Proletarización técnica, proletarización ideológica, empobrecimiento, son conceptos que hay que precisar. El proletario es alguien que no es dueño de los medios de producción, sólo de su fuerza de trabajo, que debe vender para subsistir. El pobre puede no ser proletario, si no está real o potencialmente inmerso en el mundo de la producción. Por otra parte, tampoco la producción es necesariamente material.
Precisando más, la proletarización técnica se produce cuando el trabajador pierde contacto con el producto como totalidad. El trabajo fragmentario resta sentido a su labor. A un tiempo pierde conocimientos y habilidades y la capacidad de planificar, comprender e intervenir en la producción, el control sobre el propio trabajo. Ya no controla el proceso.
La proletarización ideológica implica que, además de perder el control del proceso técnico, pierde el control sobre los fines y los propósitos sociales a los que se dirige: no decide ni define el producto, ni su disposición en el mercado, sus usos en la sociedad o los valores o política social de la organización que compra la fuerza de trabajo.
“los aspectos morales, sociales y tecnológicos son sutilmente situados fuera del alcance del trabajador, así como éste pierde el control de su producto y su relación con la comunidad”
La pérdida conjunta de sentido del proceso y de sus fines lleva fácilmente a la pobreza moral.
En condiciones de crisis económica, la proletarización lleva además al empobrecimiento a una mayoría de trabajadores.
Según estas definiciones, es fácil entender cómo los profesores son, cada vez más, y salvo excepciones, nuevos proletarios. Lo revela este trabajo, a tenor de las consecuencias derivadas del control creciente del capital sobre la función docente e investigadora.
Precisando más, la proletarización técnica se produce cuando el trabajador pierde contacto con el producto como totalidad. El trabajo fragmentario resta sentido a su labor. A un tiempo pierde conocimientos y habilidades y la capacidad de planificar, comprender e intervenir en la producción, el control sobre el propio trabajo. Ya no controla el proceso.
La proletarización ideológica implica que, además de perder el control del proceso técnico, pierde el control sobre los fines y los propósitos sociales a los que se dirige: no decide ni define el producto, ni su disposición en el mercado, sus usos en la sociedad o los valores o política social de la organización que compra la fuerza de trabajo.
“los aspectos morales, sociales y tecnológicos son sutilmente situados fuera del alcance del trabajador, así como éste pierde el control de su producto y su relación con la comunidad”
La pérdida conjunta de sentido del proceso y de sus fines lleva fácilmente a la pobreza moral.
En condiciones de crisis económica, la proletarización lleva además al empobrecimiento a una mayoría de trabajadores.
Según estas definiciones, es fácil entender cómo los profesores son, cada vez más, y salvo excepciones, nuevos proletarios. Lo revela este trabajo, a tenor de las consecuencias derivadas del control creciente del capital sobre la función docente e investigadora.
Artículo publicado en papel en Revista CEPA, No. 20 (Bogotá), marzo-julio de 2015
Rebelión
“En
las instituciones de enseñanza […] para el empresario de la fábrica de
conocimientos los docentes pueden ser meros asalariados”.
Karl Marx, El Capital, Libro I, capítulo VI (inédito), Ediciones Signos, Buenos Aires, 1971, p. 89.
La proletarización es un tema de vieja data en el análisis social y
político, que durante el siglo XX llamó la atención de sociólogos y
economistas, así como de teóricos revolucionarios. En términos
etimológicos el vocablo proviene de proletario, una palabra de origen
latino (proletarius, derivado de proles, hijos), que en la
antigüedad se refería a quien carecía de bienes, era un desposeído, no
tenía propiedad y cuya única función se reducía a engendrar hijos para
abastecer las tropas imperiales. El término fue actualizado por Karl
Marx en la década de 1840 al catalogar de proletario al obrero moderno,
carente de propiedad privada de los medios de producción y con su fuerza
de trabajo como lo único que tiene para venderle al capitalista, a
cambio de un salario, así como ofrecerle su prole para permitir
la reproducción del capitalismo. Cuando se habla de proletarización, se
alude a que una determinada fracción de clase, distinta en principio a
la clase trabajadora, se transforma en miembro de esta última. Tal
proceso lo han vivido campesinos, artesanos y otras clases sociales, y
también diversas fracciones de la pequeña burguesía –denominada en forma
imprecisa como “clase media” –, algunas de cuyas capas se deslizan
hacía el proletariado, como sucede en la actualidad con los miembros de
lo que antes se consideraban “profesiones liberales”, entre los cuales
se encuentran los profesores.
