miércoles, 5 de junio de 2013

El estado de cosas en el mundo. Las disrupciones pendientes.


Este trabajo ha sido publicado hoy (5 de junio de 2003) en la sección de economía de Rebelión.

Su autor, Andrés Piqueras, es profesor titular de Sociología y Antropología Social de la Universitat Jaume I de Castellón, miembro del Observatorio Internacional de la Crisis. Cofundador de la Academia de Pensamiento Crítico, que forma parte de la organización Socialismo21. Integrante también del Frente Cívico, Somos Mayoría.

El trabajo completo desarrolla el siguiente esquema:
  1. El juego agónico del capital.
  2. Japón: el elemento más frágil de todo el entramado.
  3. Europa: otro motor que se apaga. El loco proyecto de la Gran Alemania.
  4. La globalización china.
  5. América Latina y el ALBA, ¿el continente de la esperanza?
  6. ¿Y las sociedades qué? Las disrupciones pendientes.
Me ha interesado especialmente el sexto y último punto, en relación con la conciencia necesaria para la práctica social. Las grandes mayorías todavía no se hacen cabalmente cargo de la situación. Y son ellas las que pueden cambiar las cosas...

Para contribuir, lo copio aquí.


El estado de cosas en el mundo. Puesta al día y perspectivas inmediatas

Andrés Piqueras

6. ¿Y las sociedades qué? Las disrupciones pendientes. 

Para las sociedades del planeta el convencimiento de la creciente dificultad para el capital de generar progreso está todavía lejano. La mayoría de la población mundial bastante tiene con estar pendiente de su supervivencia. Fuera de ello, resulta difícil percatarse de que el capitalismo bien puede estar en su fase senil, definitivamente degenerativa y de que esta crisis no es una crisis más, sino una que afecta a todas las dimensiones a la vez (de inversión, de financiación, de liquidez, de sobreacumulación, de recursos, de hegemonía, de población, de biosfera…).  Una crisis civilizacional, de fin de la era industrial y del fosilismo energético. 

Por una parte, en las formaciones centrales crecieron tres generaciones de personas identificando capitalismo con crecimiento, capitalismo con bienestar y capitalismo con democracia. Por otro lado, buena parte de las poblaciones de las formaciones periféricas se han mirado en el espejo del capitalismo keynesiano de las centrales como ejemplo de las posibilidades progresivas de este modo de producción. 

Romper con todo ese imaginario no es cuestión ni breve ni baladí. 

En las formaciones sociales semicentrales (de la periferia europea) la reacción ante el hundimiento social ha pasado por los grados de perplejidad (¿qué está pasando, no nos dijeron que éramos ciudadanos del Primer Mundo y que todo iba a irnos bien?), indignación (¿por qué de repente nos quedamos sin poder participar de la fiesta del consumo, de los recursos sociales de los que han disfrutado nuestros padres?) y protesta contra la propia exclusión. Mas todavía no hay rebelión (de forma generalizada) contra el sistema que excluye crecientes contingentes de población. 

En el núcleo duro de las formaciones centrales, de momento, con un por ahora más lento desmontaje del Estado Social, se desatan mayoritariamente soluciones individualistas, insolidarias (el Estado social para los nacionales, que no vengan inmigrantes, que se vayan), con revitalización de los nacionalismos excluyentes, del hermetismo fronterizo, de los racismos (¿también del fascismo?). 

En las formaciones periféricas se había dado una extenuación de los sujetos antagónicos, cuando no su eliminación física y política en virtud de la “terapia de choque” policíaco-militar llevada a cabo. La subsunción ideológica terminó de hacer el trabajo a través de integrismos involutivos o ideologías étnico-religiosas excluyentes, para aquellos sectores y formaciones sociales al margen de las posibilidades de integración a través de la elevación de la calidad de vida en general, o del consumo en particular. En los sectores integrados o semi-integrados con cierto reformismo y calidad de vida, funge todavía el espejismo del ascenso personal, del consumo y el desarrollo social, según el viejo efecto de arrastre del capitalismo avanzado de las formaciones centrales. 

Pero todo esto puede empezar a cambiar de forma tan rápida como contagiosa. 

