Indefensos, por distraídos, acabamos confundiendo lo machaconamente oído con nuestros verdaderos recuerdos. Así que los dueños de las palabras (las clases dominantes), inventándonos un pasado, nos falsifican el presente. Memoria sobrecargada es mala memoria. Por eso tanta gente olvida que la engañaron el año pasado, y en nuevas campañas electorales la vuelven a engañar.
Se tienen por auténticas ideas muy inexactas sobre tiempos pasados, sobre el pensamiento y las realidades de otras épocas. Situaciones que se repiten parecen nuevas, mientras se dan por pasadas circunstancias que no han cambiado en lo sustancial.
Fijémonos, pongo por caso, en la lucha de clases. Ni siquiera la expresión "clase social" se define correctamente. Los años de relativa bonanza y el trabajo ideológico de la burguesía (¡otro concepto que chirría a los oídos de la mayoría!) introdujeron la idea de que los viejos conceptos han dejado (por viejos) de ser válidos, y los sustituyen otros muy imprecisos, como el de clase media, expresión en la que, como en el "centro político", tiende a autoincluirse la mayoría de la población. Al dejar en el limbo la conciencia de clase social, se atomiza la lucha de clases en mil conflictos inconexos. Si la unión hace la fuerza, el particularismo puede destruirla.
Artículos como este, del que copio la mayor parte, pueden ayudarnos a separar de la ganga adulterada ideas esenciales:
- La clase obrera no se limita, ni se limitó en el pasado, a los obreros empleados en la industria, que pocas veces llegaron a ser mayoritarios.
- Tan clase obrera es el mecánico en una cadena de montaje como el falso autónomo que trabaja para una subcontrata de una gran empresa informática.
- La clase obrera nunca fue homogénea, ni ahora ni tampoco antes, ni la define esencialmente el nivel de ingresos, sino el hecho de la explotación.
- El precario no pertenece a una clase distinta del que tiene empleo; el trabajador "fijo" (¿pero quién es fijo hoy?) no forma parte de una "clase" aparte, separado del eventual o del parado de larga duración. El "ejército industrial de reserva" es y ha sido la norma, no la excepción.
- La entrada de las mujeres en el mundo laboral, o el trabajo infantil, no son fenómenos nuevos. La idea de un viejo mundo fabril masculino y adulto es una construcción falsa. En 1839 menos del 25 % del proletariado industrial eran varones adultos.
- La inmigración, y los conflictos que oponen a trabajadores nativos e inmigrantes en competición, tampoco son algo nuevo.
- La clase obrera no está hoy más concentrada en grandes empresas que hace un siglo. Una proporción menor de grandes empresas emplea a una proporción mayor de trabajadores.
- Contraponer un empleo industrial relativamente privilegiado al de servicios precario no se corresponde con la realidad.
- Por todo ello, quienes describen una supuesta “clase obrera tradicional”, masculina, industrial, homogénea y con condiciones de trabajo estables y “privilegiadas”, caen en una visión congelada en el tiempo y el espacio de un sector de la clase obrera, mitificada y “occidentocéntrica”.
En el artículo se analiza extensamente cómo esto marca incluso la terminología y aún los análisis de la izquierda, y, de modo performativo, induce al público a pensar de un determinado modo, y a los políticos, con intención honesta u oportunista, que es otra cuestión, a modular su modo de hablar, de obrar... y también de proponer.
La clase obrera y la crisis: recuperar la centralidad del tablero
(...)
El papel central de la clase obrera
“Unidad popular”, “proceso
constituyente”, “empoderamiento de los de abajo”... Millones de personas buscan hoy en
España un cambio que suponga una mejora en la difícil situación social. Hartos
de las dificultades para llegar a fin de mes, hacer frente a las necesidades
más básicas, y de la corrupción, cada vez más apelan a la necesidad de un
“cambio”.
Tradicionalmente la izquierda fundó
sus esperanzas de transformación social en la clase obrera, el proletariado,
“la clase de los obreros modernos, que tan sólo puede vivir a condición de
hallar trabajo y tan sólo pueden hallar trabajo a condición de que éste
acreciente el capital.” (1)
Este punto de vista responde a un
determinado enfoque: para comprender la sociedad, el punto de partida es
analizar cómo esta crea sus propias condiciones materiales de vida, y como en
torno a ese elemento central, se sitúan los distintos sectores sociales, las
instituciones políticas, etc...
La clase obrera es el sector social
que trabaja para los propietarios de las empresas a cambio de un salario,
creando las riquezas y haciendo funcionar el motor central de toda la
maquinaria económica. Hoy, la inmensa mayoría de los bienes y servicios que consumimos
en nuestra vida cotidiana pasan por la propiedad privada, y el trabajo
asalariado. La clase obrera ocupa la “centralidad del tablero” socioeconómico.
La historia ha demostrado también que
ese núcleo socio-económico, puede convertirse en protagonista, convirtiendo su
centralidad económica en centralidad política. Desde la comuna de París, hasta
las recientes “primaveras árabes” en Túnez y Egipto, pasando por las
revoluciones del s. XX la clase obrera ha estado a la cabeza de las
movilizaciones sociales impulsando cambios profundos.
No es distinta la situación en España,
donde el ejército republicano estaba formado esencialmente por trabajadores y
campesinos, o donde fueron los trabajadores los que por décadas sostuvieron una
lucha de masas soterrada pero incansable contra la dictadura. Las sentencias
del Tribunal de Orden Público franquista reflejan que los trabajadores fueron
la mayoría de los condenados por su actividad política contra la dictadura:
propaganda ilegal, asociación ilícita y manifestación y reunión supusieron ¾ de
las condenas (2), creando las condiciones para la “transición
democrática”.
(...)
(...) Las grandes empresas y
monopolios que controlan el grueso de la economía, y los trabajadores tienen
intereses opuestos. Puede que vayamos en un mismo barco, pero unos reman con
grilletes mientras otros toman el sol en cubierta.
Este conflicto es la dinámica
“natural” del capitalismo desde sus orígenes. El conflicto inmediato por las
condiciones de venta de la fuerza de trabajo hace que “los
enfrentamientos entre cada obrero y cada capitalista por separado van adoptando
cada vez más el carácter de colisión entre dos clases. Los obreros comienzan a
formar coaliciones contra los capitalistas” (3). Con el desarrollo de
la sociedad capitalista, “no solamente aumenta el número de proletarios,
sino que se aglomeran en masas mayores, creciendo su fuerza y la conciencia de
la misma”. Las condiciones materiales de vida de los trabajadores
empujan a estos a unirse y buscar alternativas. Depende de ellos y sus
organizaciones sindicales y políticas avanzar en la búsqueda de soluciones.