UNA DOBLE PROLETARIZACION
Existen dos tendencias predominantes en el análisis de la
proletarización: las teorías de la “descualificación laboral” y de la
“proletarización ideológica”. La descualificación laboral fue estudiada
por Harry Braverman, en el libro Trabajo y capital monopolista,
publicado en 1974. Según este autor, la búsqueda de ganancias por parte
de los empresarios conduce a la descualificación laboral, mediante la
implementación de mecanismos de control que afectan tanto a los
trabajadores fabriles de la industria, como a los trabajadores de
“cuello blanco” en las oficinas. Esta descualificación busca aumentar la
productividad, y reducir los costos de producción, mediante el control
directo de los trabajadores. Debido a este énfasis se le ha bautizado
como la teoría del control patronal. Braverman estudió con
detalle el taylorismo como el principal modelo de organización
capitalista en la producción, en el que se implementaron las formas más
“sofisticadas” de control laboral, mediante la introducción del
cronometro y el registro de tiempos y movimientos de los operarios. Esto
se inició en las fábricas de los Estados Unidos, pero después continuó
en las oficinas y en los servicios, colonizando a las “profesiones
liberales”, que quedaron sujetas a la fragmentación productiva y al
control patronal.
Para Braverman el capitalismo avanza en el
control de los trabajadores mediante la fragmentación de un proceso en
múltiples operaciones simples, que se asignan a operarios diferentes.
Con esto se incrementa la división técnica del trabajo, con tres
mecanismos complementarios: separación de la concepción y ejecución en
el proceso productivo, como resultado de lo cual el trabajador se limita
a efectuar tareas que la gerencia le impone; la descualificación
significa una pérdida de conocimientos y habilidades que le permitían al
operario planificar, comprender e intervenir en la producción; y, se
pierde el control sobre el propio trabajo, que ahora queda en manos del
capital y sus gerentes, lo que dificulta la organización y resistencia
de los obreros.
La gerencia se dedica a monopolizar y
sistematizar los conocimientos sobre el proceso de trabajo que les han
sido expropiados a los trabajadores, quienes se limitan a ejecutar
órdenes. En esto consiste la descualificación real de los trabajadores,
la cual se facilita con la incorporación de la ciencia y tecnología a la
producción, a través de las máquinas, en las que se concentran
conocimientos y saberes que antes reposaban en los operarios. Dichos
procesos de degradación cobijan a los obreros de la industria y a las
demás actividades, como las de oficina, en la medida en que se expanden
las relaciones capitalistas i .
Una segunda explicación es la de la proletarización ideológica, formulada por el investigador estadounidense Charles Derber en Professionals as workers: mental labor in advanced capitalism, publicada
en 1982. Este autor diferencia entre la proletarización técnica y la
ideológica. En la primera, el trabajador pierde el control sobre el
proceso de trabajo y dicha proletarización se concreta cuando la
dirección subordina a los trabajadores a un plan técnico de producción y
con un ritmo e intensidad determinados, en ninguno de los cuales pueden
intervenir los operarios. En la segunda, la proletarización ideológica,
el asunto se centra en la pérdida de control no sobre los procesos
técnicos como tales, sino en los fines del trabajo. Esta
proletarización se “refiere a la pérdida de control sobre los fines y
los propósitos sociales a los que se dirige el trabajo de cada uno.
Constituyen elementos de la proletarización ideológica la capacidad de
decidir o definir el producto final del trabajo de cada uno, su
disposición en el mercado, sus usos en la sociedad en general, y los
valores o política social de la organización que compra la fuerza de
trabajo” ii .
En ese caso, “los aspectos morales, sociales y tecnológicos son
sutilmente situados fuera del alcance del trabajador, así como éste
pierde el control de su producto y su relación con la comunidad” iii .
Como norma dominante, los profesionales afectados por la
proletarización ideológica no responden con rebeliones directas o
resistencia masiva, sino que utilizan mecanismos defensivos o
acomodaticios, es decir, se pliegan a las transformaciones en marcha,
como forma de proteger sus intereses. Al respecto existen dos formas
acomodaticias: la desensibilización ideológica, que consiste en
no reconocer que “el área en que se ha perdido el control tenga algún
valor o importancia”, con lo cual se abandona cualquier compromiso con
los usos y fines sociales de su trabajo. En otras palabras, se niega el
contexto ideológico del empleo, puesto que no se enfatiza en su
dimensión moral y social, sino que se aceptan los criterios técnicos que
se implantan desde afuera; la segunda forma es la cooptación ideológica,
con la que se redefinen los fines y objetivos morales de una profesión
para que se “vuelvan compatibles con los imperativos de la
organización”. Esto significa que un trabajador identifica su labor con
los propósitos morales que otros definen por él y se los imponen, en
sentido estricto El Estado o los empresarios capitalistas. Estos dos
aspectos indicarían, según el autor mencionado, que existen diferencias
entre la proletarización de los trabajadores clásicos y los
profesionales, porque estos últimos tienden a aceptar y adaptarse en
forma rápida y relativamente pasiva a las nuevas condiciones. En
definitiva, la proletarización ideológica se constituye en un “emergente
sistema de control organizativo”, con la intención de integrar a los
profesionales, concediéndoles en apariencia cierta autonomía, lo que
supondría que a la larga permanecerían lejos del proletariado
industrial.
En cuanto a la proletarización técnica relacionada
con la descualificación, múltiples aspectos indican que ese proceso está
en marcha en muchos lugares del mundo en el sector docente, incluyendo a
los profesores universitarios. El aspecto central es el referido a la
pérdida de control del profesor de importantes aspectos del proceso de
trabajo, porque ya no decide sobre el tipo y la forma de evaluaciones,
que vienen dictados desde fuera y por arriba –por las autoridades
educativas, por los rectores y gerentes–, no es dueño del tiempo que se
le destina a una asignatura, porque hay una meticulosa programación de
tiempos y contenidos (acorde con el taylorismo) y en general el
currículo está fuera de su control y se le impone desde el exterior en
forma autoritaria. Además, tiene que dedicarse a realizar tareas que
antes no efectuaba y en las que invierte gran parte del tiempo que le
destinaba a sus labores pedagógicas, tales como las de llenar papeles y
formularios, desempeñar labores administrativas y, en muchos casos, de
tipo empresarial, como vender cursos fuera de la escuela.
Los
profesores están siendo proletarizados porque se descualifican sus
procesos de trabajo, puesto que se introducen formas de control técnico
del currículo en las instituciones escolares, lo que genera una
separación entre concepción y ejecución. Esto se expresa en el uso de
materiales educativos que son diseñados para los docentes, sin que ellos
participen en su elaboración. Esto se agrava con la implementación de
materiales que vienen incluidos en los artefactos tecnológicos, como
sucede con los textos que traen las tabletas que se suministran a
los estudiantes, y sobre los cuales el profesor no tiene el más mínimo
control y, en forma frecuente, ni idea del contenido que se le
suministra. En este caso sí que se ha dado un salto en el proceso de
descualificar al profesor, porque éste pierde por completo el control
del proceso educativo.
Se introducen mecanismos de control
técnico externo que convierten a los profesores en ejecutores de
procedimientos y administradores más que en pedagogos. De todo esto se
deriva que en la escuela ya no cabe la labor artesanal, en la que los
profesores controlaban gran parte del proceso de trabajo y tenían una
visión global sobre el mismo, puesto que la educación se convierte en
una empresa con labores de administración y supervisión en la que los
profesores vienen a ser una parcela de la cadena de producción. Estos
hechos llevan a Michael Apple a decir que los profesores pertenecen a la
vez a dos clases, porque comparten los “intereses de la pequeña
burguesía como los de la clase obrera” iv .
La proletarización ideológica de los docentes es una noción que ayuda a
entender la modificación sobre la concepción misma de la educación, sus
objetivos y sus fines, que se ha impuesto en los últimos años. Dicha
proletarización ideológica prevalece sobre la proletarización técnica,
porque en el ámbito docente resulta difícil la descualificación
absoluta. Tampoco es fácil implementar en forma plena los procesos de
racionalización capitalista, por las peculiaridades del proceso de
trabajo educativo. En ese sentido, la proletarización ideológica resulta
más importante que la descualificación técnica, por la pérdida de
sentido ético del trabajo docente, lo que se traduce en una
desorientación ideológica v .
