La característica que mejor define a nuestra civilización capitalista es, desde hace mucho tiempo, la aceleración progresiva de sus cambios de todo tipo. Aunque la idea de progreso indefinido es anterior, no fue fácil ver su carácter acelerado. Imperceptible al principio, entra en la conciencia a partir de los siglos xvi y xvii, se hace evidente en el xviii y en el xix se lo celebra con euforia.
Este sesgo desarrollista es consustancial a este modo de producción, porque la lógica del beneficio es la lógica de la acumulación sin límite. El destino de cualquier capital es crecer: en el circuito de la producción de mercancías lo hace apoderándose de trabajo vivo; en el de la circulación, mediante la desigualdad en los intercambios.
"El cielo es el límite" |
Las crisis cíclicas destruyen periódicamente ingentes cantidades de mercancías y ocasionan depresiones y paradas en el proceso de acumulación, pero, hasta hoy, el capital siempre ha renacido de sus cenizas en una continua reproducción ampliada. Hasta hoy.
Lo que crece es trabajo muerto, acumulado en forma de capital, de mercancías. Y no se trata sólo de trabajo humano: también es trabajo de la naturaleza, suministrado en forma de energía y de materias primas.
Pero sólo hasta un límite facilita la naturaleza materiales renovables para este crecimiento. En algún momento los elementos no renovables disponibles se agotarán para siempre. Pero los renovables se agotan también, porque no pueden producirse de forma indefinida a un ritmo siempre creciente. Es más que evidente el caso de la energía fósil, que procede del sol, y se ha ido acumulando lentamente a lo largo de cientos de millones de años, para ser consumida a velocidad un millón de veces mayor.
Y no sólo se agotan los materiales y la capacidad para ponerlos a trabajar. Con un crecimiento ilimitado, la propia naturaleza en su conjunto se degradaría hasta su destrucción absoluta, anegada en un mar de residuos. Los equilibrios delicados que han evolucionado durante millones de años pueden quedar destrozados en unas pocas décadas.
Sin crecimiento continuado de las fuerzas productivas (productivo-destructivas, más bien, para considerar el otro platillo de la balanza de este proceso) lo que se viene de hecho abajo es el capitalismo, un sistema basado exclusivamente en la posibilidad de acumular.
Sorprende a primera vista la resistencia colectiva a admitir esta realidad. Parece como si soslayarla nos protegiera de sus efectos. Quienes se empeñan en señalarla se hacen merecedores del calificativo de aguafiestas.
Sin embargo, es poco creíble que quienes de verdad dominan el planeta y sus estrategas (instalados en los llamados "tanques del pensamiento", los poderes de las finanzas y los gobiernos en la sombra que están sin duda detrás de de los gobiernos a la luz del día) no estén continuamente elaborando planes para adaptar los escenarios de futuro previsibles a sus propios intereses.
Y su poder de manipulación es muy grande. Sin que podamos evitarlo, deciden, a través de sus medios de comunicación, los temas que preocupan a la opinión publica (se les llama creadores de opinión); marcan su agenda a los partidos políticos, y conforman en gran medida el pensamiento de todos nosotros.
Lo que no aparece en los medios, no existe. Y los medios van reconociendo las verdades solamente en la medida en que el sistema puede digerirlas.
Así, el efecto de destrucción de la capa de ozono fue ampliamente reconocido, y se le comenzó a poner remedio, sólo cuando hubo refrigerantes alternativos, rentables para las empresas que los producían.
De igual modo, el calentamiento global ha pasado a ser un problema cuando el sistema comienza a confiar en los biocombustibles, que suponen nuevas oportunidades de negocio, a pesar de entrar en funesta competencia con la producción de alimentos y con la conservación de lo poco que va quedando de biodiversidad y de naturaleza virgen.
Pero poco se habla de la crisis energética global que se avecina, y se resuelve mágicamente hablando de energías renovables (eólica, solar, mareomotriz...), sin aclarar la imposibilidad de reponerlas a la velocidad voraz del consumo actual, habida cuenta de que todas proceden en definitiva de la solar, que se produce (recuérdese) un millón de veces más lentamente de lo que se consume.