Clase obrera, salarios y sectores
populares
El motor central de la economía es el
trabajo asalariado. En ese contexto para las empresas los trabajadores son una
mercancía más que compran mediante un salario. En términos estrictos el salario
es el precio al que se paga el tiempo de trabajo.
Pero las luchas de las trabajadores
fueron arrancando mejoras con el tiempo: seguridad social, prestaciones de
desempleo, de incapacidad, servicios públicos... Configurando lo que se vino a
llamar el “estado de bienestar”. Así además del salario directo, las cantidades
líquidas que aparecen en las nóminas, hay otro tipo de salarios asociados al
empleo: indirectos (las prestaciones y derechos garantizados por el estado) y
diferidos (prestaciones por jubilación o incapacidades al abandonar la vida
laboral activa).
Así como hoy hay en España 11,5
millones de asalariados del sector privado, otros casi 3 millones son
asalariados del sector público (4), y 8,4 millones de pensionistas
(incluyendo viudedad, orfandad, incapacidades, contributivas y no
contributivas...).
Estos sectores sociales no son parte
estrictamente de la clase obrera, pero están en lo fundamental unidos a su
suerte. Esto se ve claramente hoy cuando las políticas llevadas adelante tras
el estallido de la crisis económica, afectan de una u otra forma a todos ellos.
A los asalariados del sector privado se les trata de extraer más ganancias.
Pero la austeridad y los recortes afectan también a los trabajadores del sector
público a los que desde hace muchos años se les van tratando de aplicar
criterios similares a los de la rentabilidad empresarial, cuando no directamente
privatizando los servicios.
En el sector público y sólo entre 2011
y 2013 se produjeron 375 mil despidos (5). Además aumenta la
temporalidad y precariedad en su contratación, y aumenta la facilidad para su
despido. Se disminuyen los salarios recortando pagas. La brecha existente entre
los salarios del sector público y privado se ve reducida estos últimos años: "Esta
disminución reciente en la brecha responde fundamentalmente a la reducción de
salarios reales e incluso nominales en el sector público", dice el
Banco de España (6). La lógica capitalista que trata de reducir las
cargas sobre los beneficios empresariales, recae también sobre amplias capas de
estos trabajadores.
La respuesta en forma de mareas (verde
y blanca p.ej.) tiene un doble aspecto: por un lado defienden los salarios
indirectos de todos los beneficiarios de los servicios públicos,
fundamentalmente de la clase obrera. Por otro lado defienden sus propios
derechos salariales como trabajadores.
Para el caso de los pensionistas, son
en su mayoría trabajadores que han terminado su vida laboral activa, y también
ellos están en el punto de mira, mediante la reducción de prestaciones, la
aprobación de tasas y recargos a prestaciones sociales (medicamentazos), o
directamente la congelación y reducción real de las cuantías de las pensiones.
Otros casi 5 millones de parados son
fundamentalmente proletarios que entran y salen de la actividad asalariada, y a
los que las políticas de austeridad y recortes castigan igualmente, reduciendo
las prestaciones por desempleo (7), endureciendo los requisitos para
acceder a ellas, y además sometidos a una política de estigmatización social,
con el simbólico “¡que se jodan!” de Andrea Fabra (8) o las
denuncias del fraude entre los parados de la misma vicepresidente del gobierno (9),
en una auténtica guerra de propaganda contra los parados, similar en muchos
aspectos a la descrita por Owen Jones en “Chavs, la demonización de
la clase obrera” (10).
Estos sectores sociales no están en
confrontación directa e inmediata con la acumulación de ganancias capitalista,
pero sí indirectamente, o son esencialmente proletarios y todos conforman una
mayoría social interesada en apoyar medidas profundas de transformación. El
capital ataca todas las formas de salarios, tratando de “soltar lastre” y
remontar sus beneficios: los salarios directos, los indirectos y los diferidos.
Para los en torno a 3 millones de
trabajadores autónomos, en gran medida su suerte y prosperidad va unida a la de
la clase obrera y el grueso de los trabajadores, como se analizaba en artículos
anteriores, al depender en gran medida de los ingresos de los trabajadores y
clases populares para su propia actividad económica y prosperidad. Con la
crisis, el nº de autónomos descendió un 15% al igual que el nº de asalariados,
y sus ingresos medios cayeron más de un 30% por debajo del “mileurismo”
Las mil y una muertes de la clase
obrera
Lo que resulta una evidencia o una
vivencia cotidiana para millones de trabajadores que cada día enfrentan las
imposiciones patronales en forma de despidos, rebajas salariales, conflictos,
asambleas y huelgas, y la unidad y centralidad del trabajo asalariado y su
explotación en las sociedades capitalistas, ha sido negado una y mil veces en
los últimos 100 años.
Bernstein, padre teórico de la socialdemocracia
reformista, ya en 1899 afirmaba que la clase obrera “no puede ser
considerada como una masa homogénea y uniforme, ya que existe una
diferenciación social entre todos los obreros” (11) por lo que fijaba
como prioridad la sumisión a la lucha electoral y parlamentaria con base en las
capas ilustradas de la sociedad, para conseguir mejoras a través de reformas.
A mediados del siglo XX, André Gorz
anunciaba “el fin del trabajo” ya que el desarrollo tecnológico cada vez hacía
más innecesario el trabajo humano y afirmaba que “durante más de un
siglo, la idea del proletariado ha logrado disimular su irrealidad. En la
actualidad esta idea está tan acabada como el mismo proletariado” (12),
preconizando el surgimiento de una nueva “no-clase de no-trabajadores”.
Algunas corrientes historiográficas
del s. XX se centraron en señalar la necesidad de la conciencia de clase para
poder hablar de la propia existencia de la misma. Así, E. P. Thompson
plantea que “la clase la definen los hombres mientras viven su propia
historia, y al fin y al cabo, esta es su única definición” y que “si
el proletariado está verdaderamente privado de la conciencia de sí mismo como
proletariado, entonces no se puede definir como tal” (13) negando así
la explotación capitalista como hecho objetivo –material- que sirve para
definir a la clase obrera.
Al anteponer la conciencia de clase a
la realidad material, se entiende que mientas el trabajo asalariado y la
acumulación capitalista siguieran creciendo a nivel mundial hasta máximos
históricos, otros historiadores como Eric Hobsbawm afirmen que “lo que
está sucediendo es que, por así decirlo, la clase obrera está
desmigajándose, desintegrándose” (14).
