sábado, 5 de febrero de 2011

Pantomimas políticas; así estaba la cosa antes de las elecciones del 2008

Fue este un discurso político dirigido a convencer de la oportunidad del voto a Izquierda Unida, en un momento en que no lo estaba tanto, pero que, con este o con otro nombre,  aparecía y  sigue apareciendo como necesidad. Polo superviviente de una izquierda demasiado rota, pendiente más de lo que separa ideológicamente que de lo que puede unir, esta u otra mejor izquierda es hoy una urgencia. La idea era y es explicar mediante la presentación de hechos objetivos (cada vez más difíciles de negar) adonde nos lleva esta deriva claudicante (pienso que no por primera vez) de la sedicente socialdemocracia.

Cuando trato de resumir en una palabra la sensación producida por la verborrea que nos invade en las campañas electorales, la palabra es tedio.


Y para no caer en lo mismo, ya desde el comienzo queremos diferenciar nuestro discurso de la mayor parte de las cosas que se oyen, hasta el aburrimiento, en los discursos políticos al uso, y muy especialmente en épocas de elecciones. Echemos un vistazo a lo que dicen casi todos, en qué temas se centran los debates, qué agenda comparten,  y notaremos en seguida algunas cosas:

Parece una comedia ensayada. Hay un reparto de papeles.
Los que están en la oposición tiene que demostrar que todos los males los causa la gestión de quienes están en el poder, culpables de que todo vaya mal. Y si no va tan mal, se deberá a razones coyunturales que ellos habrían aprovechado mejor; o a su eficaz oposición, que ha metido en vereda al gobierno de turno. Y ofrecen tomar medidas mágicas que resolverán los problemas, en cuanto ganen las elecciones.
Los que gobiernan, que todo va muy bien gracias a sus eficaces medidas; que si va mal, ellos no tienen culpa, que se debe a razones externas y coyunturales; que la oposición ha torpedeado sus propuestas, no ha colaborado como era su patriótica obligación. Que los males son pasajeros, y habrá recuperación en cuanto vuelvan a ganar las elecciones, porque para eso también ofrecen tomar medidas mágicas que resolverán los problemas.
Contrastando el catastrofismo de unos con el optimismo de los otros salta a la vista que ambas cosas no pueden ser ciertas a la vez: alguien miente.
Exageran las diferencias entre los programas, que bien mirados se parecen bastante, porque no se apartan de lo que se considera políticamente correcto. Pero, naturalmente, ponen la lupa en esas diferencias, a menudo insustanciales, porque aunque de acuerdo en lo fundamental, luchan encarnizadamente por lo secundario que les puede dar o quitar parcelas de poder.
Así ocultan los grandes problemas reales que sus políticas no pueden resolver, y sacan a la palestra temas menores, irrelevantes, pero que permiten el calculado enfrentamiento. Disimulan lo mucho que comparten, mucho más de lo que parece, y discuten sobre sus diferencias menores; montan grandes batallas ideológicas donde no hay mucho más que el quítate tú que me pongo yo.
Cuando les interesa (en general es desde la oposición) agitan problemas verdaderos para los que proponen soluciones falsas, sin entrar en las causas profundas que están debajo.
Y en este mundo de apariencias, lo que comparten muchos pasa por indiscutible. El consenso es el criterio de la verdad. Y como en el teatro, ese consenso no es el de los espectadores que consienten, sino el de los que manejan la representación.

¿Debería sorprendernos este espectáculo? Analicemos cómo funciona esta sociedad y tal vez encontremos algunas claves.

La que llamamos economía de mercado se organiza en dos grandes circuitos que la mantienen en continuo movimiento: el circuito de la producción, que es producción de mercancías, y el de la circulación, en el que las mercancías se intercambian. En el primero se crea el valor, que es añadido a las materias primas por el trabajo humano, una parte del cual es acumulado en forma de capital. En el otro circuito las mercancías se intercambian según ese valor. De entrada, se intercambiarán valores equivalentes.

