viernes, 8 de mayo de 2015

El fascismo oculto

El fascismo tiene, al menos, tres caras, tres versiones.

Para el plutócrata no es más que un recurso a utilizar, un tubo de escape que reconduce la presión excesiva cuando se atascan las válvulas de la democracia. Como en cualquiera otra situación, lo organiza como una operación financiera más. Solamente el cálculo orienta su estrategia.

Para el burgués asustado, es la patrulla de vigilancia que mantiene a raya a su enemigo potencial, del que lo teme todo. En su imaginación temerosa teme al fantasma, y conjura su terror con más terror.

Pero hay una tercera versión. La que se origina en sentimientos de inferioridad. Una parte del pueblo, educada en los valores de la sociedad jerárquica, se siente humillada por quienes considera superiores, y busca desahogar sus frustraciones en otros, transformar esa inferioridad que siente en lo más íntimo en superioridad imaginaria.

Basta ver a los que forman la clase de tropa del fascismo, sicarios salidos tantas veces del lado oscuro de la sociedad. No solamente los estados fascistas se alimentan ahí. Las sociedades capitalistas siempre tienen en la recámara el cartucho del lumpen: un proletariado invertido que practica la lucha de clases al revés.

Los fascistas de las dos primeras clases no suelen estar dispuestas a la acción directa, que dejan en las manos de los descerebrados que militan en la tercera. Pero en determinadas situaciones pueden constituir la mayoría que calla y otorga, y a veces aplaude.

En situaciones así, si los excluidos son minoritarios, la situación es difícil de modificar. En la India moderna, los intocables dalit son minoría, un quince por ciento de la población, y por eso no logran salir de su desdichada situación, abandonados por la mayoría que se desentiende. Hace falta una fuerte batalla de ideas para modificar ese estado de cosas.

¿A quiénes se refería Felipe Gonzalez cuando dijo que "al Estado también se le sirve desde las cloacas"? Y buena parte del pueblo, aunque ahora algunos no quieran recordar, comulgaba con esa estrategia para acabar con el terrorismo. Visto desde lo que vino después, pudo haber dicho que "desde las cloacas puede uno servirse del Estado".

Fascismo latente. O no tanto...







Rebelión


Convivimos con actitudes fascistas casi sin darnos cuenta de ello porque las ideas intransigentes forman parte de las sociedades del espectáculo que habitamos.
 

Aguirre, la candidata más casposa del PP, reparte estopa barata contra los inmigrantes y los pobres y, por supuesto, aquí no pasa nada. Ella sigue siendo un modelo icónico para muchas gentes desorientadas de la clase trabajadora. 

Los otros, la diferencia accidental y el matiz distintivo continúan causando temores atávicos a las poblaciones autóctonas que conforman la normalidad patria, étnica o social de un país cualquiera, España, sin ir más lejos.

En épocas de crisis, lógicamente, ese nerviosismo dormido en las entrañas telúricas de la mente, tiende a salir a flote de manera sorda o a través de sufragios secretos que viajan a posturas políticas que hacen del nacionalismo y lo propio sus banderas de enganche ideológicas.

Resulta preocupante, sin duda alguna, que el fascismo sobreviva acodado en las telarañas emocionales o sentimentales de la gente, pero la verdad radical es esa. Con poco que rasquemos en la piel social, el virus despierta y se convierte en un silencio elocuente contra los que no son como nosotros. 

El pobre y el inmigrante son los otros más ingratos y malolientes en la imaginería popular. Nadie quiere ser extranjero ni marginado. Ambas categorías causan pavor por si solas. Si nos topamos con ellas en carne y hueso, desviamos la mirada al vacío para disipar preguntas morales y disolver responsabilidades personales.

El capitalismo es así, competencia feroz, aunque a veces disimulada con reuniones sociales que atemperan la vesania del régimen. Ir de compras, el fútbol, los conciertos masivos, el credo religioso y otros espectáculos similares concitan adhesiones colectivas superficiales que suplen y atemperan los empujones egoístas por el espacio vital y la supervivencia económica del acontecer cotidiano.

Parece que vivimos en sociedades libres y justas, en donde la pobreza o los reveses personales, laborales o económicos son situaciones sobrevenidas y aleatorias sin causa desencadenante. La culpa de nuestro infortunio privado siempre es de uno mismo. Hay que trabajar más, estudiar más, consumir más, competir mejor. Y resignarse a la suerte propia. Y, por supuesto, no perder el tiempo ni la energía en ayudar a los otros que se arrastran para sobrevivir al día a día. Los otros, pensamos como reflexión que calma nuestra ética íntima, harían lo mismo que yo/nosotros. 