Ya en el s. XXI, Toni Negri
insiste en enterrar a la clase obrera: “Detesto a la gente que dice: la
clase obrera ha muerto, pero la lucha continúa. No. Si la clase obrera ha
muerto –y es cierto– es todo el sistema que depende de esos equilibrios de
fuerzas el que está en crisis” (15). Y destaca la emergencia del
trabajo “inmaterial” que pasaría a ocupar la centralidad de las sociedades
occidentales frente al viejo y decadente “proletariado industrial”.
Otros más que rechazar la existencia
de la clase obrera, se centran en negar su unidad, y por contra señalar las
innumerables fracturas y divisiones que la atraviesan, lo que imposibilitaría
que se constituyera en un sujeto histórico central. O entierran a la “clase
obrera tradicional” a la que contraponen una “nueva clase”. En su obra “El
precariado”, de 2011, Guy Standing afirma que “el precariado es
algo distinto de la “clase obrera”.
Estas posiciones teóricas, no se
limitan a ser difundidas desde ámbitos académicos o intelectuales, sino que
tampoco son ajenas a las propias organizaciones de izquierdas. Un destacado
representante de IU afirmaba que: “La clase obrera se ha desdibujado en
los últimos 30 años. El movimiento obrero que hasta los años setenta (del siglo
pasado) podía reunir en su entorno al conjunto de las fuerzas populares, hoy no
supone más del 15% de la población” (16). Otro de los principales
líderes de la izquierda española como Julio Anguita afirmaba
recientemente que “el factor decisivo del cambio es ahora mismo la clase
media” (17).
Y todas estas ideas han ido ganando
fuerza, hasta el punto que uno de los fenómenos políticos emergentes más
destacado en España como es Podemos, parece hacerse eco de estas ideas a
través de su principal líder: “Durante mucho tiempo, en Europa, la clase
obrera representó una enorme masa de población asalariada... Aquella clase
obrera... representaba el sujeto de avance hacia el progreso. Pero el trabajo
ha cambiado.... los que hoy están en la base de la estructura económica son
irreductibles a una sola unidad simbólica... y sólo la miopía de cierta
izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la etiqueta de obreros”
(18).
Si bien algunos de estos
planteamientos tienen un aspecto positivo, como es señalar los cambios que se
van produciendo en el tejido económico y social, y no quedarse en
planteamientos teóricos abstractos e inmutables, en general han servido como
llamamiento a abandonar el trabajo entre la clase obrera por las organizaciones
de izquierda, al derrotismo y el abandono de la lucha de los trabajadores, o a
conformarse con posiciones defensivas reformistas como “mal menor”, en un
momento en que se rearmaba la ofensiva del capital contra el trabajo con
figuras como Margaret Thatcher, Ronald Reagan en lo político, o Milton
Friedman y la Escuela de Chicago en lo intelectual.
Resulta curioso comprobar como muchos
-casi todos- los autores e intelectuales mencionados son profesores
universitarios, lo que no debería estar reñido con pisar los polígonos
industriales, fábricas y grandes centros de trabajo y dedicar al menos parte de
su tiempo a conocer directamente la realidad de los trabajadores objeto de sus
estudios y análisis.
También resulta curioso que muchos de
ellos provengan o hayan militado en algún momento de su vida en organizaciones
de la izquierda comunista. Si desde los propios partidos comunistas, que en
otro tiempo eran “entre todos los partidos obreros del mundo el sector
que con mayor denuedo y mayor dinamismo empuja hacia adelante el movimiento” (19),
se cuestiona la existencia misma de la clase obrera o su unidad, parece normal
que décadas después, “la clase obrera sigue en cama con 40 de fiebre”
como canta Nega (20). También resulta llamativo que estos
planteamientos coincidan con el discurso “oficial” en afirmar la desaparición
de la clase obrera, asumiendo que “todos somos clase media”
Mientras algunos de los principales
referentes teóricos de la izquierda lanzaban sus teorías-requiem por la clase
obrera, el reparto de la riqueza se fue orientando cada año un poco más en
favor de las ganancias capitalistas, y un poco menos hacia los salarios, y se
reforzaba la explotación capitalista del trabajo asalariado.
Pero hagamos un alto en el camino, y
detengámonos en algunos elementos de estos debates.
¿Clase media o clase obrera?
Vicente Navarro afirma que “...la
versión convencional de la estructura social de nuestros países afirma que las
clases sociales básicamente han desaparecido, puesto que la mayoría de
ciudadanos pertenece a la clase media, aceptando que por encima están los ricos
–la clase alta– y por debajo los pobres –la clase baja–. Por lo demás, hablar
de clase capitalista o burguesía, pequeña burguesía, clase media y clase
trabajadora (la mayoría de la población) se considera ser muy anticuado. Las
ciencias sociales, sin embargo, son ciencias. Y la clase social es una
categoría científica” (21).
En 2009 el 70% de los 15,6 millones de
asalariados (incluyendo sector público) ingresaban menos 1.100 euros mensuales.
En ese mismo año, cada empresa del IBEX-35 como promedio obtuvo como
beneficios más de lo que 113.000 asalariados ganaron para vivir. En 2005 en la
“cresta de la ola” el 60% de familias afirmaban no ahorrar, y el 50% tenía
dificultades para llegar a fin de mes. La deuda privada de las familias se
disparaba, estimulando artificialmente el consumo e hinchando una burbuja que
más tarde estallaría (22).
Es cierto que una parte de los
asalariados vive holgadamente, incluso ahorra y aumenta su patrimonio. A esta
parte la podríamos incluir en la llamada “clase media”. Pero esta es una
pequeña parte, y actualmente en retroceso vertiginoso. Algunos directamente
hablan de “El fin de la clase media” (23). En cualquier caso, la mayor
parte de este sector obtiene el grueso de sus ingresos de su propio trabajo, y
no puede permitirse dejar de venderlo por un salario.
Lo que sí ha crecido y mucho es el
fenómeno contrario: working-poor (EEUU), mini-jobs (Alemania), trabajadores
pobres, precariedad... La propia percepción de los trabajadores, incluso de los
que se creían en una posición cómoda, está cambiando: “es notable que
digan pertenecer a la clase obrera más jóvenes británicos que los que piensan
que sus padres pertenecían a ella” (24).
Desindustrialización y terciarización
¿Capitalismo post-industrial? En
algunas de las teorías que predican la desaparición o mutación del
proletariado, se identifica a la “vieja clase obrera” con el proletariado
industrial. Y como la industria supuestamente habría ido paulatinamente
desapareciendo, la clase obrera desaparecería con ella. La primera objección a
este planteamiento es que esta identificación confunde el todo con la parte. La
clase obrera siempre ha sido más amplia que los obreros de la industria.
