Los
conflictos, y las luchas que desencadenan, se dan en circunstancias concretas,
nunca exactamente repetibles, en el seno de sociedades complicadas. La real complejidad
de cualquier sociedad humana, de la familia a la tribu y de la nación al
estado, se refleja en el modo de percibirla que tiene cada individuo, a partir
de la enorme multiplicidad de experiencias acumuladas en su mente: unas,
compartidas, otras particularísimas.
Se
tiene entonces la tentación de tirar la toalla y renunciar a cualquier análisis
sociológico. Algunos por pereza intelectual, otros con una amarga sensación de
impotencia, llegan a creer imposible el
conocimiento de las sociedades.
Pueden
ocurrir ambas cosas a personas de buena fe, pero cuando alguien como Margaret
Thatcher, durante una entrevista concedida en 1987, se preguntaba "¿quién
es la sociedad?" y ella misma respondía "no existe tal cosa, tan sólo
individuos, hombres y mujeres", no cabe duda de que se trataba de una
impostura.
Porque
aquella señora estaba dirigiendo una de esas cosas que según ella no existían.
Esta
negación del conjunto aceptando la existencia de las partes es similar a un
cierto materialismo primitivo, que postulaba la sola existencia de átomos y
vacío. Aunque en el fondo, como la tal Margaret, ese sistema tenía (y tiene)
gran dificultad para explicar cómo la estructura de los entes complejos crea
propiedades emergentes, y entre ellas el fenómeno evolutivo.
¿Por
qué es el individuo una realidad, si es un conjunto complejo de partes, y no lo
iba a ser una sociedad? Ambos sistemas organizados son algo más que los
elementos que los componen.
Así
nos topamos con el problema de los universales y de las diversas formas de
existencia. El lenguaje, modelo que sustituye los seres por símbolos verbales,
nos lleva a pensar que, de igual manera que existe una piedra concreta, también
“existe”, como concepto (¿y eso qué “es”?)
la idea de piedra. Y de ahí “las
piedras”, como conjunto desestructurado.
Trasladar
mecánicamente esta multiplicidad amorfa de seres despojados de propiedades a
los conjuntos complejos, sobre todo a los funcionales y adaptativos, permite
varias cómodas salidas, desde el idealismo en su forma extrema, “a lo Berkeley”
(en mi ingenua mocedad, una amiga trataba de demostrarme que yo no existía:
solo existían ella… y la farsa; simpático
divertimento juvenil), hasta un materialismo vulgar que no concede mucha
importancia a lo complejo, limitándose a decir, como la Sra. Thatcher, que sólo
hay existencias individuales.
Si
la existencia de universales se reduce al mundo de las ideas, ¿no serán también
inexistentes, más allá de una forma de pensar y de hablar, las totalidades concretas? ¿Podemos de veras
conocer la realidad?
En
términos absolutos, la realidad es
inefable. Pero, como ocurre con los límites en matemáticas, con valores
inalcanzables pero reales, siempre podemos
lograr una aproximación suficiente para describirla y manejarla a efectos prácticos. Para conocer esa realidad de la realidad es
necesario un método. Y es importante
descubrir que se trata de un proceso “de ida y vuelta”, de lo real a las ideas
y vuelta a lo real, que hay que actualizar permanentemente con los nuevos datos
de que se disponga.
Cuando
empecé a estudiar matemáticas, me admiraba ver con qué lógica impecable se
demostraban los teoremas. Pronto comprendí que ese proceso demostrativo no era
más que un modo de asegurar su categoría
de verdad, y que nunca sirve para descubrir
un nuevo teorema: porque el método del descubrimiento es otro.
En
el libro de Néstor Kohan “Nuestro Marx”, al que ya me referí en otro lugar, dentro
del capítulo dedicado al “método dialéctico”, hay una sucinta aproximación a la
teoría del conocimiento, entendiendo por tal la base de los fundamentos y
métodos del conocimiento científico:
Marx
nunca alcanzó a escribir un tratado específico de epistemología que lo
fundamentara sistemáticamente, aunque es posible reconstruir su punto de vista
al respecto a partir de un conjunto muy variado de materiales: sus numerosas cartas
referidas al método; aquella sección titulada “El método” en el capítulo “La metafísica
de la economía política” de su polémico libro contra Proudhon, Miseria
de la filosofía; la
Introducción a los Grundrisse
(1857-1858), así como los prefacios y epílogos de El
Capital.
