La imaginación poética de Belén Gopegui en Diagonal y su contribución dialéctica a la importante y banal cuestión del sexismo lingüístico.
Un sí señor con las patas verdes
Cuentan que un novelista llegó al poder y dijo: a partir de ahora la
palabra novelista designará tanto a los novelistas como a los poetas. Los poetas se quejaron pero, como no estaban organizados, se generalizó la costumbre. Todo
era en aras de la economía del lenguaje, decir novelistas y poetas todo
el tiempo cansaba mucho. ¿Y decir a veces novelistas y a veces poetas?
Eso era arbitrario, les decían. ¿Y decir siempre poetas e incluir a los
novelistas? ¿Además, qué pasaba con los queer cuentistas? Los novelistas
entonces se echaban a reír.
Cuentan que en otro país los comunistas decidieron que el término
comunista sería genérico e incluiría a los anarquistas. Eran tiempos de
crisis y decir “comunistas y anarquistas” consumía mucha energía. Pero
es que tiene consecuencias, decían los anarquistas, hasta lo más trivial
acababa no siéndolo, por ejemplo: cuando los titulares de un periódico
celebraban a los comunistas que lucharon contra el fascismo y daban
nombres, casi nunca aparecían anarquistas, mientras que si el titular
fuera: los comunistas y anarquistas que lucharon contra el fascismo, ese
titular aguzaría la memoria de quien escribiese el artículo. Vale,
quizá tengáis razón, pero sois unos pesados, dejad las cosas como están,
al fin y al cabo también pasa con el género masculino y femenino y se acepta porque está en la estructura profunda de la lengua,
tan profunda que nadie la puede tocar so pena de que se produzcan
terribles accidentes; si se toca y después alguien se olvida una vez de
decir alumnas y alumnos, habrá cataclismos sin número, le partirán
rayos, rodarán cabezas.
Entretanto, sin embargo, en esos países las niñas a veces decían
niñas para hablar de niñas y niños, y a veces decían niños, y a veces
los niños decían nosotras para hablar de toda su clase, y a veces decían
personas, y a veces en vez de alumnos y alumnas decían el alumnado, y
no se cansaban, y si alguna vez se les olvidaba decir niños y niñas,
ningún rayo caía, y si alguna vez sí lo decían, su energía no se
esfumaba. Porque la lengua les pertenecía, porque no
era propiedad de ningún rey académico y a medida que quienes la usaban
rechazaban la carga de las características asignadas a los sexos por el
patriarcado, la lengua también se liberaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario