jueves, 16 de abril de 2020

Cinco lecciones

De algún modo sigue siendo cierto que "la letra con sangre entra".

De una entrevista mucho más larga a Joan Benach, elijo la parte más didáctica, estas cinco lecciones que deberíamos aprovechar todos para no volver a la misma normalidad cuando pase esta situación. La normalidad a que estábamos más o menos acostumbrados (y resignados) duraría un número corto de telediarios.

Sintéticamente, Benach  nos dice que hemos de 
  • aprender a actuar ante las emergencias, y no solo en el corto plazo
  • valorar en su justa medida la gravedad de la pandemia
  • adquirir un conocimiento histórico y político integrado para entender nuestro mundo
  • ser humildes y no vanagloriarnos de nuestras pírricas victorias sobre la naturaleza
  • cambiar radicalmente para evitar el colapso
Y no solamente como buenos chicos individuales, sino sobre todo como sociedades organizadas.

Caspar David Friedrich




















(…)


¿Qué nos enseña esta pandemia en relación al sistema capitalista en el que vivimos?
 
Esta pandemia nos puede enseñar muchas lecciones sobre las que creo debemos empezar a reflexionar cuanto antes. Mencionaré con algún detalle cinco de ellas. Un primer aspecto a destacar tiene que ver con la valoración de qué hacer ante las emergencias, tanto para acometer la urgente situación actual, como también a más largo plazo. A corto plazo es evidente que en una situación de urgencia hay que generar todos los recursos y esfuerzos para reducir como sea la mortalidad y el sufrimiento. Se trata sobre todo de salvar vidas, de proteger a las familias y trabajadores/as y de salvaguardar a las empresas en una economía casi “parada”. Ese es el orden de prioridad, y no el gestionado durante semanas en el Reino Unido, Estados Unidos o Brasil, que ha priorizado los intereses de los negocios y de los más poderosos. A diferencia de los servicios privados que sólo pueden organizar planes de emergencia muy limitados, una planificación publica puede planificar y organizar planes sociales de emergencia en momentos de “normalidad”, como en el caso de un incendio, un terremoto, o una pandemia. Ante una emergencia no hay apenas tiempo para pensar en la falta de previsión, insuficiencias y errores cometidos –y creo que ha habido bastantes-, sino que se trata de aplicar el máximo de esfuerzo para frenar la pandemia con medidas masivas y contundentes: coordinar las acciones de emergencia, descongestionar las urgencias con el mayor número de recursos posible, aumentar la capacidad de las UCI, y utilizar los hospitales privados, vergonzosamente infrautilizados. Entre otras medidas, hay que evitar los despidos en las empresas, subsidiar a los empleados, ofrecer una moratoria en el pago de alquileres. Al tiempo, deben también fortalecerse los servicios públicos, aumentar la inversión en un sistema de salud pública integral e integrado, realizar subsidios y transferencias en vez de créditos a personas y empresas, poner en práctica una renta básica de confinamiento que se pueda convertir en renta básica universal, reorientar los sectores económicos de muchas empresas, y que las capacidades privadas sean puestas al servicio de lo público. Esas propuestas generales deberán concretarse en cada momento valorando de forma flexible las incertidumbres sociosanitarias, económicas y políticas que existan.

