viernes, 8 de mayo de 2015

Memoria y desmemoria. El recuerdo adulterado.

Lo cotidiano, renovado día a día, amontonado vertiginosamente, ocupa el lugar de la memoria, y para recordar lo de ayer mismo olvidamos lo de anteayer. Cuanto más profusa es la información, más confusa se vuelve. Lo que se oye sin prestarle atención, pero se repite una y otra vez, predomina en la mente. Más que mensaje ajeno parece recuerdo propio.

Indefensos, por distraídos, acabamos confundiendo lo machaconamente oído con nuestros verdaderos recuerdos. Así que los dueños de las palabras (las clases dominantes), inventándonos un pasado, nos falsifican el presente. Memoria sobrecargada es mala memoria. Por eso tanta gente olvida que la engañaron el año pasado, y en nuevas campañas electorales la vuelven a engañar.

Se tienen por auténticas ideas muy inexactas sobre tiempos pasados, sobre el pensamiento y las realidades de otras épocas. Situaciones que se repiten parecen nuevas, mientras se dan por pasadas circunstancias que no han cambiado en lo sustancial.

Fijémonos, pongo por caso, en la lucha de clases. Ni siquiera la expresión "clase social" se define correctamente. Los años de relativa bonanza y el trabajo ideológico de la burguesía (¡otro concepto que chirría a los oídos de la mayoría!) introdujeron la idea de que los viejos conceptos han dejado (por viejos) de ser válidos, y los sustituyen otros muy imprecisos, como el de clase media, expresión en la que, como en el "centro político", tiende a autoincluirse la mayoría de la población. Al dejar en el limbo la conciencia de clase social, se atomiza la lucha de clases en mil conflictos inconexos. Si la unión hace la fuerza, el particularismo puede destruirla.

Artículos como este, del que copio la mayor parte, pueden ayudarnos a separar de la ganga adulterada ideas esenciales:
  • La clase obrera no se limita, ni se limitó en el pasado, a los obreros empleados en la industria, que pocas veces llegaron a ser mayoritarios.
  • Tan clase obrera es el mecánico en una cadena de montaje como el falso autónomo que trabaja para una subcontrata de una gran empresa informática.
  • La clase obrera nunca fue homogénea, ni ahora ni tampoco antes, ni la define esencialmente el nivel de ingresos, sino el hecho de la explotación.
  • El precario no pertenece a una clase distinta del que tiene empleo; el trabajador "fijo" (¿pero quién es fijo hoy?) no forma parte de una "clase" aparte, separado del eventual o del parado de larga duración. El "ejército industrial de reserva" es y ha sido la norma, no la excepción.
  • La entrada de las mujeres en el mundo laboral, o el trabajo infantil, no son fenómenos nuevos. La idea de un viejo mundo fabril masculino y adulto es una construcción falsa. En 1839 menos del 25 % del proletariado industrial eran varones adultos.
  • La inmigración, y los conflictos que oponen a trabajadores nativos e inmigrantes en competición, tampoco son algo nuevo.
  • La clase obrera no está hoy más concentrada en grandes empresas que hace un siglo. Una proporción menor de grandes empresas emplea a una proporción mayor de trabajadores.
  • Contraponer un empleo industrial relativamente privilegiado al de servicios precario no se corresponde con la realidad.
  • Por todo ello, quienes describen una supuesta “clase obrera tradicional”, masculina, industrial, homogénea y con condiciones de trabajo estables y “privilegiadas”, caen en una visión congelada en el tiempo y el espacio de un sector de la clase obrera, mitificada y “occidentocéntrica”.
A estas visiones esquematizadas y falseadas del pasado (el presente es más difícil de falsear, aunque se intenta) contribuye mucho el "establecimiento periodístico de temas" o agenda-setting (aquello de lo que no hablan los medios no existe, aquello que dicen es la verdad incontestable, su lenguaje es el lenguaje y ellos dictan lo que es posible y lo que no lo es).

En el artículo se analiza extensamente cómo esto marca incluso la terminología y aún los análisis de la izquierda, y, de modo performativo, induce al público a pensar de un determinado modo, y a los políticos, con intención honesta u oportunista, que es otra cuestión, a modular su modo de hablar, de obrar... y también de proponer.





La clase obrera y la crisis: recuperar la centralidad del tablero







(...)

El papel central de la clase obrera 

“Unidad popular”, “proceso constituyente”, “empoderamiento de los de abajo”... Millones de personas buscan hoy en España un cambio que suponga una mejora en la difícil situación social. Hartos de las dificultades para llegar a fin de mes, hacer frente a las necesidades más básicas, y de la corrupción, cada vez más apelan a la necesidad de un “cambio”.

Tradicionalmente la izquierda fundó sus esperanzas de transformación social en la clase obrera, el proletariado, “la clase de los obreros modernos, que tan sólo puede vivir a condición de hallar trabajo y tan sólo pueden hallar trabajo a condición de que éste acreciente el capital.” (1) 

Este punto de vista responde a un determinado enfoque: para comprender la sociedad, el punto de partida es analizar cómo esta crea sus propias condiciones materiales de vida, y como en torno a ese elemento central, se sitúan los distintos sectores sociales, las instituciones políticas, etc...

La clase obrera es el sector social que trabaja para los propietarios de las empresas a cambio de un salario, creando las riquezas y haciendo funcionar el motor central de toda la maquinaria económica. Hoy, la inmensa mayoría de los bienes y servicios que consumimos en nuestra vida cotidiana pasan por la propiedad privada, y el trabajo asalariado. La clase obrera ocupa la “centralidad del tablero” socioeconómico.

La historia ha demostrado también que ese núcleo socio-económico, puede convertirse en protagonista, convirtiendo su centralidad económica en centralidad política. Desde la comuna de París, hasta las recientes “primaveras árabes” en Túnez y Egipto, pasando por las revoluciones del s. XX la clase obrera ha estado a la cabeza de las movilizaciones sociales impulsando cambios profundos.

No es distinta la situación en España, donde el ejército republicano estaba formado esencialmente por trabajadores y campesinos, o donde fueron los trabajadores los que por décadas sostuvieron una lucha de masas soterrada pero incansable contra la dictadura. Las sentencias del Tribunal de Orden Público franquista reflejan que los trabajadores fueron la mayoría de los condenados por su actividad política contra la dictadura: propaganda ilegal, asociación ilícita y manifestación y reunión supusieron ¾ de las condenas (2), creando las condiciones para la “transición democrática”.

(...)

