martes, 11 de junio de 2013

China, 2013


En este largo artículo, publicado originalmente en Monthly Review y reproducido en Rebelión, Samir Amin, él mismo con raíces no europeas, se distancia de las posiciones simplistas habituales en Occidente, producto tanto de la ignorancia sobre este colosal país como de la suficiencia etnocéntrica y en buena medida ignorante con que la civilización "occidental y cristiana" ha considerado siempre al resto del mundo.

No intenta la fórmula simplista de calificar o descalificar como capitalista o socialista el camino que, con las derivas e incertidumbres inevitables en todo desarrollo histórico, está recorriendo China. Derecha e izquierda existen en la sociedad junto a las clases sociales. Cuando la política se dirime a traves de una pluralidad de partidos, cristalizan en algunos de ellos, y también en cierta medida en el propio seno de cada uno. Un partido absolutamente hegemónico, por el contrario, las reproduce necesariamente en su interior.

Sin reproducir el texto en su totalidad, pero sí en gran parte, subrayo lo que me parece destacable y que no se pondera adecuadamente en los análisis de los medios más accesibles.

El análisis toca varios puntos, desarrollados según este esquema:
  • La cuestión agraria
  • Presente y futuro de la pequeña producción
  • El capitalismo de Estado chino
  • La integración de China en la globalización capitalista
  • China, potencia emergente
  • Grandes éxitos, nuevos desafíos
  • Agradecimientos, notas, fuentes
Desde el principio manifiesta su desconfianza hacia las interpretaciones simplistas de la sociedad china:
Los debates sobre el presente y el futuro de China (un poder "emergente") no me acaban de convencer. Algunos sostienen que China ha emprendido, de una vez por todas, el "camino capitalista" y se propone incluso acelerar su integración en la globalización capitalista contemporánea. Satisfechos con dicha conclusión sólo esperan que esta "vuelta a la normalidad" (el capitalismo, el "fin de la historia") se acompañe del desarrollo de la democracia al estilo occidental (múltiples partidos, elecciones, derechos humanos). Creen (o necesitan creer) en la posibilidad de que China alcance en términos de renta per cápita a las sociedades opulentas de Occidente, aunque sea poco a poco, algo que yo creo imposible. La derecha china secunda este punto de vista. Otros se lamentan por lo mismo en nombre de los valores de un "socialismo traicionado." Hay quienes repiten las expresiones dominantes de la práctica del “China de bashing(pim pam pum, traduciría yo) en Occidente. Y otros, (quienes están en el poder en Beijing) describen el camino elegido como "socialismo al estilo chino", sin precisar más. Sin embargo, se pueden discernir sus características mediante la lectura detallada de los textos oficiales, sobre todo la de los planes quinquenales, que son precisos y aplicados muy en serio.
De hecho la pregunta, "¿Es China capitalista o socialista?" está mal planteada, es demasiado general y abstracta para que cualquier respuesta tenga sentido en términos absolutos. De hecho, China ha venido siguiendo una vía original desde 1950, e incluso desde la Revolución de los Taiping en el siglo XIX.
Sobre la cuestión agraria, explica:
¿Por qué la aplicación del principio de que la tierra agrícola no es un bien comerciable fue posible en China (y Vietnam)? Se repite constantemente que los campesinos de todo el mundo suspiran por la propiedad, sin más. Si ese hubiese sido el caso de China, la decisión de nacionalizar la tierra habría conducido a una interminable guerra con los campesinos, como sucedió cuando Stalin comenzó la colectivización forzosa en la Unión Soviética.
La actitud de los campesinos de China y Vietnam (y de ningún otro país) no puede ser explicada por una supuesta "tradición" que ignorase la propiedad. Es el producto de una línea política inteligente y excepcional implementada por los partidos comunistas de ambos países.