En un teórico mercado libre y en igualdad de condiciones, el precio de las cosas tendería hacia su valor; pero en realidad los precios oscilan continuamente en función de la oferta excesiva, que los hace bajar, y de la demanda, que los hace subir.

Como el interés del productor es aumentar la oferta, para así aumentar el beneficio de su capital, pero no quiere que baje el precio, lo que actuaría en sentido contrario, se ve forzado a intentar aumentar la demanda, y para ello a hacer más atractiva su mercancía. En un mercadillo se pregonan directamente las cualidades del producto. En el conjunto del gran mercado esta función la ejerce la publicidad.

Es evidente que el objetivo de la publicidad no es decir qué es la cosa, sino crear una apariencia que aumente su atractivo. De algún modo contribuye a crear valor; al menos aparente, que es lo que importa al que vende. Aumenta el valor de otras cosas porque añade valor ella también, y como tal, se convierte a su vez en mercancía.

En la pugna entre mercancías, la publicidad aumenta la demanda creando un mundo de apariencias, y en la en la pugna entre los mercaderes publicitarios se lucha por crear más y más apariencias. La publicidad se hace más y más necesaria para que la demanda crezca más y más. Llega a ser, en muchos casos, la mayor parte del "valor" que se nos vende. E inunda el mundo con una realidad virtual, una realidad no real que enmascara la verdadera realidad.

Competencia entre productores, competencia entre vendedores, competencia entre publicistas, y competencia también entre ofertas políticas.

Y las técnicas de venta son las mismas. Pero ahora no sólo hay que vender bien el producto propio, sino que hay que tirar por tierra el de los otros. Eso sí: sin tirar mucho de la manta que descubrirá que todos están al servicio de los mismos. Pero se trate de construir la imagen política propia o de destruir la del adversario, siempre se hará sin tocar la imagen de sociedad satisfecha que hay que mantener como sea.

Lo que vemos que nos rodea es así un mundo feliz de apariencias de felicidad. Voces entusiastas en los mensajes de la radio y la televisión, sonrisas de rostros perfectos en los anuncios. Justo en un entorno que nos llena de necesidades y anhelos en cantidad imposible de satisfacer, cada uno de nosotros percibe que está rodeado de felicidad, y se siente más y más insatisfecho.

Y tira del carro del consumo, y de la producción. Consume más, ten más deudas, y trabaja más... para mí, parece decir el capital, mientras se nutre de los dos polos de la producción y el consumo.

Hay una contradicción evidente entre la necesidad de un trabajador austero que se conforme con poco y un consumidor voraz e insaciable. Si ambos polos cristalizan en dos clases sociales bien definidas, la lucha de clases está servida. Pero si hay una amplia franja en que ambas funciones se confunden, está enmascarada.

Esto es lo que se logra momentáneamente en las fases económicas de prosperidad: la riqueza rebosa y alcanza, si no a todos, a una parte importante de los trabajadores. Pero las ondas de prosperidad se alternan con otras en que el crecimiento desmesurado de la oferta no puede ser seguido por una demanda más limitada. Y llegan las crisis de sobreproducción.

En los momentos dulces de la socialdemocracia, hace cincuenta años, se llegó a decir que el capitalismo moderno, keynesiano, había superado los ciclos económicos. Pero con los primeros atisbos de los límites del crecimiento el capital volvió a considerar que era el momento de recuperar sus beneficios a costa de lo que fuese.

El control keynesiano de la prosperidad deja paso al keynesianismo militar que sólo produce para la defensa del sistema por medio de la destrucción, pero que permite que el carro no se pare, de momento.

Y en esa estamos: hoy se hace más necesario que nunca ocultar la realidad tras nubes de humo. Aquí entra en juego la publicidad de un mundo aparente que oculta y casi sustituye al mundo real: a fuerza de hacernos ver lo que parece que es acabamos por creer en lo que nos parece que vemos.

