sábado, 11 de abril de 2020

Renta básica





En medio de una situación que desborda la "normalidad" a que estábamos acostumbrados, las propuestas para afrontarla también cambian. Personajes que no habíamos imaginado en esta situación se muestran ahora partidarios de una renta básica que abarque a toda la población, como solución de emergencia para afrontar los problemas de liquidez.

Comenté hace tiempo un artículo de Eduardo Garzón sobre trabajo garantizado. Su autor veía, y yo con él, los inconvenientes que podía plantear la implantación de la renta básica "en condiciones normales", quiero decir sin introducir grandes cambios en el sistema fiscal y sin poner coto a los mercados financieros globalizados.

La fórmula defendida por Garzón tampoco está exenta de dificultades. Debe ser entendida como una medida a largo plazo, porque también implicaría redirigir completamente la economía, y resultaba políticamente imposible en dichas "condiciones normales".

Los defensores de cada postura muestran los puntos débiles de la otra, todos debidos en el fondo a la enorme dificultad de enfrentar el inmenso poder financiero, sobre todo cuando los movimientos de capitales, dirigidos siempre a la búsqueda del mayor beneficio, se registran en milisegundos, y ningún país por sí solo está en condiciones de frenarlos.

Sin embargo la parálisis productiva que registran ahora los sectores no esenciales cambia radicalmente la situación. Ahora la renta básica aparece como una verdadera necesidad, porque las alternativas a su no implantación son mucho peores.

La primera alternativa es seguir como siempre, manteniendo la producción al mismo nivel, a costa de un número enorme de muertes, hasta alcanzar la inmunidad de rebaño
En el caso del Reino Unido, alcanzar la inmunidad de rebaño supondría que se infectaran 47 millones de personas en el país. Dado que se ha estimado que aproximadamente 1 de cada 5 personas infectadas desarrolla enfermedad grave y que la letalidad es del 2,3 %, si se dejara que se alcanzara la inmunidad de rebaño de forma natural se estima que 8 millones de casos serían graves, y la mortalidad sería de alrededor de un millón de personas. Incluso si se excluye a los mayores, por medidas especiales de protección, el número de muertes ascendería a casi 250 000.

La otra alternativa, que se está siguiendo en nuestro país, paraliza en gran parte la producción, y puede implicar una enorme desprotección de muchos trabajadores, con una casuística muy compleja que deja abandonada a mucha gente. Y si se opta por una solución intermedia que suavice el confinamiento puede dispararse de nuevo la epidemia.

La renta básica aparece entonces como una solución de emergencia, y algunos de sus inconvenientes, como el disparo del consumo y la inflación, no se darían en estas condiciones. El argumento de que desincentivaría el trabajo no tiene sentido ahora.

En mi opinión no existe tal contradicción entre renta básica y trabajo garantizado. La primera es de aplicación de forma inmediata, con las medidas complementarias que señalan sus defensores. El segundo aparece como una aspiración a más largo plazo. Lo conseguiría rápidamente una economía planificada. A todas luces se hará necesaria. Será la que encamine la producción a sectores abandonados por la lógica del lucro de sobra conocidos: sanidad, educación, cuidados, cultura... y una agricultura y una industria menos energéticas, que necesitarán en el futuro mucha investigación y mucha mano de obra.

En una entrevista de hace un año, Daniel Raventós afirmaba:
De acuerdo con nuestros estudios -a partir de una muestra de casi 2 millones de IRPFs aportados por el Instituto de Estudios Fiscales- es posible financiar la concesión de una RB igual, al menos, al umbral de la pobreza para todos los mayores de edad, (y una cantidad inferior para los menores). A grandes rasgos serían necesarias las siguientes medidas: una gran reforma del IRPF y la supresión de todas las ayudas o prestaciones monetarias que en estos momentos paga el Estado (que no debería pagar con una RB) y que sean inferiores a la renta básica. 
En este sentido, y para que nos hagamos una idea, el ahorro obtenido de la supresión de las prestaciones monetarias públicas ya sería suficiente para pagar al conjunto de todas las personas que hoy no pagan el IRPF. 
Aclarar además que estos cálculos se hacen sin tocar ni un euro de cualquier otro campo del estado del bienestar (sanidad, educación) ni, como muestra de realismo económico, de otras partidas en otros campos que yo suprimiría tales como el ejército o la casa real. De forma que, resumiendo, perdería el 20% más rico y ganaría el 80% restante.
Veamos una aproximación al asunto desde la emergencia:


David Cassasas / La Marea

La Renta Básica se ha erigido como una de las protagonistas durante esta crisis económica aparejada a la COVID-19. Desde Unidas Podemos al exministro de Economía del Partido Popular y actual vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos, pasando por el fundador de Ciudadanos Toni Roldán, se han referido a ella estos días, aunque con diferencias conceptuales entre las diferentes medidas propuestas.

Para conocer un poco mejor qué implica medida, aquí traemos la primera parte de este Consultorio de urgencia sobre Renta Básica de la mano de David Casassas, profesor de la Universidad de Barcelona y vicepresidente de la Red Renta Básica.

¿Qué es la Renta Básica?

La Renta Básica es una prestación monetaria equivalente, por lo menos, al umbral de la pobreza, pagada por los poderes públicos de acuerdo con tres principios. En primer lugar, la Renta Básica es universal y la perciben todos los ciudadanos y ciudadanas y residentes acreditados, sin excepción. En segundo lugar, la Renta Básica es incondicional, es decir, la percibes tengas otros ingresos o no los tengas, trabajes en el mercado o no lo hagas, seas pobre o no lo seas, etcétera. No es una renta para pobres, la percibes en la circunstancia en la que estés.

Y, finalmente, es individual. La Renta Básica la perciben las personas, no las familias o los hogares o los núcleos de convivencia. Dicho esto, hay que añadir que la RB tiene que ser suficiente para cubrir las necesidades básicas de la vida. En el Estado español sería de unos 700 u 800 euros mínimo. Por debajo de ese umbral, la Renta Básica pierde su potencial emancipador.

Además, que sea universal no significa que todas las personas ganen. El día 1 de cada mes, todas las personas la perciben, también los ricos. Pero, la financiación de la RB básica, como la de los hospitales públicos, está integrada al sistema impositivo. En su declaración de impuestos, la gente más rica –si paga impuestos–, aporta mucho más que 700 u 800 euros por doce pagas.

¿Cuáles son sus principales ventajas?

La Renta Básica tiene tres ventajas muy importantes y una crucial. En primer lugar, evita la trampa de la pobreza, que es aquella situación en la que dejamos de aceptar un empleo porque eso implicaría perder el subsidio. ¿Tiene sentido trabajar en algo mal pagado o en algo poco gratificante y quizás de poca duración si ello me hace perder el paro o la renta de inserción? En cambio, la Renta Básica no es un techo, es un suelo compatible con otras actividades y otras fuentes de ingreso.

En segundo lugar, la RB no estigmatiza a los perceptores. No te obliga a señalarte ni a que te señalen como pobre, como incapaz o como alguien que tiene problemas. Sabemos que una proporción elevada de destinatarios potenciales deja incluso de pedir prestaciones condicionadas para evitar el estigma social.

En tercer lugar, esta medida sortea los costes administrativos propios de los subsidios condicionados, que exigen la presencia de todo un ejército de controladores que certifiquen que merecemos la paguita. Se estima que una parte muy importante de los costes de los programas condicionados tiene que ver con toda esta madeja administrativa. Con una Renta Básica necesitamos un sistema impositivo y la cuenta corriente de los destinatarios y destinatarias. Y darle al enter el día 1 de cada mes.

Y la ventaja crucial. La libertad es imposible si carecemos de recursos; la libertad exige recursos incondicionales. Esto supone un poder de negociación para rechazar y decir no a lo que nos hiere, a lo que nos domina, para poder decir que sí a una interdependencia, a unos trabajos y a unas vidas que sintamos todos y todas como verdaderamente propios. La incondicionalidad de la Renta Básica, como otros recursos también incondicionales, nos permite marcar líneas rojas y sortear un status quo que no va con nosotros y poner en circulación relaciones sociales más justas.

¿Estará la gente dispuesta a trabajar?

El motivo que nos empuja a trabajar no es solo llegar justos a fin de mes gracias a 700 u 800 euros. Si fuese así, podemos suponer que con una Renta Básica nos tumbaríamos a la bartola. Pero no, como muestran encuestas y experimentos, trabajamos para conseguir dinero –a ser posible más que 700 u 800 euros– pero también para sentirnos realizados y realizadas, para sentirnos útiles para la comunidad. Cómo se explica si no, que trabajen de forma remunerada o no personas jubiladas que podrían vivir con su pensión o gente que ha heredado un piso o dos y que podría vivir de las rentas.

Por encima de todo, al ser incondicional, la RB nos permite rechazar lo dañino y negociar espacios y actividades en los que trabajemos en condiciones de dignidad. Hoy, el principal desincentivo del empleo es el propio empleo: condiciones lamentables, horarios insufribles, retribuciones ridículas, hastío y sinsentido… Esta medida nos ayudaría a salir de la rueda del hámster y replantearlo todo de otro modo.

Finalmente, más que pensar en si la gente trabajaría o no, pensemos en la cantidad enorme de trabajo que quisiéramos hacer y que hoy no podemos hacer porque en condiciones de necesidad nos hemos de agarrar al hierro ardiendo del empleo que se nos ofrece, que se nos impone, en el mercado de trabajo. Cuánto trabajo valioso se pierde o queda enterrado por nuestra incapacidad de evitar esa realidad y, por lo tanto, de escoger nuestros propios caminos. En ese sentido, vivimos en un mundo terriblemente ineficiente. Pues bien, la Renta Básica ayudaría a que todo este caudal de imaginación y de proyectos no se perdiera.

¿Hará la gente un buen uso de la Renta Básica?

Cuando nos hacemos esta pregunta, reaparecen tics paternalistas y clasistas muy viejos. Ya se sabe, que los ricos reciban algo a cambio de nada no es un problema, es lo natural; pero los pobres son distintos: los pobres son incultos, se beben los subsidios, se los inyectan, se pasan el día en casas de apuestas… Esto caricaturizando pero hay que tener cuidado con reproducir ciertos estereotipos. Pero es verdad que, como especie, nos encontramos ante retos que son cruciales. Sin ir más lejos, no habrá transición ecosocial posible si no cambiamos formas de producir y de reproducir la vida, consumir, etcétera.

La Renta Básica no resuelve este problema. La RB no nos brinda, con un chasquido de dedos, el cambio cultural que necesitamos con urgencia. Sin embargo, sí nos permite frenar el ritmo vertiginoso al que vivimos, nos permite liberar tiempo –quizá porque pasemos menos horas en los mercados de trabajo– y, a partir de ahí, nos ayuda a que paremos a pensar con calma y profundidad qué tipo de sociedad es deseable y cómo podemos ponerla en funcionamiento.

No subestimemos el sentido común de la gente, también de la gente humilde. La gente sabe aprovechar bien las oportunidades. Cuando las tiene, claro. Tú haces cosas valiosas cuando tienes la oportunidad de hacerlas; cuando no las tienes porque estás mordiendo el polvo en diecisiete empleuchos, pues claro que aparecen consumos autodestructivos e insostenibles.

La RB, al garantizar nuestra existencia, es una forma de ofrecer crédito en un sentido doble. Crédito como flujo de ingresos y crédito como confianza recíproca que nos damos unos y otras porque sabemos que lo que más nos puede interesas a todos y a todas es una vida digna hoy que, además, deje un planeta habitable para nuestros hijos e hijas y nietos y nietas.

¿Por qué puede interesar al movimiento feminista?

Los feminismos se han interesado por la Renta Básica por varias razones. Por ejemplo, se ha dicho que la RB podría ser una especie de contrapoder doméstico para las mujeres. En los hogares hay relaciones de poder y las mujeres tienden a llevarse la peor parte porque suelen tender a depender materialmente de sus parejas, por lo que recursos incondicionales les permitirían proponer otros repartos de tareas cotidianas.

