W. Shakespeare, King Lear [1608].
La acción del personaje frente a la voluntad del orden moral trascendente
A credulous father, and a brother noble,Whose nature is so far from doing harmsThat he suspects none; on whose foolish honestyMy practices rice easy. I see the business.Let me, if not by birth, have lands by wit.All with me’s meet that I can fashion fit[1].… … … … … … … … …
Thou, nature, art my goddess. To thy lawMy services are bound. Wherefore should IStand in the plague of custom and permitThe curiosity of nations to deprive meFor that I am some twelve or fourteen moonshinesLag of a brother? Why ‘bastard’? Wherefore ‘base’,When my dimensions are as well compact,My mind as generous, and my shape as trueAs honest madam’s issue?
[1] Cfr. W. Shakespeare, The History of King Lear [1608], en Stanley Wells and Gary Taylor (eds.), The Complete Works, Oxford, Clarendon Press, 1994, pág. 915; acto I, escena 2, vs. 166-171. Trad. esp. de Manuel Ángel Conejero, Vicente Forés, Juan Vicente Martínez Luciano, Jenaro Talens (Instituto Shakespeare), El rey Lear, Madrid, Cátedra, 1995, págs. 92: “Un padre crédulo y un noble hermano, / cuya naturaleza está tan lejos de hacer mal / que no sospecha nada, y sobre cuya necia honestidad / cabalgan mis intrigas libremente. Ya veo la jugada; / obtenga tierras yo por el ingenio, que no por nacimiento; todo bueno será si puedo conformarlo a mi deseo”.
El fragmento que se ofrece se compone de tres monólogos de la escena 2 del acto I, que pronuncia el hijo bastardo de Gloster aprovechando las ausencias de su padre, relativos al diálogo que mantiene con él; aunque se ha alterado su orden (el que abre este texto cierra la escena), para mostrarnos desde el principio su doblez.
Pero un personaje no es ante todo bueno o malo, sino sólido o incoherente, y por eso debe exponernos un pensamiento bien construido que haga consistentes sus razones, con independencia del juicio moral que nos merezcan. Para que sepamos lo que piensa nos lo tiene que contar, en el teatro, él mismo. De ahí el monólogo, convencionalismo aceptado por el teatro de todos los tiempos, y que aquí refuerza su papel de villano.
El enfrentamiento entre la moral de Edmundo y el orden moral trascendente, que en su época haría inaceptables las razones que da, no evita la necesidad de que explique sus pensamientos. En la argumentación se mezclan ideas tan inaceptables entonces como ahora (“necia honestidad”), otras que podríamos compartir (“¿Por qué habría yo de soportar el yugo de la costumbre y permitir que el mundo con su arbitrariedad me desherede?”), y aún consideraciones perfectamente válidas entonces, como la de negar que los astros nos eximan de responsabilidad. Está claro cuál es su pensamiento, y en qué puntos choca con los criterios morales dominantes, de entonces o de ahora, pero lo que no es posible saber es toda la posición del autor ante estos argumentos.
Con esta presentación de las ideas de Edmundo es probable que para él sea un miserable, pero para crearlo de alguna manera se ha tenido que colocar en su posición. En el fondo es irrelevante, además de imposible, saber la postura de Shakespeare.
Y sin embargo, la censura de todos los tiempos, defensora del orden dominante, ha estado siempre atenta a buscar, y en ocasiones perseguir, las razones del autor, que muchas veces expresa a través de ellas un conflicto entre ese orden y otro alternativo, muchas veces presente ya en el horizonte de la época. Empeño inútil, que conduce a extremos ridículos de vigilancia sobre la literatura, pero que casi nunca ahoga al genio. Precisamente por esta necesaria distinción entre su pensamiento y el de sus personajes, entre cuyos pliegues se pueden esconder las ideas.
Subversivo enmascarado
Juan José Guirado
Junio de 2003
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