El Partido Socialista dice que sólo estamos momentáneamente en el punto bajo del ciclo económico, pero que gracias a sus políticas podremos recuperarnos. El Partido Popular dice contrariamente que la situación es catastrófica, pero que gracias a sus políticas podremos recuperarnos. Contestan los primeros que no será tan catastrófica si los otros prometen resolverla en un periquete. Y así sucesivamente.

¿Y cuáles son esas políticas con las que ambos prometen alternativamente la dicha y el apocalipsis? Pues a la vista está: son las mismas políticas económicas neoliberales, y encima a veces tienen la desfachatez de reconocer que su margen de maniobra es muy estrecho, porque les vienen impuestas por la Unión Europea. Rodando en un circuito impuesto, se nos presentan nada más que como hábiles conductores de rallies que prometen llevarnos felizmente a la meta, mientras que el otro conductor nos estrellaría.

Esa es la capacidad de maniobra que se permiten (que les permiten).

Frente a esta enmascarada realidad virtual, nosotros tenemos otro discurso muy diferente.

En primer lugar, afirmamos que esta crisis no es coyuntural, sino estructural. No es un bajón momentáneo en un proceso controlado, sino una parada seria (aunque tal vez aún no sea la definitiva) de una actividad económica incontrolable.

Otro par de dos
Es incontrolable porque el gran capital financiero se ha hecho con los mandos del vehículo, y mucho nos tememos que carece de preparación para conducir. En esta, como tantas otras, falsa democracia, los partidos políticos no son dueños del poder (lo han ido abandonando progresivamente a sus detentadores), ni tan siquiera de sí mismos. En las elecciones norteamericanas hay unas primarias en que los más ricos ven quiénes son más capaces de ganar, ellos deciden a qué par de dos apoyan económicamente. Y esos dos ganan las primarias, y uno de ellos las presidenciales.

No me resisto a citar, por aplicables al imperio decadente, estos versos del Satiricón de Petronio.

“¡Corrupción por doquier! Ved los comicios:
virtudes trueca el oro en vicios,
y al oro del tirano, sin pudicia,
se venden el senado y la justicia,
el pueblo, esclavo, a los pies de Pluto
yace junto a la majestad romana”.

Ésta es también, no tan a calzón quitado tal vez, la situación en este país. Desde el principio de la transición se apostó por campañas despilfarradoras que alguien tiene que financiar. Y quien las financia manda, sea por coacción directa, sea por la cristianísima misericordia que perdona nuestras deudas.

Así, pocos partidos tienen el valor de explicar claramente lo que hay. Aunque el sistema tiene más válvulas de seguridad: en la transición fue diseñado especialmente, y lo han confesado mucho tiempo después sus principales muñidores, para dejar fuera de juego a la verdadera izquierda, en aquellos tiempos representada por el Partido Comunista, con implantación electoral por todo el territorio.

A cambio de esto, ha potenciado a los partidos con representación muy concentrada en territorios concretos, y en definitiva a los partidos nacionalistas. Por eso hay tantos gobiernos autonómicos con coaliciones en que participan estos partidos. Por eso mismo suelen ser gobiernos con políticas muy ambiguas y acomodaticias.

"Harto os he dicho: miradlo"

Pero volvamos al hilo del discurso: dijimos que la crisis actual no es coyuntural, sino estructural. Que es por lo menos una parada seria, precursora de un colapso que podría ser terrible.

El capitalismo, que no puede dejar de crecer, choca ya con un mundo cuyos límites son evidentes, y que no puede crecer más. Lo que hace más de treinta años vio el Club de Roma, en su célebre informe, que con seguridad alertó a los poderosos, y ellos no dejaron sin duda de tomar medidas a su conveniencia, se ha dejado invisible a la mayor parte de la humanidad. Los que avisaban fueron considerados cenizos agoreros.