También hay quien dice que no puede ser que liberarse del patriarcado pase por acudir en tromba y sin respiro al mercado de trabajo, donde también hay relaciones de explotación y sumisión. Sería como salir del fuego para caer en las brasas. Hay que buscar, dicen estas voces, otras vías: el cooperativismo en clave de género, redes de apoyo mutuo, etc.

Pero, ¿cómo mantener una vida hasta que estas relaciones estén extendidas y consolidadas? La RB, garantizando su existencia material, podría ayudar a las mujeres a recorrer y transitar todo este camino. En cualquier caso, si la Renta Básica interesa a hombres y mujeres feministas, es porque nos ayuda a todas y a todos a impugnar la perversidad que hay en la construcción de feminidad y de la masculinidad. Ni las mujeres son seres abnegados e irremediablemente empujados al mundo de los cuidados, ni los hombres son seres autosuficientes ajenos a esos cuidados. E impugnar ese reparto de roles y tareas, y pensar otro reparto de responsabilidades, exige que todas y todos contemos con recursos incondicionales para negociar ante mercados de trabajo, ante compañeros de convivencia, ante entornos enteros que a veces esperan de nosotras y de nosotros algo que quizá no estemos dispuestos a ofrecer.

¿Hay ejemplos prácticos que la avalen?

Renta básica propiamente dicha –universal e incondicional– solo hay en un lugar: el estado de Alaska, que es uno de los más igualitarios de EEUU. Pero el ejemplo tampoco nos sirve demasiado, porque la cuantía es muy baja: son 1.500 dólares al año, que no es suficiente para cubrir las necesidades básicas de la vida y plantearte caminos alternativos.

Por otro lado, en Ciudad de México, y ahora en todo el país, está instaurada una pensión universal: una renta básica incondicional para mayores de 68 años. Y resulta que la gente, además de ver mejorada su capacidad de consumo básico, dice sentirse más autónoma a la hora de gestionar sus gastos cotidianos –por ejemplo, muchas mujeres celebran no tener que pedir dinero a su marido–.

Pero, sobre todo, estamos en años de experimentos por doquier que nos han permitido observar fenómenos e indicios provisionales, pero reveladores. Algunos ejemplos. En Finlandia, incremento de la emprendeduría por parte de autónomos y pequeños empresarios e incremento también de la vida asociativa; en Canadá, reducción de las enfermedades mentales y aumento de la tasa de divorcio; en India, extensión del cooperativismo y mayor (y mejor) acceso a la sanidad y a la vivienda; en Barcelona, mayor predisposición a proseguir con actividades formativas y mayor acceso a productos básicos; y, en general, se observa que la gente prefiere formarse, pagar deudas (es decir, reducir el estrés financiero) y, a partir de ahí, buscar trabajos más satisfactorios (ya no vale “cualquier cosa”).

Sea como sea, aunque los experimentos aporten mucho científicamente, uno se pregunta si hubo que experimentar con el sufragio universal o con la abolición de la esclavitud o con una sanidad y una educación universales e incondicionales, que en parte ya tenemos. Yo creo que urge que profundicemos en esa vía garantizando la existencia material de la gente, también (no sólo, pero también) con recursos monetarios (la renta básica): nos jugamos la vida (literalmente, a veces) y nos jugamos el poder vivirla en condiciones de dignidad y de libertad.

¿Cómo se financia la Renta Básica?

La renta básica se financia como se financian muchas de las cosas que decidimos financiar: a través de los impuestos. Pero, en este punto, no hay que limitarse a hacer la simple multiplicación de 750 euros por 12 meses por 47 millones de personas –en el caso de España– y llevarnos las manos a la cabeza. La idea es que, aunque todos la reciban, en términos netos (es decir, una vez pagados los impuestos), una gran mayoría –un 70%, pongamos– sale ganando, otros muchos –un 15 o un 20%– quedan igual y los ricos y archi-ricos aportan más o mucho más de lo que perciben como renta básica. Además, se dejan de pagar todos los subsidios inferiores a la renta básica rentas de inserción, etc.–; además, nos ahorramos los costes administrativos asociados al control de si merecemos o no la prestación; y además, afloraría trabajo actualmente en B, que podría pasar a tributar.

En este país contamos con un estudio que lo aclara a la perfección. Es el de Arcarons, Raventós y Torrens, que demuestra que se puede financiar una renta básica igual al umbral de la pobreza, sin detraer ni un euro del gasto público actual (sanidad, educación, etc.), todo ello sólo con una reforma del IRPF que lo haga más progresivo. Es un estudio pedagógico que hace el ejercicio de dejarlo todo igual y ver si la renta básica se podría financiar ya recurriendo sólo a una reforma del IRPF. Y sí: se puede.

Pero, obviamente, no hay que dejarlo todo igual. Preguntémonos qué pasa también con el impuesto sobre el patrimonio, con sucesiones, con el impuesto de sociedades, con la Tasa Tobin, con la Tasa Google, con la lucha contra el fraude fiscal, con el logro de niveles de presión fiscal cercanos a la media europea o con la eliminación de partidas de gasto de cuestionable utilidad pública.

En cualquier caso, el telón de fondo de todo esto es que la riqueza es un producto social, es el resultado de esfuerzos colectivos entrelazados de mil maneras y que termina en manos de unos y no de otros como consecuencia de todo tipo de azares y circunstancias sociales. Y si esto es así, financiar una renta básica –y otras muchas medidas– a través de las arcas públicas que nos damos no es sino una inversión colectiva para consolidar, ahora y a largo plazo, la libertad real de todos y todas.

¿Cuál es el debate entre Renta Básica o Trabajo Garantizado?

El Estado juega un papel crucial como generador de empleo, especialmente en sectores estratégicos para hacer frente a los principales retos que tenemos estoy pensando, obviamente, en todo lo que tiene que ver con la transición eco-social, pero no solo. Lo que ocurre es que el grueso del consenso social no puede basarse en la generación de empleo por parte del Estado. Por razones prácticas y ético-políticas.

Veamos las prácticas. En este país, que el Estado genere empleo para quienes están desocupados significa, antes del coronavirus, más de 3 millones de empleos para la gente parada; a lo que hay que sumar empleo para las personas subempleadas, que trabajan menos horas de las que desearían y necesitan –según el INE, casi 2 millones más–; a lo que hay que sumar empleo para los desanimados y desanimadas que han tirado la toalla porque creen que no van a encontrar nada; a lo que hay que sumar empleo para los que quedan y quedarán en el paro como consecuencia de la robotización; a lo que hay que sumar que este empleo público debería ser digno y tener sentido para la gente. Es una buena suma de dificultades¿Y cuántos años se necesitarían para lograrlo? La situación es de emergencia –desde mucho antes del coronavirus–.

Pero el problema más grave no es que sea poco factible. El problema de fondo es ético, es político. La propuesta del trabajo garantizado, que consiste en dar empleo a quien no tiene, da por bueno (blanquea) el empleo que hoy obtenemos en los mercados de trabajo de este capitalismo asalvajado. ¿De verdad asumiremos que el resto de la población vive vidas vivibles? ¡Hay que poder impugnar muchos millones más de formas de ganarnos el pan! El reponedor del supermercado o la vendedora de seguros del call-center, ¿de verdad han de dejar de preocuparnos porque “ya tienen empleo”?

La Renta Básica, en cambio, nos da un poder de negociación que nos permite abandonar el call-center –si queremos– y abrir las puertas a otras muchas posibilidades, individuales y vinculadas a formas de acción colectiva y de cooperación social. Entre ellas –obviamente–, ir a buscar el sector público para que nos emplee en actividades y con condiciones acordadas entre todos y todas. Pero el grueso del consenso social no se puede basar sólo en este papel del Estado como empleador de última instancia.

¿Vale cualquier tipo de Renta Básica?

La renta básica ni es una panacea ni es una medida que vaya a funcionar bajo cualquier circunstancia. En especial, hemos de pertrecharnos ante la posibilidad de que sea utilizada como pretexto para desmantelar el Estado del Bienestar: hay think-tanks neoliberales que lo proponen abiertamente.