Por otra parte, estos planteamientos
parecen contra-intuitivos. Si en nuestro día a día consumimos y utilizamos
decenas de artículos que provienen de las fábricas, y la inmensa mayoría de
bienes materiales han pasado en un momento u otro por la industria... ¿dónde
están esas fábricas? En su libro “La clase obrera en la era de las
multinacionales” (25), P. Mertens nos indica algunas claves:
En primer lugar, el vertiginoso
aumento de la productividad industrial vivido durante décadas, posibilita que
menos trabajadores creen más productos, “liberando” así a sectores más amplios
de la clase obrera a otras tareas y sectores económicos.
El propio Marx reflejaba este
proceso ya a mediados del s. XIX: “el extraordinario aumento de fuerza
productiva en las esferas de la gran industria... permite emplear
improductivamente a una parte cada vez mayor de la clase obrera...” (26)
[Con] las cifras que da para Inglaterra y Gales en 1861 (…) los trabajadores
domésticos, “sirvientes”, superan en número a los obreros de las fábricas.
(...)
En el caso de España entre 1975 y
2005, el empleo industrial aumenta un 13%, mientras que la producción lo hace
un 79%, 6 veces más que el empleo. Este aumento de la productividad es muy
superior al de otros sectores, específicamente el de servicios (27).
En segundo lugar, los cambios en
criterios estadísticos unidos a la reorganización de la actividad empresarial
desde la segunda mitad del s. XX disminuyen a efectos contables el peso de la
industria en las economías. Tareas de almacenamiento, instalaciones y
reparaciones, mantenimiento, transporte o limpieza directamente insertas en los
procesos industriales, que cuando estaban internalizadas en las empresas
aparecían en el sector industrial, computan como sector servicios tras ser externalizadas
y cambiar los criterios contables estadísticos. Así lo expresa un informe de la
federación de ingenieros de Gran Bretaña: “Una parte importante de la
industria de los servicios ha sido creada por la industria mediante la
subcontratación de sectores como el mantenimiento, la restauración colectiva y
la asistencia jurídica. La industria podría abarcar hasta el 35% de la
economía, más que el 20 % generalmente aceptado, si los cálculos se basaran en
estadísticas correctas” (28).
En tercer lugar, los cierres y
deslocalizaciones han golpeado al tejido industrial europeo y también al
español. Para el caso de España esto es especialmente cierto en una primera
oleada a finales del s. XX, por el papel que las clases dirigentes asumieron
para nuestro país con la entrada en la CEE-UE, sacrificando parte de la
industria nacional, “a cambio” de mantener fuertes monopolios nacionales en
banca, energía, telecomunicaciones o construcción.
En una segunda oleada, y con el
estallido de la crisis, el tejido industrial, que como toda la economía estaba
estimulado por el crédito y la burbuja hipotecaria, sufre un fuerte proceso de
cierres. Entre 2007 y 2013 se pierde casi 1/3 del empleo industrial, pasando de
casi 3 a algo más de 2 millones de trabajadores.
La creciente proporción de riqueza que
va a parar a los beneficios empresariales, y el fin de la burbuja del crédito,
hace que las mercancías y servicios no encuentren demanda solvente. Se ponen de
manifiesto las crisis cíclicas del capitalismo, en forma de sobre-capacidad
productiva. Un ejemplo claro de esta situación fueron las embotelladoras de Coca-cola:
“La compañía señala que hay capacidad "ociosa" en las fábricas,
que no llegan al80% en los meses pico” (29). La lógica del beneficio
empresarial hizo que cerraran varias fábricas disparando un fuerte y prolongado
conflicto con los trabajadores. Ya no son suficientemente rentables y para
recuperar los márgenes de beneficios la empresa “reestructura” dejando a
cientos de familias en la mayor precariedad.
Esta sobrecapacidad se manifestaba ya
con fuerza al entrar el s. XXI: “en la metalurgia europea, por ejemplo,
las capacidades de sobreproducción llegan a 50 millones de toneladas por año,
... para resolver este problema, el capitalismo debería cerrar, por lo menos,
dos gigantes como Usinor, British Steel o Thyssen-Krupp” (30).
Pero a pesar de estos cambios, y sólo
con la contabilidad “oficial” sigue habiendo en España grandes centros
industriales, y la industria emplea a más de 2 millones de trabajadores, y en
torno al 25% del PIB.
Por otra parte, estas visiones que
predican un cambio de naturaleza de un nuevo capitalismo “post-industrial”,
pecan de eurocentrismo, al obviar que en gran medida, los empleos industriales
que desaparecen aquí, aparecen en otras partes del planeta. Es obviar la
existencia de decenas o cientos de millones de nuevos proletarios industriales
en las inmensas factorías de China (la 2ª potencia económica mundial y donde la
industria seguía superando el 45% del PIB en 2012) (31), India,
Bangladesh, Vietnam, Indonesia o Corea, en Asia, de las minas en Sudáfrica, o
de las maquiladoras y sweat-shopsen Méjico, manteniéndose a nivel mundial por
encima del 30%.
Una cosa es reconocer la disminución
del peso relativo del “proletariado industrial” en España o Europa, y otra
distinta, hablar de un nuevo capitalismo “post-industrial”, que no se
corresponde con la realidad
Nueva hegemonía de la producción
“inmaterial” y de servicios
Otro aspecto del planteamiento
anterior, es que la “vieja clase obrera” industrial, se vería sustituida por
una nueva vinculada a los servicios y la producción inmaterial. Puesto que
estos empleos dependen en mayor medida de la “creatividad” del trabajador y el
trabajo intelectual, que es inapropiable por el capital, ello daría una nueva
dimensión desconocida anteriormente a este sector de trabajadores, con mayor
autonomía y control del proceso de trabajo.
Sin embargo lo que viene demostrando el desarrollo de estos sectores económicos, es justo lo contrario, y la tendencia a reproducir los mismos elementos de la producción industrial tradicional: grandes concentraciones de trabajadores (en España hay en 2014 más de 27 empresas de telemarketing con más de 500 trabajadores, de las cuales 3 con más de 5 mil) (32), con un elevado grado de explotación y precariedad, procesos de trabajo repetitivos y estandarizados, sumisión del trabajador a la máquina y tendencia al conflicto, la organización y la lucha.
Como señala Isaac Rosa, “Como
bien sabe la mayoría de trabajadores del sector, su realidad se llama
precariedad, subcontratación, explotación. Trabajadores con largas jornadas,
sin cobrar horas extra, a menudo compartiendo espacio con trabajadores de
diferentes empresas y con condiciones salariales diferentes... Sí, han leído
bien: sindicalismo informático. Suena a contradicción en términos, es verdad.
