Hace ya tiempo que inicié en este blog una serie de especulaciones sobre el tiempo y el espacio. Me preocupa grandemente su carácter "económico". Si, como se la suele definir, la economía es la ciencia (o arte, cosa que no tengo clara) de "asignar correctamente medios para la gestión de bienes escasos", no me cabe duda de que el tiempo y el espacio son bienes económicos.
La asignación correcta de espacios escasos es Arquitectura. La asignación correcta de tiempos limitados es... Música (porque la literatura también es música). En uno y otro caso, ritmos y colores medidos en el espacio y en el tiempo.
Inicié el tema rescatando una conferencia sobre la magna obra de Torrente Ballester. El uso, muy consciente en este autor, del tiempo del relato como espacio para construir un mundo, me hizo ver que el escritor (todo escritor) crea ese relato como un hilo temporal unidimensional y organizado, que luego el lector no está obligado a recorrer con el mismo orden y disciplina (me viene a la memoria la recomendación de Julio Cortázar sobre cómo leer Rayuela).
Del mismo modo, el arquitecto ordena sus espacios, pero el habitante de los mismos crea libremente sus rutas a través de ellos.
Libertad con fronteras. La del creador, su propia materia prima: tiempo y espacio acotados. El habitante añade sus propios límites.
Sentimos el espacio y el tiempo apoyados en dos abstracciones: es infinito e infinitamente divisible. En el espacio y el tiempo reales lo infinito se convierte en simplemente indefinido. Por la otra punta, en el infinitésimo no se puede colocar nada. Toda la arquitectura no cabe en un espacio real, ni toda la música o la literatura en tiempos concretos.
Chocan el deseo y la ilusión con la realidad. El individuo es finito y limitado. La sociedad, también. E impone más límites un planeta que es ya definitivamente esférico.
Tratar de entender cualquier estructura espacio-temporal (y lo es todo en el universo) es imposible sin asumir el par dialéctico continuo-discontinuo, y eso me llevó al campo de los números, que constituyen la forma abstracta de cualquier dimensión. Por ello inicié otra serie de entregas, y me entregué a ellas con fervor durante una temporada, aunque a día de hoy la serie sigue inconclusa.
A partir de la décimo octava entrega empecé a relacionar la flecha del tiempo (o el orden de los números) con el concepto físico de irreversibilidad, y a ver que todas las transformaciones son en sentido estricto irreversibles, porque revertir una situación no devuelve nunca los procesos al punto exacto de partida.
Y cuanto más rápido es un proceso, más irreversible es, porque es más desequilibrado. El verdadero equilibrio se da únicamente en el reposo. Inversamente, el mayor desequilibrio conlleva la mayor aceleración del proceso.
Entre la actuación de la causa y la producción del efecto transcurre siempre un tiempo. La aceleración de los procesos no implica necesariamente que el retraso disminuya. Así se llega a patentes rupturas del equilibrio, ya inocultables. Es el paso del régimen laminar al turbulento, en mecánica de fluidos. O el surgimiento de procesos revolucionarios, en la historia.
Esto es contrario a la mecánica clásica, en la que toda acción provoca una reacción igual y contraria, con un perfecto equilibrio de fuerzas.
Y es también la negación del mecanicismo, y con él del determinismo, en la filosofía y en la práctica política.
No puedo aquí exponer, ni siquiera brevemente, el concepto de entropía como desorden creciente de un sistema, pero el concepto de sostenibilidad ya es comúnmente compartido. La insostenibilidad equivale precisamente al desfase entre el ritmo de producción de los recursos y el ritmo acelerado de su consumo y destrucción.
En esta época de aceleración histórica, cuando la física, y concretamente la termodinámica, hace evidente la necesidad de frenar la marcha desbocada de la megamáquina, ya casi fuera de control, la sinergia de las conciencias es si cabe más difícil de lograr, por el inevitable retraso de los cambios ideológicos, que pueden retrasarse hasta que la reacción se produzca demasiado tarde.
No hay simultaneidad entre causa y efecto. Siempre hay un retraso entre la causa "crisis económica" y su efecto "revolución social". La inercia mental en que consiste la cristalización ideológica obliga a un gran esfuerzo para cambiar las conciencias.
El artículo del que copio algunos párrafos a continuación señala precisamente la importancia que Antonio Gramsci dio a la lucha ideológica, como elemento acelerador que disminuya el retraso entre la causa "crisis" y el efecto "cambio social".
Y en esas estamos.
La asignación correcta de espacios escasos es Arquitectura. La asignación correcta de tiempos limitados es... Música (porque la literatura también es música). En uno y otro caso, ritmos y colores medidos en el espacio y en el tiempo.
Inicié el tema rescatando una conferencia sobre la magna obra de Torrente Ballester. El uso, muy consciente en este autor, del tiempo del relato como espacio para construir un mundo, me hizo ver que el escritor (todo escritor) crea ese relato como un hilo temporal unidimensional y organizado, que luego el lector no está obligado a recorrer con el mismo orden y disciplina (me viene a la memoria la recomendación de Julio Cortázar sobre cómo leer Rayuela).