(...) Las grandes empresas y monopolios que controlan el grueso de la economía, y los trabajadores tienen intereses opuestos. Puede que vayamos en un mismo barco, pero unos reman con grilletes mientras otros toman el sol en cubierta.

Este conflicto es la dinámica “natural” del capitalismo desde sus orígenes. El conflicto inmediato por las condiciones de venta de la fuerza de trabajo hace que “los enfrentamientos entre cada obrero y cada capitalista por separado van adoptando cada vez más el carácter de colisión entre dos clases. Los obreros comienzan a formar coaliciones contra los capitalistas” (3). Con el desarrollo de la sociedad capitalista, “no solamente aumenta el número de proletarios, sino que se aglomeran en masas mayores, creciendo su fuerza y la conciencia de la misma”. Las condiciones materiales de vida de los trabajadores empujan a estos a unirse y buscar alternativas. Depende de ellos y sus organizaciones sindicales y políticas avanzar en la búsqueda de soluciones.

Clase obrera, salarios y sectores populares 

El motor central de la economía es el trabajo asalariado. En ese contexto para las empresas los trabajadores son una mercancía más que compran mediante un salario. En términos estrictos el salario es el precio al que se paga el tiempo de trabajo.

Pero las luchas de las trabajadores fueron arrancando mejoras con el tiempo: seguridad social, prestaciones de desempleo, de incapacidad, servicios públicos... Configurando lo que se vino a llamar el “estado de bienestar”. Así además del salario directo, las cantidades líquidas que aparecen en las nóminas, hay otro tipo de salarios asociados al empleo: indirectos (las prestaciones y derechos garantizados por el estado) y diferidos (prestaciones por jubilación o incapacidades al abandonar la vida laboral activa).

Así como hoy hay en España 11,5 millones de asalariados del sector privado, otros casi 3 millones son asalariados del sector público (4), y 8,4 millones de pensionistas (incluyendo viudedad, orfandad, incapacidades, contributivas y no contributivas...). 

Estos sectores sociales no son parte estrictamente de la clase obrera, pero están en lo fundamental unidos a su suerte. Esto se ve claramente hoy cuando las políticas llevadas adelante tras el estallido de la crisis económica, afectan de una u otra forma a todos ellos. A los asalariados del sector privado se les trata de extraer más ganancias. Pero la austeridad y los recortes afectan también a los trabajadores del sector público a los que desde hace muchos años se les van tratando de aplicar criterios similares a los de la rentabilidad empresarial, cuando no directamente privatizando los servicios. 

En el sector público y sólo entre 2011 y 2013 se produjeron 375 mil despidos (5). Además aumenta la temporalidad y precariedad en su contratación, y aumenta la facilidad para su despido. Se disminuyen los salarios recortando pagas. La brecha existente entre los salarios del sector público y privado se ve reducida estos últimos años: "Esta disminución reciente en la brecha responde fundamentalmente a la reducción de salarios reales e incluso nominales en el sector público", dice el Banco de España (6). La lógica capitalista que trata de reducir las cargas sobre los beneficios empresariales, recae también sobre amplias capas de estos trabajadores. 

La respuesta en forma de mareas (verde y blanca p.ej.) tiene un doble aspecto: por un lado defienden los salarios indirectos de todos los beneficiarios de los servicios públicos, fundamentalmente de la clase obrera. Por otro lado defienden sus propios derechos salariales como trabajadores.

Para el caso de los pensionistas, son en su mayoría trabajadores que han terminado su vida laboral activa, y también ellos están en el punto de mira, mediante la reducción de prestaciones, la aprobación de tasas y recargos a prestaciones sociales (medicamentazos), o directamente la congelación y reducción real de las cuantías de las pensiones.

Otros casi 5 millones de parados son fundamentalmente proletarios que entran y salen de la actividad asalariada, y a los que las políticas de austeridad y recortes castigan igualmente, reduciendo las prestaciones por desempleo (7), endureciendo los requisitos para acceder a ellas, y además sometidos a una política de estigmatización social, con el simbólico “¡que se jodan!” de Andrea Fabra (8) o las denuncias del fraude entre los parados de la misma vicepresidente del gobierno (9), en una auténtica guerra de propaganda contra los parados, similar en muchos aspectos a la descrita por Owen Jones en “Chavs, la demonización de la clase obrera” (10).

Estos sectores sociales no están en confrontación directa e inmediata con la acumulación de ganancias capitalista, pero sí indirectamente, o son esencialmente proletarios y todos conforman una mayoría social interesada en apoyar medidas profundas de transformación. El capital ataca todas las formas de salarios, tratando de “soltar lastre” y remontar sus beneficios: los salarios directos, los indirectos y los diferidos.

Para los en torno a 3 millones de trabajadores autónomos, en gran medida su suerte y prosperidad va unida a la de la clase obrera y el grueso de los trabajadores, como se analizaba en artículos anteriores, al depender en gran medida de los ingresos de los trabajadores y clases populares para su propia actividad económica y prosperidad. Con la crisis, el nº de autónomos descendió un 15% al igual que el nº de asalariados, y sus ingresos medios cayeron más de un 30% por debajo del “mileurismo”

Las mil y una muertes de la clase obrera

Lo que resulta una evidencia o una vivencia cotidiana para millones de trabajadores que cada día enfrentan las imposiciones patronales en forma de despidos, rebajas salariales, conflictos, asambleas y huelgas, y la unidad y centralidad del trabajo asalariado y su explotación en las sociedades capitalistas, ha sido negado una y mil veces en los últimos 100 años.

Bernstein, padre teórico de la socialdemocracia reformista, ya en 1899 afirmaba que la clase obrera “no puede ser considerada como una masa homogénea y uniforme, ya que existe una diferenciación social entre todos los obreros” (11) por lo que fijaba como prioridad la sumisión a la lucha electoral y parlamentaria con base en las capas ilustradas de la sociedad, para conseguir mejoras a través de reformas.

A mediados del siglo XX, André Gorz anunciaba “el fin del trabajo” ya que el desarrollo tecnológico cada vez hacía más innecesario el trabajo humano y afirmaba que “durante más de un siglo, la idea del proletariado ha logrado disimular su irrealidad. En la actualidad esta idea está tan acabada como el mismo proletariado” (12), preconizando el surgimiento de una nueva “no-clase de no-trabajadores”.

Algunas corrientes historiográficas del s. XX se centraron en señalar la necesidad de la conciencia de clase para poder hablar de la propia existencia de la misma. Así, E. P. Thompson plantea que “la clase la definen los hombres mientras viven su propia historia, y al fin y al cabo, esta es su única definición” y que “si el proletariado está verdaderamente privado de la conciencia de sí mismo como proletariado, entonces no se puede definir como tal” (13) negando así la explotación capitalista como hecho objetivo –material- que sirve para definir a la clase obrera.

Al anteponer la conciencia de clase a la realidad material, se entiende que mientas el trabajo asalariado y la acumulación capitalista siguieran creciendo a nivel mundial hasta máximos históricos, otros historiadores como Eric Hobsbawm afirmen que “lo que está sucediendo es que, por así decirlo, la clase obrera está desmigajándose, desintegrándose” (14).

Ya en el s. XXI, Toni Negri insiste en enterrar a la clase obrera: “Detesto a la gente que dice: la clase obrera ha muerto, pero la lucha continúa. No. Si la clase obrera ha muerto –y es cierto– es todo el sistema que depende de esos equilibrios de fuerzas el que está en crisis” (15). Y destaca la emergencia del trabajo “inmaterial” que pasaría a ocupar la centralidad de las sociedades occidentales frente al viejo y decadente “proletariado industrial”.

Otros más que rechazar la existencia de la clase obrera, se centran en negar su unidad, y por contra señalar las innumerables fracturas y divisiones que la atraviesan, lo que imposibilitaría que se constituyera en un sujeto histórico central. O entierran a la “clase obrera tradicional” a la que contraponen una “nueva clase”. En su obra “El precariado”, de 2011, Guy Standing afirma que “el precariado es algo distinto de la “clase obrera”.

Estas posiciones teóricas, no se limitan a ser difundidas desde ámbitos académicos o intelectuales, sino que tampoco son ajenas a las propias organizaciones de izquierdas. Un destacado representante de IU afirmaba que: “La clase obrera se ha desdibujado en los últimos 30 años. El movimiento obrero que hasta los años setenta (del siglo pasado) podía reunir en su entorno al conjunto de las fuerzas populares, hoy no supone más del 15% de la población” (16). Otro de los principales líderes de la izquierda española como Julio Anguita afirmaba recientemente que “el factor decisivo del cambio es ahora mismo la clase media” (17).

Y todas estas ideas han ido ganando fuerza, hasta el punto que uno de los fenómenos políticos emergentes más destacado en España como es Podemos, parece hacerse eco de estas ideas a través de su principal líder: “Durante mucho tiempo, en Europa, la clase obrera representó una enorme masa de población asalariada... Aquella clase obrera... representaba el sujeto de avance hacia el progreso. Pero el trabajo ha cambiado.... los que hoy están en la base de la estructura económica son irreductibles a una sola unidad simbólica... y sólo la miopía de cierta izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la etiqueta de obreros” (18).

Si bien algunos de estos planteamientos tienen un aspecto positivo, como es señalar los cambios que se van produciendo en el tejido económico y social, y no quedarse en planteamientos teóricos abstractos e inmutables, en general han servido como llamamiento a abandonar el trabajo entre la clase obrera por las organizaciones de izquierda, al derrotismo y el abandono de la lucha de los trabajadores, o a conformarse con posiciones defensivas reformistas como “mal menor”, en un momento en que se rearmaba la ofensiva del capital contra el trabajo con figuras como Margaret Thatcher, Ronald Reagan en lo político, o Milton Friedman y la Escuela de Chicago en lo intelectual.

Resulta curioso comprobar como muchos -casi todos- los autores e intelectuales mencionados son profesores universitarios, lo que no debería estar reñido con pisar los polígonos industriales, fábricas y grandes centros de trabajo y dedicar al menos parte de su tiempo a conocer directamente la realidad de los trabajadores objeto de sus estudios y análisis.

También resulta curioso que muchos de ellos provengan o hayan militado en algún momento de su vida en organizaciones de la izquierda comunista. Si desde los propios partidos comunistas, que en otro tiempo eran “entre todos los partidos obreros del mundo el sector que con mayor denuedo y mayor dinamismo empuja hacia adelante el movimiento” (19), se cuestiona la existencia misma de la clase obrera o su unidad, parece normal que décadas después, “la clase obrera sigue en cama con 40 de fiebre” como canta Nega (20). También resulta llamativo que estos planteamientos coincidan con el discurso “oficial” en afirmar la desaparición de la clase obrera, asumiendo que “todos somos clase media”

Mientras algunos de los principales referentes teóricos de la izquierda lanzaban sus teorías-requiem por la clase obrera, el reparto de la riqueza se fue orientando cada año un poco más en favor de las ganancias capitalistas, y un poco menos hacia los salarios, y se reforzaba la explotación capitalista del trabajo asalariado.

Pero hagamos un alto en el camino, y detengámonos en algunos elementos de estos debates.

¿Clase media o clase obrera?

Vicente Navarro afirma que “...la versión convencional de la estructura social de nuestros países afirma que las clases sociales básicamente han desaparecido, puesto que la mayoría de ciudadanos pertenece a la clase media, aceptando que por encima están los ricos –la clase alta– y por debajo los pobres –la clase baja–. Por lo demás, hablar de clase capitalista o burguesía, pequeña burguesía, clase media y clase trabajadora (la mayoría de la población) se considera ser muy anticuado. Las ciencias sociales, sin embargo, son ciencias. Y la clase social es una categoría científica” (21).

En 2009 el 70% de los 15,6 millones de asalariados (incluyendo sector público) ingresaban menos 1.100 euros mensuales. En ese mismo año, cada empresa del IBEX-35 como promedio obtuvo como beneficios más de lo que 113.000 asalariados ganaron para vivir. En 2005 en la “cresta de la ola” el 60% de familias afirmaban no ahorrar, y el 50% tenía dificultades para llegar a fin de mes. La deuda privada de las familias se disparaba, estimulando artificialmente el consumo e hinchando una burbuja que más tarde estallaría (22).

Es cierto que una parte de los asalariados vive holgadamente, incluso ahorra y aumenta su patrimonio. A esta parte la podríamos incluir en la llamada “clase media”. Pero esta es una pequeña parte, y actualmente en retroceso vertiginoso. Algunos directamente hablan de “El fin de la clase media” (23). En cualquier caso, la mayor parte de este sector obtiene el grueso de sus ingresos de su propio trabajo, y no puede permitirse dejar de venderlo por un salario.

Lo que sí ha crecido y mucho es el fenómeno contrario: working-poor (EEUU), mini-jobs (Alemania), trabajadores pobres, precariedad... La propia percepción de los trabajadores, incluso de los que se creían en una posición cómoda, está cambiando: “es notable que digan pertenecer a la clase obrera más jóvenes británicos que los que piensan que sus padres pertenecían a ella” (24).

