domingo, 28 de agosto de 2016

Conflictos. ¿Piensa mal y acertarás?

Conocí a alquien que, a fuerza de pensar mal sobre las intenciones de las personas de su entorno, acabó con un grave trastorno mental. "Piensa mal y acertarás" no es un buen consejo. Es conveniente mantener cierto grado de alerta, saber que hay conductas dañinas motivadas por intereses particulares, que hay personas dispuestas a todo para lograr sus fines. Pero pensar mal sistemáticamente no puede ser la norma para conocer a los demás, y hasta para combatirlos si lo merecen.

Internet es la prueba más clara de comportamientos desinteresados y cooperativos. Hay mucha gente dispuesta a compartir lo que sabe. Los variadísimos foros y la Wikipedia son ejemplos.

Es cierto que eso es fácil cuando supone poco esfuerzo y no hay grandes intereses personales en juego, y que nos cerramos en banda en otro caso. Pero dado que gran parte de la desconfianza procede del mutuo desconocimiento, el diálogo abierto es imprescindible en todas las situaciones conflictivas (vale decir "en todas las situaciones").

Comprender al otro en cualquier situación, entender sus razones, en modo alguno significa justificar sus comportamientos. La terrible "teoría de los entornos" que se aplicó contra "el entorno de ETA", y que ahora aplican nacionalistas de uno y otro signo para demonizar adversarios, no es de recibo. Me recuerda demasiado a las políticas de exterminio contra movimientos de liberación, basadas en "quitar el agua al pez" cuando una guerrilla se mueve entre la población "como el pez en el agua".

Explicar no es justificar. Si cerramos la puerta de las explicaciones solo queda la imposición violenta del más fuerte. El diálogo abierto sirve al menos para delimitar los conflictos, y comprender las aristas de un problema es imprescindible para buscar soluciones.

Así que no se trata de confiar o desconfiar, de pensar bien o pensar mal, sino de conocer, primer paso para el logro de la objetividad.


 
Rebelión

El diálogo abierto y sincero es una pieza de colección: escaso


No importa el ámbito en el cual nos encontremos, la comunicación entre humanos se ha desvirtuado a tal punto que asumimos, de entrada, la falsedad del otro, la manipulación, la agenda oculta, los intereses inconfesados. Entonces, a partir de esa premisa preconstruida, actuamos. Es decir, comenzamos a defendernos de una agresión asumida como real pero no explícita, como un mecanismo de protección impreso en nuestro inconsciente que se dispara de modo automático. ¿De dónde surgió la idea de un ser humano naturalmente gregario? La realidad nos ha enseñado lo contrario: somos islotes en un mar lleno de amenazas verdaderas o imaginarias, pero tan poderosas como capaces de determinar nuestras reacciones, nuestras capacidades y sobre todo los desafíos de nuestro entorno. Por supuesto hay excepciones y son precisamente las que marcan la diferencia entre simples individuos absortos en su propio mundo y grupos integrados alrededor un algún objetivo común.

Estos últimos son los verdaderos motores del desarrollo. Son quienes trabajan con el pensamiento enfocado mucho más allá de sus intereses personales, capaces de hacer realidad sueños colectivos como si fueran los propios. Son personas cuya habilidad más notable es mantener la transparencia en un entorno marcado por la opacidad y el egoísmo. Por supuesto, no siempre vencen la fuerza de la oposición, pero dejan un legado de esperanza y la posibilidad concreta de un mejor modo de enfrentar los desafíos.

En esta lucha sin sentido, la comunicación es una herramienta poderosa y se utiliza en ambos sentidos de la escala de los valores humanos con una eficacia aterradora. Se puede transformar en un arma letal o en un instrumento capaz de llevar a la Humanidad por el camino del entendimiento y la razón. Esta dicotomía es palpable en todos sus ámbitos y se traduce tanto en la incapacidad de entendimiento entre colectividades, hemisferios e ideologías, como en la ejecución de extraordinarias iniciativas para beneficio de la Humanidad.

Quizá el origen del conflicto entre humanos sea la pérdida de contacto con el otro. La desconfianza, cuyo origen está muchas veces en nuestra propia incapacidad de entendimiento y empatía, es una presencia constante en el diálogo y resulta capaz de alterar la percepción, contaminando cualquier intento de conciliación.

Dentro del núcleo familiar ya se instalan los prejuicios y las luchas de poder. Son muchas veces tan crudas y explícitas como para imprimir en la mente de las nuevas generaciones ese patrón de conducta como el correcto, el conveniente, el ventajoso frente al resto de una sociedad con similares esquemas de conducta. De esos patrones devienen el desprecio por el otro con los consiguientes mecanismos de defensa y ataque psicológico a los cuales terminamos por acostumbrarnos como algo aceptable en nuestras relaciones interpersonales.

La guerra, por lo tanto, es un elemento presente como una característica implícita de nuestra especie y se le otorga el valor del poder sobre el otro en los negocios, en el romance, en la competencia. La guerra, como nos enseñaron desde la infancia, es territorio de valientes, de héroes y de quienes merecen permanecer en el imaginario colectivo como ejemplos a emular. Nunca nos dijeron que era mejor el diálogo claro y sincero, Tampoco nos enseñaron a reconocer nuestros errores en lugar de imponerlos por la fuerza y por eso, fundamentalmente, nos resulta tan difícil destruir esa escala de antivalores para construir otra sobre la base del entendimiento y la búsqueda de la paz.

1 comentario:

  1. ¿Qué más puede añadirse a tan acertadas reflexiones? El 11S, tras el atentado de las Torres Gemelas, se suspendió el tráfico aéreo en los USA. En el corto tiempo que duró dicha restricción la polución se redujo considerablemente. Igualmente, bastaría que los denominados "medios de comunicación" dejaran de propagar su tóxica mercancía para que la posibilidad del diálogo que mencionas aumentara notablemente. Porque el problema no es el perro, sino su adiestrador.

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