Del mismo modo, el arquitecto ordena sus espacios, pero el habitante de los mismos crea libremente sus rutas a través de ellos.
Libertad con fronteras. La del creador, su propia materia prima: tiempo y espacio acotados. El habitante añade sus propios límites.
Sentimos el espacio y el tiempo apoyados en dos abstracciones: es infinito e infinitamente divisible. En el espacio y el tiempo reales lo infinito se convierte en simplemente indefinido. Por la otra punta, en el infinitésimo no se puede colocar nada. Toda la arquitectura no cabe en un espacio real, ni toda la música o la literatura en tiempos concretos.
Chocan el deseo y la ilusión con la realidad. El individuo es finito y limitado. La sociedad, también. E impone más límites un planeta que es ya definitivamente esférico.
Tratar de entender cualquier estructura espacio-temporal (y lo es todo en el universo) es imposible sin asumir el par dialéctico continuo-discontinuo, y eso me llevó al campo de los números, que constituyen la forma abstracta de cualquier dimensión. Por ello inicié otra serie de entregas, y me entregué a ellas con fervor durante una temporada, aunque a día de hoy la serie sigue inconclusa.
A partir de la décimo octava entrega empecé a relacionar la flecha del tiempo (o el orden de los números) con el concepto físico de irreversibilidad, y a ver que todas las transformaciones son en sentido estricto irreversibles, porque revertir una situación no devuelve nunca los procesos al punto exacto de partida.
Y cuanto más rápido es un proceso, más irreversible es, porque es más desequilibrado. El verdadero equilibrio se da únicamente en el reposo. Inversamente, el mayor desequilibrio conlleva la mayor aceleración del proceso.
Entre la actuación de la causa y la producción del efecto transcurre siempre un tiempo. La aceleración de los procesos no implica necesariamente que el retraso disminuya. Así se llega a patentes rupturas del equilibrio, ya inocultables. Es el paso del régimen laminar al turbulento, en mecánica de fluidos. O el surgimiento de procesos revolucionarios, en la historia.
Esto es contrario a la mecánica clásica, en la que toda acción provoca una reacción igual y contraria, con un perfecto equilibrio de fuerzas.
Y es también la negación del mecanicismo, y con él del determinismo, en la filosofía y en la práctica política.
No puedo aquí exponer, ni siquiera brevemente, el concepto de entropía como desorden creciente de un sistema, pero el concepto de sostenibilidad ya es comúnmente compartido. La insostenibilidad equivale precisamente al desfase entre el ritmo de producción de los recursos y el ritmo acelerado de su consumo y destrucción.
En esta época de aceleración histórica, cuando la física, y concretamente la termodinámica, hace evidente la necesidad de frenar la marcha desbocada de la megamáquina, ya casi fuera de control, la sinergia de las conciencias es si cabe más difícil de lograr, por el inevitable retraso de los cambios ideológicos, que pueden retrasarse hasta que la reacción se produzca demasiado tarde.
No hay simultaneidad entre causa y efecto. Siempre hay un retraso entre la causa "crisis económica" y su efecto "revolución social". La inercia mental en que consiste la cristalización ideológica obliga a un gran esfuerzo para cambiar las conciencias.
El artículo del que copio algunos párrafos a continuación señala precisamente la importancia que Antonio Gramsci dio a la lucha ideológica, como elemento acelerador que disminuya el retraso entre la causa "crisis" y el efecto "cambio social".
Y en esas estamos.
Crisis y lucha política en Gramsci. Una lectura desde el sur
herramienta.com.ar
(...)
Para introducir en el tema, digamos en primer lugar que Gramsci fue
desde su primer juventud un crítico agudo de las deformaciones
positivistas y deterministas del marxismo. Desde esta perspectiva
reflexiona sobre las relaciones entre estructura y superestructura,
estudia las relaciones política-economía y aborda el tema de la
crisis. Lo primero que podemos decir es que, continuando en esto a Lenin
y llegando incluso más lejos, Gramsci no cree que la crisis
revolucionaria surja de la crisis económica. Por eso tiene el cuidado de
afirmar que:Se puede excluir que, por sí mismas, las crisis económicas inmediatas produzcan efectos fundamentales; sólo pueden crear un terreno favorable para la difusión de determinadas maneras de pensar, de formular y resolver las cuestiones que implican todo el desarrollo ulterior de la vida estatal.
La acción de las masas, así como sus movimientos políticos e ideológicos, tienen una temporalidad propia que no necesariamente es la temporalidad de la crisis económica. Puede decirse más bien lo contrario:
Los hechos ideológicos de masas están siempre retrasados con respecto a los fenómenos económicos de masas [...] el impulso automático debido al factor económico es retardado, obstaculizado o incluso destruido momentáneamente por elementos ideológicos tradicionales.
Gramsci nos está diciendo con esto algo muy importante: que en un determinado momento presente operan simultánea pero discordantemente una multiplicidad de tiempos y ritmos, cuya interacción no se resuelve como si se tratara de un "paralelogramo de fuerzas", según relaciones matemáticas o geométricas, sino conformando una singularidad histórica, que es el complejo terreno en que operan las decisiones y acciones políticas de fuerzas sociales en conflicto.
(...)
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