El capitalismo es el resultado histórico de la continua evolución de los modos de obtención de recursos (producción) para la supervivencia de la humanidad (reproducción). No es un producto extraño a los seres humanos, sino precisamente el punto de llegada de su actividad.
Cada modo de producción de un grupo social es consecuencia de una simbiosis más o menos voluntaria, pero siempre consentida (consensuada) entre sus miembros. Que asegura a cada uno su función, mejor o peor, en un reparto de papeles, y con ella un modo de sobrevivir, so pena de ser expulsado a la muerte social, que en definitiva es la muerte física.
En su origen los miembros del grupo se concedían a sí mismos el título de humanidad, y con él los derechos aparejados, de los que quedaban excluidos los extraños. En un proceso largo de luchas entre grupos, y de luchas internas en el grupo (luchas de clases), los hombres han acabado por aceptarse, al menos en teoría, como semejantes. Y se ha aceptado idealmente que tienen los mismos derechos básicos: derechos humanos.
Pero siempre subsiste la tentación de excluir de esa humanidad a los que estorban el desarrollo propio. La tribu o la nación, el grupo religioso, la clase social, la raza, son excusas ideológicas para diferenciar un "nosotros los hombres" y un "ellos", que en el fondo significa inhumanos.
Una clase dominante extrae su recursos de la naturaleza a través del trabajo (ajeno) de una clase dominada. Para sus miembros no hay límite a la satisfacción de necesidades crecientes, a las que como "humanos" tienen derecho. Las sociedades de clases establecen siempre un rango de humanidad, reservándose las élites para sí el autorreconocimiento exclusivo de "completamente humanos". Por un tiempo el forzado equilibrio social tiene éxito.
Cuando el modo de vida es amenazado por la falta de recursos, se busca fuera el "espacio vital". Lo que se extraía de los dominados dentro de la tribu o de la nación se busca en otros territorios: Imperialismo. En este proceso se cuenta con la complicidad de los propios súbditos, menos hombres que sus amos pero más que los extraños sometidos.
El crecimiento continuado de las sociedades y el aumento de su riqueza ha permitido que un horizonte de creciente prosperidad mantenga la cohesión social, pese a la explotación de unos individuos por otros. La idea del progreso ha sido siempre una esperanza de mejores oportunidades. Y el progreso se ha cimentado sobre una competición en que individuos y grupos luchaban por "un lugar en el sol".
La historia de estas luchas produjo el capitalismo y en su fase última el imperialismo global. Lo caracteriza una competición extrema, sustentada en la ideología de la "lucha por la vida". Que conduce a un desarrollo desbocado de las fuerzas productivas y a una concentración creciente del producto. Sólo el crecimiento ilimitado produce la ilusión de que la riqueza se "derrama" sobre toda la sociedad.
Cualquier freno a ese desarrollo deja al descubierto la realidad. Hay un frenazo en la economía, pero no en la acumulación. Se acentúa la explotación. Cada vez son más los excluidos del sistema, que sin embargo no deja de "perfeccionarse" para producir más con menos. Más productos con menos productores y más consumo con menos consumidores.
Al chocar sus necesidades de crecimiento con los límites del mundo de que se alimenta, la única salida que encuentra el capital (que, no debemos olvidarlo, es una máquina incontrolada, pero lo es gracias a unos maquinistas) es excluir a los que sobran.
Exclusión que no excluye ninguna posibilidad. Ni siquiera el exterminio.
Sus "think tanks" no se paran en barras.
Cada modo de producción de un grupo social es consecuencia de una simbiosis más o menos voluntaria, pero siempre consentida (consensuada) entre sus miembros. Que asegura a cada uno su función, mejor o peor, en un reparto de papeles, y con ella un modo de sobrevivir, so pena de ser expulsado a la muerte social, que en definitiva es la muerte física.
En su origen los miembros del grupo se concedían a sí mismos el título de humanidad, y con él los derechos aparejados, de los que quedaban excluidos los extraños. En un proceso largo de luchas entre grupos, y de luchas internas en el grupo (luchas de clases), los hombres han acabado por aceptarse, al menos en teoría, como semejantes. Y se ha aceptado idealmente que tienen los mismos derechos básicos: derechos humanos.
Pero siempre subsiste la tentación de excluir de esa humanidad a los que estorban el desarrollo propio. La tribu o la nación, el grupo religioso, la clase social, la raza, son excusas ideológicas para diferenciar un "nosotros los hombres" y un "ellos", que en el fondo significa inhumanos.
Una clase dominante extrae su recursos de la naturaleza a través del trabajo (ajeno) de una clase dominada. Para sus miembros no hay límite a la satisfacción de necesidades crecientes, a las que como "humanos" tienen derecho. Las sociedades de clases establecen siempre un rango de humanidad, reservándose las élites para sí el autorreconocimiento exclusivo de "completamente humanos". Por un tiempo el forzado equilibrio social tiene éxito.
Cuando el modo de vida es amenazado por la falta de recursos, se busca fuera el "espacio vital". Lo que se extraía de los dominados dentro de la tribu o de la nación se busca en otros territorios: Imperialismo. En este proceso se cuenta con la complicidad de los propios súbditos, menos hombres que sus amos pero más que los extraños sometidos.
El crecimiento continuado de las sociedades y el aumento de su riqueza ha permitido que un horizonte de creciente prosperidad mantenga la cohesión social, pese a la explotación de unos individuos por otros. La idea del progreso ha sido siempre una esperanza de mejores oportunidades. Y el progreso se ha cimentado sobre una competición en que individuos y grupos luchaban por "un lugar en el sol".
La historia de estas luchas produjo el capitalismo y en su fase última el imperialismo global. Lo caracteriza una competición extrema, sustentada en la ideología de la "lucha por la vida". Que conduce a un desarrollo desbocado de las fuerzas productivas y a una concentración creciente del producto. Sólo el crecimiento ilimitado produce la ilusión de que la riqueza se "derrama" sobre toda la sociedad.
Cualquier freno a ese desarrollo deja al descubierto la realidad. Hay un frenazo en la economía, pero no en la acumulación. Se acentúa la explotación. Cada vez son más los excluidos del sistema, que sin embargo no deja de "perfeccionarse" para producir más con menos. Más productos con menos productores y más consumo con menos consumidores.
Al chocar sus necesidades de crecimiento con los límites del mundo de que se alimenta, la única salida que encuentra el capital (que, no debemos olvidarlo, es una máquina incontrolada, pero lo es gracias a unos maquinistas) es excluir a los que sobran.
Exclusión que no excluye ninguna posibilidad. Ni siquiera el exterminio.
Sus "think tanks" no se paran en barras.
Fragmento del libro Daud vs. Djalut (David contra Goliat), Moscú, 2010
www.dzhemal.com
La civilización actual ha entrado en la fase de la contradicción
fundamental entre sus posibilidades económico-políticas y los objetivos
estratégicos civilizatorios. Hasta un determinado momento el crecimiento
económico y tecnológico de la civilización mundial aseguraba la
reproducción del dominio político de las élites tradicionales, que se
habían consolidado definitivamente hace algo más de cien años.
Las instituciones de la democracia representativa, relacionadas con la educación obligatoria y la igualdad (convencional-jurídica) de las oportunidades vitales, aseguraban la inclusión en el crecimiento económico de la absoluta mayoría de la población mundial, aunque de manera desigual.
Sin embargo el principal problema de la civilización occidental en el siglo veinte fue el hecho de que la crisis política y, particularmente, la crisis del orden mundial, adelantaba a las posibilidades del crecimiento de la economía real. Esta diferencia se fue compensando cada vez más por el crecimiento de la economía virtual que, a su vez, agudizaba la crisis política. A finales del siglo XX el establishment mundial se había encontrado con la necesidad de la reestructuración del orden político-económico planetario. Esta reestructuración debe estar acompañada, por un lado, por el triunfo definitivo de la economía virtual sobre la real, y por otro lado, por la supresión de los tradicionales institutos de la democracia burguesa, cuya formación constituyó el contenido de todo el período de la así llamada Historia Moderna.
La combinación de estos dos elementos es la que caracteriza el comienzo de la época de la tan cacareada sociedad de la información.
En esta sociedad el objeto de la alienación ya no es una parte del tiempo vital del individuo trabajador – el así llamado tiempo “del trabajo”, - sino todo el tiempo individual, sin distinción entre el dedicado a la esfera del trabajo y el tiempo personal.
De la producción de las mercancías a través de la producción de los servicios la economía pasa a incluir a toda la esfera de la vida cotidiana como la forma de bioproducción, que se transforma en la cantidad, en el objeto medido y valorado cuantitativamente.
La enajenación del tiempo vital del individuo en las condiciones de la economía intelectual o informacional se realiza a través de su conversión en una determinada cantidad de información valorada, que se convierte en parte del flujo total de la información. En realidad, la bioproducción social (producción de la vida) consiste en la inclusión de todos los participantes económicos en el flujo informativo.
Es cuando precisamente surge el principal problema político del nuevo orden: las 4/5 partes de la población de la Tierra por distintas causas no están preparadas para participar en semejante producción económica. El destacamento más preparado del contingente mundial de los “trabajadores” resulta ser la población de las megápolis occidentales, y no toda: en primer lugar, se trata de la clase media, relacionada con la organización de la producción.
La historia conoce la práctica de las inversiones en la transformación social de gigantescas masas humanas. El ejemplo más claro fue la conversión en tan solo 20 años (1921-1941) de Rusia analfabeta y agraria en la URSS industrializada y totalitaria.
Hoy las clases gobernantes no piensan invertir los medios proporcionales en la transformación social de aproximadamente 5 mil millones de habitantes de la Tierra y están dispuestas a impedir con firmeza la aparición en el escenario político de las fuerzas alternativas, capaces, siguiendo el ejemplo de los bolcheviques, de encontrar estos medios en los recursos que pertenecen a los actuales propietarios.
De modo, que como mínimo 5.000 millones de los habitantes del planeta se convierten en un lastre para la nueva sociedad de la información, o en otras palabras, no pueden participar en la creación del producto informacional siguiendo las nuevas reglas económico-políticas. La democracia burguesa, que antes aseguraba la inclusión masiva de la población agraria de Occidente en la sociedad industrial y la fase inicial de la sociedad posindustrial, hoy se convierte en inútil en el papel del instrumento de desarrollo social y, en consecuencia, será desechada por anticuada. Cosa que ya está ocurriendo ante nuestros propios ojos.
La humanidad se encuentra ante la perspectiva de la implantación de la dictadura oligárquica planetaria en forma del imperio global.
El imperio global es la futura forma de la dictadura burocrático-militar que abarcará a todo el mundo. Es el instrumento que necesitarán las élites gobernantes para llevar a cabo la expulsión del 90% de la población de la Tierra del espacio de la Historia. Semejante operación global únicamente podrá realizarse en forma de una guerra despiadada contra la mayor parte de la humanidad.
Es muy importante comprender el contenido técnico de la expresión “echar fuera de la Historia”. La permanencia en la Historia tradicionalmente está relacionada con la interpretación de la actuación de cualquier ser humano o grupo de seres humanos como algo que influye sobre la trama del desarrollo del conjunto del proceso histórico. La historia escrita refleja como actuación “histórica” la acción de tan solo una pequeña parte de los hombres que han vivido en el planeta. Es aquella actuación que tuvo un significado de importancia simbólica y que ha jalonado el transcurso colectivo del tiempo, dejando huellas fijas.
Sin embargo, hasta ahora se daba por sobreentendido que no solo los protagonistas de los manuales de historia y enciclopedias, sino cada hombre nacido en general participa en el proceso histórico, cuyas acciones tienen la conexión inversa con el transcurso argumental de la Historia, entendida como proyecto. Dicha presunción se reflejaba en la visión del papel de las masas en la Historia.
Esta visión humanista aplicada a toda la humanidad sobre la importancia de cada ser humano dentro del balance general del tiempo-sentido colectivo, da por supuesto que cada acción y cada autor de la acción son absolutos y existen de manera necesaria. Dicha visión se refleja en la popular frase: “Historia desconoce el modo subjuntivo”.
En otras palabras, hasta ahora la humanidad estaba sumergida en la esfera de la llamada posibilidad primaria, la más densa y concreta dentro de las posibilidades del ser. En esta esfera cualquier fenómeno existe porque hace falta exactamente este fenómeno en este tiempo concreto y en este lugar, sin que existan alternativas a este fenómeno.
Sin embargo el nuevo proyecto global de las élites mundiales prevé la expulsión del 90% de la humanidad a la segunda y la tercera esferas de las posibilidades, donde cualquier fenómeno tiene variantes alternativas ilimitadas o podría no suceder siquiera.
Es evidente que el hombre que podría no haber nacido, y las acciones que podrían ser tales u otras no importa cuales, se convierten en fantasmales y no ejercen ninguna influencia sobre el desarrollo argumental del tiempo histórico. Semejante situación se convierte en la “muerte histórica” para la humanidad expulsada de este modo del proceso histórico. Lo cual se diferencia poco de la muerte en todos los demás aspectos, y es por lo que hoy en medio de los así llamados “científicos” se levantan voces que hablan de la necesidad de eliminar a estos 90% de seres humanos “sobrantes” (o “no realizados”). [Recordemos que hace años el heredero británico, príncipe Carlos, presidente de la ecologista World Wildlife Fundation, declaró que “en la próxima vida le gustaría volver convertido en un virus mortal para resolver de una vez por todas el problema del equilibrio ecológico”, o sea para acabar con la “sobrepoblación” del planeta – N. del T.].
El puente entre la muerte histórica, digamos en el plano espiritual, y la muerte física de la inmensa masa de seres desgraciados es precisamente el imperio global, llamado a ejercer la violencia permanente contra la biomasa.
Esa violencia tiene que cumplir tres objetivos:
Las instituciones de la democracia representativa, relacionadas con la educación obligatoria y la igualdad (convencional-jurídica) de las oportunidades vitales, aseguraban la inclusión en el crecimiento económico de la absoluta mayoría de la población mundial, aunque de manera desigual.
Sin embargo el principal problema de la civilización occidental en el siglo veinte fue el hecho de que la crisis política y, particularmente, la crisis del orden mundial, adelantaba a las posibilidades del crecimiento de la economía real. Esta diferencia se fue compensando cada vez más por el crecimiento de la economía virtual que, a su vez, agudizaba la crisis política. A finales del siglo XX el establishment mundial se había encontrado con la necesidad de la reestructuración del orden político-económico planetario. Esta reestructuración debe estar acompañada, por un lado, por el triunfo definitivo de la economía virtual sobre la real, y por otro lado, por la supresión de los tradicionales institutos de la democracia burguesa, cuya formación constituyó el contenido de todo el período de la así llamada Historia Moderna.
La combinación de estos dos elementos es la que caracteriza el comienzo de la época de la tan cacareada sociedad de la información.
En esta sociedad el objeto de la alienación ya no es una parte del tiempo vital del individuo trabajador – el así llamado tiempo “del trabajo”, - sino todo el tiempo individual, sin distinción entre el dedicado a la esfera del trabajo y el tiempo personal.
De la producción de las mercancías a través de la producción de los servicios la economía pasa a incluir a toda la esfera de la vida cotidiana como la forma de bioproducción, que se transforma en la cantidad, en el objeto medido y valorado cuantitativamente.
La enajenación del tiempo vital del individuo en las condiciones de la economía intelectual o informacional se realiza a través de su conversión en una determinada cantidad de información valorada, que se convierte en parte del flujo total de la información. En realidad, la bioproducción social (producción de la vida) consiste en la inclusión de todos los participantes económicos en el flujo informativo.
Es cuando precisamente surge el principal problema político del nuevo orden: las 4/5 partes de la población de la Tierra por distintas causas no están preparadas para participar en semejante producción económica. El destacamento más preparado del contingente mundial de los “trabajadores” resulta ser la población de las megápolis occidentales, y no toda: en primer lugar, se trata de la clase media, relacionada con la organización de la producción.
La historia conoce la práctica de las inversiones en la transformación social de gigantescas masas humanas. El ejemplo más claro fue la conversión en tan solo 20 años (1921-1941) de Rusia analfabeta y agraria en la URSS industrializada y totalitaria.
Hoy las clases gobernantes no piensan invertir los medios proporcionales en la transformación social de aproximadamente 5 mil millones de habitantes de la Tierra y están dispuestas a impedir con firmeza la aparición en el escenario político de las fuerzas alternativas, capaces, siguiendo el ejemplo de los bolcheviques, de encontrar estos medios en los recursos que pertenecen a los actuales propietarios.
De modo, que como mínimo 5.000 millones de los habitantes del planeta se convierten en un lastre para la nueva sociedad de la información, o en otras palabras, no pueden participar en la creación del producto informacional siguiendo las nuevas reglas económico-políticas. La democracia burguesa, que antes aseguraba la inclusión masiva de la población agraria de Occidente en la sociedad industrial y la fase inicial de la sociedad posindustrial, hoy se convierte en inútil en el papel del instrumento de desarrollo social y, en consecuencia, será desechada por anticuada. Cosa que ya está ocurriendo ante nuestros propios ojos.
La humanidad se encuentra ante la perspectiva de la implantación de la dictadura oligárquica planetaria en forma del imperio global.
El imperio global es la futura forma de la dictadura burocrático-militar que abarcará a todo el mundo. Es el instrumento que necesitarán las élites gobernantes para llevar a cabo la expulsión del 90% de la población de la Tierra del espacio de la Historia. Semejante operación global únicamente podrá realizarse en forma de una guerra despiadada contra la mayor parte de la humanidad.
Es muy importante comprender el contenido técnico de la expresión “echar fuera de la Historia”. La permanencia en la Historia tradicionalmente está relacionada con la interpretación de la actuación de cualquier ser humano o grupo de seres humanos como algo que influye sobre la trama del desarrollo del conjunto del proceso histórico. La historia escrita refleja como actuación “histórica” la acción de tan solo una pequeña parte de los hombres que han vivido en el planeta. Es aquella actuación que tuvo un significado de importancia simbólica y que ha jalonado el transcurso colectivo del tiempo, dejando huellas fijas.
Sin embargo, hasta ahora se daba por sobreentendido que no solo los protagonistas de los manuales de historia y enciclopedias, sino cada hombre nacido en general participa en el proceso histórico, cuyas acciones tienen la conexión inversa con el transcurso argumental de la Historia, entendida como proyecto. Dicha presunción se reflejaba en la visión del papel de las masas en la Historia.
Esta visión humanista aplicada a toda la humanidad sobre la importancia de cada ser humano dentro del balance general del tiempo-sentido colectivo, da por supuesto que cada acción y cada autor de la acción son absolutos y existen de manera necesaria. Dicha visión se refleja en la popular frase: “Historia desconoce el modo subjuntivo”.
En otras palabras, hasta ahora la humanidad estaba sumergida en la esfera de la llamada posibilidad primaria, la más densa y concreta dentro de las posibilidades del ser. En esta esfera cualquier fenómeno existe porque hace falta exactamente este fenómeno en este tiempo concreto y en este lugar, sin que existan alternativas a este fenómeno.
Sin embargo el nuevo proyecto global de las élites mundiales prevé la expulsión del 90% de la humanidad a la segunda y la tercera esferas de las posibilidades, donde cualquier fenómeno tiene variantes alternativas ilimitadas o podría no suceder siquiera.
Es evidente que el hombre que podría no haber nacido, y las acciones que podrían ser tales u otras no importa cuales, se convierten en fantasmales y no ejercen ninguna influencia sobre el desarrollo argumental del tiempo histórico. Semejante situación se convierte en la “muerte histórica” para la humanidad expulsada de este modo del proceso histórico. Lo cual se diferencia poco de la muerte en todos los demás aspectos, y es por lo que hoy en medio de los así llamados “científicos” se levantan voces que hablan de la necesidad de eliminar a estos 90% de seres humanos “sobrantes” (o “no realizados”). [Recordemos que hace años el heredero británico, príncipe Carlos, presidente de la ecologista World Wildlife Fundation, declaró que “en la próxima vida le gustaría volver convertido en un virus mortal para resolver de una vez por todas el problema del equilibrio ecológico”, o sea para acabar con la “sobrepoblación” del planeta – N. del T.].
El puente entre la muerte histórica, digamos en el plano espiritual, y la muerte física de la inmensa masa de seres desgraciados es precisamente el imperio global, llamado a ejercer la violencia permanente contra la biomasa.
Esa violencia tiene que cumplir tres objetivos:
- el exterminio físico de los representantes más activos de la humanidad expulsada, que no se resignan con su colocación fuera de la Historia y del significado;
- la violencia unilateral organizada por sí misma coloca a su objeto en la situación de los animales exterminados, es decir que se convierte en el proceso operativo para quitarle el sentido a la existencia de aquellos que se convierten en las víctimas pasivas de la violencia;
- por último, la propia presión violenta sobre la biomasa representa una forma de enajenación y apropiación del recurso energético interno del tiempo biológico, que sigue transcurriendo para la humanidad reprimida, que formalmente conserva los parámetros existenciales de seres humanos que piensan y sufren.
La única
alternativa a la violencia unilateral del imperio global es la guerrilla
universal – la guerra partisana en todos los niveles, que en la
perspectiva ideal es capaz de provocar la crisis y el derrumbe del
oligárquico Nuevo Orden Mundial.
________________
* Véase también del mismo autor y la misma obra “Prolegómenos del conflicto en Europa”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=167817 y “La sociedad de la información, túnel sin ninguna luz al final”, http://rebelion.org/noticia.php?id=168009
Geidar Dzhemal (n.1947, Moscú) es teólogo del Islam revolucionario, filósofo, presidente del Comité Islámico de Rusia (Islamkom.org), activista político y social. Cofundador de Unión Internacional – Intersoyuz (interunion.org), miembro de la coordinadora del Frente de Izquierda – Levi Front (Leftfront.ru).
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