En esta incierta situación, y ante los riesgos y dificultades de celebrar actos públicos, el Ateneo de Pontevedra publica en las redes Retos de Futuro. Atendiendo a su amable invitación he aportado a esos retos una breve nota.
Como el contagio de las enfermedades, el olvido se ajusta a leyes de variación exponencial. En este caso el aprendizaje y el desaprendizaje han mantenido una cierta correlación con el ritmo de la pandemia.
Me parece interesante complementar ese escrito con dos anotaciones sobre los procesos de aprendizaje y olvido.
La primera de ellas, La teoría asociativa de la interferencia: estudiando el olvido, nos ilustra sobre la dialéctica del recuerdo. La contradicción está instalada en la realidad, y también en nuestra mente. El olvido se produce por la interferencia de ciertos recuerdos sobre otros. Existen dos tipos de interferencia:
Interferencia proactiva: la información aprendida (información “vieja”) dificulta la retención o aprendizaje de la información nueva.
Inferencia retroactiva: se trata del fenómeno contrario, cuando la información nueva dificulta la retención o aprendizaje de la información ya aprendida con anterioridad (información “vieja”).
En la gestión de informaciones contradictorias el aprendizaje rápido y superficial se va borrando frente al lento y profundo de partida, sin que este se vea del todo afectado por la razón objetiva. La vuelta al cobijo de las ideas previas es como la vuelta al hogar, aunque sea un hogar incómodo.
Con esto tiene que ver el hecho comprobado de que quienes van perdiendo memoria con la edad conservan recuerdos remotos aunque olviden lo reciente.
La segunda anotación, Veinte sesgos que influyen en nuestra manera de ver el mundo y de tomar decisiones, tiene que ver con la existencia de Los túneles de la mente que afectan a la esfera "cognitiva", es decir, al universo de los juicios, de las elecciones entre distintas oportunidades. La lectura del libro de Massimo Piattelli Palmarini, como la más concisa del artículo publicado en maldita, tal vez os permita, al menos de entrada, tomar con pinzas los contenidos del "sentido común" en el que habitamos, ese hogar incómodo.
Sin más, sigue lo publicado por el Ateneo.
Lo aprendido y pronto olvidado
Aprendimos cosas. Un encierro obligado de varias semanas nos enseñó lo que era importante y lo superfluo; lo prescindible y lo imprescindible. A quiénes necesitábamos más, y los oficios humildes de los que dependía todo. Los desplazamientos útiles y los fútiles.
Aprendimos que la naturaleza recuperaba el territorio que abandonamos, que el aire era más puro y el ruido se apagaba.
Que lo necesario para vivir era mucho menos de lo compulsivamente deseado. Pusimos a prueba nuestra tabla de necesidades. Y vimos que no eran tantas.
Que en estas situaciones no sirve la competencia sino la cooperación, que lo común importa. Sin que fuera cierto que todos éramos iguales ante el peligro, lo era que el peligro existía para todos. Que abandonar a los enfermos equivalía a extender los contagios, y que formábamos un rebaño universal, en el que la salud de cada uno dependía de la de todos los demás.
Que no había vallas ni parapetos que nos defendieran de un enemigo invisible. Que nuestro saber consistía sobre todo en desconocer. Aprendimos humildad.
Mientras esto duró nos prometimos cambiar nuestra forma de vivir. “Vivir bien con menos”, y entendimos lo que realmente significa “sostenibilidad”.
Muchos sacaron lo mejor de sí mismos. Los que atendían a los enfermos lo dieron todo, se pusieron en peligro, trabajaron hasta la extenuación, y a su agotamiento físico se añadieron la angustia y la ansiedad. Y la depresión.
Pero en algunos otros la cobardía y el egoísmo se impusieron. Y quisieron expulsar de su lado a quienes estaban dispuestos a salvarles la vida. Y si esto ocurría a la pequeña escala de la convivencia vecinal, en la gran escala del frío cálculo político muchos vieron en la tragedia una oportunidad para desplazar a quienes llevaban el timón en medio de la niebla para hacerse ellos con la incierta trayectoria del barco.
La oportunidad de cambiar se fue diluyendo. Se comenzó a hablar de “nueva normalidad”, cuando se trataba de volver a la vieja anormalidad que nos lleva por muy mal camino.
Con la vuelta a “lo de siempre” (pero algo ya no puede ser “como siempre”) se fue abandonando la ocasión de cambiar de vida. La nueva economía vuelve a ser la vieja economía que nos lleva al desastre.
Y las buenas ideas que por un momento se impusieron vuelven al brumoso horizonte de la utopía.
El pecador, después de su acto de contrición y el propósito de la enmienda vuelve fácilmente a las andadas. Y el argumento vuelve a ser el de siempre: habrá otra vez un tiempo para un nuevo arrepentimiento, pero ahora, “aquí y ahora”, hay un tiempo para la recaída. Todavía “hay tiempo”…
Juan José Guirado
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