En la mencionada Introducción, Marx abordaba sucintamente la cuestión del método científicamente correcto que, en su opinión, deben seguir en su generalidad las ciencias sociales en su conjunto, y más particularmente la economía política.
Marx hace aquí una descripción de los pasos fundamentales que la epistemología debería señalar en los procesos de descubrimiento (llamado por él “modo o método de investigación”) y justificación (que denomina “modo o método de exposición”) de la ciencia social. Si los enumeramos encontraríamos por lo menos siete fases, a saber:
En la mencionada Introducción, Marx abordaba sucintamente la cuestión del método científicamente correcto que, en su opinión, deben seguir en su generalidad las ciencias sociales en su conjunto, y más particularmente la economía política.
Marx hace aquí una descripción de los pasos fundamentales que la epistemología debería señalar en los procesos de descubrimiento (llamado por él “modo o método de investigación”) y justificación (que denomina “modo o método de exposición”) de la ciencia social. Si los enumeramos encontraríamos por lo menos siete fases, a saber:
1. Lo real social concreto (existente como aquello real que se quiere explicar y conocer).
2. La representación plena (totalidad caótica y acrítica formada por intuiciones y percepciones).
3. Las determinaciones abstractas (“conceptos” definidos).
4. La primera totalidad conceptual construida (concebida bajo sus aspectos, determinaciones y momentos concretos pero todavía genéricos, y esta misma totalidad conceptual, pero ahora considerada al mismo tiempo como abstracta).
5. Las categorías explicativas.
6. La totalidad concreta histórico-social explicada (en el plano del pensamiento).
7. La realidad social conocida.
[…] lo real social
concreto (1), […] constituye el objeto de estudio de las disciplinas
sociales, el punto de partida de toda investigación.
En una segunda fase (2), el pensamiento
científico (e incluso la conciencia inmediata precientífica) tiene una
representación aparentemente plena de la realidad […] pero confusa y
caótica, donde los elementos no están articulados ni ordenados […] una totalidad caótica
sin orden lógico, donde no se han separado todavía los elementos y aspectos
principales y esenciales de los que son meramente secundarios y accidentales.
En la vida cotidiana corresponde al momento del sentido común, mediado por la hegemonía
cultural de quienes detentan y ejercen el poder (Hegel lo denominó el momento
de “certeza sensible”).
Por
un proceso de análisis, que consiste en la separación, desagregación y fijación
de cada uno de los elementos de la representación intuitiva y confusa de nivel
(2), la ciencia llega a determinaciones simples y generales (3), a partir de
las cuales definirá sus conceptos o categorías. La selección de esos elementos e
hipótesis se hace siempre desde una perspectiva política. No se pueden separar
las categorías analíticas de la ideología política ni de los valores que
sustenta el investigador.
Para
esta línea de pensamiento epistemológico el proceso de validación y justificación
lógica de la teoría (llamado por Marx, como ya expusimos, “modo de exposición”)
debe comenzar por estas categorías simples y generales. Estas primeras
definiciones —que ocuparán el papel de las primeras categorías científicas—
tienen aún para Marx el carácter de “abstractas”. El sentido de “abstracto” en
Marx es diferente al uso corriente de este término, pues para él —como para
Hegel— abstracto significa lo que está desligado de una totalidad o conjunto de
relaciones que lo abarcan, lo incluyen y dentro de las cuales adquiere su
sentido. Abstracto no es
lo que está lejos de lo material físico-químico. Por el contrario, cuanto más
cerca estemos de la materia en su sentido inmediato más abstracto será nuestro
conocimiento. El empirismo constituye para el marxismo el grado sumo de la
abstracción.
Cuando
se llega a estas múltiples determinaciones que se articulan en relaciones
ordenadas y jerarquizadas lógicamente, lo abstracto se convierte y transforma
en concreto. Lo “concreto” lo es entonces porque constituye la síntesis
—entendida no como la mera composición de átomos disgregados sino como la
construcción de relaciones— de múltiples y diversas determinaciones, la unidad
ordenada de lo diverso. Es importante tener presente esta elucidación significativa
pues “abstracto” no es sinónimo de difícil o abstruso, ni “concreto” es
sinónimo —siempre en esta particular óptica— de lo inmediatamente accesible
mediante los sentidos.
Una vez que en la historia de la ciencia
social ésta mediante el análisis ha arribado a estas definiciones simples (Marx
cita —para su caso en el interior de la historia de la ciencia económica— a
Adam Smith, David Ricardo y al resto de los economistas británicos clásicos y
su descubrimiento del concepto de trabajo), es tarea de la ciencia social
partir de estas definiciones generales o determinaciones simples y abstractas y
llegar a integrarlas, para poder comprenderlas, en una totalidad conceptual
construida (4).
La totalidad conceptual construida es concreta con relación a
las determinaciones simples del nivel (3), pues las engloba e incluye dentro de
sus múltiples relaciones otorgándoles el sentido del que carecerían si se las
mantuviera aisladas. Pero es abstracta con relación a los pasos subsiguientes
del conocimiento científico, pues todavía es una totalidad meramente general
que no ha llegado a particularizarse, subdividirse y clasificarse.
De la totalidad que otorga sentido a las definiciones simples
y generales podrán extraerse nuevas categorías (5), nuevos conceptos
científicos. Estos no serán ya abstractos y genéricos como aquellos a los que
la ciencia llega después de analizar y separar la representación inmediata del
nivel (2), sino que tendrán una densidad mucho más específica, más concreta,
menos general, lo que les proporcionará mayor poder explicativo. El modo de
exposición o método de justificación y validación consistirá entonces en la
ordenación de las categorías, desde las más simples y abstractas de nivel (3) a
las más concretas y explicativas de nivel (5). Una ordenación que no es para
nada independiente de los objetivos y los “presupuestos políticos básicos
subyacentes”, del investigador.
Con estas categorías ordenadas a partir de la primera
totalidad conceptual construida en el nivel (4) —apuntando a la construcción de
totalidades cada vez más concretas, diferenciadas, complejas y abarcadoras (con
un mayor y progresivo poder de explicación teórica), e incorporando las
categorías explicativas más específicas (5) — el conocimiento científico tiende a construir una explicación
acabada de la totalidad más concreta (6), en el terreno del conocimiento
histórico y social.
Escribimos “tiende” y no “llega” pues ni Marx ni ningún
científico social hasta el momento ha alcanzado a construir una explicación que
incluya la totalidad de las determinaciones de la realidad social; por eso el
nivel (6) sería más bien el objetivo y la meta última hacia el cual debería
tender y apuntar toda investigación científica y toda explicación perteneciente
a la ciencia social. Si esta última es capaz, a partir de la acumulación de los
conocimientos ya adquiridos en su historia, de aproximarse al nivel 6 de
explicación científica, puede volver a su anterior punto de partida de nivel
(1), pero en otro nivel (7), pues la realidad ya no sería confusa e inexplicada
sino que, habiendo sido analizada y reconstruida sintéticamente por el pensamiento
científico, se volvería una realidad social conocida (7). En la perspectiva de
Marx, la finalidad de ese conocimiento es política, apunta a la praxis, que
está presente al comienzo y al final del proceso.
Todas las categorías científicas —desde el nivel (2) hasta el
(6) — pertenecen al mundo conceptualmente producido (B). Es decir, al mundo
teórico del conocimiento que el científico va construyendo con el objetivo de conocer
la realidad social, para poder contribuir a su transformación. Sin teoría,
afirmaba Lenin, no hay movimiento revolucionario (como sin práctica ni proyecto
político —consciente o inconscientemente— difícilmente haya producción
teórica).
La transformación del mundo y su accionar o la conservación
(que también implica un accionar), pertenecientes al mundo real (A), son el
objeto de conocimiento de toda ciencia social, y se encuentran al comienzo del
proceso cognoscitivo, como punto de partida, y al final, como punto de llegada,
o sea, como realidad que ha sido conocida o reproducida conceptualmente.
Marx plantea explícitamente esta distinción entre el mundo
conceptual correspondiente al plano cognoscitivo y el mundo real, para superar
la dificultad en la que cae Hegel. No porque para él se pudieran escindir los
momentos del conocer y del actuar. Marx siempre se basó en la unidad
sujeto-objeto, pero esta unidad la concibió no como homogénea e indistinta sino
como diferenciada.
...
Espero que lo citado hasta aquí aclare de alguna forma este
método de aproximaciones sucesivas al conocimiento de la realidad, conocimiento
inseparable de su apropiación, que es lo que caracteriza a la ciencia. La
teoría y la práctica son dos polos inseparables de un par dialéctico, y ninguno
de ambos polos existe sin el otro.
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