Desindustrialización y terciarización

¿Capitalismo post-industrial? En algunas de las teorías que predican la desaparición o mutación del proletariado, se identifica a la “vieja clase obrera” con el proletariado industrial. Y como la industria supuestamente habría ido paulatinamente desapareciendo, la clase obrera desaparecería con ella. La primera objección a este planteamiento es que esta identificación confunde el todo con la parte. La clase obrera siempre ha sido más amplia que los obreros de la industria.

Por otra parte, estos planteamientos parecen contra-intuitivos. Si en nuestro día a día consumimos y utilizamos decenas de artículos que provienen de las fábricas, y la inmensa mayoría de bienes materiales han pasado en un momento u otro por la industria... ¿dónde están esas fábricas? En su libro “La clase obrera en la era de las multinacionales” (25), P. Mertens nos indica algunas claves:

En primer lugar, el vertiginoso aumento de la productividad industrial vivido durante décadas, posibilita que menos trabajadores creen más productos, “liberando” así a sectores más amplios de la clase obrera a otras tareas y sectores económicos.

El propio Marx reflejaba este proceso ya a mediados del s. XIX: “el extraordinario aumento de fuerza productiva en las esferas de la gran industria... permite emplear improductivamente a una parte cada vez mayor de la clase obrera...” (26) [Con] las cifras que da para Inglaterra y Gales en 1861 (…) los trabajadores domésticos, “sirvientes”, superan en número a los obreros de las fábricas.

(...)

En el caso de España entre 1975 y 2005, el empleo industrial aumenta un 13%, mientras que la producción lo hace un 79%, 6 veces más que el empleo. Este aumento de la productividad es muy superior al de otros sectores, específicamente el de servicios (27).

En segundo lugar, los cambios en criterios estadísticos unidos a la reorganización de la actividad empresarial desde la segunda mitad del s. XX disminuyen a efectos contables el peso de la industria en las economías. Tareas de almacenamiento, instalaciones y reparaciones, mantenimiento, transporte o limpieza directamente insertas en los procesos industriales, que cuando estaban internalizadas en las empresas aparecían en el sector industrial, computan como sector servicios tras ser externalizadas y cambiar los criterios contables estadísticos. Así lo expresa un informe de la federación de ingenieros de Gran Bretaña: “Una parte importante de la industria de los servicios ha sido creada por la industria mediante la subcontratación de sectores como el mantenimiento, la restauración colectiva y la asistencia jurídica. La industria podría abarcar hasta el 35% de la economía, más que el 20 % generalmente aceptado, si los cálculos se basaran en estadísticas correctas” (28).

En tercer lugar, los cierres y deslocalizaciones han golpeado al tejido industrial europeo y también al español. Para el caso de España esto es especialmente cierto en una primera oleada a finales del s. XX, por el papel que las clases dirigentes asumieron para nuestro país con la entrada en la CEE-UE, sacrificando parte de la industria nacional, “a cambio” de mantener fuertes monopolios nacionales en banca, energía, telecomunicaciones o construcción.

En una segunda oleada, y con el estallido de la crisis, el tejido industrial, que como toda la economía estaba estimulado por el crédito y la burbuja hipotecaria, sufre un fuerte proceso de cierres. Entre 2007 y 2013 se pierde casi 1/3 del empleo industrial, pasando de casi 3 a algo más de 2 millones de trabajadores.

La creciente proporción de riqueza que va a parar a los beneficios empresariales, y el fin de la burbuja del crédito, hace que las mercancías y servicios no encuentren demanda solvente. Se ponen de manifiesto las crisis cíclicas del capitalismo, en forma de sobre-capacidad productiva. Un ejemplo claro de esta situación fueron las embotelladoras de Coca-cola: “La compañía señala que hay capacidad "ociosa" en las fábricas, que no llegan al80% en los meses pico” (29). La lógica del beneficio empresarial hizo que cerraran varias fábricas disparando un fuerte y prolongado conflicto con los trabajadores. Ya no son suficientemente rentables y para recuperar los márgenes de beneficios la empresa “reestructura” dejando a cientos de familias en la mayor precariedad.

Esta sobrecapacidad se manifestaba ya con fuerza al entrar el s. XXI: “en la metalurgia europea, por ejemplo, las capacidades de sobreproducción llegan a 50 millones de toneladas por año, ... para resolver este problema, el capitalismo debería cerrar, por lo menos, dos gigantes como Usinor, British Steel o Thyssen-Krupp” (30).

Pero a pesar de estos cambios, y sólo con la contabilidad “oficial” sigue habiendo en España grandes centros industriales, y la industria emplea a más de 2 millones de trabajadores, y en torno al 25% del PIB.

Por otra parte, estas visiones que predican un cambio de naturaleza de un nuevo capitalismo “post-industrial”, pecan de eurocentrismo, al obviar que en gran medida, los empleos industriales que desaparecen aquí, aparecen en otras partes del planeta. Es obviar la existencia de decenas o cientos de millones de nuevos proletarios industriales en las inmensas factorías de China (la 2ª potencia económica mundial y donde la industria seguía superando el 45% del PIB en 2012) (31), India, Bangladesh, Vietnam, Indonesia o Corea, en Asia, de las minas en Sudáfrica, o de las maquiladoras y sweat-shopsen Méjico, manteniéndose a nivel mundial por encima del 30%.

Una cosa es reconocer la disminución del peso relativo del “proletariado industrial” en España o Europa, y otra distinta, hablar de un nuevo capitalismo “post-industrial”, que no se corresponde con la realidad

Nueva hegemonía de la producción “inmaterial” y de servicios

Otro aspecto del planteamiento anterior, es que la “vieja clase obrera” industrial, se vería sustituida por una nueva vinculada a los servicios y la producción inmaterial. Puesto que estos empleos dependen en mayor medida de la “creatividad” del trabajador y el trabajo intelectual, que es inapropiable por el capital, ello daría una nueva dimensión desconocida anteriormente a este sector de trabajadores, con mayor autonomía y control del proceso de trabajo.

Sin embargo lo que viene demostrando el desarrollo de estos sectores económicos, es justo lo contrario, y la tendencia a reproducir los mismos elementos de la producción industrial tradicional: grandes concentraciones de trabajadores (en España hay en 2014 más de 27 empresas de telemarketing con más de 500 trabajadores, de las cuales 3 con más de 5 mil) (32), con un elevado grado de explotación y precariedad, procesos de trabajo repetitivos y estandarizados, sumisión del trabajador a la máquina y tendencia al conflicto, la organización y la lucha.