Existiría una diferencia fundamental de los profesores con respecto a
los trabajadores industriales, porque los primeros no sólo se
descualifican sino que se recualifican mediante la adquisición obligada
de nuevas habilidades, ligadas a las transformaciones que conlleva la
racionalización del trabajo educativo: se incrementa el control
disciplinario por parte del profesor, lo que modifica su conducta, y se
ve obligado a implementar otras estrategias organizativas en el aula. En
tal perspectiva, en lo propiamente instructivo se presenta una notable
descualificación, puesto que el capitalismo transforma los procesos de
enseñanza-aprendizaje y los reduce a una medida de carácter
cuantitativo.
Incluso, en el terreno de la disciplina en el
aula se reduce el control que pueden ejercer los profesores, sobre todo
en las escuelas urbanas, dada la interferencia permanente de los
aparatos microelectrónicos, empezando por el omnipresente teléfono
celular. El profesor ya no controla el tiempo del estudiante dentro del
aula, porque ya ni siquiera logra que su cuerpo esté en clase, porque
aquél usa sus manos y sus sentidos para juguetear con el móvil o el
computador portátil. Para completar, en muchos lugares del mundo existen
reglamentos que les prohíben a los profesores que restrinjan el uso de
los teléfonos celulares entre sus estudiantes, con lo que se garantiza
la interrupción perpetúa de las clases y de cualquier actividad
académica medianamente seria y rigurosa. Ni siquiera este aspecto
disciplinar de tipo elemental en cuanto el control del aula se refiere
lo puede manejar el docente, que está sometido a la dictadura del mundo electrónico.
PROLETARIZACIÓN Y PRECARIZACIÓN LABORAL
Resulta pertinente examinar algunas nociones que se relacionan de
manera directa o indirecta con la proletarización docente, aunque no son
sinónimas, como las de empobrecimiento, pauperización, precarización…
Cuando se habla de empobrecimiento de los profesores se alude al hecho
de que se estanca o reduce su salario real y, en forma correlativa,
disminuye su nivel de vida. A esto hay que agregar que la feminización
laboral es un componente central del empobrecimiento, puesto que una
mayor porción de mujeres se incorporan como fuerza de trabajo docente y
sus ingresos se convierten en el sostén principal de las familias. Esto
representa un cambio importante porque, hasta hace unas cuantas décadas,
los ingresos de las profesoras eran un complemento al ingreso de sus
maridos, que tenían, por lo general, otras profesiones “liberales”. El
empobrecimiento en sí mismo no es sinónimo de proletarización, puesto
que es posible que existan sectores del proletariado clásico que tengan
mejores ingresos salariales y un mejor nivel de vida que los profesores.
El empobrecimiento puede entenderse como sinónimo de pauperización,
lo que se refiere a la degradación en la condición social que
proporciona una profesión y el ingreso y estatus que a ella corresponde.
Históricamente, esto acontece en diversos lugares del mundo, donde la
docencia perdió el respeto y honorabilidad que en otro tiempo tenía como
profesión y como vocación. La proletarización se refiere a un cambio
cualitativo, porque se transita de una clase a otra, mientras que la
pauperización significa un cambio cuantitativo, en el sentido de
producir la pérdida de ingresos y de nivel de vida. O dicho de otro
modo: “La pauperización implica el cambio de un grupo poblacional,
dentro de una misma clase social, desde las capas más acomodadas a las
más pobres, mientras que la proletarización implica un cambio de clase,
de la propietaria a la proletaria” vi .
La proletarización no es sinónimo de pauperización, aunque en las
últimas décadas es lo que se ha impuesto en forma correlativa, porque
los trabajadores asalariados en forma mayoritaria se han deslizado hacia
la pobreza, en lo que se identifican con diversos sectores sociales,
incluso que no son asalariados y que están al margen de cualquier
proceso productivo.
Por su parte, la precarización laboral se
deriva del empeoramiento y degradación en las condiciones de trabajo.