Una segunda lección es valorar cuidadosamente la gravedad de la pandemia. No cabe duda de que estamos ante una pandemia seria, que puede llegar a tener una elevada mortalidad y morbilidad. No es cuestión de restarle ni un ápice de importancia y más aún en un momento de emergencia como el que vivimos. Sin embargo, todo hace pensar que, tanto desde el punto de vista histórico como de la situación actual, no estamos ante el problema de salud pública más importante. Hasta el momento (28 de marzo) han muerto ya unas 30.000 personas en el mundo, y el número potencial de muertes podría alcanzar los cientos de miles, o incluso mucho más si la epidemia se extendiera sin control. Sin embargo, conviene que contextualicemos la situación. Si la actual pandemia tuviera un nivel de letalidad equivalente a la mal llamada “gripe española” de 1918, en España morirían cerca de 500.000 personas y quizás entre 200 y 400 millones en todo el mundo. Además, recordemos algo de lo que no se habla o que olvidamos, ya que esta pandemia refleja también nuestra ignorancia y capacidad de amnesia. La gripe habitual de cada año mata entre 250.000 y medio millón de personas en el mundo, y hace apenas una década, en 2009, la pandemia de la gripe A H1N1 (virus H1N1pdm09) infectó a más de 1.000 millones de personas en el mundo matando a más de medio millón de personas (en España hubo miles de casos y unos cientos de muertes). La diferencia es que ahora la pandemia nos está afectando más directamente a nosotros, habitantes de un país rico, y que ha paralizado la economía global. Además, pensemos también que en el mundo los problemas de salud pública graves son abundantes. Por ejemplo, las 100.000 muertes anuales a causa de una enfermedad evitable y con una vacuna barata y muy efectiva como el sarampión, o en el millón y medio de infantes que mueren cada año por enfermedades causadas por la diarrea. De hecho, sabemos que la mayor de las pandemias es la desigualdad social que crea desigualdades de salud. Por otra parte, conviene destacar otra paradoja. A pesar de los efectos negativos sobre la salud y la economía generados por el coronavirus, el frenazo económico tiene ciertos efectos beneficiosos para la crisis climática y ecológica y otros fenómenos de salud. Por ejemplo, al frenar la actividad industrial y transporte se reduce la morbilidad y mortalidad asociada con los accidentes laborales y de tráfico, así como las enfermedades respiratorias relacionadas con la contaminación ambiental. En China, se estima que la reducción de contaminación debido a la frenada económica podría ya haber evitado la muerte de 50 a 75.000 personas. Esta aparente paradoja se aclara al comprender la perversa lógica de una economía de crecimiento sin fin que al crecer destruye las bases materiales que sostienen la vida, y al decrecer mejora los indicadores biogeofísicos y varios indicadores de salud colectiva. Como ha señalado un especialista en contaminación ambiental como Xavier Querol, parece más que probable que con la recuperación económica las cosas vuelvan a la “normalidad”, ya que en las salidas de la crisis se prioriza el desarrollismo con un intenso auge de las emisiones en detrimento de las políticas de legislación y control ambiental; además, tras la pandemia mucha gente podría tener un mayor temor a usar el transporte público volviendo a utilizar el vehículo privado.

Una tercera lección a extraer es la necesidad de tener un conocimiento diferente que permita entender procesos históricos complejos. Esto permite comprender la salud pública y las paradojas creadas por el capitalismo. Una paradoja es que estamos mejor preparados que nunca para hacer frente a una pandemia grave. En el siglo XIV la peste negra quizás mató hasta el 60 por ciento de la población europea sin que en ese momento se conociera nada de sus causas. Hoy tenemos mucho conocimiento genómico, virológico, pruebas diagnósticas, creación de vacunas, epidemiología, ecología, y muchos otros saberes de orden psicológico, sociológico y político, pero poco conocimiento sistémico, histórico y político integrado. Al mismo tiempo, la civilización actual ha creado una enorme variedad de factores destructivos que hay que entender y modificar. Vivimos en un “mundo lleno" (en extralimitación ecológica), con casi 8.000 millones de seres humanos, con mucha población y en un movimiento dinámico. Pensemos que en la peste del siglo XIV la pandemia se movió de China a Inglaterra en quizás una década, ahora la “pandemia” turística hace que mucha población se mueva de un lado a otro del planeta en cuestión de unas pocas horas. Los humanos somos animales sociales que necesitan estar en contacto entre sí para cooperar, trabajar, relacionarnos, divertirnos o cuidar de los demás. De hecho, muchas personas comentan que una de las cosas más tristes de esta pandemia es que ya no nos podemos tocar ni abrazar, no podemos despedirnos de los enfermos a punto de morir. Las pandemias se podrán tratar con nuevos medicamentos y prevenir con vacunas, pero la especie humana es como es y, afortunadamente, nos seguiremos necesitando unos a otros. Por lo tanto, aparte del necesario aislamiento actual, hay que prevenir la generación de nuevas epidemias globales evitando la transmisión de otros virus (o “supergérmenes”, bacterias resistentes a antibióticos) hacia los humanos y, sobre todo, entender las causas que facilitan la transmisión de nuevos virus que puedan poner en peligro a toda la humanidad. Esto significa, sobre todo, evitar la destrucción ecológica y la desigualdad social que estamos produciendo aceleradamente bajo el capitalismo.