Como señala Isaac Rosa, “Como bien sabe la mayoría de trabajadores del sector, su realidad se llama precariedad, subcontratación, explotación. Trabajadores con largas jornadas, sin cobrar horas extra, a menudo compartiendo espacio con trabajadores de diferentes empresas y con condiciones salariales diferentes... Sí, han leído bien: sindicalismo informático. Suena a contradicción en términos, es verdad. ... Pero así es: todavía son pocos, pero cada vez hay más trabajadores que se afilian, participan en asambleas, secundan movilizaciones, incluso huelgas” (33).

(...)

La “clase obrera tradicional”, las fragmentaciones y el “nuevo precariado”

Otros autores contraponen una “vieja” clase obrera en retroceso que sería homogénea, ligada en gran medida a la industria, con fuerte organización y sindicatos y con condiciones de trabajo y salariales relativamente favorables, y otra nueva, precaria, heterogénea, vinculada al sector servicios que sería en definitiva una clase distinta, o que no sería “clase obrera” o al menos “clase obrera tradicional”.

Así Daniel Lacalle define “como clase obrera tradicional, lo que era el proletariado de Karl Marx..., se puede considerar a los trabajadores manuales, varones de la industria, construcción, minería y algunos servicios (ferrocarriles y transporte urbano, por ejemplo) en grandes empresas generalmente con un contrato fijo” (34).

Guy Standing explicita bastante a las claras esta distinción: “El precariado es algo distinto de la “clase obrera” o del “proletariado”. Estos últimos términos sugieren una sociedad que consiste principalmente en trabajadores con un puesto relativamente duradero y estable, con jornadas de trabajo fijas y vías bastante claras de mejora, sindicados y con convenios colectivos” (35).

Otros aspectos de estos planteamientos se refieren al aumento de la fragmentación y la diversidad de situaciones que atravesaría el “bloque monolítico” de la clase obrera tradicional “desmigajándolo”: Hombres y mujeres, nacionales y extranjeros, de matriz y de contrata o ETT, fijos y temporales... Obstaculizarían, si no harían imposible, que los individuos en todas estas situaciones llegaran a conformarse en una clase, por partir de situaciones tan diversas.

Así lo señala Daniel Lacalle al estudiar “tres de esos grupos de trabajadores asalariados [NdA: mujeres, jóvenes, precarios y sumergidos, y trabajadores intelectuales, que contrapone a “la clase obrera tradicional”], ... ; poseen internamente un alto grado de heterogeneidad; y como grupos sociales, características definitorias que trascienden a la clase social" (36).

Sin embargo lo que están señalando estos planteamientos son diferencias de grado en las condiciones de venta de la fuerza de trabajo, y no de naturaleza. Lo que hace a la clase obrera serlo es estar en el centro de la producción capitalista, ser la fuerza de trabajo de la reproducción ampliada capitalista, sobre la que el capital construye sus ganancias, y no su sexo, edad o color de piel. En palabras de Marx “La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado” (37).

La división de los trabajadores es “el arma más acerada de la burguesía ... De ahí los esfuerzos de los trabajadores por suprimir esa competencia al asociarse” (38). La unidad de los trabajadores en organizaciones sindicales y políticas, los lazos de solidaridad, la conciencia individual de pertenecer a una misma clase social, ha sido objeto de avances y retrocesos desde el nacimiento del proletariado. “La organización de los proletarios ... , salta a cada momento en pedazos a causa de la competencia existente entre los obreros mismos. Pero resurge una y otra vez con más fuerza, más firme y poderosa...” (39). El camino de concienciación de los trabajadores y sus luchas no es lineal, pero la realidad material, las condiciones de vida de los trabajadores empujan a estos a tender lazos de solidaridad y unidad entre sí, porque se encuentran en una misma posición social por encima de la situación individual de cada uno.

Lo que procedería por tanto más que lamentarse por el descenso de la conciencia de clase en occidente o nuestro país en décadas recientes, mientras se predican teorías que niegan la misma existencia de la clase obrera, sería estudiar y analizar los cambios reales, los errores cometidos, y rectificándolos, estimular y contribuir a fomentar la unidad de los trabajadores.

Para ello conviene reflexionar sobre la realidad y evolución histórica de algunos de estos aspectos. ¿Realmente son nuevas estas fracturas y divisiones en la clase obrera? ¿Podemos contraponer una “vieja clase obrera” a una “nueva” de distinta naturaleza?

La “vieja clase obrera” y el hombre de paja

i. Mujeres (¡y niños!)

La clase obrera, siempre estuvo formada por hombres y mujeres. La participación en el trabajo asalariado de la mujer varía en cada país, época y sector económico, pero nunca desaparece. Incluso la industria desde sus orígenes siempre contó con mujeres y niños, “a medida que se va desarrollando la industria moderna, el trabajo de los hombres se va viendo desplazado por el de las mujeres y los niños. Las diferencias de edad y sexo carecen ya de cualquier reconocimiento en lo que respecta a la clase obrera. Se trata de meros instrumentos de trabajo que originan diversos costos según su edad y sexo” (40).

Cuando Engels describe la composición de los trabajadores de la industria, señala que “de los 419.590 obreros fabriles del imperio británico (en 1839) 192.887 (o sea casi la mitad) eran de menos de 18 años de edad y 242.996 eran del sexo femenino, de las cuales 112.192 menores de 18 años. Según esas cifras, 80.695 obreros del sexo masculino tienen menos de 18 años de edad, y 96.599 son adultos, o sea el 23%, por tanto ni siquiera la cuarta parte del total” (41). Menos del 25% del “proletariado industrial” de su época eran varones adultos.

Las luchas de los trabajadores trataron de limitar la explotación capitalista de los niños y otras reformas mediante la aprobación de “Leyes de fábricas”... Pero las mujeres siguieron y siguen formando parte de los trabajadores, y también en la industria. En la fábrica de Suzuki de Gijón en los años 70: “En la cadena de montaje había más hombres que mujeres, pero en previos de la cadena, éramos todo mujeres, las que hacíamos las ruedas éramos mujeres. Yo estuve en previos, en ruedas, en embalajes, en la cadena, en el almacén...” (42).

ii. Inmigración

Tampoco el aumento de la inmigración vivido en España en décadas recientes supone una novedad “absoluta”, sino la repetición o reaparición de fenómenos intrínsecos a la propia formación de la clase obrera y el proletariado urbano moderno.