Esto lo soporta un amplio sector de profesores en el sector público y
privado, que experimentan en carne propia el deterioro de la
infraestructura física, el aumento de estudiantes por aula de clase, la
carencia de materiales e instrumentos de trabajo, el enrarecimiento del
ambiente escolar, la agresividad en el contexto circundante… A ello debe
agregársele la inestabilidad laboral, la contratación a tiempo parcial,
la movilidad de los trabajadores de una escuela a otra, el pago por
horas… La precarización laboral en sí misma no supone que se haya
perdido la estabilidad en el puesto, porque muchos docentes tienen
contratos indefinidos, pero al mismo tiempo se han hecho muy difíciles
las condiciones para desempeñar su trabajo.
En síntesis, los
docentes soportan una triple crisis: frustración de sus expectativas de
desarrollo profesional, la pauperización y el creciente desprestigio de
la labor que ejercen, lo cual está relacionado con un acelerado proceso
de proletarización técnica, de pérdida del control sobre su proceso de
trabajo y sometimiento a la gerencia educativa y a los intereses del
capital educativo vii .
A diferencia de lo que todavía se podía decir hace 30 o 20 años en que
el principal proceso observable en el seno de los profesores era la
proletarización ideológica, ahora podemos sostener que también se
presenta con fuerte impacto la proletarización técnica, por las razones
arriba mencionadas.
En muchos lugares del mundo, los profesores
tienden a ser proletarios y pobres, un hecho que ha dado origen a usar
la categoría del pobretariado. Este no es un juego de palabras,
sino un término que denota y sintetiza lo que viene sucediendo con los
profesores en las últimas décadas, puesto que soportan en forma paralela
un deterioro de sus condiciones de vida, que los lleva hacia la
pobreza, y de otro lado un tránsito hacia el proletariado, tanto en
términos de descualificación como ideológicos. Se ha modificado la
posición y reconocimiento social de los profesores, por el
empobrecimiento de la gran mayoría de ellos, lo cual afecta sus
condiciones de vida y tiende a acercarlos a la situación socio-económica
de grandes masas de la población.
FORMAS DE RESISTENCIA DE LOS “PROLETARIOS DEL AULA”
Los profesores pueden ser definidos como los “trabajadores del aula”,
a partir del análisis de seis aspectos: la relación funcional de su
trabajo con el capital; su lugar en la división técnica del trabajo, es
decir en términos de su ocupación; su relación social con la producción,
respecto a si son o no propietarios de medios de producción; su lugar
en la división social del trabajo, en el que se incluye la división
sexual del trabajo; su función en el mercado como consumidores de
acuerdo a sus ingresos; y su estatus social viii .
El “trabajador del aula” –que, por supuesto, no es el único espacio en
donde se desenvuelve el profesor, pero sí es el más importante– mantiene
una relación directa con el capital por lo menos en dos sentidos: de un
lado, porque su labor es fundamental para la preparación y reproducción
de la fuerza de trabajo; y de otro lado, porque en la medida en que la
educación se convierte en una empresa, la fuerza de trabajo de los
profesores valoriza el capital educativo y es la fuente de ganancias de
esa empresa singular. Al mismo tiempo, el profesor ocupa un lugar en la
división técnica del trabajo, en la que su actividad sigue
desempeñándose en forma dominante de la misma manera que se ha
desarrollado desde que existe la profesión docente, vale decir, con
tiza, tablero y libros.
Aunque se haga tanto ruido con relación
a la tecnificación de la labor docente, con la introducción de
computadores, internet y otras innovaciones, en lo fundamental esto no
modifica la forma convencional de enseñanza-aprendizaje. Y esto les
confiere un particular poder de negociación a los profesores, puesto que
su labor no ha podido ser sustituida por las máquinas, como sí sucede
en otras profesiones “liberales”.
En cuanto a la propiedad se
refiere, los profesores no cuentan con ningún medio de producción en el
espacio escolar –salvo que se vuelvan empresarios o sean socios de
alguna empresa educativa, lo cual es más bien raro y marginal– y en ese
sentido, como los proletarios, lo único que tienen es su fuerza de
trabajo. Podría considerarse, superficialmente, que los libros o el
computador portátil de un profesor son medios de producción, pero éstos
son más bien una propiedad personal, porque no se utilizan para explotar
trabajo ajeno o para generar un producto que se le va a vender a otro.
Los medios de producción básicos que ellos utilizan (instalaciones
escolares, salones, laboratorios, instrumentos, biblioteca si la hay,
campus…) pertenecen a otros, al Estado o al capital privado.
