¿Está pasando ahora? Antonio Pérez en Rebelión. Es interesante ver el artículo completo, en el que se incluye parte de un reportaje fotográfico de National Geographic de 1953, titulado "Nevada aprende a vivir con el átomo. Mientras que las explosiones enseñan a civiles y soldados cómo sobrevivir en la guerra atómica, el Estado de la Artemisa se toma con tranquilidad las espectaculares pruebas".
“La energía nuclear es barata y segura”. La opinión de una persona informada y tan poco sospechosa de radicalismo izquierdista como Cristina Narbona, ex ministra de Medio Ambiente, es justamente la contraria y la acaba de publicar en la prensa.
¿Es barata? Pues sí… es barata a condición de que los costes sean asumidos por el Estado o, mejor dicho, hasta donde el gobierno de turno logre saquear a los ciudadanos. Los costes se dividen en primarios –la construcción de la central- y en secundarios –los que causan la prevención de los accidentes y los accidentes mismos-. ¿Cuánto le va a costar a Japón el cuidado de los 416.000 nuevos enfermos de cáncer que fuentes científicas nada alarmistas han calculado que generará el petardazo en Fukushima? ¿Cuánto se gasta Japón en los cuidados paliativos de las malformaciones congénitas que, tres generaciones después, todavía surgen en Hiroshima-Nagasaki? Incluso en una comarca tan alejada de Ucrania como el norte de Suecia los casos de cáncer de tiroides –el más directamente relacionado con lo nuclear- aumentaron en un 10% después de Chernobil 1986. La lista de gastos indirectos sería interminable.
En cuanto a lo de “segura”, baste decir que el accidente de la central nuclear gringa de Harrisburg-Three Mile Island (1979) ocurrió porque a un obrero se le cayó una llave inglesa –no es broma-. Como la lista sería igualmente interminable, es suficiente recordar que, en 1966, a los EEUU se le cayeron tres bombas sobre el pueblo almeriense de Palomares. La hiper-sofisticada Fuerza Aérea USA no encontraba la tercera bomba hasta que hicieron caso a un pescador local. Y lo que es peor: 45 años después, los gringos siguen negándose a limpiar la tierra contaminada -y muy contaminante-.
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