En primer lugar uno de los principales sectores de los que se nutrió en su gestación la clase obrera fue de campesinos que por expulsión y cercamiento de las tierras perdían su modo de vida tradicional y acudían en masa a las ciudades en busca de empleo. Este proceso es el que describe Marx en los capítulos relativos a la acumulación originaria en El Capital (43).

En España y ya bien entrado el s. XX la recomposición económica tras la guerra civil produjo importantes movimientos migratorios de este tipo, como simboliza el personaje de Joaquín, protagonista de “La mina” de Armando López Salinas (44), campesino andaluz pobre que emigra a principios de los 60 a la ciudad de Los Llanos para trabajar como minero.

Este proceso en mayor o menor grado sigue hasta hoy en día, donde la PAC en la UE ha seguido acabando con el modo de vida de decenas de miles de pequeños agricultores, cuyos hijos se ven forzados a emigrar a los núcleos urbanos, o como en China donde con las grandes transformaciones económicas desde el último ¼ del siglo XX, literalmente cientos de millones de nuevos proletarios urbanos aparecen con las migraciones campo-ciudad (260 millones desde principios de los 80) (45).

Pero tampoco la incorporación de distintas culturas y naciones con el despegue económico capitalista es nueva, ni su utilización para dividir y tratar de imponer condiciones laborales a la baja por el capital. Así explicaba Engels el efecto que producía la migración Irlandesa en competencia con la clase obrera inglesa a mediados del s. XIX: “Pero ello no impide que el irlandés entre en competencia con el inglés y reduzca poco a poco el salario ... del obrero inglés a su propio nivel...” (46).

El uso de las migraciones coloniales con estos mismos fines también fue reflejado por Hồ Chí Minh: “... el capitalismo emplea sus colonias para las explotaciones económicas más inteligentemente. Se ha observado a menudo que la disminución de los salarios en ciertas regiones de Francia, y en ciertos oficios, está siempre precedida por un aumento de la mano de obra colonial. Los indígenas se emplean como rompehuelgas” (47).

iii. Descentralización y atomización de los trabajadores

La fuerza de los trabajadores frente a las imposiciones patronales radica en su número y unidad. Esta unidad se vería favorecida por la concentración de miles de trabajadores en grandes centros de trabajo, que caracterizaría a la “clase obrera tradicional”, pero se habría debilitado con el “posfordismo”, la subcontratación, y la “atomización” de la producción en miles de centros de trabajo de pequeño tamaño.

Como otros de los elementos analizados, la realidad hoy obliga a desmentir o al menos matizar este planteamiento… 

[Se citan datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social  http://www.empleo.gob.es/series/, sobre distribución de empresas y trabajadores por tamaño en nº y porcentaje del total, en enero de 2014].

(…)

La distribución de trabajadores por tamaño de empresa, refleja que el 0,36% de grandes empresas, emplean a casi 5 millones de trabajadores, el 42% del total, más que el casi 98% de pequeñas empresas. 887 empresas emplean a casi 3,5 millones. Medianas y grandes empresas, poco más del 2%, emplean a casi el 60% de los trabajadores. Más aún estos porcentajes se inclinan unas décimas en favor de las grandes empresas desde el inicio de la crisis. “En la distribución del empleo por tamaño de empresa, se observa en el periodo 2006-2011, el trasvase de más de 5 puntos al estrato de las grandes empresas (en 2006 era de 36,51%), que procede principalmente de la reducción en las pequeñas (en 2006 era de 23,86%)” (48).

Resulta curioso comparar estas cifras con las que ofrece Lenin para Alemania a principios del s. XX: “Si tomamos lo que en Alemania se llama industria en el sentido amplio de esta palabra, es decir, incluyendo el comercio, las vías de comunicación, etc., obtendremos el cuadro siguiente: grandes empresas, 30.588 sobre un total de 3.265.623, es decir, el 0,9%. En ellas están empleados 5,7 millones de obreros sobre un total de 14,4 millones, es decir, el 39,4%...” (49) Más aún si tenemos en cuenta que Lenin está llamando “grandes” a las que emplean a más de 50 trabajadores.

En resumen la clase obrera hoy está mucho más concentrada en grandes empresas que hace un siglo. Una proporción menor de grandes empresas emplea a una proporción mayor de trabajadores.

Además si bien los procesos de subcontratación, auxiliares, etc... sirven para separar y dividir a los trabajadores, generando obstáculos a su unidad, estos obstáculos pueden y son salvados por la solidaridad de los trabajadores a través de las luchas, como demuestra el ejemplo de la huelga de Telefónica-Movistar y subcontratas en la provincia de Barcelona (50). Ejemplo del que están aprendiendo los trabajadores de otras provincias, tratando de repetir estas experiencias porque, de hecho, es un mismo conflicto el que les une.

iv. Industria, organización, sindicatos y precariedad

Contraponer un empleo industrial relativamente privilegiado al de servicios precario, es plantear un análisis de blanco y negro, que no se corresponde con la realidad.

En la industria hay fuerte organización y sindicatos, pero también hay miedo. Así lo expresa un trabajador de la fábrica de Renault en Fuenlabrada: “No, hay mucho miedo a represalias, miedo sobre todo a perder el puesto de trabajo, por eso la mayoría no se reivindican“ (51). Cuando en España se ha perdido casi 1/3 del empleo industrial en 8 años, resulta ridículo decir que la clase obrera industrial tradicional tiene “puestos de trabajo duraderos y estables”.

Standing contrapone a la situación “estable y con perspectivas de mejora de la clase obrera” la “rabia”, “impotencia” o “frustración” del precariado. Que se lo digan a los trabajadores de la fábrica de Alcoa, cuando tras anunciarse el posible cierre de la fábrica de Avilés de un día para otro manifestaban: “Antes de ver la fábrica cerrada, ¡la quemamos!” (52).

La política de subcontratación, uso de auxiliares y ETTS ha servido para ir precarizando las condiciones de trabajo en las fábricas. “No sé cuándo voy a trabajar. Cada semana tengo que esperar a que me llamen. Tengo que estar disponible en todo momento”, expresa un trabajador de Daorje, auxiliar de Arcelor encargada del mantenimiento de sus altos hornos que emplea a cientos de trabajadores.

Si la industria goza (aunque cada vez menos) de mejores condiciones relativas de trabajo, es por una larga trayectoria de lucha y conflicto, de organización en sindicatos y huelgas, y no por razones inamovibles o “naturales” que hayan surgido de la nada.

