martes, 22 de diciembre de 2015

El frío de los otros

Gabriela Mistral fue maestra de primera enseñanza, que es tal vez algo más que ser premio Nobel. 

Dice mucho del Chile anterior a Pinochet el aprecio por sus mayores poetas, a los que hizo diplomáticos.

Por encima de los prejuicios de su tiempo (¿realmente superados hoy?), amó a otra mujer y fue amada por ella. Este es el testimonio de su amiga Doris:
"Era una persona tan llena de simpatía, de alegría, de hospitalidad, maravillosa, ¡realmente tan maravillosa! Tan espiritual. Vi gringas que no sabían quién era y quedaban maravilladas de su persona. Ella era excepcional. Nunca conocí en mi vida a una persona que pensara menos en sí misma y más en los otros y en el mundo. Y que tuviera una visión tan profunda. Era una mujer de gran visión"
Lejos de mi espíritu el ternurismo navideño, que ahora sienta (simbólicamente) a un pobre en cada mesa.

Pero la ternura de Gabriela es otra cosa, porque procede de quien ha vivido y ha sentido este frío de los otros.




A doña Isaura Dinator
Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!

¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!

El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;

que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.

Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.

Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!


Es duro sentir, sentir de verdad, con los abandonados. La tristeza que genera la recoge muy bien una canción de María Elena Walsh

Que, como Gabriela, se sintió libre para amar. No puede ser casual que la ruptura con los prejuicios que es capaz de liberar el sentimiento de amor libere también la compasión. Porque son muchos los cobardes que la ocultan, tantos como los hipócritas que la fingen.

Entiendo que compasión no es conmiseración. Esta te coloca por encima de la miseria, pero solo se compadece de ti el que es capaz de padecer contigo.


 




Soy la maestra argentina,
segunda madre y obrera.
Mis niños andan descalzos,
mi escuela es una tapera.

Soy la que siembra destinos
del mar a la Cordillera,
donde no llega la tiza
y el libro es una quimera.

Campana de palo
repica en la soledad.
Letras de pólvora y piedra
el tiempo amontonará.
Pobrecita patria en flor,
hasta aquí llegó mi amor.

Soy la maestra argentina,
la que está sola y espera.
Vivo zurciendo penurias
y consolando miserias.

Soy la que enseña a sus hijos
a venerar la bandera
de este país generoso
del corazón para afuera.

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