Así escamoteada la realidad, no cabe duda de que los planes reales de los dueños del capital pasan por la exclusión de la gran mayoría de la humanidad, incluyendo en su momento la destrucción física de los sobrantes no utilizables.
Pensemos ahora que en algún momento nosotros mismos, la mayoría de nosotros, y no solo las poblaciones del tercer mundo, podemos estar en la lista de excluibles. Y no falta tanto para una crisis de escala planetaria, porque a muy corto plazo la producción de energía va a quedar definitivamente por debajo de la demanda (que, como era de esperar, no se plantean que deje de crecer).
Pensemos también que la mayoría de nosotros, aún los relativamente acomodados, no dejamos de ser asalariados, y que aún el que posea una o dos viviendas, un coche o dos, algún dinero ahorrado en un fondo de inversión u otras pequeñas migajas del capitalismo popular, no podrá vivir durante mucho tiempo de ese "capital" si pierde su empleo definitivamente. Tal vez dejemos de sentirnos parte de ese mundo del capital, tan frágil en definitiva, y que nos lleva indefectiblemente a la ruina, a escala planetaria.
¿Decrecer?
Se plantea entonces la necesidad de reducir el consumo de energía y materiales para adaptarnos a la disponibilidad decreciente. Es cierto que puede aumentarse la eficiencia, con nuevas técnicas, nuevos materiales; pero la experiencia es que muchas veces la eficiencia, en lugar de reducir el consumo, ayuda a dispararlo, al aumentar la esperanza de poder salir de la situación de agobio. La fe tecnológica es más un factor negativo que positivo a la hora de resolver de verdad el problema.
Una característica del capitalismo es que polariza las sociedades, creando un polo de abundancia frente a otro de miseria. En las fases de crecimiento este efecto se puede disimular tras un cierto reparto de la riqueza sobrante. En las crisis, contrariamente, el capital busca su salvación empeorando las condiciones de trabajo y exigiendo mayor productividad a menos gente y a cambio de salarios menores.
Por esa enorme desigualdad de partida no se debe hablar de decrecimiento de modo abstracto y generalizado, porque hay sociedades y capas sociales que en todo caso aún deberán crecer para salir de condiciones infrahumanas.
Entonces nos encontramos con que las condiciones de la producción de bienes y servicios no pueden dejarse al arbitrio de las necesidades de salvación del capital a través de los mecanismos del mercado, que nos son presentados como imparciales y no manipulados, pero lo cierto es que el mercado ideal transparente de libre concurrencia que imaginan los economistas es casi inexistente.
Han de pasar a primer plano procesos de definición democrática de lo que hay que producir, para adecuarse a las verdaderas necesidades, en lugar de una producción encaminada al lucro. Y esto obliga a establecer prioridades que no tienen por qué ser precisamente las que produzcan más beneficio monetario.
Planificación de la producción
En definitiva, se trata de planificar. Hay que tener en cuenta que esos poderes que nos han impuesto el neoliberalismo también planifican, pero con fines diferentes de los nuestros.
La planificación democrática ha de empezar por reducir el consumo de energía. En el transporte, en primer lugar, pero también en la construcción, en la industria, en la agricultura. Pero sin dejar de producir lo indispensable. Alimentación, salud, vivienda, educación, para todos, son prioridades absolutas.
Esta economía global nos trae productos agrícolas del otro extremo del mundo, porque el transporte es aún barato, y productos manufacturados en países pobres porque la sobreexplotación que sufren sus trabajadores compensa todavía de sobra ese precio bajo del transporte. Pero en un escenario ya cercano habrá que reducir tanto el consumo como la distancia recorrida por los productos. Las regiones habrán de ser más y más autosuficientes, contando con sus propios recursos.
