Desde hace mucho tiempo observo discrepancias, y hasta agrias discusiones (la que me motiva para escribir esto es amable y cortés, pero he presenciado otras bien ácidas), entre personas que deberían estar de acuerdo en lo fundamental. Que en el fondo lo están, pero ponen el acento en dos momentos del mismo problema, y acusa cada parte a la otra de ceguera e ignorancia. Y efectivamente, cada una de ellas, en su afán por poner en el primer plano su visión, parece ignorar y hasta despreciar las razones de los otros.
Sería esta una simple discusión académica si no tuviera consecuencias políticas prácticas.
Me estoy refiriendo a la pugna argumental entre los ecologistas que pertenecen a aquella tradición "verde" y una parte importante de los economistas de la tradición "roja", (roja, aunque parte de ellos, por la deriva de la socialdemocracia -y en modo alguno me refiero a Vicenç Navarro- estén algo desteñidos. También el verde de algunos deriva hacia el verde bilis, pero tampoco me refiero a ninguno de los que en este caso polemizan).
Realmente deberíamos confluir todos en una gran corriente ecosocialista (aunque yo preferiría la palabra ecocomunista). Ya el propio "ecosocialismo" es polémico, por el uso ambiguo que se ha hecho de él. Recuerdo ahora la batalla que se dio en la VIII Asamblea Federal de Izquierda Unida sobre la definición ecosocialista de la organización. Y quiero recordar también que el notable filósofo marxista Manuel Sacristán está en el origen del ecosocialismo en España.
En el Parlamento Europeo, los Verdes alemanes, integrados en coaliciones dudosas en su país y con posturas que van de lo folclórico a lo claramente imperialista, forman parte de un "grupo verde" poco crítico con el sistema capitalista, y sin la menor intención de convergencia con el "grupo de la izquierda europea", en el que sin embargo está integrada la Izquierda Verde Nórdica.
También en anteriores elecciones europeas, diputados electos en las listas conjuntas de IU e ICV fueron a parar a estos grupos diferentes.
Y ahora mismo, ante las próximas elecciones europeas, cuando está haciendo falta una gran convergencia que pueda dar la vuelta a la hegemonía de los partidos del sistema, presenciamos que unos se decantan por Equo, otros por Izquierda Unida y aún otros por opciones mucho más sectarias y divisionistas.
Posturas politicas en las que cristalizan posiciones ideológicas que se miran de reojo y no acaban de unificar criterios, cuando en realidad se trata de dos momentos de un mismo proceso dialéctico, y hora es de pasar a la síntesis, en vez de enrocarse en posiciones estáticas que no contribuyen a avanzar.
Despues de este proemio tan mío, tan propio de este esencialomenista empecinado, paso a las diferencias que me ocupan. Y a mi propuesta sintética.
La polémica viene de lejos, pero me limitaré a los argumentos recientemente vertidos:
En marzo de 2013, Vicenç Navarro escribe que El problema no es la falta de recursos, sino el control de tales recursos, y oponiéndose a Malthus, afirma que "hay una enorme necesidad de que crezcan aquellos sectores que tienen como objetivo atender a las necesidades humanas. La evidencia científica muestra claramente que el problema no es el crecimiento económico (que supuestamente absorbe gran cantidad de recursos), sino el tipo de crecimiento".
De nuevo Vicenç Navarro, en este artículo de agosto de 2013, El movimiento ecologista y la defensa del decrecimiento, empieza considerando dos corrientes del movimiento ecologista, la malthusiana que asume que el deterioro del medioambiente se debe al crecimiento demográfico que genera el consumo de más recursos, y hará el mundo inhabitable, y la que ve el peligro en tecnologías y sustancias tóxicas y contaminantes, que pueden sustituirse, independientemente del crecimiento de la población. Opuesto al decrecimiento, afirma de nuevo que "la cuestión no es crecimiento o decrecimiento sino qué tipo de crecimiento, para qué y para quién. Hoy las necesidades de la población mundial son enormes. Exigir que el mundo deje de crecer es equivalente a negar la posibilidad de mejorar".
Florent Marcellesi , en octubre de 2013, responde a esto que La crisis económica es también una crisis ecológica, y con sólidos argumentos sostiene que "de hecho, crisis económica, social y ecológica son tres facetas de una
misma crisis. Son interdependientes y se retroalimentan entre ellas. No
es sorprendente puesto que nuestro modelo de organización social y
económica depende de los recursos naturales disponibles y, a su vez, la
salud de nuestros ecosistemas (y por tanto de nuestro futuro) dependen
de este modelo socio-económico". Y en otro lugar: "incluso si atendiésemos a los factores sistémicos no ecológicos (que sí
o sí tenemos que erradicar), la máquina seguiría enferma porque, en el
fondo, tiene un problema de metabolismo". Y más adelante: "este cuerpo tiene una enfermedad añadida: no sabe parar de
crecer. Y para alimentar este crecimiento infinito, calculado por el
crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), necesita absorber muchas
proteínas abundantes y baratas (la energía) y quemarlas sin restricción
hacia la atmósfera (el 75% de las emisiones de CO2 desde la época
preindustrial resultan de la quema de los combustibles fósiles)".
Este mismo mes de febrero de febrero, insiste Vicenç Navarro en Los errores de las tesis del decrecimiento económico, y se defiende: "Marcellesi asume erróneamente que yo estoy reduciendo el proyecto
transformador (mi propuesta de cómo salir de la crisis) a una mera
redistribución de los recursos, sin cambiar ni el tipo ni la forma de
los medios de producción, ignorando no solo mis escritos, sino también
la extensa bibliografía científica sobre la transformación del
capitalismo al socialismo, cosa que ocurre con gran frecuencia entre
ecologistas conservadores que, como he dicho antes, desconocen los
intensos debates sobre los temas tratados derivados de otras
sensibilidades políticas y de otros tiempos". Bajo el epígrafe El determinismo energético no puede sustituir al determinismo político, sostiene que "el problema no es que no haya formas de energía alternativa, sino que
estas están controladas por los mismos propietarios que las no
renovables. En un momento de enormes crisis, con crecimiento casi
cero, que está creando un gran drama humano, las voces a favor del
decrecimiento parecen anunciar que ello es bueno, pues así salvamos el
planeta. No se dan cuenta de que están haciendo el juego al mundo del
capital responsable de las crisis económica y ecológica.
¡Siempre hay algún pero!
Y es que si el decrecimiento se va a producir queramos o no, asumirlo sin más puede ser una idea paralizante: Conduce directamente al fatalismo.
Porque si nada podemos hacer, ¡no hagamos nada! (es menos cansado, desde luego).
La ideología del decrecimiento puede ser muy nociva si únicamente nos planteamos cambios, importantes y urgentes, en la producción, tanto en cantidad como en calidad. Pero además de eso hay que cambiar las políticas económicas y sociales. Y el sujeto de los cambios inevitables en el modo de producir será la clase dominante, salvo que lo llegue a ser la clase obrera (qué antiguo suena eso, ¿verdad? Ahora decimos, como mucho "los trabajadores").
La clase proletaria moderna, en rigor, es la inmensa mayoría asalariada, la que se ve rápidamente reducida a la miseria, pese a una cierta prosperidad aparente, cuando de golpe y porrazo pierde el "derecho" a ser explotada.
La reducción de la economía dentro del capitalismo, mantendrá la acumulación, mientras le sea posible, a costa del empobrecimiento general y el incremento de la desigualdad, hasta que empiece la aniquilación física por abajo (supongo que eso ya empieza).
El decrecimiento que nos preparan se llama austeridad. Van introduciendo la idea como una necesidad. El término es de mi agrado, pero esa austeridad no es igual si la dirigen las clases plutocráticas dominantes que han fomentado el tumor del crecimiento exponencial que si queda en manos de los productores asociados. Eso es socialismo. Solamente los mismos productores, convertidos en sujetos activos de la producción, adquirirán la capacidad y la responsabilidad de un decrecimiento controlado por ellos.
Los ecosocialistas tiene razón. Pero en todo cambio es necesario encontrar el sujeto del cambio, que se producirá necesariamente a través de la lucha de clases. Con independencia de que los cambios sean más o menos violentos, eso es una revolución. Y el objetivo es encontrar el sujeto revolucionario
No podemos desligar el decrecimiento de la lucha de clases. Si es necesario y urgente (muchísimo) detener el crecimiento material, también lo es, y por la misma razón, acelerar el crecimiento de la conciencia de clase a escala global. Los actores directos de la producción son los que podrán dirigirla por otros derroteros. Nunca una clase parasitaria y explotadora.
El crecimiento del conjunto del sistema es imposible. El crecimiento de los más desfavorecidos es necesario. Y urge tanto lo uno como lo otro.
Y hay que rechazar contundentemente la horrible idea de que la limitación de la población pueda consistir en su exterminio planificado.
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