miércoles, 13 de abril de 2016

Dos escritos y un aviso

El primer escrito contiene una clara explicación, siquiera parcial, del segundo. Una explicación psicológica, basada en la historia evolutiva de la especie.

En primer lugar, un enemigo que podamos combatir suele tener cara y ojos. Los enemigos animales de cualquier animal tienen cara y ojos. Un enemigo es alguien con quien medirse, como lo es un amigo. La impronta que graba un recién nacido en su primera mirada, y no sólo en nuestra especie, consiste en la cara y los ojos de su madre, la mirada del otro. También la mirada de un ser extraño que se fija en nosotros es una amenaza potencial que hay que calibrar.

Los peligros no personales no tienen la misma consideración, aunque un primer impulso, que dio origen a las religiones, es personalizarlos en espíritus y tratar de conjurarlos mágicamente.

Por otro lado, la velocidad de los fenómenos, de los cambios, es determinante para nuestra alerta. Lo inminente hay que afrontarlo, lo otro puede esperar.

Con cara y ojos es una reflexión de Jorge Riechmann en su blog Tratar de comprender, tratar de ayudar que desvela, a través de un escrito del psicólogo social Daniel Gilbert, la dificultad para combatir a un enemigo no personalizable, como el cambio climático o la imposible pero incesante acumulación de capital.

El segundo escrito alerta sobre las consecuencias de pasar a un segundo plano lo que no es personalizable ni parece inminente.

En la lucha contra un enemigo sin cara ni ojos, más que las emociones y los instintos primarios (aquellos que permitieron a Bush esquivar el zapatazo), debe primar la reflexión sensata, basada más en el humano neocórtex que en los reptilianos ganglios basales, que ordene los problemas por su orden de magnitud.

No podemos seguir permitiendo que lo urgente no nos deje hacer lo importante, porque como reza la presentación de este blog, ahora lo importante se hace urgente y lo urgente cobra importancia.





Amb cara i ulls, [1] dice una importante expresión en catalán que deberíamos conocer –pues a los seres humanos nos cuesta prestar atención a lo que no tiene cara y ojos. Nuestra naturaleza de simios supersociales nos lleva a magnificar las interacciones y conflictos personales –y tendemos a ignorar lo demás. Pero el calentamiento climático no tiene cara y ojos, [2] la acumulación de capital no tiene cara y ojos, la maquinización del mundo no tiene cara y ojos… Nos cuesta Dios y ayuda hacernos cargo de las dinámicas sistémicas, y de los aspectos estructurales de la realidad.

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[1] En castellano viene a significar “como debe ser”, “como mandan los cánones”, “como Dios manda”.

[2] En un artículo titulado “Ojalá que el sexo gay causara el calentamiento climático”, el psicólogo de Harvard Daniel Gilbert identifica cuatro grandes dificultades psicológicas que explican parcialmente la pasividad e inacción con que (no) abordamos el calentamiento climático –y, más por extenso, la crisis socioecológica mundial–. “¿Por qué estamos menos preocupados por el desastre más probable? Debido a que el cerebro humano ha evolucionado para responder a las amenazas que tienen cuatro características – características que el terrorismo tiene y que el calentamiento global no tiene.

En primer lugar, el calentamiento global no tiene bigote. ¡No es broma! Somos mamíferos sociales cuyos cerebros están altamente especializados en pensar en los demás congéneres. La comprensión de aquello en lo que están los otros -lo que saben y quieren, lo que están haciendo y planificando- ha sido tan crucial para la supervivencia de nuestra especie que nuestros cerebros han desarrollado una obsesión con todas las cosas humanas. Pensamos en las personas y sus intenciones; hablamos sobre ellos; los buscamos y los recordamos.

Por eso es por lo que en EEUU nos preocupa más el ántrax (con un número de muertes anuales de aproximadamente cero) que la gripe (con un número de muertes anuales que oscila entre un cuarto de millón y medio millón de personas). La gripe es un accidente natural, y el ántrax es una acción intencional humana, y la más pequeña acción capta nuestra atención de una manera en que el mayor accidente no lo hace. Si dos aviones hubieran sido alcanzados por un rayo y se hubiesen estrellado contra un rascacielos de Nueva York, pocos de nosotros lograríamos nombrar la fecha en que ocurrió.

El calentamiento global no está tratando de matarnos, ¡qué vergüenza! Si el cambio climático hubiese sido encaminado hacia nosotros por un dictador brutal o un Imperio del Mal, la guerra contra el calentamiento sería la máxima prioridad de esta nación.

