lunes, 17 de junio de 2013

¿Alto al decrecimiento?

Una ley matemática muy simple dice:
"El término general de una progresión geométrica tiende siempre a cero si la razón es menor que la unidad, y a infinito si es mayor".
Su consecuencia en los procesos de crecimiento constante se analiza aquí.

Un crecimiento de razón constante es siempre exponencial. En algún momento, no siempre perfectamente predecible, se disparará hasta lo insoportable. Para que tenga un límite (asintótico) la razón ha de irse reduciendo para tender progresivamente a cero (curva logística). Y si baja de este valor se producirá necesariamente decrecimiento.

En la práctica, la estabilidad (razón unidad) no es alcanzable en procesos dinámicos, que siempre son más o menos cíclicos. Es deseable para ellos la máxima suavidad. Ciclos "revoltosos" pueden resultar catastróficos, incluso aniquiladores del proceso en cuestión. Un poco en esas estamos.
 
De todos modos, hay que matizar que mientras el medio en que se produce el crecimiento crezca igualmente o más deprisa, el crecimiento podrá continuar. Este es el razonamiento de los "optimistas" que piensan que el progreso tecnológico puede optimizar los procesos de desarrollo, en cierto modo como si el mundo creciera. O que la economía se va "desmaterializando", con un crecimiento cada vez más etéreo que podrá continuar. Como si se compensara el aumento de volumen con la disminución de la densidad.. 

Pero si existen límites al crecimiento del medio, los habrá para los procesos que en él se desarrollen. En realidad no es que el mundo no crezca: es que cada vez se reduce más, porque se agotan recursos y lo que va quedando es menos aprovechable. Como si el planeta encogiera.

En esta idea (en esta realidad) se fundamenta el decrecentismo. 

Sin embargo, pensar en la reducción sin más desemboca en una visión torpe y tosca si no se matizan muchas cosas. Es lo que hace el artículo en cuestión.

Por ejemplo, cuando los indicadores de crecimiento ignoran costes que no se reflejan en el PIB, tienden a confundir crecimiento con enriquecimiento y decrecimiento con pobreza. Y nos llevan a una visión involutiva de la civilización.

No podemos encoger las sociedades manteniendo la misma estructura. Es lo que se plantean los que están en la cúspide de la pirámide social. Conciben un decrecimiento basado en el hundimiento de la base de la pirámide. Si los más ricos reducen su riqueza a la mitad y los más pobres también, estos últimos simplemente se mueren.

Decrecimiento sostenible supone que muchas personas y muchas cosas tienen aún que crecer. Hay un problema de redistribución, más que de simple crecimiento o decrecimiento. Y lo mismo que en el terreno de la producción material ocurre en el desarrollo de la tecnología, la ciencia y la cultura. Por eso son tan criminales las políticas de recortes que precisamente repercuten sobre quienes menos tienen, hasta aniquilarlos o subhumanizarlos.

El problema es el motor que impulsa un crecimiento unidimensional: el del valor encarnado en su fetiche.


Y es que el crecimiento es multifactorial. Es un vector de casi infinitas dimensiones. Y unos factores pueden y deben crecer mientras otros disminuyen. Sin un análisis más serio, la teoría decrecentista se queda en lo impreciso, y puede incluso favorecer la política aniquilatoria a lo Bilderberg.

Por eso mismo es tan equívoco el concepto de austeridad, que ahora ya huele a azufre.

¿Alto al decrecimiento? se pregunta Henri Houben, y critica que tal como se suele exponer es una teoría borrosa, mal definida y con expectativas contradictorias. Y especialmente, al no tomar en consideración la estructura de clases de la sociedad, se echa en falta en la mayoría de las propuestas decrecentistas el factor esencial en la política y en la economía:

¿Quién toma las decisiones y por qué las toma?

No puede haber solución mientras domine la lógica del beneficio, de la acumulación.

Algunas de las ideas que desarrolla:

(...)

En primer lugar, hay que distinguir entre flujo y stock. Un stock es el conjunto de activos en un momento dado (por ejemplo, a 31 de diciembre de 2010) que tenemos (activo) o que debemos (pasivo). Un flujo se compone de las entradas (o salidas) de activos entre dos períodos de tiempo (por ejemplo, entre el 31 de diciembre de 2009 y el 31 de diciembre de 2010). Es obvio que el stock se "llena" o se "vacía" y en función de los flujos. Llegados a este punto, cabe destacar que los recursos naturales son un stock y el PIB un flujo

Además, en el capitalismo sólo cuentan las relaciones de mercado, es decir, las que son objeto de una compra o una venta de algo. Incluso en la administración o el sector sin ánimo de lucro, lo que se contabiliza es el pago de los salarios. Pero esta contabilización, especialmente en el PIB, se basa exclusivamente en la actividad humana. En otras palabras, el PIB refleja la valorización monetaria del trabajo humano. 