En
cuanto a la división social del trabajo, los profesores ocupan un lugar
ambivalente puesto que la mayoría se desempeña en el terreno
intelectual de manera exclusiva, pero otros están ligados directamente a
la formación de fuerza de trabajo técnica o profesional, que va a
desempeñar labores manuales. Respecto a la división sexual del trabajo,
cada vez es mayor la participación de fuerza de trabajo femenina en la
actividad docente, aunque es menor su incursión en la investigación, en
la que sigue predominando el patriarcado. Esto indica que la
feminización del trabajo es una característica del nuevo proletariado
docente que se está configurando en diversos lugares del mundo.
Respecto a los dos últimos aspectos, puede decirse que por su nivel de
ingresos, sobre todo en la educación terciaria, los profesores muestran
una clara segmentación interna, puesto que hay un sector minoritario con
elevados salarios y una gran mayoría precarizada, sin trabajo fijo y
con reducidos ingresos. Pese a estas diferencias, en lo que si se
identifica la casi totalidad del profesorado, por lo menos en el mundo
periférico y dependiente, es en la pérdida acelerada de estatus, tanto
profesional, como social, puesto que el desempeño de esa actividad se
hace en condiciones muy difíciles y la sociedad en general los mira con
desprecio, como inútiles o pertenecientes a una casta privilegiada.
A eso debe agregarse que cuando se trata de encontrar responsables
sobre la pésima educación que se imparte como resultado de la
mercantilización, los profesores siempre suelen ser señalados de
incompetentes, como si eso fuera un diagnostico original, y no una vieja
letanía que se remite, como en Estados Unidos, al siglo XIX. Este
diagnóstico venía acompañado de la recomendación de depositar en los
estudiantes los mejores libros de texto, y con esto se librarían de los
malos profesores. En 1924 se decía en Kentucky (Estados Unidos): “Cuanto
peor es el profesor, más necesarios se hacen los libros de texto”. Algo
que se repite en la actualidad, simplemente hay que cambiar la palabra
libros por ordenadores, tabletas y otros cacharros electrónicos.
Esta culpabilización de los profesores requiere volver a defender la
dignidad docente, pero no solamente como una reivindicación gremial –que
es necesaria– sino también para construir otra educación pública y del
común, que responda a los requerimientos y necesidades de la sociedad y,
sobre todo, de las clases subalternas.
En las actuales
circunstancias de pérdidas de derechos, de incremento de la explotación y
de expropiación generalizada de los bienes comunes, es indispensable un
movimiento de los trabajadores, porque es lo único que “puede desafiar
la locura económica que amenaza el futuro de amplios sectores de la
humanidad”. Pero, “ese movimiento es imposible a menos que se desmonten
varios mitos: que todos somos esencialmente de clase media; que la clase
es un concepto anticuado; y que los problemas sociales son en realidad
los fallos de un individuo” ix .
Es en este marco que adquiere relieve la situación de los profesores a
escala mundial. Como lo hemos mostrado antes, se han proletarizado desde
el punto de vista técnico e ideológico y comparten en el plano material
los mismos problemas que el resto de los trabajadores. Sin embargo, en
términos de conciencia, no sucede lo mismo, porque están fuertemente
atomizados, divididos y predomina la lógica individualista y
competitiva. Ante tales circunstancias, pueden plantearse algunas
reivindicaciones de los profesores, que solo se obtendrán mediante su
organización y lucha.
Para ello se requiere, en primer lugar,
que los profesores dejen de creer que son de una perdida “clase media” y
que están muy distantes por su pertenencia de clase del resto de los
trabajadores. Es indispensable un acercamiento con otros sectores de
trabajadores para emprender acciones conjuntas por reivindicaciones
comunes, tales como la defensa de la educación pública como un bien
común que le atañe al conjunto de las clases subalternas. En este
sentido, los profesores deben defender a la enseñanza pública como el
escenario en el que se tiene que construir un saber que le sirva a las
vastas mayorías de un país y que no tenga un fin mercantil, lo cual
supone enfrentar la homogenización del pensamiento y de la vida por la
que propugna el capital. Este proyecto se puede llevar a cabo, siempre y
cuando los profesores no sigamos encerrados en nuestros cubículos, y
concentrados en una isla de saber y eludiendo las agresiones directas
que soportamos a diario.