La segunda razón por la que el calentamiento global no pone el cerebro en alerta naranja es que no viola nuestra sensibilidad moral. No hace que nos hierva la sangre (al menos no en sentido figurado) porque no nos obliga a considerar pensamientos que nos parezcan indecentes, impíos o o repulsivos. Cuando las personas se sienten insultadas o disgustadas, generalmente hacen algo al respecto, tal como golpearse las cabezas mutuamente, o votar. Las emociones morales son los llamamientos del cerebro a la acción.

A pesar de que todas las sociedades humanas tienen reglas morales acerca de la comida y el sexo, ninguna tiene una regla moral sobre la química atmosférica. Y así, nos indigna cualquier violación de protocolo excepto la del Protocolo de Kyoto. Sí, el calentamiento global es malo, pero no nos hace sentir náuseas o enfado o desgracia, y por lo tanto no nos sentimos obligados a embestir contra él como sí que lo hacemos contra otras amenazas trascendentales para nuestra especie, como la quema de banderas nacionales. El hecho es que si el cambio climático lo causaran las relaciones homosexuales, o la práctica de comer gatitos, millones de manifestantes estarían concentrándose masivamente en las calles.

La tercera razón por la que el calentamiento global no desencadena nuestra preocupación es que lo vemos como una amenaza para nuestro futuro – no para nuestra sobremesa. Como todos los animales, los humanos somos rápidos en responder a peligros evidentes y presentes, por lo que nos lleva sólo unas milésimas de segundo agacharnos cuando una pelota de béisbol díscola viene a toda velocidad hacia nuestros ojos.

El cerebro es una máquina “aparta-del-camino” magníficamente diseñada que constantemente está inspeccionando el medio ambiente para identificar las cosas fuera de cuyo camino hay que apartarse justo ahora. Eso es lo que hicieron los cerebros durante varios cientos de millones de años – y a continuación, hace tan sólo unos pocos millones de años, el cerebro mamífero aprendió un nuevo truco: predecir el momento y el lugar de ciertos peligros antes de que realmente sucedieran.

Nuestra capacidad para esquivar lo que todavía no está sucediendo es una de las innovaciones más impresionantes del cerebro, y sin ella no tendríamos hilo dental o planes de jubilación 401(k). Pero esta innovación está en las primeras etapas de su desarrollo. El dispositivo que nos permite hacer frente a pelotas de béisbol visibles es antiguo y seguro, pero el complemento técnico que nos permite responder a amenazas que se ciernen en un invisible futuro todavía está en fase de pruebas.

No hemos progresado lo suficiente en el truco de tratar el futuro como el presente en que pronto se convertirá porque sólo hemos estado practicando durante unos pocos millones de años. Si el calentamiento global le sacara de vez en cuando un ojo a alguien, la OSHA (Occupational Safety & Health Administration) lo aniquilaría por vía legal.

Hay una cuarta razón por la que parece que no podemos ponernos nerviosos por el calentamiento global. El cerebro humano es extremadamente sensible a los cambios de luz, sonido, temperatura, presión, tamaño, peso y casi todo lo demás. Pero si la tasa de cambio es lo suficientemente lenta, ese cambio va a pasar desapercibido. Si la intensidad del zumbido de un refrigerador fuera aumentando poquito a poco a lo largo de varias semanas, el aparato podría estar cantando como una soprano a fin de mes y nadie se daría cuenta.

Debido a que apenas se notan los cambios que se producen gradualmente, aceptamos cambios graduales que rechazaríamos si llegasen de repente. La densidad de tráfico de Los Ángeles ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas, y los ciudadanos lo han tolerado sin más que con los gruñidos de rigor. Si el cambio hubiese ocurrido en un solo día del verano pasado, los angelinos habrían cerrado la ciudad, llamado a la Guardia Nacional y linchado a todos los políticos que pudieran caer en sus manos.

Los ecologistas se desesperan por la velocidad con que está avanzando el calentamiento global. De hecho, no está ocurriendo lo suficientemente rápido. Si el presidente Bush pudiera meterse en una máquina del tiempo y experimentar un solo día del año 2056, volvería al presente conmocionado y espantado, dispuesto a hacer todo lo necesario para resolver el problema.

El cerebro humano es un notable dispositivo diseñado para estar a la altura de las ocasiones especiales. Descendemos de cazadores-recolectores cuyas vidas fueron breves, para quienes la mayor amenaza era un hombre armado con un palo. Cuando los terroristas atacan, respondemos con fuerza aplastante y resolución firme, igual que lo harían nuestros antepasados. El calentamiento global es una amenaza mortal precisamente porque no hace que se dispare la alarma del cerebro, lo cual nos deja profundamente dormidos en una cama que está ardiendo.