Llevándote a peor calidad y menores oportunidades desde el siglo XVI

Se negó interesadamente, primero el agujero de ozono, que fue reconocido cuando sustituir los CFC trajo ventajosas oportunidades de negocio; luego el cambio climático, admitido a regañadientes primero, y más tarde abiertamente, cuando dio origen a nuevos mercadeos con las emisiones de CO2; ahora se habla ya de crisis energética, pero otra vez se la ve como una oportunidad para desarrollar energías alternativas, algunas tan nocivas como los biocombustibles (mejor llamarlos agrocombustibles), sin echar las cuentas de la imposibilidad de sustitución del petróleo, dada la gigantesca escala a que hemos llegado, pero echándolas muy bien para los nuevos negocios que se pueden derivar.

Verdaderamente, si fuera una persona, el capitalismo sería insaciable. Pero no es una persona: no es más que un mecanismo ciego, que puede ser sustituido por voluntades humanas conscientes. Necesariamente tienen que ser voluntades colectivas, y por eso mismo voluntades políticas.

Pero cualquier voluntad política alternativa que se quiera construir tiene que tener muy claro el problema fundamental, que es la contradicción capital-trabajo. Esta idea, fue perfectamente entendida por los trabajadores asalariados de otro tiempo, pero ha sido anegada por la publicidad interesada que se ha hecho de otra idea: que ahora vivimos una era de capitalismo popular, que ahora casi todos somos propietarios de capital, desde el momento en que tenemos alguna propiedad (tal vez un piso alquilado, algunas acciones, un cierto dinero a plazo fijo, participamos en un fondo de pensiones o en algún forum filatélico que otro. Entonces, nos vemos divididos en los dos polos de la ecuación.

Pero bastará plantearse cuánto tiempo podríamos tirar de nuestras propiedades para seguir viviendo para darnos cuenta de dónde están nuestros verdaderos intereses, que no son comunes con los de los más ricos, porque en una crisis generalizada nosotros somos prescindibles y ellos no.

Los más ricos pueden prescindir de la mayor parte de la humanidad, sólo con dejarla morir, o ayudándole a ello cuando lo consideren conveniente, en un mundo mucho más reducido, que reproduzca la opulencia y la explotación a otra escala menor.

Entonces hace falta que consideremos de qué lado estamos, si queremos que otro mundo posible no sea otro mundo peor.

Ahora no suele mentarse siquiera la lucha de clases, porque parecería que se la preconiza, como respuesta violenta y condenada al fracaso de los menos favorecidos.

Pero no por dejar de nombrarla deja de existir; como muy bien dijo Noam Chomsky, la lucha de clases de hoy es la de los ricos contra los pobres, y la están ganando...

Frente a la crucial, pero sorda y mal definida lucha de clases, sin duda meramente  defensiva, vemos por doquier en esta sociedad tan diversa una generalizada lucha de clanes.

Nacionalismos, etnias, religiones, aparecen como las causas de división principales entre los seres humanos, pero la división decisiva sigue siendo entre explotadores y explotados. En la situación de crisis que se viene encima nadie puede sentirse protegido, La complejidad de nuestras sociedades no es excusa para la insolidaridad, porque en este barco planetario o nos salvamos todos juntos o no se salva ni Dios.

El proyecto plural de Esquerda Unida es un intento, de momento no muy brillante, de aunar voluntades para cambios necesarios y fundamentales, y nos resistimos un tanto a hablar de cambio a secas, dado el evidente desprestigio que su polisemia malbaratada ha atraído para un término que como tantos otros (socialismo, solidaridad, libertad...) se ha ido devaluando por el mal uso.

En estos momentos y en este país, cuando el bipartito PSOE-BNG descubre su carácter, tan alejado del socialismo (eso ya se sabía de tiempo atrás) como de la defensa de la nación en todo lo que es justo defenderla (eso algunos empiezan a descubrirlo ahora, cuando se confunde a Galicia con sus capitalistas, talmente como Zapatero confunde a España con los suyos) Esquerda Unida aparece como una clara opción que debe cubrir el amplio campo que los oportunistas han abandonado, el campo de los que nunca se pueden sentir felices en una sociedad tan injusta, desigual y de futuro tan incierto.

Compañeros, este es el momento: votad a Esquerda Unida. Si no existiera, habría que inventarla. Pero existe.

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