Y precisa cómo la colectivización rusa fue forzada, a pesar de la existencia previa de una propiedad comunal, porque se hizo contra unos campesinos que ya habían ocupado y repartido los latifundios en el verano de 1917, meses antes de la revolución de octubre. En cambio, en China pudo ser aceptada, a través de un proceso de acercamiento del partido a los campesinos, ganando su confianza:
Por lo tanto, (erróneamente) persuadidos de que la gran empresa siempre es más eficiente que la pequeña en todas las áreas de la industria, los servicios y la agricultura, los socialistas radicales de la Segunda Internacional, asumieron que la abolición de la propiedad de la tierra (la nacionalización de la tierra) podría permitir la creación de grandes granjas socialistas (análogos a los futuros sovjoses y koljoses soviéticos). Sin embargo, no fueron capaces de poner esas medidas a prueba puesto que la revolución no estaba en el orden del día en sus países (los centros imperialistas).
Los bolcheviques aceptaron estas tesis hasta 1917. Contemplaban la nacionalización de las grandes propiedades de la aristocracia rusa, dejando la propiedad de las tierras comunales a los campesinos. Sin embargo, fueron sorprendidos más adelante por la insurrección campesina, que se apoderó de los latifundios.
Mao extrajo conclusiones de este hecho y desarrolló una línea completamente diferente en la acción política. A principios de la década de 1930 en el sur de China, durante la guerra civil de la liberación, Mao basa la creciente presencia del Partido Comunista en una sólida alianza con los campesinos pobres y sin tierra (la mayoría), mantuvo relaciones amistosas con los campesinos medios y aisló a los campesinos ricos en todas las etapas de la guerra, sin llegar a antagonizar con los mismos. El éxito de esta línea prepara a la gran mayoría de la población rural a considerar y aceptar una solución a sus problemas que no pasase por la propiedad privada de las tierras adquiridas a través de la distribución.
Creo que las ideas de Mao y su implementación exitosa, tienen sus raíces históricas en la Revolución de los Taiping del siglo XIX. Así Mao tuvo éxito donde el Partido bolchevique había fracasado: en el establecimiento de una sólida alianza con la gran mayoría rural. En Rusia, el hecho consumado del verano 1917 eliminó posteriores posibilidades de una alianza con los campesinos pobres y medios contra los ricos (los kulaks), ya que los primeros estaban ansiosos por defender su propiedad privada adquirida y, por tanto, prefirieron seguir a los kulaks en lugar de a los bolcheviques.
Esta "especificidad China" (cuyas consecuencias tienen gran importancia), nos impide caracterizar la China contemporánea (incluso en 2013) como "capitalista", porque el camino capitalista se basa en la transformación de la tierra en una mercancía.
Explicita luego cómo el éxito de la gran producción como forma óptima se ha mitificado a partir de su éxito en el desarrollo capitalista:
La pequeña producción (campesina y artesanal) ha dominado la producción en todas las sociedades del pasado. Ha conservado un lugar importante en el capitalismo moderno, ahora vinculado a la pequeña propiedad en la agricultura, los servicios, e incluso en ciertos sectores de la industria. Ciertamente, en la tríada dominante del mundo contemporáneo (Estados Unidos, Europa y Japón) está retrocediendo. Un ejemplo de ello es la desaparición de las pequeñas empresas y su sustitución por las grandes operaciones comerciales. Sin embargo, esto no quiere decir que este cambio sea "progresista", incluso en términos de eficiencia, y con mayor razón si se tienen en cuenta las dimensiones sociales, culturales y civilizacionales. De hecho, es un ejemplo de la distorsión producida por la dominación de los monopolios rentistas. Por lo tanto, tal vez en un futuro socialismo el lugar de la pequeña producción sea llamado a reanudar su importancia.

En la China contemporánea, en todo caso, la pequeña producción (no necesariamente vinculada a la pequeña propiedad) mantiene un lugar importante en la producción nacional, no sólo en la agricultura sino también en amplios sectores de la vida urbana.