La lucha de los trabajadores para mejorar su situación, deriva de su posición en la producción, y del conflicto de intereses con la patronal. De una u otra forma se reproduce en todas las ramas de la economía. Un buen ejemplo de esto es la de los casi 100 trabajadores de Burger King en Gijón (o de las decenas de miles de Burger King y Mc Donald's en EEUU) (53), uno de los paradigmas del “precariado”, cuya plantilla está formada por trabajadores jóvenes, muchas de ellas mujeres, que han sostenido un largo conflicto victorioso con algunas de las connotaciones de lucha más “clásicas” o “tradicionales” del movimiento obrero: persecuciones patronales, despidos de los trabajadores “destacados”, huelgas, piquetes, asambleas y manifestaciones... (54).

v. El mito de la “clase obrera tradicional

”Quienes describen una supuesta “clase obrera tradicional”, masculina, industrial, homogénea y con condiciones de trabajo estables y “privilegiadas”, caen en una visión congelada en el tiempo y el espacio de un sector de la clase obrera, mitificada y “occidentocéntrica”.

Toman las condiciones del “proletariado industrial” occidental tras la 2ª Guerra Mundial, que consiguió importantes mejoras, y lo etiquetan como “clase obrera tradicional”. Pero esto es artificial. Es obviar la realidad de los millones de trabajadores súper-explotados en los países periféricos del capitalismo en esa misma época, es obviar que la clase obrera “tradicional” desde su nacimiento siempre fue pasto de la precariedad. Que sólo las luchas de décadas, incluso las grandes revoluciones fueron las que consiguieron arrancar mejores condiciones de trabajo en Europa y EEUU durante la segunda mitad del s. XX, y que esas conquistas, mientras se mantenga la economía de mercado capitalista son temporales.

Es olvidar que los grandes accionistas y propietarios tratarán de recuperar los trozos del pastel que con el “miedo al comunismo” cedieron en un momento dado a los trabajadores. Así lo describía Otto Brenner, exdirigente de IG-Metall entre 1956-72, (el mayor sindicato de occidente en su época): “Durante las negociaciones con la patronal, un socio invisible pero sensible estaba siempre presente en la mesa, la RDA (República Democrática Alemana)” (55).

Engels reflexionando sobre las luchas de los trabajadores comenta en 1844: “A veces se producía un mejoramiento temporal, que se extendía incluso a las grandes masas. Pero este mejoramiento era reducido cada vez a su antiguo nivel...” (56). Esto se ve hoy claramente, cuando, ante la debilidad relativa de la clase obrera, todas esas conquistas se ven amenazadas: aumenta el desempleo, la precariedad, bajan los salarios, se desmantelan los sistemas de seguridad social y servicios públicos... Y toda la clase obrera y trabajadores tienden a equipararse en sus condiciones materiales de vida con las de los sectores más desfavorecidos.

En palabras de Engels, “si ciertos sectores aislados aún disfrutan de alguna ventaja sobre los demás, la situación de los obreros en cada rama es tan inestable, que cualquier trabajador puede ser llevado a recorrer todos los grados de la escala, desde la comodidad relativa hasta la necesidad extrema” (57).

Mientras algunos predican las diferencias “abismales” entre la clase obrera tradicional y una “nueva” clase obrera, lo cierto es que las condiciones de los distintos sectores de la clase obrera se van acercando con la crisis capitalista y la ofensiva general del capital contra el trabajo: los trabajadores fijos se pueden despedir tan fácilmente como los temporales, se puede disminuir el salario de todos por igual, etc... Las condiciones tienden a igualarse por abajo.

La tarea sería justo la contraria. Tratar de revertir la espiral descendente y empujar a través de la concienciación, la organización y la lucha, a los sectores de trabajadores más desestructurados y precarizados en la equiparación en las condiciones de trabajo con los más “favorecidos”.

Populismo, ciudadanismo, “consumidores” y la clase obrera

El bipartidismo empieza a mostrar grietas. Ni el PP es “popular”, ni el PSOE es obrero, en tanto no reconocen el conflicto de clases, y de hecho se limitan a gestionar el escaso poder institucional frente al poder real de la banca y grandes empresas, con las que mantienen fuertes lazos y dependencias. Sin la más mínima vocación de intervenir la lógica de la acumulación capitalista, mediante nacionalizaciones, impuestos progresivos, aumentando la protección de los trabajadores con la legislación laboral, reforzando los servicios públicos, etc... no hay políticas en favor de los trabajadores y el pueblo.

Frente a la relativa decadencia del bipartidismo emergen nuevos referentes. En la búsqueda de soluciones la dirección de Podemos busca nuevas fórmulas que permitan construir mayorías sociales. Ahondando en las tesis del “fin de la clase obrera”, tratan de crear nuevos “símbolos” que permitan aglutinar una mayoría social suficiente para desatar transformaciones sociales profundas.

Pero “para poder explicarnos, comencemos por la premisa de que parten Laclau y Mouffe en el desarrollo de su teoría: no hay unidad en lo social. O todavía más: hay una irreductible heterogeneidad en lo social que hace imposible toda unidad real, extralingüística, de manera que reposa exclusivamente en el discurso la capacidad de construir esta unidad. La realidad social se encuentra fragmentada por identidades irreconciliables” (58).

”Desde esta visión, la clase obrera es una simple “etiqueta”, una palabra, que habría quedado obsoleta, perdiendo su utilidad si no para entender la realidad, si al menos para transformarla. Para aglutinar un sujeto político en torno a un proyecto de cambio, buscan nuevas etiquetas: “los de abajo”, “la gente” o incluso “los que pagan impuestos” (59). Esto supone “el establecimiento de una relación cuasi mercantil con las personas receptoras del discurso, regulando la cantidad y modalidad del mismo en función de sus demandas”, a los que ya no se considera protagonistas, sino “consumidores”. Esto es asumir el triunfo de la ideología del enemigo de clase, que, como advertía Andrés Bilbao, desestructuró a la clase obrera, convirtiéndonos en “ciudadanos” (60).

Uno de los problemas de este planteamiento es que, mientras critican que la “izquierda miope” trate de aglutinar a “los de abajo” con una etiqueta (la de clase obrera), pretenden hacerlo mediante otras “etiquetas” bastante más confusas, y que realmente impiden conocer cuál es la propuesta política que hay detrás de las mismas. Es obviar el trabajo asalariado y la acumulación de ganancias capitalistas sobre sus espaldas como el elemento central de la sociedad, y ya no sabemos si la gran banca acumula sus ganancias sobre la explotación de los trabajadores, la especulación con la deuda pública, y el desahucio de miles de familias, o debemos elogiarlos por su “contribución al bienestar social” (61).