Aún está por ver si logramos aprender a estar a la altura de nuevas ocasiones.” Daniel Gilbert, “If only gay sex caused global warming”, Los Angeles Times, 2 de julio de 2006 (traducción de Jorge Riechmann).



Rebelión

Muchos en la izquierda restringen su atención política en el espacio geográfico y el tiempo.

Se concentran en los problemas que reclama la población, olvidando otros. Así empequeñecen el discurso y las propuestas.

En sitios de izquierda se encuentran como temas la corrupción de políticos y empresarios, los crímenes de dictaduras, la injerencia extranjera, las carencias en educación, empleo, previsión, salud… Por lo general reducidos a lo nacional.

Denuncias de daños ecológicos se limitan a lo local y además sectorial.

Sin embargo se desarrolla una guerra fría en preparación de una posible guerra mundial y hay evidencias de una crisis general.

Se evita enfocar como un todo estructurado lo actual y lo futuro.

Y no es que falten estudios serios. 

Enric Llopis hace una reseña de un acabado trabajo, “En la espiral de la energía”, de Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes. (*)


El colapso es inevitable en el actual capitalismo mundializado… porque la complejidad creciente del sistema agro-industrial requiere flujos energéticos cada vez mayores, que el planeta ya no puede asumir.

Pasó el “pico” del petróleo convencional, el del gas “está a la vuelta de la esquina”.

Durante el siglo XX, la producción industrial en el mundo se multiplicó por más de 50; la urbanización pasó del 15% al 50%, el número de metrópolis se multiplicó por 40. El consumo de agua se multiplicó por diez en el mundo durante el siglo pasado (2,5 veces más que el aumento de la población).

La agro-industria se mundializó en gran medida.

Las energías renovables no permiten mantener los niveles de consumo actuales ni universalizarlos.

Se agotan el fósforo, el cobre, la tierra fértil y el agua

Otro elemento de efectos muy hondos es el cambio climático. En 2013 la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzó el 142% del nivel anterior a 1750 (era preindustrial); la de metano el 253% y la de oxido nitroso el 121%.

El aumento del nivel del mar desde mediados del siglo XIX ha sido mayor que la media durante los 2000 años anteriores.

Los autores amplían su visión:

Estos problemas no aparecen aisladamente, sino introducidos por cuestiones aparentemente más generales: la intentona de un “Nuevo Siglo Americano”, la Gran Recesión y la dictadura de los “mercados”, el declive del imperio estadounidense y los límites de la potencia china.

Citan que el éxodo de migrantes ambientales (entre 25 y 50 millones) es mayor desde 1999 que el de refugiados de guerra.

Proponen:
Es necesaria una reducción del 90% en el uso de energía y materiales (en los países del centro) para ubicarse dentro de los límites de la sostenibilidad.
Proyectan:
Según estos pronósticos surgirá una economía local y de base agrícola. Posiblemente que proliferen las monedas locales. Existe la posibilidad de nuevas luchas y articulaciones sociales, “entre neofascismos y neocomunitarismos”, en un escenario de colapso.
Concluyen 
que el “pico” de los combustibles fósiles, junto al de varios minerales, “va a conllevar el colapso de la economía global”. El colapso de la civilización urbana agro-industrial será “de una dimensión nunca antes vista en las sociedades humanas”.
En Francia, como en América Latina, la izquierda está en crisis. Para el sociólogo Michel Viewiorka esto se explica también por la incapacidad de la izquierda de proponer nuevas ideas. [RFI]

Una forma de comunicar ideas nuevas es ampliar necesariamente el discurso a los problemas actuales de todo el mundo y los que estallarán en el futuro.

Hacer una izquierda para una economía insostenible es quedarse en los datos del siglo 20.

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Referencia
(*) El colapso global, causas y futuros escenarios, http://rebelion.org/noticia.php?id=199651 Por un Movimiento para una nueva civilización, sustentable-solidaria


5 comentarios:

  1. Espléndido artículo. El caballo galopa desbocado hacia el precipicio y al jinete tan sólo le preocupa que corra más. ¿Querrá suicidarse, o es que ha perdido el sentido de su más inmediata realidad?

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  2. Anoche mismo hubo en Vía V un debate sobre asistencia psiquiátrica. Sigo sin tener claro qué es la locura

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    1. Cuál la locura, ¿la "oficial" o la que ésta encubre?

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  3. La profunda, claro. Aunque la simulación también es una forma de locura

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  4. La profunda, claro. Aunque la simulación también es una forma de locura

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