China ha experimentado muy diversas formas de uso de la tierra como bien común, incluso contradictorias. Tenemos que discutir, por un lado, la eficiencia (el volumen de la producción de una hectárea por trabajador / año) y, por otro, la dinámica de las transformaciones puestas en marcha. Estas formas pueden reforzar las tendencias hacia el desarrollo capitalista, que terminaría poniendo en duda el carácter no mercantil de la tierra, o pueden ser parte del desarrollo en una dirección socialista. Estas preguntas sólo pueden responderse a través del examen concreto de las formas en cuestión, ya que se llevaron a cabo en momentos sucesivos de desarrollo de China, desde 1950 hasta el presente.
Viene luego un repaso a la historia del desarrollo de estas transformaciones:
Al principio, en la década de 1950, la forma adoptada era la pequeña producción familiar combinada con formas más simples de cooperación para la gestión del riego, trabajo que requiere la coordinación y el uso común de ciertos equipos. Esto se asoció con la inserción de esa pequeña producción de la familia en una economía estatal que mantiene el monopolio de la compra de la producción destinada al mercado y la oferta del crédito e insumos, todos ellos en función de los precios previstos (decididos por el centro).
La experiencia de los municipios tras la creación de las cooperativas de producción en la década de 1970 está llena de lecciones. No es necesariamente una cuestión de pasar de la pequeña producción a las grandes explotaciones, aunque la idea de la superioridad de estas últimas inspiró a algunos de sus seguidores. Lo esencial de esta iniciativa se originó en la aspiración a la construcción del socialismo descentralizado. Las comunas no sólo tenían la responsabilidad de la gestión de la producción agrícola de un pueblo grande o de un colectivo de pueblos y aldeas (esta organización en sí era una mezcla de las formas de la pequeña producción familiar y de una ambiciosa producción especializada), sino que también proporcionó un marco más amplio:
(1) unir las actividades industriales que empleaban a los campesinos disponibles en ciertas épocas del año,
(2) la articulación de las actividades económicas productivas, junto con la gestión de los servicios sociales (educación, salud, vivienda), y
(3) el inicio de la descentralización de la administración política de la sociedad. Como había previsto la Comuna de París, el Estado socialista se convertiría, al menos parcialmente, en una federación de comunas socialistas.
Sin lugar a dudas, en muchos aspectos, las comunas eran algo avanzado para su tiempo y la dialéctica entre la descentralización del poder de decisión y la centralización asumida por la omnipresencia del Partido Comunista no siempre funcionó sin problemas. Sin embargo, los resultados registrados están lejos de haber sido desastrosos, como nos quiere hacer creer la derecha. La comuna de la región de Beijing, que se resistió a la disolución del sistema, sigue registrando excelentes resultados económicos vinculados a la persistencia de debates políticos de alta calidad, que desaparecieron en otros lugares. Los proyectos actuales de "reconstrucción rural", implementado por las comunidades rurales de varias regiones de China, parecen estar inspirados en la experiencia de las comunas.
Resultados de la distinción entre el uso y la propiedad de la tierra, preservándola de convertirse en mercancía:
"Aprobar" o "rechazar" la diversidad de estos sistemas, a priori, no tiene sentido, en mi opinión. Una vez más, el análisis concreto de cada uno de ellos, tanto en el diseño como en la realidad de su aplicación, es imprescindible. El hecho es que la diversidad creativa de las formas de uso de la tierra ha llevado a resultados increíbles. En primer lugar, en términos de eficiencia económica, aunque la población urbana ha crecido del 20% al 50% de la población total, China ha logrado aumentar la producción agrícola para mantener el ritmo de las gigantescas necesidades de la urbanización. Es un resultado notable y excepcional, sin precedentes en los países del Sur "capitalista". Ha preservado y fortalecido su soberanía alimentaria, a pesar de partir de una desventaja importante: su agricultura alimenta al 22% de la población mundial razonablemente bien aunque sólo tiene el 6% de la tierra cultivable del mundo. Además, en cuanto a la forma (y el nivel) de la vida de las poblaciones rurales, los pueblos chinos ya no tienen nada que ver con lo que sigue siendo dominante en el resto del tercer mundo capitalista. Las estructuras permanentes, cómodas y bien equipadas, son un contraste llamativo, no sólo con la antigua China, del hambre y la pobreza extrema, sino también con las formas extremas de pobreza que todavía dominan el campo de la India o África.

Los principios y las políticas implementadas (la tierra poseída en común y el apoyo a la pequeña producción sin pequeña propiedad) son los responsables de estos resultados inigualables. Han hecho posible una migración rural-urbana relativamente controlada. Compárese con el camino capitalista, en Brasil, por ejemplo. La propiedad privada de la tierra agrícola ha vaciado el campo de Brasil y hoy sólo el 11% de la población del país es rural. Pero al menos el 50% de los residentes urbanos viven en barrios pobres (favelas) y sobreviven gracias a la "economía informal" (incluida la delincuencia organizada). En China no existen situaciones semejantes, la población urbana está, en su conjunto, adecuadamente empleada y alojada, incluso en comparación con muchos "países desarrollados", ¡sin mencionar a aquellos en los que el PIB per cápita es semejante al chino!

El traslado de la población desde un campo chino muy densamente poblado (sólo alcanza niveles semejantes en Vietnam, Bangladesh y Egipto) era esencial. Mejoró las condiciones de la pequeña producción rural, permitió contar con más suelo. Esta transferencia, aunque relativamente controlada (una vez más, nada es perfecto en la historia de la humanidad, ni en China ni en ningún otro sitio), esconde tal vez la amenaza de ser demasiado rápida. Es lo que se discute en China.
Se extiende luego Samir Amin sobre la caracterizacíon del capitalismo de Estado en China. Comparte con el genuino capitalismo la relación con la que se topan los trabajadores, sometidos por las autoridades que organizan la producción, y que es similar: trabajo sumiso y alienado y extracción del trabajo excedente.

No hay un solo tipo de capitalismo de Estado, sino muchos diferentes. El capitalismo de Estado de Francia de la Quinta República desde 1958 hasta 1975 fue diseñado para servir y fortalecer los monopolios privados franceses, no para introducir al país en un camino socialista. En cambio:
El capitalismo de estado chino fue construido para lograr tres objetivos:
(i) construir un moderno sistema industrial integrado y soberano,
(ii) gestionar la relación de este sistema con la pequeña producción rural, y
(iii) controlar la integración de China en el sistema mundial, dominado por los monopolios de la tríada imperialista (Estados Unidos, Europa, Japón).
La consecución de estos tres objetivos prioritarios es inevitable. En consecuencia, permite avanzar en el largo camino hacia el socialismo, pero, al mismo tiempo refuerza la tendencia a abandonar esa posibilidad en favor de la consecución del desarrollo capitalista, puro y simple. Hay que aceptar que este conflicto es inevitable y siempre presente. La pregunta, por tanto, es la siguiente: ¿Cuáles son las opciones concretas de China a favor de una de las dos vías?

El capitalismo de estado chino requiere, en su primera fase (1954-1980), la nacionalización de todas las empresas (junto a la nacionalización de las tierras agrícolas), grandes y pequeñas por igual. Luego sigue una apertura a la iniciativa privada, nacional y/o extranjera, y la liberalización de la pequeña producción rural y urbana (pequeñas empresas, comercio, servicios). Sin embargo, las grandes industrias básicas y el sistema de crédito que se establecieron en el período maoísta no se desnacionalizaron, aunque se han modificado las formas de organización de su integración en una economía de "mercado". Esta elección se acompañó del establecimiento de medios de control de la iniciativa privada y del potencial de asociación con capital extranjero. Queda por ver hasta qué punto estos medios cumplen con las funciones asignadas o, por el contrario, se han convertido en cáscaras vacías, y la connivencia con el capital privado (a través de la "corrupción" de la gestión) ha tomado la delantera.

Lo que el capitalismo de Estado chino ha logrado entre 1950 y 2012 es sencillamente increíble. De hecho, tuvo éxito en la construcción de un sistema productivo moderno soberano e integrado en un país gigantesco, algo comparable sólo con los Estados Unidos. Ha logrado dejar atrás la dependencia tecnológica inicial (de la importación de modelos occidentales, o soviéticos) a través del desarrollo de su capacidad para producir descubrimientos tecnológicos. Sin embargo, no ha iniciado (¿todavía?) la reorganización del trabajo desde la perspectiva de la socialización de la gestión económica. El Plan (y no a la "apertura") ha seguido siendo el medio fundamental para la aplicación de esta construcción sistemática.

En la fase maoísta de la planificación del desarrollo, el Plan se mantuvo imprescindible en todos los detalles: la naturaleza y la ubicación de las nuevas inversiones, los objetivos de producción y los precios. En esa etapa era posible, y no existía otra alternativa razonable. Mencionaré, sin profundizar más, el interesante debate mantenido en este período sobre si la ley del valor apuntala la planificación. El éxito (y no el fracaso) de esta primera fase requiere alterar los medios para llevar a cabor un proyecto de desarrollo acelerado. La "apertura" a la iniciativa privada, desde 1980, pero sobre todo desde 1990 era necesaria a fin de evitar el estancamiento, algo fatal para la URSS. A pesar de que esta apertura coincidió con el triunfo de la globalización neo-liberal (con todos los efectos negativos de esta coincidencia, a los que volveremos) la elección de un "socialismo de mercado", o mejor aún, de un "socialismo con mercado ", fue fundamental para esta segunda fase de desarrollo acelerado y en mi opinión está en gran medida justificado.

Los resultados de esta elección son, una vez más, sencillamente increíbles. En unas pocas décadas, China ha logrado una urbanización productiva, industrial, que reúne a 600 millones de seres humanos, dos tercios de los cuales se urbanizaron en las últimas dos décadas (¡casi igual que la población de Europa!). Se logró gracias al Plan y no al mercado. China ahora cuenta con un sistema productivo verdaderamente soberano. Ningún otro país del Sur (con excepción de Corea y Taiwan) ha tenido éxito en hacer esto. En la India y Brasil, sólo hay unos pocos elementos aislados de un proyecto soberano semejante, nada más.
Entre los logros destaca:
El capitalismo de Estado chino ha integrado en su proyecto el desarrollo de una dimensión social visible (no digo "socialista"). Estos objetivos ya estaban presentes en la era maoísta: la erradicación del analfabetismo, la atención básica de salud para todos, etc... En la primera parte de la fase post-maoísta (los años 1990), la tendencia fue, sin duda, la de descuidar la búsqueda de estos esfuerzos. Sin embargo, cabe señalar que desde entonces la dimensión social del proyecto ha recuperado su lugar y, en respuesta a los movimientos sociales activos y poderosos, se espera que siga progresando. La nueva urbanización no tiene paralelo en ningún otro país del Sur. Es cierto que hay barrios "chic" y otros que no son nada opulentos, pero no hay barriadas pobres, que en el resto de las ciudades del tercer mundo se han seguido ampliando.
La Unión Sovíética había intentado la desconexión del sistema capitalista global e intentó construir un sistema socialista abarcando Europa del Este, sin éxito. China se desvinculo a su manera, y a partir de 1990 optó por reintegrarse a la globalización, en un principio como exportador de productos baratos, pero más adelante con el propósito de un desarrollo dirigido al fomento de su propia cobertura interna, también con el temor de verse arrastrada por la implosión neoliberal:
Decir, como se oye hasta la saciedad, que el éxito de China se debe atribuir al abandono del maoísmo (cuyo "fracaso" era obvio), a la apertura al exterior y la entrada de capital extranjero es, sencillamente, una idiotez. La construcción maoísta puso en marcha la base sin la cual la apertura no hubiera logrado el éxito que ha logrado. La comparación con la India, que no ha hecho una revolución semejante, lo demuestra. Decir que el éxito de China se debe principalmente (incluso "completamente") a las iniciativas de capital extranjero es igualmente ridículo. El capital multinacional no construyó el sistema industrial de China ni ha logrado la urbanización y la construcción de infraestructuras. El éxito es en el 90% atribuible al proyecto chino soberano. Sin duda, la apertura al capital extranjero ha cumplido funciones útiles: ha incrementado la importación de tecnologías modernas. Pero, debido a sus métodos de asociación, China absorbió estas tecnologías y ahora domina su desarrollo. No existe una situación parecida en ningún otro sitio, ni en la India o Brasil, ni en Tailandia, Malasia, Sudáfrica u otros lugares.

La integración de China en la globalización se ha mantenido, además, parcial y controlada (o al menos controlable, si se quiere decirlo así). China se ha mantenido al margen de la globalización financiera. Su sistema bancario es enteramente nacional y se centra en el mercado de crédito interno del país. La gestión del yuan sigue siendo materia de toma de decisiones soberanas de China. El yuan no está sujeto a los vaivenes de las bolsas flexibles que la globalización financiera impone. Beijing puede decirle a Washington que "el yuan es nuestro dinero y vuestro problema", al igual que Washington dijo a los europeos en 1971, "el dólar es nuestra moneda y vuestro problema." Por otra parte, China mantiene una gran reserva para el despliegue de su sistema público de crédito. La deuda pública es insignificante en comparación con las tasas de endeudamiento (consideradas intolerables) de los Estados Unidos, Europa, Japón, y muchos de los países del Sur. De este modo China puede aumentar la expansión de los gastos públicos sin grave peligro de la inflación.

La atracción de capital extranjero hacia China, de la que se ha beneficiado, no está detrás del éxito de su proyecto. Por el contrario, es el éxito del proyecto lo que ha hecho que la inversión en China sea atractiva para las transnacionales occidentales. Los países del Sur, que abrieron sus puertas mucho más que China y aceptaron sin condiciones la globalización financiera no se han convertido en atractivos en el mismo grado. El capital transnacional no se siente atraído por China para saquear los recursos naturales del país, ni tampoco para deslocalizar y beneficiarse de los bajos salarios de mano de obra, sin ningún tipo de transferencia de tecnología, ni para aprovechar las ventajas de la formación y la integración de las unidades deslocalizadas en un inexistente sistema nacional productivo, como en Marruecos y Túnez, ni siquiera para crear una red financiera y permitir que los bancos imperialistas se hagan con los ahorros nacionales, como sucedió en México, Argentina y el sudeste de Asia. En China, por el contrario, ciertamente las inversiones extranjeras pueden beneficiarse de los bajos salarios y logar buenas ganancias, a condición de que sus planes convengan a China y permitan la transferencia de tecnología. En suma, se trata de ganancias "normales", ¡más si la connivencia con las autoridades chinas lo permite!
China es una potencia emergente precisamente porque no ha seguido la vía de un desarrollo capitalista puro, y precisamente, de seguir ese camino, correría el peligro de fracasar:
La tesis que yo apoyo implica rechazar la idea de que los pueblos no pueden saltarse la secuencia necesaria de etapas y que China debe pasar por un desarrollo capitalista antes de considerar la cuestión de su posible futuro socialista. El debate sobre esta cuestión entre las diferentes corrientes del marxismo histórico nunca se concluyó. Marx se mantuvo indeciso sobre esta cuestión. Sabemos que después de los primeros ataques europeos (las Guerras del Opio), escribió: la próxima vez que envieis vuestros ejércitos a China serán recibidos por una pancarta: "Atención, se encuentran en las fronteras de la República burguesa de China." Esta magnífica intuición muestra la confianza en la capacidad del pueblo chino para responder al desafío, pero al mismo tiempo, es un error porque, de hecho, la pancarta dice: "Se encuentra en las fronteras de la República Popular de China." Sin embargo, sabemos que, en relación a Rusia, Marx no rechazó la idea de saltarse la etapa capitalista (leáse su correspondencia con Vera Zasulich). Hoy en día, podríamos creer que el primer Marx tenía razón y que China ha escogido el camino hacia el desarrollo capitalista.

Pero Mao entendió – mejor incluso que Lenin - que el camino capitalista no conduciría a nada y que la resurrección de China sólo podía ser obra de los comunistas. Los emperadores Qing a finales del siglo XIX, seguidos por Sun Yat Sen y el Guomindang, ya habían planeado una resurrección de China en respuesta al desafío de Occidente. Sin embargo, no imaginaban ninguna otra manera que la del capitalismo y no tenían los medios intelectuales para comprender lo que el capitalismo supone en realidad y por qué este camino se cerró para China, y para todas las periferias del sistema mundial capitalista. Mao, un espíritu marxista independiente, lo entendió. Más que eso, Mao cree que esta batalla no estaba definitivamente ganada por la victoria de 1949, y que el conflicto entre el compromiso con el largo camino hacia el socialismo, la condición para el renacimiento de China, y el volver al redil capitalista ocuparía la totalidad visible del futuro.

Personalmente, siempre he compartido el análisis de Mao y volveré a este tema en algunos de mis pensamientos sobre el papel de la Revolución Taiping (que considero es el origen lejano del maoísmo), la revolución de 1911 en China, y otras revoluciones en el Sur a principios del siglo XX, los debates en el inicio del período de Bandung y el análisis de los callejones sin salida en el que están atrapados los llamados países emergentes del Sur comprometidos con el camino capitalista. Todas estas consideraciones son el corolario de mi tesis central sobre la polarización (es decir, la construcción del contraste centro / periferia) inmanente al desarrollo histórico mundial del capitalismo. Esta polarización elimina la posibilidad de que un país de la periferia pueda "ponerse al día" en el contexto del capitalismo. Debemos sacar la conclusión: si "alcanzar" a los países opulentos es imposible, se debe hacer algo más: se llama seguir el camino socialista.

