1. La voz de Larry Derfner :
Los soldados de servicio no rompen el silencio. Cuando son jóvenes, tienen por lo general demasiado lavado el cerebro para darse cuenta de que incluso están haciendo algo malo a los palestinos que están bajo su control. Es sólo cuando se hacen mayores y están fuera de ese entorno que sostiene el ejército como un culto, cuando probablemente son capaces de enfrentarse a la verdad acerca de las cosas que vieron e hicieron, y encontrar el valor para hacerla pública. Cuando Hendel, los voceros del ejército y otros tratan de socavar el testimonio de estos soldados diciendo que deberían haber informado al ejército en "tiempo real", están tratando de callarlos ahora como el ejército lo hizo entonces. Los defensores de la ocupación pretenden no saber esto, pero su pretensión es transparente.
2. La voz de Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
Muchos soldados tienen más miedo a sus superiores que a sus adversarios en el campo de batalla. A los superiores se les teme y se les adula. Los soldados prefieren morir y ser héroes que enfrentarse a sus superiores. Matar destruye al que muere y al que mata, cada muerte derrota dos mundos, trastorna la mente del asesino, pero eso no le importa al superior que según su deseo expone la vida del soldado, la cambia por medallas, por ascensos, por recompensas. La vida del soldado está bajo plena disposición del superior, las ordenes hay que cumplirlas, hay que matar o morir por una orden, unos se aferran a un escapulario, una virgen, un santo, para cumplir la tarea de matar, afuera un superior calificará su actuación. Matar al enemigo fue convertido en un derecho del soldado y en una obligación del estado. El superior es el administrador de ese absurdo derecho, él puede convertir al soldado otra vez en nadie, en basura y a la vida del enemigo simplemente en nada.
3. La mía:
Inmersos como estamos en estructuras que superan nuestra capacidad para enfrentarlas, nos adaptamos mejor o peor a la situación en que cada uno (sobre)vive. La del soldado de reemplazo es más forzada que la del trabajador de fábrica, y ésta es más forzada que la del broker.
Todos formamos parte de una maquinaria que se nos impone. Somos lo que llama Lewis Mumford "hombres de la organización". Calculamos y decidimos (¿libremente?) someternos. Nunca totalmente, nunca sin conflicto interno, mayor o menor.
El cálculo implica valorar qué se recibe y qué se da, qué se gana y qué se pierde.
Naturalmente, no es lo mismo ser el verdugo que el médico. Algunos eligen lo peor con entero conocimiento y amplia libertad, por un simple cálculo egoísta. Sin excluir al imbécil moral, el psicópata, caso extremo, muchos acaban adaptándose a situaciones que fuera del contexto les parecerían repugnantes.
La ideología es un gran conformador de las conductas. Nos conforma y acabamos conformados y conformes. El medio nos va llevando a donde no pensábamos llegar. El "sentido común" acaba constituyendo la esencia del "Yo".
Pero en medio de las contradicciones, la misma sociedad que crea al monstruo crea también el ideal virtuoso. La confrontación del "Yo" con el "Ideal del Yo". es inevitable, porque no somos lo que admiramos. A algunos sujetos la ideología les hace ver las atrocidades como mal menor, y aún como justas y aún nobles. En estos casos la persona sufre menos.
Pero el que llega a ser consciente de las verdaderas razones de lo que se ve forzado a hacer, razones que no comparte, y se somete por miedo o por necesidad, quiera o no, se siente culpable.
No importa tanto que la situación ponga en peligro la propia vida, sea por violencia o por inanición. El que delata bajo tortura se siente culpable, como el soldado que elige avanzar de modo suicida bajo la pistola del oficial encargado (otro "hombre de organización") de matar de un tiro al desertor o al simple rezagado.
De todos modos, el "ideal del yo" es complejo, y ese mismo soldado no obedece sólo por miedo. Tiene una escala de valores, con conceptos tan abstractos como la autoestima, la valentía, el honor o el amor a la patria o a la idea.
Pero el que actúa realmente forzado, el que contradice sus valores, es como el parado que se siente responsable de su inactividad: vuelca sobre sí mismo la culpa.
Y en la mayoría de los casos esto es funcional al sistema.
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