El "nuevo pacto verde" se propone como la solución de los problemas medioambientales. Se trataría de mantener la senda del desarrollo perpetuo, modulado hacia otra forma de hacer aproximadamente las mismas cosas. Nuevas fuentes de energía "verde", agricultura "sostenible", economía "circular"...
Otros dicen que no hay más solución que el "decrecimiento". Decrecer en población, en consumo, en transporte...
Son grandes palabras ("palabrotas") pero no avanzaremos mucho sin llenarlas de significados concretos. El problema está en lo que estas palabras significan según quién las utilice.
En cuanto a las soluciones verdes, nada hay que oponer si quienes las proponen aceptan que no sirven para continuar creciendo indefinidamente, y que hay que concretarlas, de forma que lo que se gana por un lado no se pierda por otro. No vale una reconversión de las fuentes de energía, si obtenerlas requiere utilizar más energía aún, una minería agresiva para obtener materiales raros hasta agotarlos, destrozar ecosistemas, dedicar superficies crecientes a la agricultura intensiva...
En lo que se refiere al decrecimiento, también hay que hacer algunas precisiones.
En primer lugar, distinguir entre el decrecimiento como proyecto y como hecho inevitable. Y también entre el decrecimiento homogéneo y el selectivo.
En el primer caso, en los aspectos cuantitativos, el decrecimiento es inevitable. Podríamos hablar de mantener un equilibrio estacionario si no se hubieran sobrepasado ya los límites planetarios, tanto en materiales como en problemas medioambientales. La actual economía cuantitativa pasará de las crisis periódicas a las permanentes. Si aceptamos esto, no estará de más tener un proyecto que haga más llevadero el proceso.
El otro error es pensar en un decrecimiento homogéneo. Ni todos los países, ni todos los grupos sociales, deberían decrecer de la misma forma. Hay un margen de mejora para los que están peor, y un modo más ordenado de decrecer para los más afortunados. Tampoco todas las tecnologías deben retroceder, y desde luego nunca debe dejar de crecer el conocimiento.
Por estas razones no veo incompatibilidad entre las dos propuestas. En realidad, este falso debate, como casi todos, está cargado de intenciones. Ponerlas de acuerdo es lo difícil.
Mientras la voracidad de los capitales no encuentre un freno (y cuanto más hambre pasa un tigre más agresivo es) la "nueva vía verde" puede ser la vía peor hacia el decrecimiento.
¿Puede el ‘new deal’ verde salvar el planeta?
No, si no elimina el capitalismo. Jason Hickel, autor de ‘Less is more’, alerta sobre el peligro de que “partes de América Latina y África sean el objetivo de una nueva fiebre de recursos naturales”
Esta semana hemos publicado un artículo en La Vanguardia sobre el espectacular Salar de Uyuni –un lago de sal de 12.000 kilómetros cuadrados en el sur de Bolivia que contiene el depósito de litio más grande del mundo– y el proyecto de Luis Arce, el nuevo presidente boliviano, para convertir definitivamente este metal en un motor económico de desarrollo equitativo.
Arce, artífice del Modelo Económico Social Comunitario Productivo que dio excelentes resultados en el primer gobierno de Evo Morales, pretende iniciar la producción masiva del metal más cotizado por su papel en la fabricación de baterías dentro de sus planes de alcanzar una economía mundial de cero emisiones.
El proyecto boliviano no consiste solamente en la exportación de litio para la nueva industria global de vehículos eléctricos, sino también en usarlo para facilitar la transición energética de la economía boliviana sustituyendo hidrocarburos por energías renovables.
El artículo sobre el litio tal vez podría ser calificado como una feel good story para el fin del annus horribilis, el reportaje indicado para afrontar el nuevo año tras la depresión económica más profunda de la historia y ante el reto épico del cambio climático.
Bolivia, un país símbolo del pasado atroz y del presente más alentador de América Latina, sería el beneficiario de los new deal verdes y las ideas de build back better, (reconstruir mejor) plasmados en los programas de reactivación económica que se preparan en EE.UU. y Europa para la era pospandemia. Estos incluirán las inversiones necesarias para ir construyendo la economía de cero emisiones de gases invernaderos –energías renovables, coches eléctricos, rediseño de las ciudades para una mayor eficiencia energética etc.