Ordenación del territorio
Prepararse para el futuro exige hacer en cada lugar un inventario de los recursos cercanos, más acá de la coyuntura mercantil, que es racional a cortísimo plazo, pero por completo irracional en el medio y largo. Recursos de la naturaleza en primer lugar, colaborando con ella más que explotándola (a la naturaleza se la domina sólo si se le obedece). Desde esta óptica hay que considerar la disponibilidad de la riqueza mineral, agrícola, ganadera y forestal y la disponibilidad de energías renovables.
Los asentamientos humanos y los lugares donde se trabaja deben acercarse. La trashumancia diaria de los llamados commuters es un disparate de ineficiencia, tanto energética y medioambiental como de uso racional del tiempo perdido en los desplazamientos. Y está en gran medida determinada por la propiedad de la vivienda en propiedad, que fija a los trabajadores sobre el terreno, más aún cuando la inestabilidad en el empleo no permite asegurar un cambio de residencia más o menos permanente.
En cuanto a las comunicaciones, su mejora se plantea solamente para satisfacer la demanda creciente de transporte, tanto en volumen como en rapidez. No hay más que ver el Plan Nacional de Infraestructuras, que de realizarse nos colocaría a la cabeza del mundo mundial en autopistas y trenes de alta velocidad.
Lo que procedería es remediar ante todo las carencias más acuciantes, las vías más abandonadas, y equilibrar unas redes que en vez de comunicar las zonas abandonadas ayudan a dejarlas vacías.
El desarrollo turístico es una supuesta fuente de riqueza, quimera con los pies de barro. Porque depende mucho de dos circunstancias problemáticas, que son el transporte barato que lo hace posible y la bonanza económica que lo ha hecho masivo. Su corolario es otra adaptación a la coyuntura, con una explosión constructora sin precedentes, destinada más a los que menos necesitan de vivienda. Tras la crisis de las hipotecas y el probable final del proceso de alicatado del país, veremos a donde ha conducido creer que desarrollo es simple crecimiento físico, y sobre todo contable.
Enunciaremos algunos puntos a tener en cuenta al elaborar propuestas concretas que armonicen la satisfacción de los deseos, aspiraciones y necesidades de las personas con la posibilidad y conveniencia real de satisfacerlas, teniendo en cuenta que siempre el conocimiento de la realidad es previo al establecimiento de cualquier objetivo.
Dos ejes vertebran estas propuestas: por una parte, la necesidad de contener el crecimiento desbocado e imposible, sin dejar de satisfacer lo esencial. Por otra, la confianza en lograrlo a través de la iniciativa pública, participativa, alejada del interés privado de lucro pero también del burocratismo, que contraponga un ético "lo de todos es también mío" al interesado y miope "lo de todos no es de nadie".
Comunicaciones
- Revisión de las necesidades de infraestructuras, considerando que el aumento de la oferta no siempre se limita a satisfacer la demanda, sino que a menudo la dispara por un efecto de rebote (paradoja de Jevons).
- Adecuación de estas infraestructuras a previsiones estratégicas encaminadas a un nuevo equilibrio territorial, en las condiciones, previsibles, de adaptación a una de crisis de decrecimiento.
- Moratoria en la construcción de nuevas autovías y autopistas, salvo situaciones de necesidad muy concreta.
- Paralización de la construcción de nuevas líneas ferroviarias de alta velocidad.
- Atención a las líneas férreas de alta capacidad y buena velocidad, modernizando la red en su conjunto, extendiéndola donde sea racionalmente necesario, frente a la política de cancelación de líneas de los últimos tiempos.
- Estrategias para la disminución del transporte por carretera, consecuente con el acusado déficit de nuestro país en combustibles fósiles.
- Atención al transporte público, creando un sistema general de interconexiones que reduzca la necesidad de usar el vehículo privado.
- Revisión de las concesiones a las empresas de transporte, exigiendo condiciones precisas en la prestación de sus servicios, y eliminando aquellas cláusulas que impidan en la práctica cancelarlas en el caso de no cumplirse estrictamente las condiciones en que fueran concedidas.