¿Y los recursos naturales? No tienen ningún valor de mercado. No están contabilizados en la sociedad capitalista. Sin duda es algo absurdo, pero es así. Lo que interesa a los capitalistas, son las oportunidades de obtener ganancias. Y sólo lo permiten las actividades de mercado. Es la tendencia de la sociedad capitalista. 

Podemos y debemos criticarlo. Pero ese no es el punto de vista de los "decrecentistas". Asocian el uso de los recursos naturales al PIB. Y de nuevo, en el texto de Alexis J. Passadakis y Matthias Schmelzer, por ejemplo, se utiliza el método consistente en pasar directamente desde una posición crítica a afirmar la posición diametralmente opuesta. En efecto, sostienen que es imposible la desvinculación absoluta (Sección 3). De hecho, no se puede producir sin usar los recursos naturales. Pero, ¿qué conclusión extraen? El vínculo necesario entre el PIB y los recursos naturales y por lo tanto la necesidad de reducir el PIB. 

(...)

En segundo lugar, puede haber otras maneras de producir que las del capitalismo contemporáneo. En las condiciones actuales, se utiliza la menor cantidad de mano de obra posible y la mayor de recursos (en relación con el empleo). Lo que agota toda la cadena: a los hombres porque tienen que trabajar duro para mantener la velocidad requerida por los empresarios, y a la naturaleza, ya que debe suministrar bienes a una velocidad cada vez mayor. Pero estas son condiciones del capitalismo, no de la producción técnica. 

Si se cambiaran las condiciones técnicas para producir de otro modo una serie de productos, podría existir otro efecto económico. Si, como sugieren algunos, se sustituye la producción agrícola actual en masa, altamente mecanizada, por una más biológica, utilizaría más mano de obra, más trabajo humano. Lo que en vez de disminuir el PIB lo aumentaría

(...) 

Por otra parte, no se deben crear ilusiones sobre estos cambios o estas propuestas de indicadores. No se puede cambiar una sociedad con ellos. A lo sumo, pueden dar argumentos para transformarla. El indicador debe estar en relación con la sociedad en que vivimos. Y, desde este punto de vista, el PIB es generalmente el que mejor muestra cómo se crea la riqueza en un contexto capitalista, ya que se centra principalmente en las mercancías. Implícitamente, es lo que se le dice a las personas: producid bienes y os enriqueceréis, si cultiváis para vosotros mismos los productos (tomates, zanahorias, ensaladas, etc.), seréis pobres. Es, sin duda, algo absurdo y tonto. Pero son los principios en que se basa la sociedad occidental. De ahí el PIB como medidor de la riqueza capitalista. 

(...)

Sólo seremos capaces de resolver algunos de los problemas ecológicos actuales cuando eliminemos los elementos claves que asfixian tanto a los hombres como al planeta. Y esto sólo será posible si la elite no dirige de los países o las grandes empresas y no se coloca otra élite en su lugar. Por lo tanto, es ante todo un problema social, e incluso de clase social (noción que, desgraciadamente, desaparece en la tesis del decrecimiento). 

Necesitamos que las decisiones en las cuestiones importantes – que comienzan en la economía, ya que determinan la producción y el consumo de una sociedad - sean tomadas por el conjunto de la comunidad. Por lo tanto, la propiedad de las grandes empresas debe ser retirada del sector privado y de una eventual élite. Se debe atribuir a la colectividad. Pero si no se cumple esta condición, no habrá ningún progreso duradero. Nos quedaremos en una lógica capitalista privada de hacer beneficios y de competitividad. Se producirá más y más y los empleados y la naturaleza sufrirán las consecuencias. Con efectos globales desastrosos, incluso en materia de medio ambiente: desiertos que se multiplican y se extienden en partes del Tercer Mundo, Bangladesh e Islas Mauricio amenazadas por el aumento del nivel del mar (mientras Flandes y los Países Bajos tienen los medios para protegerse)... 

(...)

En términos de alternativa, las tesis del decrecimiento pone en pie de igualdad y critican con la misma violencia al capitalismo y al socialismo. Para ellos, son modelos fundamentalmente productivistas, por lo tanto, los rechazan por igual. Una vez más, hay variaciones entre los decrecientistas entre las versiones más tecnicistas y versiones marxistas. 

Sin embargo, poner en pie de igualdad el capitalismo y el socialismo es un dogma de fe que no se basa en un análisis científico de las lógicas que llevan a cabo. El capitalismo no puede resolver los problemas ambientales de una manera estructural, ya que se basa en el afán de lucro. En este sentido, el socialismo no debería sufrir la misma crítica. No hay ninguna razón para construir un socialismo necesariamente productivista. En ninguno de los escritos fundamentales de Marx y Engels (y de muchos otros), existe un motor semejante al beneficio para iniciar una espiral de agotamiento del planeta

Recojamos por un momento los análisis de Marx y Engels, que son generalmente para los partidarios del socialismo una fuente poco cuestionada. Marx proclama como alternativa una sociedad de abundancia, lo que podría sugerir el deseo de producir toneladas de productos para satisfacer a todo el mundo. Esta es la definición del comunismo: "a cada cual según su capacidad, de cada quien según sus necesidades". Estamos en 1875. En ese momento, las preguntas sobre los límites del planeta no se plantean, ya que estos límites todavía no se conocen. No han sido conquistadas todas las regiones del mundo por los colonizadores. No están agotadas todas las posibilidades y, sobre todo, no se ve el final.

