viernes, 14 de junio de 2013

“O Alemania se va del euro o los países del Sur tendrán que salirse”



En esta entrevista, con Alfonso Alba, Julio Anguita entra de lleno en la polémica sobre la permanencia en el euro. No es el único, ni el primero. El asunto es serio y de difícil decisión. Lo más preocupante es que la incertidumbre hace difícil por ahora mantener una postura común. Frente a la agilidad de "los mercados", cualquier movimiento puede desatar procesos especulativos de consecuencias difícilmente previsibles.

Syriza, en su campaña electoral, no se atrevió a proponer la salida del euro. El dirigente del portugués Bloco de Esquerda, Francisco Louçã, ve graves riesgos en una salida precipitada, según recoge en un artículo (reproducido aquí: I, II, III) aparecido en la revista europea de pensamiento crítico y diálogo político transform!

Precisamente el próximo sábado 15 de junio (¡caramba, si es mañana mismo!), el Bloco de Esquerda organiza en Lisboa, bajo el título "percibir el euro", una jornada de debate sobre Portugal y el Euro. Y el sábado siguiente, día 22, Izquierda Unida realizará su conferencia sobre Europa, en cumplimiento de un mandato de la última Asamblea Federal. Este es uno de los temas a decidir. Como se ve, el asunto es candente.

Hace poco me adherí a una iniciativa por la recuperación de la soberanía económica, monetaria y ciudadana. Proponía la salida del euro. El propio Anguita y varios economistas de la izquierda figuraban entre los firmantes. Otros economistas, sin embargo, temen más a las consecuencias negativas que, al menos en lo inmediato, son evidentes.

Pero también la permanencia indefinida es la prolongación indefinida de la crisis. Y atados de pies y manos al llamado Banco Central Europeo. Que además, luego de exprimido el limón, puede decidir expulsarnos sin contemplaciones.

A mi modo de ver, en el euro no se debe permanecer con la configuración actual. Lo que hay que considerar es el modo de escapar de esta trampa con el menor daño posible.

Encontré en Rebelión este artículo de Frédéric Lordon, originalmente publicado por Le Monde Diplomatique, con una propuesta de moneda común, que el autor diferencia de la moneda única tal como está configurada:

La esencia de la propuesta:
Entre la moneda única y el SME renovado: lo mejor de dos mundos

Entre la imposible moneda única y las monedas nacionales en el marco del SME, la moneda común restablece la posibilidad del ajuste de cambios –excluido por la construcción de la moneda única– evitando la inestabilidad de un sistema de monedas nacionales independientes. Pero no sin importar en qué contexto. Efectivamente la moneda común no producirá beneficios sino dentro de cierta arquitectura: que establezca una moneda europea (el euro) pero manteniendo las monedas nacionales, es decir, los E-Fr, los E-Lira y hasta podría imaginarse los E-DM

Las denominaciones nacionales se expresen en cierta paridad fija con relación al euro que también sería convertible en los mercados de divisas externas, de modo que las denominaciones nacionales encontrarían su paridad externa a través del euro. La estrategia sería entonces la siguiente:
  • Las denominaciones nacionales son convertibles entre sí pero únicamente en la ventanilla del Banco Central Europeo (Por intermedio por supuesto de los bancos privados o de oficinas autorizadas, pero que no harían más que transmitir las órdenes al BCE y les estaría prohibido realizar transacciones unos con otros), que funcionaría como una especie de oficina de cambios. De modo que estaría prohibida la conversión directa entre agentes privados y no existirían mercados de cambio intereuropeos.
  • Las paridades fijas de las denominaciones nacionales con respecto al euro (y por consiguiente las tasas de cambio de las denominaciones nacionales entre sí) podrán reajustarse pero siguiendo procesos políticos, absolutamente ajenos a las influencias (desestabilizadoras) de los mercados de cambio ya que estos se habrían eliminado del interior de la zona.
Se trata de disposiciones complementarias que extraen lo mejor de ambos mundos. La moneda común tiene la misma funcionalidad que la moneda única instalando una pantalla entre el interior y el exterior de la zona, protegiendo en tal caso las denominaciones nacionales de los mercados internacionales de cambios (extraeuropeos). La convertibilidad de «ventanilla» (en el BCE y con tasa fija) de las denominaciones nacionales se agrega a la supresión de los mercados de cambios intraeuropeos, de donde resulta un efecto de estabilización monetaria interna equivalente al que genera la moneda única. Pero la gran diferencia que se establece con la moneda única es que el sistema moneda común/denominaciones nacionales ofrece la posibilidad del reajuste de cambios intraeuropeos mediante una construcción excluida en el euro actual… y esto a diferencia de un SME renovado en un entorno monetario interno totalmente estabilizado. La plaga (una de las plagas) de la moneda única reside en la imposibilidad constitutiva de devaluar/evaluar. La plaga del SME en la dificultad de mantener cambios fijos y/o ajustar las tasas-pivote sobre las fuerzas especulativas desestabilizadoras de los mercados de cambio. La moneda común previene una y otra. 
Y estudia después el modo de hacer esto minimizando movimientos indeseables:
Devaluar en calma 

