Pero sí expone algunas cosas a tener en cuenta:
- Las elecciones, como los termómetros, no modifican la situación del paciente, aunque puedan animarlo o desanimarlo.
- El poder no lo dan los resultados electorales en el seno de las instituciones capitalistas, si no se modifican las relaciones de fuerza entre las clases sociales.
- Ninguna fuerza política podrá modificar esa correlación si no es capaz de modificar las mentes de los votantes.
- Como contribución a esa pedagogía política, hay que valorar la oportunidad de la vía electoral para educar y organizar, y en caso de buenos resultados, utilizar las plataformas logradas para ampliar esa labor formativa.
- Labor formativa que siempre debe incluir la consideración de lo que ocurre a escala mundial, la relación entre lo local y lo global, las repercusiones y posibilidades sinérgicas de otras luchas liberadoras.
- Las instituciones pueden ser utilizadas como tribuna que dé voz a los sin voz. Desde una tribuna construída por otros para sus fines se puede denunciar, organizar, apoyar las luchas sociales y proponer leyes favorables a las mayorías. "Una caja de Coca Cola fue fabricada por el capitalismo, pero subido a ella puedo lanzar un mensaje anticapitalista".
Por eso, la pérdida de presión social, observable cuando la confianza en la vía electoral desvía la atención de las luchas reales, puede convertir esa vía en un simple mecanismo de descompresión.
A fin de cuentas, la nueva composición de las instituciones no cambia la mente de los votantes. De factores de cambio pueden pasar a meros demandantes de soluciones que sin su presencia activa nadie les puede dar.
Rebelión
En los regímenes capitalistas constitucionales las elecciones periódicas sirven a las clases dominantes para elegir cuál sector de ellas gobernará, para seleccionar y renovar el personal gobernante y para medir la temperatura política, es decir, el nivel de conciencia, organización y decisión de los sectores populares. Dado el control por el capitalismo y sus agentes de los instrumentos de mediación -medios de comunicación, Academia, escuelas, jerarquías eclesiásticas conservadoras, Justicia electoral- esas elecciones supuestamente “democráticas” están viciadas desde su origen mismo porque los sectores populares están en ellas en condiciones de inferioridad. Si pese a eso desde fines del siglo XIX los trabajadores han luchado por el voto universal o por elecciones libres es porque intentan siempre luchar incluso en terreno adversario, en condiciones desfavorables, disputar centímetro a centímetro las condiciones de dominación y explotación capitalistas, resistir y defenderse por todos los medios.
Incluso en el caso de ganar las
elecciones, como mostró el Partido Comunista Italiano que, con más del
33 por ciento de los votos en 1976 se derrumbó en poco tiempo, o como
demuestra hoy el caso de Syriza en Grecia, un mayor peso en las
instituciones capitalistas no modifica la relaciones de fuerzas entre
las clases ni reduce el poder de los financistas, banqueros, hacendados,
empresarios monopolistas, transnacionales ni de sus fuerzas represivas.
Los termómetros- las elecciones lo son- nunca modifican la situación
del paciente y, a lo sumo, lo animan o lo desaniman. Los enormes daños y
desastres causados por el capitalismo sólo desaparecerán con éste, con
la creación de otro poder y de otro tipo de relaciones sociales.
Para los pobres, discriminados, explotados y oprimidos el participar o
no en las elecciones organizadas por el capitalismo allí donde ellos
residen es sólo una cuestión de táctica. En Venezuela, frente a la mitad
de la población dirigida por una derecha golpista, las elecciones deben
servir para educar y separar del frente reaccionario con argumentos
fraternos a los que son simplemente conservadores e ignorantes y aislar a
los fascistas y agentes extranjeros. En otros países donde aún hay
cierta legalidad y donde los sectores anticapitalistas y progresistas
son minoritarios –como en Argentina, Paraguay o Perú, o en los países de
Europa meridional- las elecciones deben ser utilizadas también para
educar y organizar, demostrando la posibilidad de una alternativa al
capitalismo, para hacer contracultura. Si, de paso, se obtuviese alguna
posición electoral, ésta debe ser utilizada también como tribuna, como
si uno hablase parado en una caja de Coca Cola, para denunciar, para
organizar, apoyar las luchas sociales y proponer leyes favorables a las
mayorías.
No existe la vía electoral al poder ni mucho menos la
posibilidad de construir poder popular desde las instituciones
capitalistas. Por eso, por ejemplo, es erróneo el sesgo electoralista
que le imprimió el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) en
Argentina a su campaña. Ese electoralismo sólo le permitió tener unos
pocos votos y diputados más pero es insuficiente para hacer frente al
hecho de que la inmensa mayoría de la población apoya a partidos
derechistas y reaccionarios y acepta como natural la ideología
capitalista.
Será siempre mala, para la izquierda, una elección
en la que no se explique qué sucede en escala mundial, qué
repercusiones tendrán esos hechos en el país, el lazo entre las luchas
locales y la resistencia antiimperialista en otros lugares del
continente y la necesidad y posibilidad de romper los lazos de
dependencia y de explotación construyendo una fuerza alternativa
anticapitalista. Es ceguera sectaria alegrarse por aumentar un punto el
propio porcentaje cuando más del 90 por ciento del país y la inmensa
mayoría de los asalariados votan aún por diversas facciones capitalistas
de derecha.
En países, en cambio, como México donde no existe
un Estado de derecho y la dictadura del capital es cada vez más feroz y
sangrienta, las elecciones sirven para recomponer el frente maltrecho de
la oligarquía y lograr la apariencia de legalidad a la camarilla que
dirige ilegítima e ilegalmente ese semiEstado. Si en algún Estado de la
República, como en Guerrero, es posible imponer el boicot a esa maniobra
y anular las elecciones mismas demostrando así el aislamiento del
régimen, participar en la farsa electoral equivale a respaldar a quienes
desde el gobierno, y en nombre del poder capitalista, están destruyendo
las bases mismas de la entidad nacional. Si, en cambio la relación de
fuerzas en otros Estados no permitiese el boicot, podría ser una
alternativa el abstencionismo con relación a las urnas tramposas junto
con el activismo en la realización de Asambleas, huelgas parciales,
manifestaciones, todo desarrollando la conciencia de la necesidad de
construir órganos de democracia directa, como las policías comunitarias,
los grupos reales de autodefensa, antinarco y contra la violencia
estatal, gobiernos autónomos por voto asambleario y revocación también
asamblearia de los mandatos.
El objetivo, en un período de
elecciones que debería ser de consulta popular, pero es en cambio de
reorganización del poder de las clases dominantes, debe ser educar a los
sectores populares para la alternativa, mostrar que ésta es posible,
organizarla, darle cuerpo en realidades locales o regionales, golpeando
así la conciencia de los trabajadores y oprimidos de otras regiones
menos organizadas del país e, incluso, ayudando a los que en Estados
Unidos mismo –en el terreno de los patrones del gobierno mexicano- hoy
se sublevan no contra una u otra injusticia sino contra el Estado y el
régimen racista, como en Baltimore.
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