... Pero así es: todavía son pocos, pero cada vez hay más trabajadores que se
afilian, participan en asambleas, secundan movilizaciones, incluso huelgas”
(33).
(...)
La “clase obrera tradicional”, las
fragmentaciones y el “nuevo precariado”
Otros autores contraponen una “vieja”
clase obrera en retroceso que sería homogénea, ligada en gran medida a la
industria, con fuerte organización y sindicatos y con condiciones de trabajo y
salariales relativamente favorables, y otra nueva, precaria, heterogénea,
vinculada al sector servicios que sería en definitiva una clase distinta, o que
no sería “clase obrera” o al menos “clase obrera tradicional”.
Así Daniel Lacalle define “como
clase obrera tradicional, lo que era el proletariado de Karl Marx..., se puede
considerar a los trabajadores manuales, varones de la industria, construcción,
minería y algunos servicios (ferrocarriles y transporte urbano, por ejemplo) en
grandes empresas generalmente con un contrato fijo” (34).
Guy Standing explicita bastante a las claras esta
distinción: “El precariado es algo distinto de la “clase obrera” o del
“proletariado”. Estos últimos términos sugieren una sociedad que consiste
principalmente en trabajadores con un puesto relativamente duradero y estable,
con jornadas de trabajo fijas y vías bastante claras de mejora, sindicados y
con convenios colectivos” (35).
Otros aspectos de estos planteamientos
se refieren al aumento de la fragmentación y la diversidad de situaciones que
atravesaría el “bloque monolítico” de la clase obrera tradicional
“desmigajándolo”: Hombres y mujeres, nacionales y extranjeros, de matriz y de
contrata o ETT, fijos y temporales... Obstaculizarían, si no harían imposible,
que los individuos en todas estas situaciones llegaran a conformarse en una
clase, por partir de situaciones tan diversas.
Así lo señala Daniel Lacalle al
estudiar “tres de esos grupos de trabajadores asalariados [NdA:
mujeres, jóvenes, precarios y sumergidos, y trabajadores intelectuales, que
contrapone a “la clase obrera tradicional”], ... ; poseen internamente un
alto grado de heterogeneidad; y como grupos sociales, características
definitorias que trascienden a la clase social" (36).
Sin embargo lo que están señalando
estos planteamientos son diferencias de grado en las condiciones de venta de la
fuerza de trabajo, y no de naturaleza. Lo que hace a la clase obrera serlo es
estar en el centro de la producción capitalista, ser la fuerza de trabajo de la
reproducción ampliada capitalista, sobre la que el capital construye sus
ganancias, y no su sexo, edad o color de piel. En palabras de Marx “La
existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial
la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la
formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede
existir sin el trabajo asalariado” (37).
La división de los trabajadores es “el
arma más acerada de la burguesía ... De ahí los esfuerzos de los trabajadores
por suprimir esa competencia al asociarse” (38). La unidad de los
trabajadores en organizaciones sindicales y políticas, los lazos de
solidaridad, la conciencia individual de pertenecer a una misma clase social,
ha sido objeto de avances y retrocesos desde el nacimiento del proletariado.
“La organización de los proletarios ... , salta a cada momento en pedazos a
causa de la competencia existente entre los obreros mismos. Pero resurge una y
otra vez con más fuerza, más firme y poderosa...” (39). El camino de
concienciación de los trabajadores y sus luchas no es lineal, pero la realidad
material, las condiciones de vida de los trabajadores empujan a estos a tender
lazos de solidaridad y unidad entre sí, porque se encuentran en una misma
posición social por encima de la situación individual de cada uno.
Lo que procedería por tanto más que
lamentarse por el descenso de la conciencia de clase en occidente o nuestro
país en décadas recientes, mientras se predican teorías que niegan la misma
existencia de la clase obrera, sería estudiar y analizar los cambios reales,
los errores cometidos, y rectificándolos, estimular y contribuir a fomentar la
unidad de los trabajadores.
Para ello conviene reflexionar sobre
la realidad y evolución histórica de algunos de estos aspectos. ¿Realmente son
nuevas estas fracturas y divisiones en la clase obrera? ¿Podemos contraponer
una “vieja clase obrera” a una “nueva” de distinta naturaleza?
La “vieja clase obrera” y el hombre de
paja
i. Mujeres (¡y niños!)
La clase obrera, siempre estuvo
formada por hombres y mujeres. La participación en el trabajo asalariado de la
mujer varía en cada país, época y sector económico, pero nunca desaparece.
Incluso la industria desde sus orígenes siempre contó con mujeres y niños, “a
medida que se va desarrollando la industria moderna, el trabajo de los hombres
se va viendo desplazado por el de las mujeres y los niños. Las diferencias de
edad y sexo carecen ya de cualquier reconocimiento en lo que respecta a la
clase obrera. Se trata de meros instrumentos de trabajo que originan diversos
costos según su edad y sexo” (40).
Cuando Engels describe la
composición de los trabajadores de la industria, señala que “de los
419.590 obreros fabriles del imperio británico (en 1839) 192.887 (o sea casi la
mitad) eran de menos de 18 años de edad y 242.996 eran del sexo femenino, de
las cuales 112.192 menores de 18 años. Según esas cifras, 80.695 obreros del
sexo masculino tienen menos de 18 años de edad, y 96.599 son adultos, o sea el
23%, por tanto ni siquiera la cuarta parte del total” (41).
Menos del 25% del “proletariado industrial” de su época eran varones adultos.
Las luchas de los trabajadores
trataron de limitar la explotación capitalista de los niños y otras reformas
mediante la aprobación de “Leyes de fábricas”... Pero las mujeres siguieron y
siguen formando parte de los trabajadores, y también en la industria. En la
fábrica de Suzuki de Gijón en los años 70: “En la cadena de
montaje había más hombres que mujeres, pero en previos de la cadena, éramos
todo mujeres, las que hacíamos las ruedas éramos mujeres. Yo estuve en previos,
en ruedas, en embalajes, en la cadena, en el almacén...” (42).
ii. Inmigración
Tampoco el aumento de la inmigración
vivido en España en décadas recientes supone una novedad “absoluta”, sino la
repetición o reaparición de fenómenos intrínsecos a la propia formación de la
clase obrera y el proletariado urbano moderno.
En primer lugar uno de los principales
sectores de los que se nutrió en su gestación la clase obrera fue de campesinos
que por expulsión y cercamiento de las tierras perdían su modo de vida
tradicional y acudían en masa a las ciudades en busca de empleo. Este proceso
es el que describe Marx en los capítulos relativos a la acumulación originaria
en El Capital (43).