Hay que volver a pensar en una
educación pública con adecuada financiación estatal para su
funcionamiento, sin que ese compromiso signifique se mengüe la
independencia y autonomía de la institución. Esa financiación es
imprescindible para que se contraten profesores en condiciones dignas,
se mejore la infraestructura escolar y se faciliten las labores básicas
de docencia e investigación que le competen.
En el caso de las
universidades, una reivindicación prioritaria y urgente para empezar a
desmercantilizar el saber, algo que se ha impuesto en la universidad
pública, radica en oponerse a esa segregación interna de los profesores a
partir del reconocimiento salarial por puntos, para que en su lugar se
impulse un mejoramiento general del salario de todos los profesores
universitarios y se suprima la lógica del puntismo. Con esto se enfrenta
uno de los aspectos centrales de segregación de la universidad y de
fragmentación interna. Esto no quiere decir que se eliminen, por
ejemplo, las categorías que existen de acuerdo a estudios, experiencias y
otros factores, pero esto no debe quedar al vaivén de la esquizofrénica
carrera por mejorar salario en concordancia con las publicaciones en
revistas indexadas, asistencia a seminarios, o consecución de
constancias.
Es prioritario que se luche por la dignificación
del trabajo de los profesores a todos los niveles, sin excluir, como si
no formaran parte de la comunidad académica, a los profesores que están
sometidos a los contratos basuras. Debe plantearse al respecto que todos
los profesores tienen derechos y se les deben respetar, empezando por
un contrato digno, con un salario adecuado y con todas las garantías de
seguridad social que requiere cualquier trabajador. Eso supone que se
rompa con esa diferenciación interna que divide y segrega entre
profesores de planta y profesores contratados y entre docentes e
investigadores.
Si la gran mayoría de los profesores hemos sido
proletarizados en el doble sentido aquí considerado (proletarización
técnica y proletarización ideológica), ya no nos podemos seguir
reclamando como un sector privilegiado perteneciente a una “profesión
liberal”, y con ese argumento mantenernos distanciados del resto de
trabajadores. Esa reivindicación de una “profesión liberal” sólo tiene
sentido para una exigua minoría de profesores-investigadores-negociantes
que se han lucrado con la conversión de la universidad en un centro
mercantil y con la producción de mercancías cognitivas, porque el grueso
del profesorado vive en carne propia el proceso de proletarización,
despojo de saberes, y nuevas formas de control, que desde que surgió el
capitalismo industrial en Inglaterra hace más de dos siglos han
soportado en forma sucesiva distintos sectores de trabajadores. Muchos
de esos sectores, como los artesanos de la naciente industria textil a
finales del siglo XVIII, no se resignaron a aceptar su nueva condición
sin antes librar memorables luchas, que llegaron incluso a arrinconar al
capital. Algo similar nos corresponde a nosotros los profesores, como
“artesanos del saber” y como “trabajadores del pensamiento”, para
enfrentar el capitalismo académico y evitar la liquidación de la escuela
pública.
_______________________
NOTAS
i . Harry Braverman, Trabajo y capital monopolista, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1978.
ii . Marta Jiménez Jaen, “Los enseñantes y la relación de trabajo en la educación. Elementos para una teoría de la proletarización de los enseñantes”, Revista de Educación, No. 285, 1988, pp. 231-245.
iii . Ibíd.
iv . Michel Apple, Maestros y textos. Una economía política de las relaciones de clase y de sexo en educación, Editorial Paidós, Barcelona, 1989, p. 40.
v . José Contreras, La autonomía del profesorado, Ediciones Morata, Madrid, 1997, pp. 32-33.
vi . Ricardo Donaire, Los docentes en el siglo XXI. ¿Empobrecidos o proletarizados?, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2012, p. 58.
vii . Ibíd., p. 47.
viii . Ursula Huws, “A construcao de um cibertariado? Trabalho virtual num mundo real”, en R. Antunes y Ruy Vraga (organizadores), Infoproletarios. Degradacao real do trabalho virtual, Boitempo Editorial, Sao Paulo, 2009, pp. 47 y ss.
ix . Owen Jones, Chavs. La demonización de la clase obrera, Ediciones Capitán Swing, Madrid, 2012, p. 346.
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