Cuando el fascismo latente dice lo que piensa sabe por qué lo hace, porque existe un caldo de cultivo que permitirá captar el mensaje provocando un alivio o desagüe moral de excrecencias malsanas en los receptores del mismo. Le Pen, padre e hija, y Aguirre, entre otros políticos de la derecha nominal y sociológica no necesariamente adscrita al PP, sirven de válvula de escape a querencias ocultas o subyacentes en las clases populares.

Estamos ante resabios históricos, lacras sociales, perversiones innombrables, resentimientos purulentos y ajustes de cuenta enquistados desde tiempos remotos que precisan un catalizador (o líder con carisma) para expresarse y no dañar la estructura o equilibrio mental de trabajadores y trabajadoras vejados en su condición de clase, laboral y socialmente hablando. La inmensa mayoría no han podido conectar, por ignorancia inducida o por cobardía particular, con ideas políticas que sirvan de cauce colectivo a las contradicciones inherentes al aparato capitalista.

El fascismo vela las relaciones profundas de clase del sistema capital-trabajo. En su cariz más virulento canaliza momentos históricos donde el sistema necesita regenerarse por completo al ser imposible mediante la propaganda ideológica conducir los conflictos sociales y políticos en favor de las clases corporativas y propietarias. 

Pero el fascismo nunca desaparece del todo. Sus capacidades internas para el disfraz y el travestismo son ingentes, creando mayorías sociales con artificios muy poderosos, siempre estableciendo dualidades encontradas u oposiciones de ocasión que desvían la atención y la mirada de los problemas reales y las causas complejas que los originan.

Las expresiones ideológicas blandas del capitalismo en sus formas democráticas parlamentarias hacen uso de la división social en segmentos estéticos y cupos sociales arbitrarios o al dictado de modas concretas. Con ello se pretende atizar la competitividad en un todos contra todos que tanto puede ser utilizado como baluarte de la libertad de expresión o como estigma o desorden para la represión puntual o sistemática de ideas contrarias al statu quo en vigor.

Cuando el capitalismo entra en una de sus crisis cíclicas recurrentes, un cierto o gran desorden resulta inevitable. El sistema está capitalizando nuevos recursos ajenos para otra fase de expansión. Este proceso radical y más o menos violento deja víctimas por miles o millones: pobres, marginados, inmigrantes, parados, desahuciados… 

A ese lumpen tan variopinto hay que controlarlo muy de cerca para que no adquiera destrezas políticas que pudieren expresarse en mayorías sociales (y electorales) peligrosas o lesivas para los intereses de la elite. Es el instante preciso, pues, de crear dicotomías o disyuntivas ideológicas ad hoc para reunir al común en un redil cálido y confortable que mire a un enemigo ficticio con saña extrema.

Un trabajador presa del fascismo no es más, ni menos, que una persona brutalmente herida en su autoestima. Darle un enemigo y fabricarle una fábula hace que sus impulsos primarios puedan expresarse social y políticamente sin barreras éticas que salvar. El “otro” o chivo expiatorio ha de convertirse en “inferior” o subhumano para que la baja autoestima se transforme en sucedáneo de superioridad moral en el sujeto alienado y subyugado por la palabra fascista. Así se extienden las ideas o actitudes del fascismo cotidiano escondido en la maraña cultural y social.

En realidad, el mecanismo es bastante similar al del hooligan futbolero o al de un fanático de un grupo musical o artista comercial de moda. Se trata de exudar cuerpo a cuerpo los sinsabores cotidianos y los conflictos vitales no resueltos convenientemente. Hay que gritar desaforadamente para exorcizar las penas propias. ¿No es eso fascismo en incipiente germen o espíritu larvario?

Sí, hay fascismo contenido y miseria oculta en nuestros sistemas capitalistas occidentales. Hay muchos más lepenes y aguirres de lo que pensamos a nuestro alrededor. Jamás se expresarán con franqueza hasta que un sumo sacerdote surgido del resentimiento social dé la señal mágica de rebato. Así surgen las greys fascistas: echando gasolina al fuego del capitalismo depredador y salvaje.

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