En España y ya bien entrado el s. XX
la recomposición económica tras la guerra civil produjo importantes movimientos
migratorios de este tipo, como simboliza el personaje de Joaquín, protagonista
de “La mina” de Armando López Salinas (44), campesino andaluz
pobre que emigra a principios de los 60 a la ciudad de Los Llanos para trabajar
como minero.
Este proceso en mayor o menor grado
sigue hasta hoy en día, donde la PAC en la UE ha seguido acabando
con el modo de vida de decenas de miles de pequeños agricultores, cuyos hijos
se ven forzados a emigrar a los núcleos urbanos, o como en China donde con las
grandes transformaciones económicas desde el último ¼ del siglo XX, literalmente
cientos de millones de nuevos proletarios urbanos aparecen con las migraciones
campo-ciudad (260 millones desde principios de los 80) (45).
Pero tampoco la incorporación de
distintas culturas y naciones con el despegue económico capitalista es nueva, ni
su utilización para dividir y tratar de imponer condiciones laborales a la baja
por el capital. Así explicaba Engels el efecto que producía la migración
Irlandesa en competencia con la clase obrera inglesa a mediados del s. XIX: “Pero
ello no impide que el irlandés entre en competencia con el inglés y reduzca
poco a poco el salario ... del obrero inglés a su propio nivel...” (46).
El uso de las migraciones coloniales
con estos mismos fines también fue reflejado por Hồ Chí Minh: “... el capitalismo emplea sus
colonias para las explotaciones económicas más inteligentemente. Se ha
observado a menudo que la disminución de los salarios en ciertas regiones de
Francia, y en ciertos oficios, está siempre precedida por un aumento de la mano
de obra colonial. Los indígenas se emplean como rompehuelgas” (47).
iii. Descentralización y atomización
de los trabajadores
La fuerza de los trabajadores frente a
las imposiciones patronales radica en su número y unidad. Esta unidad se vería
favorecida por la concentración de miles de trabajadores en grandes centros de
trabajo, que caracterizaría a la “clase obrera tradicional”, pero se habría
debilitado con el “posfordismo”, la subcontratación, y la “atomización” de la
producción en miles de centros de trabajo de pequeño tamaño.
Como otros de los elementos
analizados, la realidad hoy obliga a desmentir o al menos matizar este
planteamiento…
[Se citan datos del Ministerio de
Empleo y Seguridad Social http://www.empleo.gob.es/series/,
sobre distribución de empresas y trabajadores por tamaño en nº y porcentaje
del total, en enero de 2014].
(…)
La distribución de trabajadores por
tamaño de empresa, refleja que el 0,36% de grandes empresas, emplean a casi 5
millones de trabajadores, el 42% del total, más que el casi 98% de pequeñas
empresas. 887 empresas emplean a casi 3,5 millones. Medianas y grandes
empresas, poco más del 2%, emplean a casi el 60% de los trabajadores. Más aún
estos porcentajes se inclinan unas décimas en favor de las grandes empresas
desde el inicio de la crisis. “En la distribución del empleo por tamaño
de empresa, se observa en el periodo 2006-2011, el trasvase de más de 5 puntos
al estrato de las grandes empresas (en 2006 era de 36,51%), que procede
principalmente de la reducción en las pequeñas (en 2006 era de 23,86%)” (48).
Resulta curioso comparar estas cifras
con las que ofrece Lenin para Alemania a principios del s. XX: “Si
tomamos lo que en Alemania se llama industria en el sentido amplio de esta
palabra, es decir, incluyendo el comercio, las vías de comunicación, etc.,
obtendremos el cuadro siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de
3.265.623, es decir, el 0,9%. En ellas están empleados 5,7 millones de obreros
sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%...” (49) Más aún si
tenemos en cuenta que Lenin está llamando “grandes” a las que emplean a más de
50 trabajadores.
En resumen la clase obrera hoy está
mucho más concentrada en grandes empresas que hace un siglo. Una proporción
menor de grandes empresas emplea a una proporción mayor de trabajadores.
Además si bien los procesos de
subcontratación, auxiliares, etc... sirven para separar y dividir a los
trabajadores, generando obstáculos a su unidad, estos obstáculos pueden y son
salvados por la solidaridad de los trabajadores a través de las luchas, como
demuestra el ejemplo de la huelga de Telefónica-Movistar y subcontratas en la
provincia de Barcelona (50). Ejemplo del que están aprendiendo los
trabajadores de otras provincias, tratando de repetir estas experiencias
porque, de hecho, es un mismo conflicto el que les une.
iv. Industria, organización,
sindicatos y precariedad
Contraponer un empleo industrial
relativamente privilegiado al de servicios precario, es plantear un análisis de
blanco y negro, que no se corresponde con la realidad.
En la industria hay fuerte
organización y sindicatos, pero también hay miedo. Así lo expresa un trabajador
de la fábrica de Renault en Fuenlabrada: “No, hay mucho miedo a
represalias, miedo sobre todo a perder el puesto de trabajo, por eso la mayoría
no se reivindican“ (51). Cuando en España se ha perdido casi 1/3 del
empleo industrial en 8 años, resulta ridículo decir que la clase obrera
industrial tradicional tiene “puestos de trabajo duraderos y estables”.
Standing contrapone a la situación “estable
y con perspectivas de mejora de la clase obrera” la “rabia”,
“impotencia” o “frustración” del precariado. Que se lo digan a los trabajadores
de la fábrica de Alcoa, cuando tras anunciarse el posible cierre de la
fábrica de Avilés de un día para otro manifestaban: “Antes de ver la
fábrica cerrada, ¡la quemamos!” (52).
La política de subcontratación, uso de
auxiliares y ETTS ha servido para ir precarizando las condiciones de trabajo en
las fábricas. “No sé cuándo voy a trabajar. Cada semana tengo que esperar
a que me llamen. Tengo que estar disponible en todo momento”, expresa
un trabajador de Daorje, auxiliar de Arcelor encargada del
mantenimiento de sus altos hornos que emplea a cientos de trabajadores.
Si la industria goza (aunque cada vez
menos) de mejores condiciones relativas de trabajo, es por una larga
trayectoria de lucha y conflicto, de organización en sindicatos y huelgas, y no
por razones inamovibles o “naturales” que hayan surgido de la nada.