Frente a la miseria que existe entre los obreros ingleses (y antes alemanes, belgas y franceses), Marx concibe una sociedad en la que las fuerzas del capitalismo, que potencialmente pueden eliminar el hambre y otras lacras, sean dirigidas por la colectividad y puestas a su servicio. Cuando vislumbra lo que podría ser una sociedad comunista, agrega que permitiría a todos a ir a pescar y relajarse (en este caso, la pesca no tiene un carácter productivo). Es la antítesis de una sociedad productivista

Mejor aún, Engels, en un pequeño texto sobre el papel del trabajo en el desarrollo del ser humano, escribe un análisis muy consciente de los problemas de los recursos naturales (1876): "Resumiendo: lo único que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. (...) Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los Alpes, que talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto celo en las laderas septentrionales, no tenían idea de que con ello destruían las raíces de la industria lechera en su región; y mucho menos podían prever que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año sin agua sus fuentes de montaña, con lo que les permitían, al llegar el período de las lluvias, vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie. Los que difundieron el cultivo de la patata en Europa no sabían que con este tubérculo farináceo difundían a la vez la escrofulosis. Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente. 

En efecto, cada día aprendemos a comprender mejor las leyes de la naturaleza y a conocer tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de nuestra intromisión en el curso natural de su desarrollo. Sobre todo después de los grandes progresos logrados en este siglo por las Ciencias Naturales, nos hallamos en condiciones de prever, y, por tanto, de controlar cada vez mejor las remotas consecuencias naturales de nuestros actos en la producción, por lo menos de los más corrientes. Y cuanto más sea esto una realidad, más sentirán y comprenderán los hombres su unidad con la naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y antinatural de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a raíz de la decadencia de la antigüedad clásica y que adquiere su máximo desenvolvimiento en el cristianismo". Un discurso que muchos ambientalistas podrían hacer suyo

Las experiencias que se han generado a partir del análisis marxista, es decir, principalmente la Unión Soviética y China (y otras), se encontraron en circunstancias distintas de las previstas por Marx. Eran países económicamente retrasados. El hambre estaba a menudo muy extendida. Era necesario, en primer lugar, garantizar un desarrollo económico considerable para que todos tuviesen un mínimo para vivir. 

(...)

Yo no creo en los méritos de los argumentos sobre el decrecimiento. 

1. No se basan en conocimientos científicos sólidos, en una base analítica, sino más bien borrosa, vaga y por lo tanto a veces inconsistente. 

2. A Incluso aunque pretenden enfrentar los problemas ambientales actuales de una manera radical, no ofrecen una alternativa verdaderamente nueva. Estas comunidades de pequeños agricultores ya habían sido planteadas por varios socialistas utópicos del siglo XIX. Son traídas de nuevo a la actualidad. Pero o bien tienen un contenido irrealizable, como vimos en aquella época, o son reaccionarias en el sentido de que miramos hacia atrás en la dirección de la historia, en lugar de proporcionar una solución hacia delante. 

3. Una serie de cuestiones planteadas por las teorías del decrecimiento son reales y debe discutirse. Hay un agotamiento de los recursos naturales. Existe un mito sobre el crecimiento entre los capitalistas (pero no es el único). La sociedad de consumo actual es perversa. Pero ¿por qué la solución a esto sería el "decrecimiento"? Al contrario, con un poder estatal de carácter socialista se podrían resolver. Porque al privar a los capitalistas de su propiedad privada, se les quita el poder de decidir e influir desfavorablemente sobre curso de la economía. Aunque esto no es una garantía absoluta. Se requiere igualmente que la gente pueda desempeñar un papel activo en el desarrollo de los principios de ese estado, sin el que el estado socialista se desvía de su misión principal. 

4. Las soluciones deben lo más completas y centralizadas posibles, ya que los problemas que enfrentamos hoy son de la misma magnitud. Las alternativas amigables pueden ser agradables, pero no responden a estos desafíos. Esto no impide que haya un enfoque subsidiario, usando la terminología de la Unión Europea: las decisiones deben tomarse al nivel adecuado. El gobierno central no debe establecer el color de los puños de la camisa. Pero sí podría corresponderle, por ejemplo, precisar las directrices en materia de energía, transporte, educación, salud, necesidades básicas a satisfacer, etc.

Henri Houben
Febrero de 2011

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