China no ha seguido un camino particular sólo desde 1980, sino desde 1950, aunque este camino ha pasado a través de fases que son diferentes en muchos aspectos. China ha desarrollado un proyecto coherente y soberano que es apropiado para sus propias necesidades. Ese proyecto ciertamente no es el capitalismo, cuya lógica exige que las tierras agrícolas se traten como una mercancía. Este proyecto sigue siendo soberano en la medida en que China se queda fuera de la globalización económica contemporánea.
 Y como todo proceso, este también es contingente:
El hecho de que el proyecto chino no sea capitalista, no significa que "sea" socialista, sólo hace que sea posible avanzar en el largo camino hacia el socialismo. No obstante, también sigue amenazado con una deriva que se salga de ese camino y termine con un retorno puro y simple al capitalismo.
La encrucijada china no es de ahor. Acompaña al proceso desde 1950. Tanto en la sociedad como en el partido siempre se han enfrentado fuerzas de derecha y de izquierda:
El conflicto perpetuo entre la derecha y la izquierda en China siempre se ha reflejado en las sucesivas líneas políticas implementadas por el liderazgo del Estado y del partido. En la era maoísta, la línea de izquierdas no prevaleció sin luchar. Constatando el progreso de las ideas de derecha dentro del partido y de su dirección, un poco siguiendo el modelo soviético, Mao desencadenó la Revolución Cultural para combatirlo. "Bombardear el cuartel genearl", es decir, la dirección del Partido, donde se estaba formando la "nueva burguesía". Sin embargo, mientras la Revolución Cultural de Mao cumplió con las expectativas durante los dos primeros años de su existencia, posteriormente derivó en la anarquía, vinculada a la pérdida de control por parte de Mao y la izquierda en el partido sobre la secuencia de los acontecimientos. Esta desviación llevó al Estado y el partido a tomar las cosas en sus manos de nuevo, lo que dio a la derecha su oportunidad. Desde entonces, la derecha ha mantenido una parte importante de todos los órganos de dirección. Sin embargo, la izquierda está presente en el terreno, lo que restringe a la dirección suprema a compromisos de "centro”, de centro derecha o de centro izquierda?
La prosperidad de una nueva clase media urbana, que cree en la posibilidad de un alcanzar el modo de vida de los países opulentos se une al rechazo que general la enseñanza oficial falta de imaginación y tediosa del marxismo. Todo ello contribuye a reducir el espacio para los debates críticos radicales. Junto a ello, sin embargo, hay que señalar que:
El gobierno de China no es insensible a la cuestión social, no sólo por la tradición de un discurso basado en el marxismo, sino también por el pueblo chino, que aprendió a luchar y sigue haciéndolo, hasta doblar la mano del gobierno. Si en la década de 1990, esta dimensión social había disminuido ante las prioridades inmediatas de acelerar el crecimiento, en la actualidad la tendencia se invierte. En el mismo momento en que las conquistas socialdemócratas de la seguridad social se están erosionando en el Occidente opulento, la pobre China está llevando a cabo la ampliación de la seguridad social en tres dimensiones: salud, vivienda y pensiones. La política de vivienda popular de China, vilipendiada por la derecha y la izquierda europeas, sería envidiada, no sólo en la India o Brasil, ¡sino también en los barrios periféricos de París, Londres o Chicago!
La seguridad social y el sistema de pensiones ya cubren al 50% de la población urbana (¡que ha aumentado, recordemos, entre 200 y 600 millones de habitantes!) y el Plan (que sigue aplicándose en China) prevé el aumento de la población con cobertura al 85% en el próximo año. Dejemos que los periodistas de los “ataques a China” nos den ejemplos comparables en los "países que se embarcaron en la vía democrática", que continuamente alaban. Sin embargo, el debate sigue abierto acerca de los métodos para aplicar el sistema. La izquierda aboga por el sistema francés de distribución basado en el principio de solidaridad entre los trabajadores y las diferentes generaciones - que prepara el socialismo por venir- mientras que la derecha, obviamente, prefiere el odioso sistema de EE.UU. de fondos de pensiones, que divide a los trabajadores y transfiere los riesgo del capital al trabajo.
Y termina este importante artículo con una reflexión sobre lo que realmente significa e importa la democracia:
Sin embargo, la adquisición de las prestaciones sociales es insuficiente si no se combina con la democratización de la gestión política de la sociedad, con su repolitización por métodos que fortalezcan la invención creativa de formas para el futuro socialista/comunista.
Seguir los principios de un sistema electoral pluripartidista como es abogado ad nauseam por los medios de comunicación occidentales y los profesionales de los ataques a China, y defendido por "disidentes" que se presentan como auténticos "demócratas" no cumple con el desafío. Al contrario, la aplicación de estos principios sólo podría producir en China, ya que todas las experiencias del mundo contemporáneo lo demuestran (en Rusia, Europa del Este, el mundo árabe), la autodestrucción del proyecto de emergencia social y renacimiento, que es, de hecho, el objetivo real de la defensa de estos principios, enmascarada por una retórica vacía ("no hay otra solución que las elecciones multipartidistas"). Sin embargo para contrarrestar esta mala solución no es suficiente el retorno a la posición rígida de defender el privilegio del partido, en sí esclerotizado y transformado en una institución dedicada a la contratación de funcionarios para la administración del Estado. Algo nuevo debe inventarse.
Los objetivos de re-politización y la creación de condiciones favorables a la invención de nuevas respuestas no se pueden obtener a través de campañas de "propaganda". Sólo pueden ser promovidas a través de las luchas sociales, políticas e ideológicas. Esto implica el reconocimiento previo de la legitimidad de las luchas y de la legislación sobre la base de los derechos colectivos de organización, expresión, y proponer iniciativas legislativas. Esto implica, a su vez, que el propio partido esté involucrado en estas luchas, es decir, reinventar la fórmula maoísta de la línea de masas. La re-politización no tiene sentido si no se combina con los procedimientos que fomenten la conquista gradual de la responsabilidad de los trabajadores en la gestión de su sociedad a todos los niveles: de empresa, local y nacional. Un programa de este tipo no excluye el reconocimiento de los derechos individuales. Por el contrario, supone su institucionalización. Su aplicación permitiría reinventar nuevas formas de utilizar las elecciones para elegir a los dirigentes.

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