Hasta Joe Biden se muestra bastante dispuesto a dar el paso de la reactivación por medio de inversión, pública y privada, diseñada para acelerar la transición a la economía de cero emisiones. Economistas del calibre de Bob Pollin han elaborado convincentes programas de creación de empleo y de crecimiento acelerado que servirán también para alcanzar la economía de cero emisiones.
El salar de Uyuni |
Es un escenario esperanzador. Pero acabo de leer el libro Less is more (How degrowth will save the world), de Jason Hickel, y la lectura navideña ha diluido el feel good factor como un aguacero repentino en la terraza de un bar de copas.
Hickel es un antropólogo que, tras su anterior apoyo a la expansión de la economía para lograr las metas de reducción de emisiones, se ha ido acercando al movimiento medioambientalista de Extinción Rebelión y la escuela del decrecimiento. Apoya el keynesianismo fiscal para impulsar la transformación de emergencia. Pero sostiene que, sin un cambio radical de nuestro modo de vivir, no se resolverá el problema del cambio climático, ni la extinción catastrófica de especies ni el colapso medioambiental generalizado.
El antropólogo rechaza la viabilidad de un camino capitalista a una economía verde porque el crecimiento del PIB sin fin ya no es una opción –al menos en las economías avanzadas– si se quiere alcanzar las metas del Acuerdo de París de mantener la subida de temperaturas antes del 2050 por debajo de dos grados centígrados.
“Lo que diferencia el capitalismo de otros sistemas económicos es que se organiza en torno a un imperativo de expansión constante o crecimiento, con niveles cada vez más grandes de extracción industrial”, escribe. Esto no es compatible –ni tan siquiera bajo una gestión racional keynesiana y socialdemócrata– con el futuro del planeta, sostiene Hickel.
Sin coincidir con la necesidad del decrecimiento, la tesis de Hickel sobre la extracción voraz del capitalismo, incluso en su versión más sostenible, me resulta muy convincente. Confirma algunos de los temores que me invadieron cuando recorría América Latina para terminar mi propio libro: Oro , petróleo y aguacates (que pronto estará disponible en inglés), sobre el impacto social y medioambiental de la extracción de materias primas y el avance de los monocultivos commodity.
Hickel hace una crítica demoledora a la idea del “crecimiento verde” basada, en parte, en el problema de que “la transición a la energía renovable va a exigir un aumento drástico de la extracción de metales y minerales tierras raras” (la segunda crítica que no se puede abordar aquí por falta de espacio es que los modelos de control del calentamiento global usados para pactar los objetivos en París incluyen un programa inviable de biocombustibles y de captación de CO2, el llamado BECCS).
En relación con la extracción de metales, el antropólogo advierte: “La minería ya se ha convertido en un impulsor de la deforestación, del colapso de ecosistemas y de la biodiversidad en el mundo entero. Si no tenemos cuidado, el aumento de la demanda de energías renovables va a exacerbar esta crisis”.
Hickel alerta sobre el peligro de que “partes de América Latina y África sean el objetivo de una nueva fiebre de recursos naturales y víctima de nuevas clases de colonización”. Y, efectivamente, como se comenta en mi libro, las tensiones geopolíticas entre China, Europa y Estados Unidos se manifiestan cada vez más en planes diseñados para asegurar el acceso a territorios en los que hay depósitos de minerales críticos. Al igual que a finales del siglo XIX.
Para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París, la producción de los 17 minerales más importantes para la producción de energías renovables y la fabricación de vehículos eléctricos tendría que subir de 40 millones de toneladas anuales a 140 millones antes del 2050, un aumento del 3.500%, según los cálculos de la Agencia Internacional de Energía. El Banco Mundial calcula que la demanda total de minerales necesarios para la transición alcanza la estratosférica cifra de 3.000 millones de toneladas.