La gran patronal, también hace sus cábalas: “El presidente de Repsol, Antonio Brufau, ha apuntado que en Podemos -que recientemente ha presentado su propuesta de programa económico- se han visto dos programas económicos totalmente distintos, uno del eje bolivariano y otro del eje nórdico", pero que "no hay que anticipar nada" (62).

Pero a la hora de la verdad, en caso de avanzar posiciones institucionales, y pretender sacar adelante medidas que realmente ataquen los privilegios de unos, para mejorar la situación de otros, la única garantía real de cambio, será la capacidad de la clase obrera y los sectores populares de hacerlas valer.

Por eso apelar al “ciudadanismo” no parece buena idea a la hora de acumular fuerzas para desatar esos cambios que tanta gente desea. El análisis de clase es poderoso porque nos ayuda a comprender el funcionamiento de la acumulación capitalista, de los intereses confrontados entre los distintos sectores sociales, y apuntar a soluciones que cambien de raíz la naturaleza social, poniendo a la mayoría social en primer plano. 

Conclusiones: ¿Quiénes son los de abajo?
 
El  capitalismo en España está hoy más maduro que nunca. Tan maduro, que huele a podrido. Mientras las grandes empresas rehacen sus márgenes de beneficios, la clase obrera y la mayoría del pueblo encuentran grandes dificultades para salir adelante y satisfacer sus necesidades más básicas. Y eso en uno de los países más ricos del llamado “primer mundo”.

Más allá del ”teatro” de la política oficial, las cuestiones clave siguen siendo quién y cómo decide qué se produce, en qué condiciones, cómo se reparte, cuáles son las prioridades, qué necesidades satisfacer y porqué existen esas necesidades y cómo satisfacerlas. Mientas el grueso de la economía esté en manos de grandes actores privados, y no haya voluntad de intervenir esa lógica sólo habrá una respuesta a todas ellas: la acumulación de ganancias.

Para plantear alternativas que cambien sustancialmente las condiciones de vida de la mayoría un elemento fundamental es retomar el análisis de las clases sociales, que lejos de haber quedado obsoleto es hoy más vigente que nunca, y ha sido a la vez apartado y menospreciado por algunos de los principales actores de la izquierda política tradicional. La clase obrera ocupa la “centralidad del tablero” socio-económico. Es necesario que esa realidad se transforme también en centralidad política, y que avance su propio proyecto que pasa inequívocamente por atacar los privilegios del gran capital e intervenir la lógica de la acumulación capitalista que condena a la mayoría de la población a la explotación y la precariedad.

No existen atajos para recuperar lo que los trabajadores hemos perdido en décadas de retroceso. Una de las tareas principales es llamar a las cosas por su nombre, y no dejarse arrastrar a los juegos de palabras y electorales de quienes han dominado el mercado electoral, poseen los medios de comunicación y han llegado a alcanzar la hegemonía ideológica: quienes en definitiva se enriquecen y dominan la sociedad. Y en ese camino de nada vale lamentarse por la escasa “conciencia de clase” de los trabajadores, mientras se cuestiona la propia existencia de la clase obrera.

En el día a día la clase obrera y las clases populares señalan que existen elementos esperanzadores, y que la historia está lejos de haberse detenido. La tarea es empujar ese proceso hacia delante, y no hacia atrás. Como dice Benedetti y continúa Toni el sucio “defendamos la alegría de la clase trabajadora, que a pesar de todo en pie resiste” (63).

Alfonso Lago, marzo 2015

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Notas:

(1) K. Marx y F. Engels en el Manifiesto Comunista, 1848


(3) Citas del Manifiesto comunista, 1848

(4) INE – EPA cuarto trimestre 2014







(11) E. Bernstein “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”, 1899

(12) A. Gorz “Adios al proletariado” 1981

(13) E.P. Thompson “La formación de la clase obrera en Inglaterra”

(14) En “Politics for a Rational Left” 1989. Aunque para ser justos, a continuación añade: “lo que vemos actualmente no es que no exista la clase obrera, sino que la conciencia de clase no tiene poder ya para unirla”.

(15) T. Negri, “Imperio” 2001




(19) Manifiesto comunista

(20) “Llamando a las puertas del cielo” https://www.youtube.com/watch?v=b0dhzXAu8mM

(21) V. Navarro, “¿Existe la lucha de clases?” 2011

(22) Datos citados en http://www.jaimelago.org/node/63


(24) En “El precariado” de G. Standing, pag. 117


(26) Marx, El Capital, Libro1, Vol 2, pag. 543

(27) Fuente OCDE e INE

(28) En P. Mertens, “La clase obrera en la era de las multinacionales”


(30) Michel Collon, Las contradicciones del capitalismo al umbral del siglo XXI. Proposición para reforzar la coordinación de los partidos comunistas frente al imperialismo. Contribución para el 8º Seminario Comunista Internacional de Bruselas, 2-4 de Mayo de 1999. Citado en http://trabajodemocratico.es/content/algunas-reflexiones-sobre-el-gobierno-de-syriza


(32) Fuente INE – DIRCE, CNAE 2009 822 “actividades de centros de llamadas”

(33) Isaac Rosa, “Los informáticos salen de la mina”, 2013

(34) “La clase en obrera en España” 2006, Ed. El viejo topo/FIM

(35) “El precariado”, de 2011

(36) “La clase obrera en España”. D. Lacalle 2006, pag. 44

(37) Manifiesto comunista 1848

(38) La situación de la clase obrera en Inglaterra, F. Engels, 1844

(39) Manifiesto comunista 1848

(40) Idem

(41) La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1844

(42) Deslocalizados, A. Caunedo, Edita AFOHSA 2014

(43) XXIV y XXV del primer volumen de El Capital.



(46) La situación de la clase obrera en Inglaterra, pag. 133

(47) Ho Chi Minh “Indochina y el pacifico” Escritos periodísticos 1922-1926. Ed. Compañeros, 1971


(49) Lenin, “El imperialismo fase superior del capitalismo”, 1916







(56) F. Engels, “La clase obrera en Inglaterra”

(57) La situación de la clase obrera en Inglaterra

(58) Artículo de Juan Medem y Clara Marañón en http://rebelion.org/noticia.php?id=196622

(59) P. Iglesias en “¿Quienes son los de abajo?”






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