La lucha de los trabajadores para
mejorar su situación, deriva de su posición en la producción, y del conflicto
de intereses con la patronal. De una u otra forma se reproduce en todas las
ramas de la economía. Un buen ejemplo de esto es la de los casi 100
trabajadores de Burger King en Gijón (o de las decenas de miles de Burger
King y Mc Donald's en EEUU) (53), uno de los paradigmas del
“precariado”, cuya plantilla está formada por trabajadores jóvenes, muchas de
ellas mujeres, que han sostenido un largo conflicto victorioso con algunas de
las connotaciones de lucha más “clásicas” o “tradicionales” del movimiento
obrero: persecuciones patronales, despidos de los trabajadores “destacados”,
huelgas, piquetes, asambleas y manifestaciones... (54).
v. El mito de la “clase obrera
tradicional
”Quienes describen una supuesta “clase
obrera tradicional”, masculina, industrial, homogénea y con condiciones de
trabajo estables y “privilegiadas”, caen en una visión congelada en el tiempo y
el espacio de un sector de la clase obrera, mitificada y “occidentocéntrica”.
Toman las condiciones del
“proletariado industrial” occidental tras la 2ª Guerra Mundial, que consiguió importantes
mejoras, y lo etiquetan como “clase obrera tradicional”. Pero esto es
artificial. Es obviar la realidad de los millones de trabajadores
súper-explotados en los países periféricos del capitalismo en esa misma época,
es obviar que la clase obrera “tradicional” desde su nacimiento siempre fue
pasto de la precariedad. Que sólo las luchas de décadas, incluso las grandes
revoluciones fueron las que consiguieron arrancar mejores condiciones de
trabajo en Europa y EEUU durante la segunda mitad del s. XX, y que esas
conquistas, mientras se mantenga la economía de mercado capitalista son
temporales.
Es olvidar que los grandes accionistas
y propietarios tratarán de recuperar los trozos del pastel que con el “miedo al
comunismo” cedieron en un momento dado a los trabajadores. Así lo describía Otto
Brenner, exdirigente de IG-Metall entre 1956-72, (el mayor sindicato de
occidente en su época): “Durante las negociaciones con la patronal, un
socio invisible pero sensible estaba siempre presente en la mesa, la RDA
(República Democrática Alemana)” (55).
Engels reflexionando sobre las luchas de los
trabajadores comenta en 1844: “A veces se producía un mejoramiento
temporal, que se extendía incluso a las grandes masas. Pero este mejoramiento
era reducido cada vez a su antiguo nivel...” (56).
Esto se ve hoy claramente, cuando, ante la debilidad relativa de la clase
obrera, todas esas conquistas se ven amenazadas: aumenta el desempleo, la
precariedad, bajan los salarios, se desmantelan los sistemas de seguridad social
y servicios públicos... Y toda la clase obrera y trabajadores tienden a
equipararse en sus condiciones materiales de vida con las de los sectores más
desfavorecidos.
En palabras de Engels, “si
ciertos sectores aislados aún disfrutan de alguna ventaja sobre los demás, la
situación de los obreros en cada rama es tan inestable, que cualquier
trabajador puede ser llevado a recorrer todos los grados de la escala, desde la
comodidad relativa hasta la necesidad extrema” (57).
Mientras algunos predican las diferencias
“abismales” entre la clase obrera tradicional y una “nueva” clase obrera, lo
cierto es que las condiciones de los distintos sectores de la clase obrera se
van acercando con la crisis capitalista y la ofensiva general del capital
contra el trabajo: los trabajadores fijos se pueden despedir tan fácilmente
como los temporales, se puede disminuir el salario de todos por igual, etc...
Las condiciones tienden a igualarse por abajo.
La tarea sería justo la contraria.
Tratar de revertir la espiral descendente y empujar a través de la
concienciación, la organización y la lucha, a los sectores de trabajadores más
desestructurados y precarizados en la equiparación en las condiciones de
trabajo con los más “favorecidos”.
Populismo, ciudadanismo, “consumidores”
y la clase obrera
El bipartidismo empieza a mostrar
grietas. Ni el PP es “popular”, ni el PSOE es obrero, en tanto no
reconocen el conflicto de clases, y de hecho se limitan a gestionar el escaso
poder institucional frente al poder real de la banca y grandes empresas, con
las que mantienen fuertes lazos y dependencias. Sin la más mínima vocación de
intervenir la lógica de la acumulación capitalista, mediante nacionalizaciones,
impuestos progresivos, aumentando la protección de los trabajadores con la
legislación laboral, reforzando los servicios públicos, etc... no hay políticas
en favor de los trabajadores y el pueblo.
Frente a la relativa decadencia del
bipartidismo emergen nuevos referentes. En la búsqueda de soluciones la
dirección de Podemos busca nuevas fórmulas que permitan construir
mayorías sociales. Ahondando en las tesis del “fin de la clase obrera”, tratan
de crear nuevos “símbolos” que permitan aglutinar una mayoría social suficiente
para desatar transformaciones sociales profundas.
Pero “para poder explicarnos,
comencemos por la premisa de que parten Laclau y Mouffe en el desarrollo de su
teoría: no hay unidad en lo social. O todavía más: hay una irreductible
heterogeneidad en lo social que hace imposible toda unidad real, extralingüística,
de manera que reposa exclusivamente en el discurso la capacidad de construir
esta unidad. La realidad social se encuentra fragmentada por identidades
irreconciliables” (58).
”Desde esta visión, la clase obrera es
una simple “etiqueta”, una palabra, que habría quedado obsoleta, perdiendo su
utilidad si no para entender la realidad, si al menos para transformarla. Para
aglutinar un sujeto político en torno a un proyecto de cambio, buscan nuevas
etiquetas: “los de abajo”, “la gente” o incluso “los que pagan
impuestos” (59). Esto supone “el establecimiento de una relación
cuasi mercantil con las personas receptoras del discurso, regulando la cantidad
y modalidad del mismo en función de sus demandas”, a los que ya no se
considera protagonistas, sino “consumidores”. Esto es asumir el triunfo de la
ideología del enemigo de clase, que, como advertía Andrés Bilbao, desestructuró
a la clase obrera, convirtiéndonos en “ciudadanos” (60).
Uno de los problemas de este
planteamiento es que, mientras critican que la “izquierda miope” trate de
aglutinar a “los de abajo” con una etiqueta (la de clase obrera), pretenden
hacerlo mediante otras “etiquetas” bastante más confusas, y que realmente
impiden conocer cuál es la propuesta política que hay detrás de las mismas. Es
obviar el trabajo asalariado y la acumulación de ganancias capitalistas sobre
sus espaldas como el elemento central de la sociedad, y ya no sabemos si la
gran banca acumula sus ganancias sobre la explotación de los trabajadores, la
especulación con la deuda pública, y el desahucio de miles de familias, o
debemos elogiarlos por su “contribución al bienestar social” (61).
