domingo, 19 de abril de 2020

Asomarse al exterior

"Es peligroso asomarse al exterior", avisaban las ventanillas de los viejos trenes. Se podían abrir; ahora, no. Recuerdo también haberlo leído como metáfora amenazante en un artículo periodístico en aquel tiempo de autarquía. Ahora nos asomamos a las ventanas cada día en la religatoria ceremonia de las ocho. Fuera de ese momento nos mantenemos aislados: el exterior es tan atractivo como peligroso.

Pero sentimos como nunca esa necesidad de aire, y nos asomamos continuamente a las ventanas electrónicas. El exterior virtual se nos llena de sucedáneos de salida.

Lo que sigue lo escribió Marta en un enclaustrado 14 de abril de este extraño-año-con-eco y lo publicó el viernes 17 Pontevedra Viva. En esta casa, que es también metáfora interna del mundo exterior pletórico, se amontonan libros y cuadros. Ella, que sufre el encierro más que ninguno de nosotros, encontró ahí una ventana diferente. Un cuadro que abre un espacio de salida más real, por material, que las imágenes ilusorias de las pantallas.







Marta Guirado

Después de siete días hoy ha vuelto a ser martes. El quinto martes de soportar el peso del techo que me ensombrece. Trato de no pensarlo mucho pero la sensación es tan corporal que a veces me entierra la cabeza en los hombros. Vivo en el sexto piso de una lasaña, tratando estas semanas de crecer hacia dentro, sumida entre palabras escritas o refugiada en la luz de pantallas que acaban por cegarme.

En la tan inevitable como salvadora tarea de limpiar, meneando la pila de cuadros castigados contra la pared porque ya no hay una libre en este particular horror vacui, voy y desembalo un lienzo con el que ¡zas! había sentido este otoño un flechazo a primera vista. Mis ojos se van al infinito y ahora soy un punto que viaja muy lejos.

Contemplar una obra de Amelia Palacios es abrir una ventana, un hueco a una escena que acaricia o golpea porque se nota en el cuerpo, en sensaciones que no necesariamente se corresponden con el sentido de la vista. Pintora de elementos, en sus obras la roca es roca, el agua es agua y el aire es aire. A pesar de la ligerísima pincelada, es una brisa, materia que se palpa. O una rendija por la que colarse.

La pintura de Amelia es paisaje y sin embargo nunca me atrevo a decir de ella que es pintora paisajista, porque el paisaje es un lugar y su pintura, aún condensando la acuosa atmósfera gallega y atrapando nuestro ambiente tan cotidianamente gris y saturado de humedad, es otra cosa. Amelia es pintora de un espacio abstracto más absoluto, cósmico y primario.

O primigenio, semejante al líquido amniótico que cálidamente resplandece tamizado por la piel de la madre. Un no lugar para ser buceado antes que observado. Su pintura es aérea y dispara al vacío, es húmeda y cala templando por dentro, es envolvente y con sus veladuras arropa, es luminosa pero no deslumbra porque su luz es grande y suave.

Todo en ella es tierno y discreto pero sólido: su voz, su gesto, su presencia, su discurso, su trabajo. Con meticulosa técnica, nulo artificio y mínimo acento, que parece que tiene poderes, me ha sacado del confinamiento. En ese reencuentro con mi cuadro he iniciado mi propia desescalada, sacudida por torbellinos, zarandeada por tempestades y mecida por mares en calma. He volado al espacio, he visto luz, me he empapado de rocío y me he olvidado del techo.

Gracias Amelia por acercarme el horizonte, por regalarme el vacío, por contarme cómo es el aire.

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