La salida de una dictadura sangrienta puede darse mediante una radical ruptura democrática, pero más frecuentemente obedece a un lento desgaste. En este caso, el régimen, en descomposición sobre todo moral, busca una salida pactada. Una oposición cansada y casi siempre diezmada, de la que han desaparecido (literalmente) los más combativos, también es proclive a un acuerdo en que (aparentemente) "no haya vencedores ni vencidos".
El desgaste afecta al régimen aún fuerte (o al menos fuertemente armado), pero también a la poco homogénea oposición. La cambiante correlación de fuerzas acaba siendo, como decía Manuel Vázquez Montalbán, una correlación de debilidades. El pueblo cansado, a fin de cuentas vencido e ideológicamente dominado, quiere ante todo paz, y los "poderes fácticos" se la ofrecen a cambio de olvido.
Los pactos imponen amnistías-amnesias, leyes de obediencia debida, de punto final y una llamada a "cerrar las heridas" que garantice la impunidad de los vencedores de ayer. Y los cambios imprescindibles para que todo siga igual. Generalmente, igual de corrupto.
Así son las demediadas democracias surgidas de modélicas transiciones. La de Chile, tutelada directamente, hasta su muerte, por Pinochet. La de España, atada y bien atada, más allá de la suya, por Franco.
Los mismos gerifaltes de antaño, unidos en su caso a nuevos usufructuarios del poder, no tienen interés alguno en una mínima justicia, que se calificará de espíritu revanchista y de "ajuste de cuentas".
El Poder oculto detrás del "poder" de los estados no renuncia a lo que pueda conservar de los viejos aparatos. La protección más o menos disimulada a los antiguos sicarios los hace más obedientes a sus nuevos amos. Si además se mueven en una red de corrupciones, unos y otros tienen motivos para callar.
El que más chifle, capador, el que más cante, castrato.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los aliados occidentales encontraron la forma de "reciclar" a antiguos fascistas. Las "democracias" anticomunistas no tuvieron inconveniente en aprovechar a viejos nazis, ampararlos, darles cobijo y utilizarlos para diversas "operaciones especiales". Aún hoy, peligrosos colectivos de la derecha extrema son una reserva de la que echar mano en caso de necesidad.
La conexión oculta entre toda clase de mafias no es algo nuevo. Obsérvense las rutas de la droga entre países productores y consumidores y se verá que la colaboración militar de Occidente no acaba con estos tráficos. Bien al contrario, los potencia.
¿Todavía podemos creer ingenuamente que el mundo de las finanzas y el complejo militar industrial, los servicios secretos, las cloacas del poder, como decía abiertamente Felipe González, no funcionan en red?
Mafia no hay más que una. Es la red de los más ricos.
Se habla mucho de otra red, la red por excelencia, Internet. No es la red de los pobres, que cuelgan del trapecio sin red alguna, pero al menos permite, por ahora, una amplia libertad de expresión y comunicación, sin duda rigurosamente vigilada.
La red mafiosa es otra cosa. Oculta y opaca. Pero de vez en cuando hay desgarrones que dejan ver sus vergüenzas. Y su propia opacidad la hace si cabe más sospechosa. Si vemos lo que vemos, ¿cómo será lo que no vemos?
Sobre aquella Colonia Dignidad, dejo unos cuantos enlaces más:
Colonia Dignidad (Villa Baviera) |
La Concertación y el enclave esclavista de Colonia Dignidad
El Clarín de Chile
Ex miembros de Colonia Dignidad demandan a Chile y Alemania por 120 millones de euros
The Clinic on line
La presidenta Bachelet, fichada en los archivos del enclave nazi Colonia Dignidad
RTVE
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