La gran patronal, también hace sus
cábalas: “El presidente de Repsol, Antonio Brufau, ha apuntado que en
Podemos -que recientemente ha presentado su propuesta de programa económico- se
han visto dos programas económicos totalmente distintos, uno del eje
bolivariano y otro del eje nórdico", pero que "no hay que anticipar
nada" (62).
Pero a la hora de la verdad, en caso
de avanzar posiciones institucionales, y pretender sacar adelante medidas que
realmente ataquen los privilegios de unos, para mejorar la situación de otros,
la única garantía real de cambio, será la capacidad de la clase obrera y los
sectores populares de hacerlas valer.
Por eso apelar al “ciudadanismo” no
parece buena idea a la hora de acumular fuerzas para desatar esos cambios que
tanta gente desea. El análisis de clase es poderoso porque nos ayuda a
comprender el funcionamiento de la acumulación capitalista, de los intereses
confrontados entre los distintos sectores sociales, y apuntar a soluciones que
cambien de raíz la naturaleza social, poniendo a la mayoría social en primer
plano.
Conclusiones: ¿Quiénes son los de
abajo?
El capitalismo en España está
hoy más maduro que nunca. Tan maduro, que huele a podrido. Mientras las grandes
empresas rehacen sus márgenes de beneficios, la clase obrera y la mayoría del
pueblo encuentran grandes dificultades para salir adelante y satisfacer sus
necesidades más básicas. Y eso en uno de los países más ricos del llamado
“primer mundo”.
Más allá del ”teatro” de la política
oficial, las cuestiones clave siguen siendo quién y cómo decide qué se produce,
en qué condiciones, cómo se reparte, cuáles son las prioridades, qué
necesidades satisfacer y porqué existen esas necesidades y cómo satisfacerlas.
Mientas el grueso de la economía esté en manos de grandes actores privados, y
no haya voluntad de intervenir esa lógica sólo habrá una respuesta a todas
ellas: la acumulación de ganancias.
Para plantear alternativas que cambien
sustancialmente las condiciones de vida de la mayoría un elemento fundamental
es retomar el análisis de las clases sociales, que lejos de haber quedado
obsoleto es hoy más vigente que nunca, y ha sido a la vez apartado y
menospreciado por algunos de los principales actores de la izquierda política
tradicional. La clase obrera ocupa la “centralidad del tablero” socio-económico.
Es necesario que esa realidad se transforme también en centralidad política, y
que avance su propio proyecto que pasa inequívocamente por atacar los
privilegios del gran capital e intervenir la lógica de la acumulación
capitalista que condena a la mayoría de la población a la explotación y la
precariedad.
No existen atajos para recuperar lo
que los trabajadores hemos perdido en décadas de retroceso. Una de las tareas
principales es llamar a las cosas por su nombre, y no dejarse arrastrar a los
juegos de palabras y electorales de quienes han dominado el mercado electoral,
poseen los medios de comunicación y han llegado a alcanzar la hegemonía
ideológica: quienes en definitiva se enriquecen y dominan la sociedad. Y en ese
camino de nada vale lamentarse por la escasa “conciencia de clase” de los
trabajadores, mientras se cuestiona la propia existencia de la clase obrera.
En el día a día la clase obrera y las
clases populares señalan que existen elementos esperanzadores, y que la
historia está lejos de haberse detenido. La tarea es empujar ese proceso hacia
delante, y no hacia atrás. Como dice Benedetti y continúa Toni el
sucio “defendamos la alegría de la clase trabajadora, que a pesar de
todo en pie resiste” (63).
Alfonso Lago, marzo 2015
_________________________________________
Notas:
(1)
K. Marx y F. Engels
en el Manifiesto Comunista, 1848
(3)
Citas del Manifiesto
comunista, 1848
(4)
INE – EPA cuarto
trimestre 2014
(11)
E. Bernstein “Las
premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”, 1899
(12)
A. Gorz “Adios al
proletariado” 1981
(13)
E.P. Thompson “La
formación de la clase obrera en Inglaterra”
(14) En “Politics
for a Rational Left” 1989. Aunque
para ser justos, a continuación añade: “lo que vemos actualmente no es que
no exista la clase obrera, sino que la conciencia de clase no tiene poder ya
para unirla”.
(15)
T. Negri, “Imperio”
2001
(16)
http://www.lne.es/gijon/2008/10/07/izquierda-desaparecida-crisis-sostiene-aguera-sirgo/682725.html
(18)
¿Quienes son los de
abajo? http://blogs.publico.es/pablo-iglesias/291/quienes-son-los-de-abajo/
(19)
Manifiesto comunista
(21)
V. Navarro, “¿Existe
la lucha de clases?” 2011
(24)
En “El precariado” de
G. Standing, pag. 117
(26)
Marx, El Capital,
Libro1, Vol 2, pag. 543
(27)
Fuente OCDE e INE
(28)
En P. Mertens, “La
clase obrera en la era de las multinacionales”
(30)
Michel Collon, Las
contradicciones del capitalismo al umbral del siglo XXI. Proposición
para reforzar la coordinación de los partidos comunistas frente al
imperialismo. Contribución para el 8º Seminario Comunista Internacional de
Bruselas, 2-4 de Mayo de 1999. Citado en http://trabajodemocratico.es/content/algunas-reflexiones-sobre-el-gobierno-de-syriza
(31)
Todos los datos de
PIB en http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Pa%C3%ADses_por_PIB_seg%C3%BAn_composici%C3%B3n_del_sector
(32)
Fuente INE – DIRCE,
CNAE 2009 822 “actividades de centros de llamadas”
(33)
Isaac Rosa, “Los
informáticos salen de la mina”, 2013
(34)
“La clase en obrera
en España” 2006, Ed. El viejo topo/FIM
(35)
“El precariado”, de
2011
(36)
“La clase obrera en
España”. D. Lacalle 2006, pag. 44
(37)
Manifiesto comunista
1848
(38)
La situación de la
clase obrera en Inglaterra, F. Engels, 1844
(39)
Manifiesto comunista
1848
(40)
Idem
(41)
La situación de la
clase obrera en Inglaterra, 1844
(42)
Deslocalizados, A.
Caunedo, Edita AFOHSA 2014
(43)
XXIV y XXV del primer
volumen de El Capital.
(46)
La situación de la
clase obrera en Inglaterra, pag. 133
(47)
Ho Chi Minh
“Indochina y el pacifico” Escritos periodísticos 1922-1926. Ed. Compañeros,
1971
(49)
Lenin, “El
imperialismo fase superior del capitalismo”, 1916
(56)
F. Engels, “La clase
obrera en Inglaterra”
(57)
La situación de la
clase obrera en Inglaterra
(59)
P. Iglesias en
“¿Quienes son los de abajo?”
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