Y no: la renta básica sólo substituye aquellas prestaciones monetarias de cuantía inferior –y si nos corresponden paros o jubilaciones superiores al monto de la renta básica, esa diferencia la complementa el Estado–. A partir de aquí, la renta básica no substituye nada, sino que va de la mano de muy diversas prestaciones en especie: sanidad, educación, vivienda, energía, cuidados, etc. Imaginaos lo que sería tener una renta básica, incluso generosa, pero tener que acudir al mercado a comprar todos estos bienes y servicios: la renta básica se esfumaría en dos telediarios y su potencial liberador sería un chiste. Estaríamos en una pura distopía neoliberal.

La idea es la contraria: la idea es que todos estos paquetes de medidas de carácter incondicional –renta básica, sanidad, educación, cuidados, etc.–, provengan de la política pública o del mundo de la autogestión, nos permitan ir reconquistando recursos público-comunes de los que fuimos desposeídos y de los seguimos siendo desposeídos y desposeídas a diario, y sin los cuales no podemos ser libres. No hay libertad sin goce incondicional de recursos.

Y, finalmente, otra cuestión importante. De poco nos sirve todo esto si no sometemos a control democrático las grandes acumulaciones de poder económico privado, ya sea limitándolas, ya sea vigilando ‘qué hacen’. De poco –o de menos– nos sirve estar empoderados y empoderadas ‘por abajo’ si ‘arriba’ hay actores privados con el poder y la capacidad de convertir la vida económica en su cortijo, en su coto privado de caza –puertas giratorias, barreras de entrada a los mercados, patentes abusivas, etc.–. No hay libertad ni democracia cuando la voracidad acumuladora de unos pocos impide que las grandes mayorías sociales construyan sus proyectos de vida, sus proyectos productivos y los pongan efectivamente en marcha. Pues bien, esto también ha de ser tomado en consideración.

¿A qué emergencias da respuesta?

Este mundo con coronavirus exige una respuesta inmediata y contundente: la situación de emergencia es por todos conocida. Si queremos evitar el colapso, necesitamos ya medidas que garanticen posiciones de invulnerabilidad social.

Pero esta crisis vírica ha venido a hacer todavía más visible una crisis social de fondo que hace una eternidad que dura. Y no podemos volver a ‘la normalidad’. La ‘normalidad’ es, sencillamente, inaceptable, no nos la podemos permitir: inseguridad socioeconómica, ausencia de certezas para pensar y vivir una vida con sentido, millones de personas en riesgo de exclusión social, crisis de cuidados. Hacían falta pocas horas de confinamiento para que todo esto estallara delante de nuestras narices y nos diéramos cuenta de hasta qué punto las vidas de la gran mayoría se aguantan con pinzas. ¿Por qué, si no, tantos y tantas han caído tan rápido o están en riesgo de hacerlo? Necesitamos y necesitábamos un plan de rescate ciudadano. De ahí la renta básica.

Y fijémonos en algo: es muy importante que ese rescate, que esa ayuda pública –renta básica y otras medidas también incondicionales– no la reciban sólo ‘los que más lo necesitan’, porque si solo la reciben ellos y ellas, la reciben cuando ya son pobres, cuando ya están con el agua al cuello, cuando todo está perdido –y entonces los asistimos, porque somos buena gente–. Tiene que ser al revés: es importante que la ayuda pública la recibamos todos y todas –es decir, tiene que ser universal–, porque es un derecho de ciudadanía, pero sobre todo porque es la manera de que quien más podría necesitarla la obtenga de entrada, como punto de partida, el día 1 de cada mes. De este modo, podemos echar a andar, todos y todas, con mayor seguridad y, por tanto, con mayor libertad a la hora de escoger nuestras vidas. Si no, maldito juego este consistente en esperar a ver quien naufraga para, luego, lanzar los salvavidas. ¿Y si optamos por evitar los naufragios? ¡Nunca en la historia había habido tanta riqueza para repartir…!

1 comentario: