lunes, 17 de febrero de 2014

Reflexiones de Francisco Fernández Buey sobre los nacionalismos


Hace ya un año que Salvador López Arnal publicó en Rebelión unas notas de Paco Fernández Buey sobre nacionalismos.

Las actuales y emborronadas polémicas sobre nación, estado, nacionalismo, soberanismo, federalismo, independentismo, autodeterminación, derecho a decidir y “no sigo porque me canso” me han decidido a refrescar las ideas del desaparecido filósofo, seguramente escritas hace veinte años, pero de rabiosa actualidad.

Y rebusco entre los apasionados comentarios de Salvador las tesis que puntualizó este doblemente sospechoso catalán de Palencia.

Sean Mackaoui, en lamaletadeportbou.com


1. Conviene partir de un hecho: los nacionalismos existen y, en diferentes formas, han existido desde el origen mismo del estado-nación, o sea, por lo que hace a Europa, desde el origen de lo que los historiadores llaman modernidad.

2. Nacionalismo sería la forma moderna (es decir, política) de los arraigados sentimientos de pertenencia a (e identificación con) la comunidad propia que son observables en la mayoría de las culturas históricas premodernas:

Cualquiera que haya leído el tratado hipocrático que lleva por título “Sobre los aires, aguas y lugares”, se habrá dado cuenta de la importancia de ese sentimiento de identificación (y diferenciación respecto de otros pueblos y etnias) tenía ya para la cultura griega clásica.

Cualquiera que conozca un poco de historia medieval y renacentista europea podrá comprobar que “la selva de los tópicos” sobre los caracteres de identidad y diferenciación de los pueblos era ya una constante antes del surgimiento del estado-nación europeo.

3. El reiterado uso de la palabra “bárbaro” para calificar al otro, al extranjero, al de la otra etnia o cultura prueba que mucho antes de que hubieran surgido los nacionalismos en el sentido moderno de este término los sentimientos de pertenencia, identidad y diferenciación eran ya un elemento central en la vida de las colectividades.

4. Es posible –y conveniente- distinguir entre estos sentimientos de pertenencia, enraizamiento, identidad y diferenciación cultural y lo que llamamos hoy habitualmente nacionalismo, que es, esencialmente nacionalismo político o políticamente organizado. Uno puede sentirse catalán, vasco, gallego o español, por la lengua que suele hablar con más frecuencia o por otras características culturales, y, por supuesto, no ser nacionalista. Si se admite la diferenciación, se puede perfectamente ser racista o xenófobo y no ser nacionalista; y se puede ser tolerante y antirracista y ser al mismo tiempo nacionalista. El paso del sentimiento de pertenencia al racismo o a la xenofobia se da cuando la afirmación de las identidades y de las diferencias implica desvaloración, desprecio o minusvaloración de otros pueblos, países, gentes o costumbres. La correlación entre racismo y xenofobia y nacionalismo político suele ser fuerte, pero no siempre es así, no siempre ha sido así, no tiene por qué ser necesariamente así. De hecho, el nacionalismo político ni siquiera depende siempre de la afirmación, por ejemplo, de que hay culturas superiores a otras. Hay personas “muy respetables” que comparten esta última afirmación sobre superioridad cultural, habiendo partido del reconocimiento de las diferencias e incluso aceptando un cierto relativismo cultural, que no serían racistas ni tampoco nacionalistas.

5. El sentimiento de pertenencia o enraizamiento (Russell lo llamó en una ocasión “nacionalismo cultural”) es sano y racionalmente defendible siempre, tanto más en un mundo tendente de forma creciente a la uniformización que se está llevando por delante lenguas, culturas, hábitos y costumbres muy respetables. Lo discutible es el nacionalismo político por lo que tiene de exceso en la afirmación del sentimiento de pertenencia, de exclusivismo y de cristalización intolerante de este sentimiento.

6. De todas las enfermedades sociales el nacionalismo político es la peor, se contagia a contrario, y acaba convirtiendo en nacionalistas (de la otra nacionalidad) a muchas personas que en principio no lo eran. Se acaba llamando nacionalista –de otra nacionalidad– a toda persona que no comparta el nacionalismo político de la propia nacionalidad. Es una lógica perversa puesta en práctica sobre todo en tiempos próximos a contiendas electorales, en las que se presenta a los ciudadanos la situación como si sólo hubiera un eje único de discusión: el de pertenencia o identificación con la nacionalidad propia.

7. Resultaría que el dicho del Che y Fidel Castro, “Patria o muerte” es igual a lo dicho por José Antonio Primo de Rivera sobre la “España libre” o al dicho de Millán Astray “Viva la muerte” (contra los intelectuales destructores de la unidad de la patria). Ambos dichos tienen poco que ver. En el primer caso, lo que se está exigiendo al grande, al grandísimo, es respeto para una nación pequeña. En el segundo, se trata de una cosa muy distinta, se estaba apuntando que España, además de libre (del socialismo, del comunismo, del anarquismo y de la democracia sustantiva) tenía que ser “grande” (es decir, imperial) y “una” (es decir, sin más nacionalidades que la titular del Estado). Identificar las dos cosas y criticarlas por igual es un verdadero suicidio del pensamiento racional.

8. Ha habido naciones grandes y opresoras y naciones pequeñas e históricamente oprimidas, y nacionalismos opresores y nacionalismos de pueblos oprimidos. Moral y políticamente está justificada esta distinción con independencia de consideraciones sobre a dónde puede llegar a conducir en su día el nacionalismo político de la nación pequeña. Se puede (y seguramente se debe) estar a favor de quienes reivindican políticamente la propia identidad frente a la nación grande y oscura. Es uno de esos principios que hoy en día, no es derechas ni de izquierdas, sino de la razón práctica de la humanidad. De ahí, señala, que la mayoría de las gentes hayan estado a favor de las luchas de liberación (con componente nacionalista) en el Tercer Mundo.

9. Lo señalado sobre nacionalismos de la nación grande y de la nación pequeña no implica aceptar en lo concreto, en la práctica, lo que se rechaza en el plano teórico general: los nacionalismos políticos. No todos los nacionalismos políticos son iguales.

10. La visión de Vladimir Ilich Ulianov sobre el tema. Lenin dijo cosas muy contundentes que no se suelen recordar, ni siquiera por la izquierda.

"Plena libertad de separación, la más amplia autonomía local (y nacional), garantizar en detalle los derechos de las minorías nacionales: tal es el programa del proletariado revolucionario” [1917].

"En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión. Y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional al mismo tiempo que rechazamos la tendencia al exclusivismo nacional, y luchamos contra la tendencia del burgués a oprimir al hebreo, etc.” [1917]

"El centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros en los países opresores debe consistir fundamentalmente en la propaganda y defensa de la libertad de separación para los países oprimidos. En cambio, el socialdemócrata de una pequeña nación tiene el deber de poner el centro de gravedad de su actividad en la unión libre de las naciones” [1916]

11. Una norma poliética para la acción. Donde Lenin decía obreros, partido revolucionario, etc nosotros podemos decir hoy trabajadores y ciudadanos en general, izquierda digna de tal nombre. Entonces puede derivarse el siguiente plan de acción: 


Defensa, en Madrid, del derecho de las naciones a la autodeterminación (no por nacionalismo de ningún tipo sino por coherencia con el principio democrático).
Defensa, en Barcelona, Bilbao, Santiago, etc, del principio federal, confederal, federativo, o cómo se quiera decir, en un sentido solidario. A partir de ahí quedan las concreciones (cómo se hace eso y cómo se articula) pero con ese punto de partida sabríamos al menos que podemos discutir racionalmente.

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