lunes, 4 de abril de 2011

Vivir sin fecha de caducidad

¿Sabríamos vivir sin la obsolescencia programada?  

Germán R. Udiz, en ActiBva









Un problema para mi bolsillo 

Imaginemos que hoy compro un pan, una camisa, un ordenador y un móvil. A parte de haber limpiado mi cuenta corriente pensemos ¿cuanto me durará cada producto? Bastante menos que hace unos años, eso seguro. Los fabricantes limitan la duración de los bienes para mantener su sistema y nos introducen en un ciclo de actualización que multiplica los gastos.

El móvil tendrá problemas de batería en un año y en dos posiblemente sea descontinuado, el ordenador probablemente ya esté desfasado y me dará problemas en dos años, cuando termine la garantía. Sobre la camiseta dependerá de donde la compre pero no sería extraño que en 4 meses tenga peor aspecto que algunas prendas de hace 10 años. Si el pan antes me duraba días ahora se me pone duro de la mañana a la noche si lo compro en una gran superficie.

A largo plazo mis gastos se replicarán ante la necesidad de cambiar mi vestuario, tener un ordenador que soporte el nuevo software que necesito para trabajar, disponer de un móvil cuya batería dure más de 3 horas… y me cuesta imaginar la cantidad de barras de pan que podría haberme ahorrado.

Más allá de los resultados que podrían derivarse de la inexistencia de la obsolescencia programada no cabe duda de que supone un gran agujero negro para nuestros bolsillos.

Un drama para el medio ambiente 

Queremos que este gasto incesante sea lo menor posible mientras que a los productores les interesa ante todo que sea continuo y para ello programan la duración de los bienes. Esto solo puede lograrse pagando un alto precio indirecto. Por ejemplo: las medias son más baratas que antes pero duran menos al usar tejidos poco resistentes. Esto se traduce en una cantidad de residuos nada desdeñable.

El usar y tirar parece valernos mientras no nos llegue la basura a la puerta de nuestra casa. El problema es que el medio ambiente es el que paga las consecuencias y nosotros formamos parte de él. Es algo innegable. Todo esto tiene un precio más alto que el dinero que sale de nuestra cartera y parece a todas luces insostenible.

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