Tiene por lo tanto como virtud principal restaurar la posibilidad de reajustar tranquilamente los cambios intraeuropeos, posibilidad que al haberse hallado excluida con la moneda única ha precipitado en la desgracia a las economías del sur europeo. El proyecto de moneda única partió de la errónea premisa de que el euro iba a operar en sí mismo como factor de convergencia económica y estructural -por algún mecanismo o tal vez mediante un milagro, nunca se estableció- en el que simplemente había que creer. Y lo que se produjo fue exactamente lo inverso, los efectos de la polarización espacial (especialmente sectorial) que acompañaron generalmente al proceso de integración regional, más que «igualarlo» profundizaron la división intrarregional del trabajo. De modo que las diferencias de productividad y de costos no dejaron de establecer brechas en las economías de la zona… sin que en ningún momento se pudieran equilibrar mediante ajustes de cambios como sucedía en el pasado. No dejando más que una sola posibilidad de ajuste «real» –mediante la reducción de salarios y el crecimiento del desempleo– delicadamente bautizada como «devaluación interna»

Sin duda no se deben exagerar los poderes de la devaluación (externa) de la que ninguno de sus partidarios ha dicho nunca que podía resolverlo todo. Pero tampoco minimizarlos. El ajuste de cambios es el mínimo grado de libertad indispensable faltando importantes transferencias presupuestarias y movilidad de la fuerza de trabajo, para acomodar las divergencias que genera sin cesar la integración regional y cuya ausencia ha mostrado sus consecuencias bien a las claras en Grecia, Portugal, España, Italia… y podría ser bien pronto en Francia. La moneda común no tiene en consecuencia la sola virtud de restaurar esa indispensable posibilidad, sino sobre todo la de restaurar excelentes condiciones de estabilidad. Porque la eliminación de los mercados de cambio intrazona deja el proceso de reajustes a la deliberación política europea. Del mismo modo, como las paridades iniciales entre las denominaciones nacionales se fijan a partir de un acuerdo político (del mismo modo que se hicieron cuando se entró en el euro), también deben ser revisadas por mecanismos políticos. Ninguna tempestad especulativa perturba la operación ni la somete a las intensas presiones que suelen generar los fines de semana de urgencia intergubernamentales. 

Sin duda tampoco es cuestión de decir que no pasa nada en el régimen de moneda común cuando se aproxima un ajuste de paridades. Porque es bien sabido que este tipo de operaciones se presta al juego de las anticipaciones, de modo que traen al presente inmediato un acontecimiento futuro cuya ocurrencia puede considerarse bastante probable y le hacen provocar sus efectos anticipadamente. Como sucede en cualquier sistema de cambios, los agentes económicos no residentes querrán huir de la moneda cuya devaluación se anticipa para que sus activos (por ejemplo E-Fr) no pierdan su valor expresado en moneda nacional (por ejemplo E-DM) Esos agentes no podrán sin embargo recurrir a otra solución que la «ventanilla», es decir al BCE que convertirá sus E-Fr en E-DM a la tasa fija en vigor y a ninguna otra mientras que la tasa Fr.DM comenzaría a hundirse en un sistema del tipo SME en que el gobierno francés argumentando por una parte que debe negar cualquier devaluación e intentando mantener por otra un tipo de cambio pivote mediante golpes de aumento de la tasa de interés, en detrimento de la economía real… hasta el momento en que el pivote ceda arrastrado por las fuerzas de la especulación.
Lo que ocurre es que esto requiere decisiones políticas en el seno de gobiernos encadenados al poder económico. Sin un vuelco político en un número suficiente de países, la "solución tranquila" no es posible. En ese caso, puede llegar a ser necesaria la solución incierta.

Hace tiempo vi un reportaje significativo, cuya imagen me viene a la memoria siempre en estas materias en que la coyuntura es importante. Lo he buscado en internet, sin resultado hasta ahora.

Las dramáticas escenas mostraban el amarre de un dirigible. Un equipo de personas en tierra asían cabos para asegurar su retención. De repente, un golpe de viento elevaba el globo. De los encargados de la operación, algunos soltaban inmediatamente la cuerda. Otros se mantenían algún tiempo, pero conscientes del peligro se desasían desde una altura que les permitía una caída relativamente benigna. Los que no lo hicieron a tiempo murieron sin remedio.

Soltarse a tiempo, pero mejor coordinadamente que en orden disperso. Por eso es imprescindible una política coordinada en toda Europa o la mayor parte de ella. Por encima de aparentes ventajas coyunturales que sólo pueden atizar nacionalismos indeseables. Recordemos que el nacionalsocialismo aparentaba ser ser un socialismo nacional.

Vuelvo a la entrevista de Julio Anguita. Nos canta las verdades del barquero, en un momento en que más que nada se presta atención a las mentiras del banquero. Sus elementales razonamientos no son de ahora. Bueno es recordar la tira de años que hace de la oposición "insensata" al tratado de Maastrich, mantenida en solitario entonces por Izquierda Unida. Y, recordémoslo, ni siquiera con unanimidad interna...

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