La cuarta lección es la de la humildad y tiene que ver con hacernos una nueva pregunta. ¿Cómo puede ser que un agente infeccioso minúsculo pueda generar un descalabro y una crisis global y económica de tal magnitud? Algunas personas se imaginan que somos casi dioses, con conocimientos y nuevas tecnologías omnipotentes, que nos permiten controlar casi todo y alcanzar un progreso prácticamente infinito. No es así. Ya Friedrich Engels decía: "No nos vanagloriemos demasiado por nuestras victorias sobre la naturaleza. La naturaleza se venga de cada victoria nuestra… no dominamos la naturaleza… sino que le pertenecemos con carne y sangre y cerebro y vivimos en su seno”. No somos dioses, ni somos invulnerables, sino seres humanos, frágiles, intradependientes, interdependientes y ecodependientes. Somos seres intrínsecamente dependientes de nuestra propia psicobiología, necesidades fisiológicas y entorno cultural; somos dependientes de los demás desde antes de nacer hasta el momento de morir; y somos seres dependientes de la naturaleza, de la cual formamos parte y sin la cual no podemos sobrevivir. Desde 2008, bastantes economistas críticos han señalado que estamos en una situación económica de "respiración asistida", con una estructura financiera inestable y una gran deuda, en una economía que no entró en crisis debido al crecimiento de la economía china, a la inyección masiva de dinero por los bancos centrales y a las mercantilizaciones de servicios realizadas. No es que no haya dinero, hay mucho, pero la realidad es que no se sabe dónde reproducir el capital y obtener beneficios. De hecho, la estabilidad económica no podía durar demasiado, pero ahora la crisis se agravará, con cierre de empresas y comercios, empeoran sectores como el turístico y se producirá un fuerte crecimiento del paro lo que, a su vez, servirá de excusa para justificar la nueva crisis. Como era predecible, una Unión Europea, basada en la libre circulación de capitales, bienes, servicios y personas, ha dejado que cada país haga lo que pueda para solucionar su propia emergencia. Tal y como lo ha resumido un analista político tan destacado como Manuel Monereo, la UE “despolitizó la economía pública, homogeneizó a la clase política, neutralizó el conflicto social y constitucionalizó el neoliberalismo como el horizonte insuperable de nuestra época.” Y todo indica que cuando regresemos a la "normalidad", esta crisis podría servir para seguir expropiando a las clases populares y medias en favor de los superricos, a base de recortes y de conversión de deuda privada en deuda pública, pasando la factura a las clases medias y populares. Si no lo evitamos, podríamos pasar de un “socialismo de la emergencia” a un “socialismo de los ricos” y la “culpa” de todo recaerá en un “bichito” minúsculo.

Una última lección a considerar es de orden práctico y de tipo político. Hay que cambiar y hay que cambiar radicalmente. La crisis actual nos debería servir de espejo para comprender una crisis sistémica que nos enfrenta a un más que probable colapso. ¿Por qué? Porque vivimos bajo un capitalismo fosilista con un crecimiento exponencial de producción y consumo, basado en gastar ingentes y baratas cantidades de combustibles fósiles y de materiales que se están agotando. Esto quiere decir que nos enfrentamos no sólo a la emergencia climática sino también a una crisis ecológica de grandes proporciones en la que, como tan bien ha argumentado Antonio Turiel en su excelente blog The Oil Crash (y en su libro de divulgación Petrocalipsis, que está en imprenta), es fundamental comprender la crisis de la energía. Habrá un antes y un después de esta crisis, y esto debería llevarnos a hacer un cambio de rumbo total o la humanidad tiene poco futuro. Parafraseando a Naomi Klein al hablar de la crisis climática, podemos decir que esta pandemia lo cambia todo, y que es fundamental que la aprovechemos para hacer un cambio social radical. O cambiamos para transformar el mundo o la transformación del mundo nos cambiará a nosotros situándonos al borde del abismo. Klein señaló que el coronavirus puede llegar a ser "el desastre perfecto para el capitalismo del desastre" ya que las élites tratarán de beneficiarse de esta crisis aplicando la doctrina del shock: salvar a las elites mientras la población, ocupada intentando sobrevivir, delega en la autoridad cualquier salida. El relato para justificar la crisis es muy evidente: la causa del shock es el virus, él es el “enemigo” a batir en una guerra cuyos desastrosos efectos, inevitablemente, deberemos pagar entre todos y todas. Pero también hay la oportunidad de ampliar y profundizar una ola solidaria y conscientemente politizada y movilizada que fuerce a los gobiernos a un cambio en favor del bien común, la solidaridad y ayuda mutua. No sólo se trata de revitalizar servicios sociales golpeados por las políticas neoliberales mercantilistas, sino también de poner en marcha un proceso de cambio radical que permita hacer frente a la crisis ecosocial y climática que vivimos y, al mismo tiempo, cambiar nuestras vidas individuales y cotidianas para avanzar hacia un mundo más humano y realmente sostenible creando una economía homeostática, que gaste mucha menos energía primaria y adapte el metabolismo ecosocial a los límites biofísicos de la Tierra.

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