- Planeamiento que prime a la ciudad compacta frente a la difusa, estableciendo límites, tanto máximo como mínimo, a las densidades de edificación. En suelo residencial no deberían permitirse edificabilidades menores de 0,5 m2/m2.
- La acción urbanizadora pública debe ser preferente, y subsidiaria la privada.
- Iniciativa pública para las transformaciones urbanísticas, pero con posibilidad de intervención de los propietarios del suelo. Los agentes privados no vinculados a la propiedad podrían actuar sólo en caso de incumplimiento.
- Fijar en un 30% la edificabilidad sujeta a protección pública, señalando a estas viviendas un precio máximo de venta o alquiler.
- Asignación prioritaria de las reservas de suelo público residencial a programas de vivienda pública.
- Identificación del suelo rural como un valor en sí.
- Cesión mínima obligatoria a la administración de un 10% del aprovechamiento, sin fijar máximo.
- Impedir la aprobación de instrumentos de ordenación territorial y urbanística sin garantizar su sostenibilidad ambiental y económica.
- Evitar la monetarización de las cesiones obligatorias.
- Garantizar en las actuaciones el realojo de los ocupantes y la indemnización por traslado de actividad.
- Fijar como preferente el régimen de alquiler en las actuaciones de vivienda sobre patrimonios públicos de suelo.
- Prohibición por 20 años para actuar en terrenos de nueva urbanización declarados ilegales.
- Las Comunidades Autónomas sustituirán a los ayuntamientos si éstos incumplen los objetivos de la ley.
Aprovechamiento de lo existente, frente a nueva construcción
- Prioridad de las actuaciones de rehabilitación frente a las de nueva construcción, salvo casos muy justificados. Antes de continuar la expansión de la ciudad debe recuperarse y mejorarse la ciudad consolidada.
- En zonas con necesidad urgente de viviendas deben gravarse fuertemente las viviendas vacías.
Políticas de ayuda pública a la vivienda
- Aumentar el gasto público estatal en vivienda, muy inferior a la media europea, y reorientarlo desde el indirecto dirigido a la promoción y compra (beneficios fiscales) hacia el gasto directo y políticas activas.
- Reorientar el apoyo a la promoción y compra hacia la promoción del alquiler asequible.
- Abandono progresivo del modelo de vivienda protegida en propiedad.
- Las ayudas deben vincularse a las personas, siguiendo criterios de renta y patrimonio, y no a los inmuebles con independencia de las circunstancias socioeconómicas del beneficiario.
Condiciones de diseño de la ciudad
- El crecimiento urbano debe conformarse en torno a corredores susceptibles de ser servidos por líneas de transporte público de alta capacidad.
- La consideración de itinerarios y paradas de los distintos medios del transporte público (ferrocarriles, metro, tranvías, autobuses) debe integrarse en el proceso de decisión del modelo urbano desde el primer momento.
- Empleos y viviendas deben concentrarse en torno a las estaciones de transporte público, con densidades medias y altas, que pueden disminuir al alejarse de ellas.
- Comercio, servicios y espacios públicos de calidad deben acercarse a dichas estaciones, y en general todas las actividades generadoras de viajes.
- Hacia ellas debe polarizarse la trama urbana, y en especial la peatonal y la ciclista.
- El planeamiento debe considerar a la bicicleta como un medio de transporte de gran eficiencia potencial, con la misma atención que se dedica a otras formas de desplazarse.
- Se diseñarán infraestructuras específicas que garanticen la seguridad de los ciclistas y ofrezcan condiciones confortables de utilización, conformando redes que cubran los grandes itinerarios de movimiento del entorno metropolitano.
- Conexión intermodal en los puntos estratégicos del transporte público, con estacionamientos seguros y suficientes para bicicletas y automóviles.
- Debe tenerse en cuenta el desplazamiento a pie como un medio de transporte urbano, masivo y económico, al mismo nivel que el resto de los sistemas de transporte.
