Ahora sí voy a recoger el texto del misterioso X.L., que probablemente no será Ferrín, sobre las protestas en Brasil.
Hay que alarmarse justamente ante el apoyo del poder económico y sus medios reaccionarios a un movimiento que socava a gobiernos que desean eliminar, pero no se entenderá por completo lo que está pasando si no se atiende a las causas que subyacen.
Las transformaciones sociales que han beneficiado a los más pobres, y que en parte los han elevado a la "clase media", no han supuesto grandes cambios en la estructura económica de estos países con gobiernos progresistas (unos más que otros, y no puede ser de otra manera, por la diferente presión popular y la diversa correlación de fuerzas).
Se han apoyado sobre todo en un auge económico que también ha beneficiado a los ricos. Los gobiernos, desde luego, lo han aprovechado para ayudar a los desfavorecidos. Pero la estructura productiva de estos países no ha cambiado en aspectos fundamentales. Han negociado en mejor posición que la derecha corrupta y entreguista frente a las multinacionales del agronegocio y las industrias extractivas, y así han realizado notables mejoras sociales.
Se trata del goteo que los neoliberales consideran que se derramará de modo natural sobre los pobres si a los ricos les va bien. Obvian que ese goteo, si se produce, es por la presión social de abajo arriba. Y que lo acompaña un aumento de la desigualdad. Si la pobreza absoluta disminuye, suele aumentar la pobreza relativa.
Pero como el sistema-mundo no da más de sí, la contracción económica de los países ricos repercutirá, y ya lo está haciendo, en un menor crecimiento de los menos desarrollados. En estas condiciones será difícil mantener mejoras sociales sin cambios estructurales a los que no están dispuestas las respectivas oligarquías. El dilema de los gobiernos progresistas es avanzar en estos cambios o mantener una estrategia de apoyo a los capitalistas nacionales. En este último caso tendrán que enfrentarse de nuevo, desde el otro lado, a los pueblos.
La socialdemocracia tradicional hace muchísimo tiempo que dio ese paso. Periódicamente, destacamentos enteros de los partidos de izquierda se han pasado al otro bando. Sobran ejemplos y no los voy a citar.
Sin contar con que el destrozo de la naturaleza causado por el agronegocio y el extractivismo no puede continuar y podría acabar con las verdaderas posibilidades de desarrollo, incluso a corto plazo.
Hay que alarmarse justamente ante el apoyo del poder económico y sus medios reaccionarios a un movimiento que socava a gobiernos que desean eliminar, pero no se entenderá por completo lo que está pasando si no se atiende a las causas que subyacen.
Las transformaciones sociales que han beneficiado a los más pobres, y que en parte los han elevado a la "clase media", no han supuesto grandes cambios en la estructura económica de estos países con gobiernos progresistas (unos más que otros, y no puede ser de otra manera, por la diferente presión popular y la diversa correlación de fuerzas).
Se han apoyado sobre todo en un auge económico que también ha beneficiado a los ricos. Los gobiernos, desde luego, lo han aprovechado para ayudar a los desfavorecidos. Pero la estructura productiva de estos países no ha cambiado en aspectos fundamentales. Han negociado en mejor posición que la derecha corrupta y entreguista frente a las multinacionales del agronegocio y las industrias extractivas, y así han realizado notables mejoras sociales.
Se trata del goteo que los neoliberales consideran que se derramará de modo natural sobre los pobres si a los ricos les va bien. Obvian que ese goteo, si se produce, es por la presión social de abajo arriba. Y que lo acompaña un aumento de la desigualdad. Si la pobreza absoluta disminuye, suele aumentar la pobreza relativa.
Pero como el sistema-mundo no da más de sí, la contracción económica de los países ricos repercutirá, y ya lo está haciendo, en un menor crecimiento de los menos desarrollados. En estas condiciones será difícil mantener mejoras sociales sin cambios estructurales a los que no están dispuestas las respectivas oligarquías. El dilema de los gobiernos progresistas es avanzar en estos cambios o mantener una estrategia de apoyo a los capitalistas nacionales. En este último caso tendrán que enfrentarse de nuevo, desde el otro lado, a los pueblos.
La socialdemocracia tradicional hace muchísimo tiempo que dio ese paso. Periódicamente, destacamentos enteros de los partidos de izquierda se han pasado al otro bando. Sobran ejemplos y no los voy a citar.
Sin contar con que el destrozo de la naturaleza causado por el agronegocio y el extractivismo no puede continuar y podría acabar con las verdaderas posibilidades de desarrollo, incluso a corto plazo.
Rebelión
Todos hemos visto las ya familiares imágenes en Internet o en
televisión. Decenas o centenares de miles de personas en las calles
protestando. Pancartas, consignas, cánticos y concentraciones. Brutal
represión policial, palizas y gases lacrimógenos. Coches en llamas. Las
similitudes con las recientes protestas en Turquía o, salvando las
diferencias, con lo que ocurriera en España hace no tanto tiempo, han
llevado a muchos a apoyarlas sin reservas. Sin embargo lo que empezó
como un movimento de carácter izquierdista relativamente limitado ha
adquirido en los últimos días un tono sombrío que nos debe hacer
reflexionar sobre la importancia de informarnos debidamente sobre un
tema antes de opinar sobre él o apoyarlo.
