jueves, 4 de agosto de 2016

Sobre el miedo

Hace algún tiempo, una persona cercana me confesó que sus padres, represaliados por el franquismo, jamás le contaron lo que les pasó. Por el contrario, procuraban mantener las mejores relaciones con los jerarcas locales del régimen. Laicos en otro tiempo, iban a misa sin faltar un domingo e invitaban a comer a influyentes clérigos. Ni el seno familiar era para ellos un lugar seguro en que poder expresarse libremente.

Maestros conocí que se acercaron al Frente de Juventudes de la Falnge, no sólo para aumentar algo su magra paga, sino por instinto de conservación. El mucho miedo hacía comportarse a las personas según patrones que hoy consideraríamos humillantes.

¿Quién era capaz, en el cine, de permanecer sentado y no saludar brazo en alto cuando en el NO-DO de la primera época aparecía la imagen de Franco y la acompañaban los himnos fascistas de rigor?

Incluso hijos de personas asesinadas han llegado a responsabilizar a sus padres de los malos tragos y penurias sufridas luego por ellos, por "meterse en política" (el mismo dictador recomendaba no hacerlo). ¿No se plantean esos malaventurados pobres de espíritu que si el golpe del 36 hubiese sido abortado su vida habría sido muy otra?

El resultado de esta estrategia del terror, que han sufrido otros pueblos con transiciones democráticas parecidas a la nuestra, es un proceso que, muchos años después, impide que la población conozca su propia historia. Y por eso el sentido común imperante es, en el mejor de los casos, fatalista, y en el peor claramente fascista.

Puede resumirse así lo ocurrido, considerando que desde entonces han transcurrido tres generaciones:
  • La primera generación callaba, así que
  • la segunda creyó a los que no callaban,
  • y no pudo enseñar a al tercera, que lo ignora casi todo.
"El miedo es libre", suele decirse. Es un mecanismo ligado a la vida de todos los animales. Ante un enemigo no hay mas que dos caminos, el ataque o la huida, pero si esta falla y no se encara el peligro inevitable, queda la sumisión en el mejor de los casos.

Algunos animales, como los cardúmenes de peces o las ovejas de un rebaño, utilizan el gregarismo como una defensa, con resultados muchas veces nefastos. En otras ocasiones, como en un ejército disciplinado, la compañía infunde valor.

No logro recordar bien la fuente, posiblemente Darwin en su trascendental viaje alrededor del mundo. El caso es que se contaba que había unos perros ovejeros en la Pampa, castrados desde muy jóvenes y criados con las ovejas. Se trataba de un animal que aislado era muy temeroso, pero que al frente del rebaño se crecía, y considerándose jefe de la manada, respaldado por tan poderoso ejército, se convertía en un valiente defensor.

Los humanos también somos gregarios. A veces un gesto valiente contagia al grupo, pero más frecuentemente el comienzo de una huída provoca un pánico generalizado. Con el grupo se soporta mejor la desgracia, incluso un destino fatal. Hasta para salvarse en un accidente o un naufragio hay que tener muchas veces el valor de no compartir el comportamiento gregario de los otros.

Paradójicamente, nos convirtieron en un rebaño de animales solos.


Goya, disparates. El fantasma



Rebelión


No hay que levantar la vista con la esperanza de encontrar la felicidad detrás de esos astros que embellecen nuestras noches: la felicidad está aquí, en el astro Tierra, y no se conquista con rezos, no se consigue con oraciones, ni ruegos, ni humillaciones, ni llantos: hay que disputarla de pie y por la fuerza, porque los dioses de la tierra no son como los de las religiones: blandos a la oración y al ruego; los dioses de la tierra tienen soldados, tienen polizontes, tienen jueces, tienen verdugos, tienen presidios, tienen horcas, tienen leyes, todo lo cual constituye lo que se llama instituciones [...]”

Ricardo Flores Magón, 1910 

Si recibiéramos un encargo laboral y lo atendiéramos de la misma forma que los cuatro principales partidos políticos españoles (mal)tratando de formar gobierno, sin duda seríamos sancionados, despedidos y vetados y, probablemente, también demandados. Vamos, que nos “reventarían” de forma proporcional a nuestra figura jurídica y nuestra capacidad económica. Nada, por otra parte, que no suceda habitualmente y con muchas menos razones. Esta certeza, lejos de sublevarnos, nos oprime en una resignación y en un fatalismo meticulosamente alimentados por los medios.

Habrá, por supuesto, quien sienta la tentación de afirmar que la comparación no es proporcional en escala pero, sin entrar en cuestiones de desempeño (donde el ridículo aún seria mayor), nos sobran en los últimos siete meses actitudes y discursos interesados, irresponsables e indignos para todas las partes, que nos han recordado que sigue bien vigente y en plenas facultades una partitocracia de raíces tan profundas como truculentas al servicio del poder económico. Algo que nos resultaría particularmente doloroso de no ser porque tenemos una defensiva y feliz memoria de pez.

El sistema de democracia representativa no funciona porque ni representa ni es suficiente en sí mismo para resolver nada, puesto que no son otras personas asociadas, libres e iguales, sino los partidos políticos, los que recogen el mandato popular para, lejos de sentirse obligados y comprometidos con las demandas que contiene, acomodarlo en los márgenes, cada vez más estrechos, que establecen la banca, la patronal, las instituciones europeas y sus propios intereses como lobbistas. Lo que no es ni democrático, ni regenerador, ni, por asomo, rupturista, pero que se acepta como la enfermedad crónica y su medicación.

Algo que parecía tan evidente cuando lo cantábamos aquel 15 de Mayo del 2011, se encuentra tristemente alejado de manifiestos como “Por un Gobierno de Progreso. Por un acuerdo de PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos”, que expresa la posibilidad de alcanzar unos objetivos, humildes, difusos y poco estructurados, mediante el acuerdo de tres partidos que jamás han expresado adecuadamente cómo implementar sus políticas y que se han venido excluyendo mutuamente de forma sistemática. La política se sube al barco fantasma de “Lo Menos Malo”. La orientación de la brújula se relativiza, si lleva a algún puerto.

En lugar de crear nuevas formas de organización acordes con lo elevado de las metas, se han minorado estas para encajar en las instituciones y en las estructuras de poder que siempre les han sido ajenas. Es inquietante que, sabiendo que quien manda lo hace gobierne quien gobierne, se haya optado por combatir esa hegemonía mediante las herramientas diseñadas para su propia prevalencia, en lugar de consolidar asociación, cooperación y organización al margen de las mismas, tal y como siempre ha practicado ese poder. La enésima confusión entre la parte y el todo, entre la consecuencia y la causa, empiezo a dudar, si premeditada.

Pero parece que para todo esto no queda tiempo, o nos han hecho creer que no lo queda, a pesar de la evidencia histórica de que tal posibilidad no es impracticable (aunque ya no se estudia en ningún sitio). Aterrados por la lógica de las prioridades, sucumbimos a la variabilidad de estas, en forma o grado, abandonando cualquier trabajo creativo paralelo para el que no queda tiempo. Huimos hacia delante, asumiendo renuncias constantes. En las mismas pequeñas dosis que inmunizan frente a los venenos. Aproximándonos a la frontera en la que la elasticidad da paso a la deformación irrecuperable

Nadie se verá compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión. Para eso hace falta conocimiento, conciencia, pero también organización y una dosis razonable de valor. Nada frecuente en la misma habitación. Va siendo hora de que lo asumamos: formamos una sociedad embargada por el miedo, que ha perdido su cohesión como colectivo y el sentido de lo común. Una sociedad donde todo el mundo cree estar solo. Una sociedad que, por esto mismo, se muere.

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