Cientos de miles de turbinas eólicas, algunas más altas que la torre de Eiffel, serán construidas en los próximos años y exigirán enormes cantidades de cobalto, zinc, molibdeno, aluminio, zinc, cromo... entre otros metales.
Así mismo, la construcción de otros miles de centrales de energía fotovoltaica generará una demanda de millones de toneladas de cobre, hierro, plomo, plata, aluminio y níquel sin olvidar las tierras raras y minerales críticos como el indio, galio, germanio, selenio.
Ya que se necesitan 3.000 paneles solares para generar un solo megavatio de electricidad, el Banco Mundial calcula que la demanda de materias primas para fabricar estas instalaciones fotovoltaicas subirá el 300% antes del 2050.
Las baterías de ion de litio requieren cobalto y litio, cuya demanda se disparará más de 1.000% en las tres próximas décadas. Hickel calcula que cada tonelada de litio requiere casi dos millones de litros de agua, tal vez un cálculo exagerado. Pero no es un buen augurio para el futuro del salar de Uyuni en un altiplano andino ya asolado por las sequías del cambio climático. La esperanza es que nuevos métodos químicos de extracción puedan reducir el consumo de agua en el proceso de evaporación del litio. Pero esto aún está por ver.
Pasa lo mismo con el cobre cuya demanda será cada vez más elevada, ya que es un elemento esencial de casi todas las nuevas tecnologías verdes. El Banco Mundial calcula que la producción de cobre en las próximas décadas, solo para la transición energética, alcanzará 30 millones de toneladas. Tal y como se explica en Oro petróleo y aguacates en un capítulo sobre la minería en tierras quechua del altiplano peruano: “Mientras los consejeros delegados de las multinacionales mineras que llegaban a Apurímac (Perú) destacaban la importancia del cobre para la low carbon economy (la economía global necesaria para cumplir con los objetivos de bajar las emisiones de CO2), los líderes indígenas destacaban un dato escalofriante. En la actualidad se necesita el doble de agua para producir cuarenta kilogramos de cobre que a principios del siglo XX, y el agua escasea cada vez más en el altiplano andino”.
Las nuevas venas abiertas de la economía capitalista verde no solo son latinoamericanas. Basta con visitar la Sierra de la Mosca en Cáceres para averiguar por qué. Una mina a cielo abierto en Cáceres de la multinacional australiana Infinity Lithium es uno de los proyectos respaldados por la Comisión Europea. “España es un país que tiene potencial para suministrar litio y níquel”, me dijeron fuentes de la Comisión.
Pero en Cáceres no lo tienen tan claro. La plataforma ciudadana Salvemos la Montaña teme la contaminación del agua en la Ribera del Marco y daños a un ecosistema único –por ejemplo, los extraordinarios alcornoques– en la Sierra de la Mosca.
¿Cuál es el camino hacia adelante? Lo primero es evitar una divergencia destructiva entre los defensores del new deal verde y la escuela del decrecimiento. Hay que buscar un espacio común. Uno de los peores momentos para la izquierda en América Latina ocurrió el año pasado, cuando cerebros brillantes de la izquierda medioambientalista y defensores del decrecimiento, como Pablo Solón, acabaron defendiendo el golpe de Estado contra Evo Morales. Como sostienen Pollin y Noam Chomsky en su nuevo libro, con suficiente inversión pública, el new deal verde sí puede facilitar un crecimiento del PIB desacoplado de las emisiones de CO2. (Pollin hace una crítica muy coherente al decrecimiento aquí). Tal vez el punto de convergencia es que no existe una vía hacia la salvación del planeta que no pase por la superación del capitalismo, tal y como explica Naomi Klein.
Pero la cuestión de la extracción de materias primas y sus consecuencias sociales y medioambientales no está resuelta. Debe ser abordada de forma democrática tanto en Europa y EE.UU. como en los países que tienen los principales depósitos de metales esenciales para la transición energética. Lo fundamental será apoyar económicamente –primero mediante la condonación de su deuda– a países como Bolivia para que el futuro del planeta no pase por la destrucción de su medioambiente.
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