición de votantes históricas en los distritos congresuales de las grandes ciudades del viejo Sur y Texas, lo que sumado a las importantes minorías raciales (hispanos en Texas y afroamericanos en Georgia y Carolina del Norte) abriría una posibilidad que no se ha dado en décadas de decantar estos estados hacia el campo demócrata.
En los tres estados púrpuras históricos y en los Grandes Lagos, la derrota de Trump se debería a una fractura de su coalición de votantes sumada a un aumento espectacular de la participación propiciado por el voto por correo, en el que los demócratas aventajan a los republicanos por dos votos a uno. Biden lograría arrebatarle a Trump una cantidad sustancial del voto blanco de clase trabajadora, así como porcentajes nada desdeñables de voto envejecido y de barrios residenciales, lo que volvería imposible que Trump se hiciera con ninguno de los nueve estados en disputa.
El supuesto descrito en el mapa propuesto representa el caso más extremo de este escenario, en el que Trump logra solo los estados que le apoyan firmemente y Biden conseguiría hacerse con todos aquellos en disputa. Pero incluso si el demócrata no consiguiera estados con fuertes tendencias republicanas, como Texas, esta hipótesis seguiría siendo altamente plausible. Ante una derrota de este calibre sería muy complicado que Trump jugase la carta del fraude electoral, pues su fracaso sería claro y humillante.
Si bien considero que estos tres escenarios son factibles, en base a todos los datos y argumentos presentados, creo que es más probable una victoria de Biden que un segundo mandato de Trump. Y la razón principal para que esto ocurra es que los estados disputados son en su mayoría republicanos, lo que conduce a que el actual inquilino de la Casa Blanca tenga que vencer en casi todos estos estados para asegurar su victoria, mientras que al candidato demócrata le bastaría con vencer solo en algunos de ellos, ya que su suelo de votos del colegio electoral es muy superior de partida al de Trump.
Esto no quiere decir que una victoria de Trump sea imposible, pero sí más improbable. Y, desde luego, lo que sí es imposible es un cuarto escenario, que no he planteado, de victoria abrumadora de Trump. Para que esto se diera debiera haber una mayoría de estados demócratas en disputa y una mayoría republicana en el voto por correo, y ninguna de estas dos circunstancias se dan en estos momentos.
Por todos estos motivos, considero que el desenlace más probable será una victoria de Biden, con un resultado que se encontrará en algún punto intermedio entre el primer y el tercer escenario presentados.
A todo lo expuesto, hay que añadir que, debido a la alta participación por correo, el escrutinio electoral final se retrasará varios días, e incluso semanas, lo que puede generar una potencial incertidumbre electoral y una crisis política, si Trump no quiere reconocer el resultado (tal y como ya ha comentado públicamente).
Una victoria ajustada de Biden potenciaría este escenario de crisis, mientras que una victoria abrumadora lo haría menos factible. Sin embargo, el que se pueda retrasar el recuento electoral por un alto volumen de votos por correo puede dar lugar a que no sepamos en qué escenario nos encontramos hasta varias semanas después de las elecciones, y que, entre medias, ocurra una crisis institucional.
El problema en cuestión tiene su origen en que cada estado cuenta con sus propias reglas electorales, tanto en lo referido al voto presencial como al voto por correo. Algunos estados, como California o Nueva York, son muy generosos con los supuestos para el voto postal y permiten que se contabilicen papeletas que lleguen a los centros electorales días, e incluso semanas, después del día de las elecciones, siempre que hubieran sido expedidas como muy tarde dicho día. Otros estados, como Texas o los del Medio Oeste, tienen una casuística muy restringida para votar por correo y exigen que los votos lleguen como muy tarde el día de las elecciones a las mesas electorales para ser considerados válidos. Algunos, como Florida, permiten empezar a contar los votos por correo antes del día electoral, para tener adelantada esa parte y poder concentrarse en contabilizar solo los votos presenciales el día de las elecciones, mientras que otros estados disputados, como Pensilvania, no permiten adelantar el conteo del voto por correo hasta que se hayan contabilizado todos los votos presenciales.
Esta enorme casuística electoral, sumada al gran impacto y volumen que tendrá el voto por correo, va a hacer muy probable que el miércoles 4 de noviembre no existan datos suficientes para proclamar un claro ganador de las elecciones.
Fuentes extraoficiales de la Casa Blanca han filtrado a la prensa conversaciones de Trump con su entorno cercano en las que el presidente asegura que, de no haber resultados claros para el día 4, se autoproclamará vencedor e impugnará el recuento del voto por correo que llegue con posterioridad. Si esto llegase a ocurrir, el país entraría en una crisis constitucional sin precedentes desde la Guerra Civil.
Los gobernadores de varios estados temen que, ante la prolongación del escrutinio electoral, haya enfrentamientos entre los seguidores de Trump y sus detractores, pavor que parece confirmarse por la proliferación de milicias armadas (sobre todo, partidarias de Trump), lo que ha llevado a que en algunos estados la Guardia Nacional se encuentre movilizada y aguardando a ser desplegada. El clima de tensión civil es muy alto y la venta de armas se ha incrementado antes de los comicios, con unos datos históricos. Toda esta situación ha provocado que estas sean las elecciones más controvertidas y tensas desde las presidenciales de 1859, y el clima que se respira es ciertamente similar.
Un hipotético rechazo de Trump a aceptar los resultados electorales abriría una crisis constitucional sin precedentes en el sistema político, y toda una serie de escenarios que no me son posibles comentar aquí por falta de espacio, y que serían valorados en un artículo postelectoral en caso de que llegásemos a esa situación.
En todo caso, la noche electoral seguirá un patrón en la contabilización de votos muy preciso. En primer lugar, llegarán los resultados de los estados que permiten contabilizar de antemano el voto por correo, lo que dará lugar a una ventaja inicial de Biden, que se irá recortando según se contabilicen los votos presenciales (mayoritariamente republicanos). El final del conteo de los votos emitidos presencialmente marcará la mayor distancia que se dará entre Trump y Biden, a favor del republicano. Y, a partir de ese momento, con la recuperación del escrutinio de los votos por correo restantes, el demócrata volverá a ganar terreno hasta llegar a los resultados finales.
Durante la noche electoral, y al día siguiente, va a ser muy importante ver los resultados en Florida y en los estados de los Grandes Lagos, pues serán estos lo que nos indicarán ante cuál de los escenarios anteriormente mencionados nos encontramos (aunque no se hayan terminado de contabilizar los votos). Si Trump pierde Florida, y muy especialmente Texas, sus opciones de victoria real serán casi imposibles.
En medio de toda esta incertidumbre, hay una cosa clara, el que estemos especulando sobre posibles retrasos en el recuento de votos e intentos de Trump de tergiversar los resultados electorales marca un hito significativo en el proceso de declive de la hegemonía de los Estados Unidos de América y de su antaño celebrado sistema político.
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