En Europa la implosión de la UE y la fractura del euro aparcarán pronto las dudas en los Estados periféricos sobre si continuar o no bajo el yugo de la moneda única. La cuestión radica en cómo se va a efectuar esa salida. Puede hacerse vía catástrofe, sin más remedio, o se puede realizar planificadamente (aunque cada vez queda menos tiempo para ello). Y mejor aún si se hace de forma coordinada entre varias sociedades, si son capaces de dar una nueva impronta al Estado, en pro de la soberanía monetaria, la cual pasa cada vez más necesariamente por la soberanía ciudadana y la democracia económica. La posible inminente asunción de gobierno por parte de Syriza en Grecia abriría una tenue aunque esperanzadora posibilidad en ese sentido. 

Por otra parte, la decadencia de la productividad alemana se ha visto compensada hasta ahora por el mecanismo de acreencia-deuda generado con las formaciones periféricas europeas, lo que ha permitido aplazar el necesario ajuste bancario en Alemania y mantener mediante el gasto público pagado con esa deuda el ciclo de consumo. Sin embargo, el “desajuste” financiero-productivo en forma de crisis recesiva es sólo cuestión de poco tiempo para Alemania, mas no sin antes haber dejado un panorama europeo desolador. 

Hacia qué lado bascule la reacción popular en Europa dependerá en alguna medida del pivote francés. La Banca francesa se ha mostrado mucho más poderosa que incluso la de países superavitarios, pero queda ahora altamente expuesta a los impagos. El deterioro de la condición social en Francia y su obligada “desconexión” de Alemania, provocarán una nueva sacudida social en el país que históricamente fungió de bisagra entre la restauración y la revolución en Europa, pudiendo activar, por tanto, insurgencias populares en el continente. Ayudará a ello, sin duda, el fin del acuerdo sobre el reparto de la riqueza social entre las clases dominantes, con duras pugnas entre sí por apropiarse de la menguante tarta, que pasan por denuncias y acusaciones mutuas de corrupción (proceso del que el Reino de España es un ejemplo paradigmático).

A escala mundial, resultará de especial importancia la pérdida de hegemonía y rápido declive económico de EE.UU., altamente susceptible de deteriorar su liderazgo integrador de las potencias capitalistas. También se resentirá sobremanera su capacidad de integración de la población a través de las ventajas que suponía ser parte de la ciudadanía de la primera potencia mundial en el disfrute de una división internacional del trabajo comandada por ella, de cuya “renta imperialista” se beneficiaba también en diferente medida su población.

El estancamiento de procesos reformistas de las relaciones laborales y sociopolíticas en Estados que tienen elevados procesos de asalarización de su población (sin gran ejército de reserva ya, por tanto), es susceptible de conducir a olas de protesta e inestabilidad social, cuando no a serios estallidos sociales en ellos. Los puntos calientes en el futuro inmediato podrían ser entre otros, en África, Suráfrica (82% de asalarización), Seychelles (81%), Mauricio (79%), Suazilandia (76%), Botswuana y Namibia (73%). Igual ocurre en otras formaciones asiáticas: Hong Kong (89%), Singapur (85%), Taiwán (75%), Malasia (74%), Corea del Sur (68%), Filipinas (51%), Sri Lanka (59%) o incluso Turquía (59%) e Irán (51%). Mientras que casi toda América Latina es un polvorín en este sentido. 

Y a diferencia de lo que sucede en Europa, las poblaciones de esos países no tienen nostalgia del capitalismo. Nunca conocieron el capitalismo de rostro amable. 

La Gran Depresión del siglo XXI no hace sino acrecentar las posibilidades de que se encienda la mecha social en esos lugares[i]. La implosión de la globalización y el principio del fin de la civilización industrial dejan a la humanidad ante una de sus más importantes encrucijadas desde su aparición en este planeta. 

Nadie más que las sociedades organizadas, como sujetos colectivos amplios, tienen la clave para inclinar a su favor ese desenlace.



[i] Todo esto lo explica con detalle Dierckxsens, W. “Población, fuerza de trabajo y rebelión en el siglo XXI. ¿De las revueltas populares de 1848 en Europa a la rebelión mundial actual?”, en A. Piqueras y W. Dierckxsens, El colapso de la globalización. La humanidad frente a la gran transición. El Viejo Topo. Barcelona, 2011.
               
En general, este artículo incluye temas que el autor desarrolla en un libro de próxima aparición, La opción reformista: entre el Despotismo y la Revolución. Una explicación del capitalismo histórico a través de las luchas de clase. En prensa.

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