- Focos potencialmente generadores de desplazamientos deben situarse a distancias razonables de las zonas de demanda, y comunicarse con ellas mediante itinerarios para peatones.
- La red de itinerarios peatonales principales que conecte las zonas urbanas entre sí no tiene por qué coincidir con la red viaria rodada, sino que debe buscar la optimización funcional, de seguridad y confort, de esos desplazamientos.
- En los lugares de coincidencia de ambas redes se tomarán medidas de templado del tráfico que reduzcan la circulación automóvil a intensidades y velocidades compatibles con el uso peatonal seguro.
- Debe desincentivarse aparcar en centros urbanos y otras zonas congestionadas, mediante una severa limitación del número de plazas de aparcamiento de larga duración, porque cada una de ellas supone que un automóvil más acceda cada día a estos lugares.
Autocontención
Lo que podemos concluir puede contradecir en apariencia el detallado programa de actuación que acabamos de bosquejar.
Observaba Antonio Gramsci que lo que hace utópica (en el sentido peyorativo del término, esto es, un sueño irrealizable) la aspiración al ideal, no es la afirmación del principio moral (igualitario) que conlleva esta aspiración, sino el detalle sobre lo que debe ser la sociedad del futuro.
El defecto de las utopías consiste en creer que la previsión puede serlo de hechos concretos, siendo lo razonable pensar que, en cuestiones sociopolíticas, la anticipación sólo puede serlo de principios o de máximas jurídicas, que son moral en acto, creación de la voluntad humana.
Para dar a esa voluntad colectiva una dirección determinada, hay que proponerse como meta lo único que razonablemente puede serlo; en otro caso se cae en el detallismo, y el exceso de detalle anticipado sobre la organización del futuro puede entusiasmar en principio, pero luego hace decaer la voluntad individual y colectiva, y el entusiasmo inicial decae en mera ilusión, o en desilusión escéptica.
Las personas que se consideran realistas tienden a pensar que las aspiraciones a otro orden social son tanto más utópicas cuanto más genéricas y de principios, porque así se dejan muchos cabos sueltos en la concreción de la sociedad futura.
La aspiración a "otro mundo posible" no puede consistir en un programa detallado para el futuro, aunque parezca razonable que si no se perfila con cierto detalle cómo deben ser la ciudad y la sociedad por venir será difícil mover a nadie para cambiar las actuales. ¿Y hasta dónde se puede anticipar un orden nuevo, cuando se ha llegado a la conclusión de que son utópicos, tanto los intentos de basarlo en máximas jurídicas en forma de vagas tendencias esenciales, como los de prefigurar en detalle lo que será una sociedad futura?
Podemos hacerlo por la vía negativa. No diciendo: "la futura sociedad será así y así", sino diciendo más bien: "la futura sociedad no podrá ser así y así". Ni podrá rebasar las capacidades humanas, ni deberá contradecir los principios jurídico-morales que nos proponemos respetar. Como Maquiavelo, debemos aspirar a "conocer los caminos que conducen al infierno para evitarlos".
Los caminos del infierno son en nuestra época los del desarrollismo a ultranza, el crecimiento ilimitado del capital a costa de nuestro futuro más inmediato. Hay que parar el tren de los hermanos Marx, que avanza acelerando hacia el desastre mientras se quema a sí mismo. Naturalmente, no podemos detenerlo poniendo una roca en mitad de la vía: esta forma de detenerse es precisamente la que lo hará pararse bruscamente, si persiste en su tendencia natural. Pero con la fuerza de la reflexión y del conocimiento de lo que hay podremos (deberemos) invertir esa tendencia.
Nuestro principio moral, que se debe traducir en conductas concretas, debe ser: no podemos seguir contribuyendo a configurar una sociedad horrorosa (sin duda esa es su tendencia ciega) sin proponernos construir otra, en la que al principio del beneficio de los particulares (¿y de qué particulares...?) se contraponga el del interés general, colectivo, comedido, posible, consciente...
Enero de 2008
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