Las protestas iniciales
fueron organizadas por Movimento Passe-Livre (MPL), un grupo autonomista
que desde siempre ha centrado su actividad en la lucha por un
transporte público y gratuito. Dirigidas contra la decisión del alcalde
(PT, socialdemócrata/liberal) y gobernador (PSDB, socialdemócrata según
sus siglas y conservador en la práctica) de São Paulo de subir los
precios de autobús y metro, las protestas fueron inicialmente apoyadas
por un amplio espectro de partidos y movimientos a la izquierda de los
gobernantes (PSTU, PSOL, PCB, etc), pero debido a la orientación
anarquista y apartidista del MPL su participación fue rechazada.
Los
grandes medios, partidos gobernantes y personalidades conservadoras del
país denunciaron duramente las protestas justificando la brutalidad
policial (con imágenes ampliamente difundidas de palizas a manifestantes
y disparos con pelotas de goma a quemarropa), tachando de vándalos
anti-demócratas y radicales a los manifestantes. Hasta aquí, sin duda,
estas revueltas podrían parecer muy similares a las que se repiten
constantemente por todo el planeta, y más allá de nuestras diferencias
políticas con el MPL serían merecedoras de todo nuestro apoyo. Sin
embargo a los pocos días comienza a producirse un cambio notable.
Los
medios y personalidades reaccionarias comienzan a percibir que sus
audiencias tradicionales no están dispuestas a condenar las revueltas,
llegándose a dar el caso de que una famosísima figura de extrema derecha
de la TV brasileña es humillada en directo por su audiencia al preguntarles si condenan los actos de “vandalismo”.
Se comienza a fraguar un cambio en el discurso, y los medios que antes
condenaran las movilizaciones empiezan a decir que la furia está
justificada ya que presenta una protesta contra “problemas mucho
mayores”. Ya no se trata de los 20 céntimos del autobús, dice el mismo
presentador ahora arrepentido y habiendo dado un giro de 180 grados a su
discurso, sino que el pueblo brasileño ha despertado y lucha contra la
corrupción y el mal hacer de un gobierno de tendencias casualmente
izquierdistas. Se repite la estrategia ya utilizada en Venezuela,
Honduras u otros lugares, con la Red Globo (propiedad de un
multi-millonario y dueña absoluta de la información audiovisual privada
en Brasil) llamando a la movilización contra el PT y por el cambio. Se
crean vídeos en inglés para el consumo externo
con peticiones que, aunque sin duda legítimas, no tienen ya un carácter
de izquierda ni mucho menos revolucionario. Se resalta el carácter
apartidista (en parte marcado desde un principio por el MPL) y
“ciudadanista” de las protestas, con protestantes que no son ni de
izquierdas ni de derechas sino “simplemente brasileños”. Centenares de
miles de personas salen ahora a la calle, y se empiezan a ver pancartas que piden un golpe de Estado militar, quema de banderas rojas y palizas a a comunistas y anarquistas. Incluso algunos policías, que antes reprimiesen a los manifestantes con tanta dureza, llegan a sumarse al movimiento.
Es
en este momento cuando se le comienza a helar la sangre a mucha gente
en el país, ya que el anterior golpe de Estado fascista fue precisamente
precedido por una marcha multitudinaria por la “libertad”
y en contra del progresista João Goulart, que sería depuesto poco
tiempo después por los militares. Empiezan a perder importancia el
objetivo inicial de las protestas, y progresistas y revolucionarios de
todas las tendencias tratan de unirse para hacer de contrapeso a la
creciente influencia derechista y reaccionaria en las calles. Están
convocadas para los próximos días grandes movilizaciones organizadas por
la izquierda, que espera esta vez no ser barrida a palos por los
fascistas de las calles y recuperar el liderazgo de unas protestas que
ellos comenzaran.
¿Existe una moraleja en toda esta historia? Si
la hay, es simple. No debemos transplantar experiencias o formas de
análisis de un país a otro sin más, ya que cada pueblo y estado tienen
su historia y particularidades que pueden dar un contenido muy diferente
a eventos superficialmente similares. En este caso en concreto, y como
es bien conocido, existen grandes y poderosos intereses en América
Latina por acabar con cualquier gobierno que no sea un servidor sin
fisuras de los intereses imperialistas, por muy tibias que pudiesen
parecer sus políticas. Por muy legítimas que sean ciertas críticas
contra el PT no debemos pensar que siempre que se movilicen grandes
masas en las calles deben merecer éstas automáticamente nuestro apoyo,
porque por desgracia también los programas más retrógrados y
reaccionarios son capaces de movilizar a mucha gente. Prestemos
atención, siempre, al carácter de las peticiones, a quién las organiza, y
a cómo reaccionan ante ellas los poderes establecidos y los medios de
comunicación oligarcas y monopolistas. Tan improbable es que la Red
Globo apoye un cambio transformador progresista en Brasil como lo sería
aquí que La Razón o Antena 3 llamasen a la revolución y al socialismo.
Ante
la gran velocidad con la que cambia la situación en Brasil no queda más
remedio que seguir con atención cada desarrollo, tratando siempre de
apoyar al pueblo trabajador brasileño en su lucha contra el fascismo, el
imperialismo y por una nueva sociedad auténticamente transformadora.
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